Campañas electorales y republicanismo
Campañas electorales y republicanismo
Guillem Martínez 
 
Falta un republicanismo del silencio, zen. El ruido es de ellos. El hecho de que una campaña sea básicamente ruido explica de quién son las campañas

 

Dos mudanzas son un incendio, y dos separaciones, el incendio de la biblioteca de Alejandría. En uno de esos dos incendios perdí, en todo caso, un libro pequeño y fabuloso. Era una suerte de campaña electoral en unas elecciones municipales para el año 1935. Salvo que ese año no hubo elecciones municipales. Las hubo en 1933. Pero solo en unos 2.500 municipios. Aquellos en las que no las hubo en 1931 por la Ley Maura, monárquica, que evitaba elecciones en municipios en los que competía una sola lista. Ese no fue el caso de La Bisbal d’Empordà, un pequeño municipio y, a la vez, la capital del Baix Empordà, donde en 1931 ganó la candidatura de ERC. ERC, en aquel momento, no era tanto un partido, como un combinado vitalista y variado de opciones republicanas y catalanistas, siempre que no fueran marxistas. No era una buena idea declararse marxista en una sociedad con una mayoría sindical, y una minoría social amplia, anarquista. Los anarquistas no serían militantes de ese invento, desde luego, pero sí que lo votarían. El libro, en todo caso, aparecía cuatro años después de las elecciones de 1931. Hubiera sido un libro electoral si hubiera habido elecciones. En todo caso, pretendía hacer un balance de cuatro años de gestión republicana. En esos años esa gestión había fabricado dos objetos increíbles e imprevistos. Alumbrado público eléctrico y alcantarillado. El libro simplemente, sin aspavientos, sin griterío, sin exhibiciones, exponía cómo se hizo todo eso. Es decir, cuánto costó, cómo se pagó, cómo se diseñó. Es, por tanto, de una lectura sofocante, a pesar de que los textos tienen dibujitos: los planos y los croquis de todo ello. Sencillos, básicos, bellos. Ignoro quiénes eran aquellos republicanos de La Bisbal. Intuyo que eran consecuencia, tal vez descendientes, del republicanismo federal del XIX, que, en tiempos, llegó a proclamar el Cantón de La Bisbal. Por algún detalle de la impresión y del lenguaje del libro, es posible que pertenecieran a la masonería, esa banda sonora del republicanismo, el laicismo y el mundo antiautoritario en algunas zonas de la Península. Como en el Empordà, sin ir más lejos. Lo importante, lo turbador, el hecho que ha hecho, a su vez, que ese libro aparezca aquí, en este texto que ni usted ni yo esperábamos esta mañana, es otro. Se plasma en la última página, en una suerte de colofón, en el que se explica también lo que ha costado el libro –una cantidad no modesta; el libro, se debe decir, está perfectamente editado, y sus tipos y su compaginación son humanistas, diáfanos; se gastaron la pasta, en fin–, y que ese dinero no ha salido del Ajuntament, sino del bolsillo de los concejales republicanos, que carecían de sueldo público. Los concejales, en fin, no solo defienden lo que han construido, al explicarlo y publicarlo. Si no que defienden su honestidad, al pagar la difusión de lo construido, a través del dinero de su propio bolsillo.

No sé ustedes, pero yo encuentro a faltar, cada vez más, esa cultura, ese republicanismo del silencio, zen. Y lo digo desde el ruido ambiental y estremecedor que ocasiona hablar de ETA en pleno siglo XXI, de nuevos y recurrentes planes de choque inverosímiles para una vivienda social, de okupas que te okupan la casa cuando vas a por el pan. Lo digo desde todo ese ruido denominado campaña. El ruido es de ellos. El hecho de que una campaña sea básicamente ruido explica de quién son las campañas. Quién juega en casa y quién es –o debería serlo– el visitante, el extraño. Es preciso dejar de hacer ruido, pues el ruido ya es incalculable. Deberíamos dejar de hacerlo. Que solo lo hicieran ellos. Ser los del silencio. Los de aquel libro.


Fuente → ctxt.es

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