Rojo, amarillo y... El morado de la bandera republicana es un error que nadie ha subsanado aún

Rojo, amarillo y... El morado de la bandera republicana es un error que nadie ha subsanado aún / Pedro del Corral 
 
El cambio cromático realizado por el Gobierno tenía un objetivo claro: que el pueblo de Castilla también se sintiera representado en la enseña española. Sin embargo, el pendón que tomaron de referencia estaba desteñido

El cambio cromático realizado por el Gobierno tenía un objetivo claro: que el pueblo de Castilla también se sintiera representado en la enseña española. Sin embargo, el pendón que tomaron de referencia estaba desteñido 
 

Un caracol tiene la culpa de que casi ningún país haya incorporado el morado a sus respectivas banderas. De los 194 territorios reconocidos por Naciones Unidas sólo un par lo han empleado de manera accesoria: Dominica y Nicaragua. Eso sí, hay que tener buena vista para identificarlo. En el primer caso, aparece en el pecho del loro Sisserou; mientras que, en el segundo, lo hace como parte de un arcoíris. Esta púrpura se obtenía tras un procedimiento en el que había que descomponer 9.000 moluscos procedentes de Fenicia, lo que la volvía rara y cara.

Dicha complejidad hizo que únicamente los más privilegiados tuvieran acceso a este pigmento y que, en consecuencia, se asociara a la realeza. De ahí que la mayoría de las naciones lo rechazase para sus correspondientes enseñas. Incluso cuando William Henry Perkin consiguió sintetizarlo de forma artificial. No obstante, a los dos ejemplos mencionados hay que sumar uno bastante curioso: el de la Segunda República Española. Curioso porque el morado de la tricolor es fruto de un error histórico y no de un gasterópodo marino.

El 27 de abril de 1931, el Gobierno Provisional de la Segunda República emitió un decreto en el que se determinaba que la nueva bandera nacional estaría compuesta “por tres bandas horizontales de igual ancho, siendo la roja la superior, la amarilla la central y la morada oscura la inferior”. Una disposición que, el 9 de diciembre, quedó ratificada con la aprobación de su Constitución.

“Ésta era la misma que los grupos republicanos habían venido eligiendo como alternativa a la rojigualda, identificada con la monarquía. Por lo que encarnaba una idea de cambio radical en el sistema de gobierno”, explica José Manuel Erbez, secretario de la Sociedad Española de Vexilología, la disciplina que estudia las banderas. La citada resolución, publicada en la Gaceta de Madrid al día siguiente, explicaba que esta variación cromática obedecía a la necesidad de reconocer una “región ilustre, nervio de la nacionalidad”. Se refería a Castilla, una tierra asociada erróneamente por la tradición a un estandarte violeta: “Se decía que este color era propio del lugar por su presencia en numerosos emblemas relacionados con el antiguo reino. Y, sobre todo, se aseguraba que de éste había sido el pendón que los comuneros habían alzado en su rebelión contra Carlos V”.

Lo llamativo es que ninguno de los documentos que se han conservado recoge mención alguna a la supuesta insignia lilácea. Más bien al revés: en la batalla de Villalar (1521), los comuneros se diferenciaron de sus enemigos mediante cruces rojas. Por lo que sí que hubo una tonalidad característica: el carmesí.


El origen de la confusión
 

Entonces, ¿en qué momento se produjo el error? A partir de 1821, con el pronunciamiento del teniente coronel Rafael de Riego frente al absolutismo del rey Fernando VII. “Entre los exaltados fue muy activa una sociedad secreta llamada Los Comuneros, que usaban una bandera morada con un castillo. La radicalidad de sus posturas y lo llamativo de sus actitudes, con extravagantes pruebas de iniciación y ceremonias copiadas de la masonería, debió dar lugar a una identificación entre la causa revolucionaria y este color. Además, esto contribuyó a su relación con el nombre de comuneros [los originarios, del siglo XVI] y, por extensión, con Castilla”.

Así, este tono empezó a combinarse junto al rojo y el amarillo en la tricolor para reivindicar a ese pueblo que no estaba vinculado con la Corona de Aragón: el castellano. Por lo tanto, desde el punto de vista político, el objetivo de esta modificación era que todos los territorios estuvieran equitativamente representados.

Otras explicaciones

Este fenómeno confluye con otro que se produjo en el ámbito militar, por el cual ciertos partidos recurrieron al malva que utilizaban diversos regimientos. Y a esta teoría, a su vez, se le suma otra mucho más sencilla: una simple confusión cromática. “En castellano, el término púrpura designa a un rojo intenso que equivaldría al carmesí. Sin embargo, se suele confundir con el término heráldico homónimo que se presenta mediante el morado. Esto habría provocado que las enseñas que en su origen eran rojas, al ser descritas como púrpuras, acabasen siendo creadas como moradas”, argumenta el vexilólogo. En el escudo de España pasa igual: el león fue descrito de una forma y teñido de otra.

Asimismo, hay que tener presente que el paso del tiempo provoca que los tintes rojizos se oscurezcan y adquieran tonos violáceos. Algo que, en el caso del pendón de Castilla, se ha podido comprobar con varios análisis. “Tampoco hay que olvidar la amplia presencia de este pigmento en el ámbito religioso”, concluye Erbez. “Lo que, sin duda, debió influir en la aceptación de dicho color en un país de tan arraigada religiosidad”.

 La excepción española

A pesar de que esta tonalidad resulta escasa en las banderas nacionales, en España existen más casos: Guadalajara comparte color con Palencia a nivel provincial, mientras que a escala municipal se hallan Baeza (Jaén), Baltanás (Palencia), Navalagamella (Madrid), Brañosera (Palencia)... Uno de los ejemplos más controvertidos es el de Jaén: en 2017, la Diputación aprobó la insignia de la provincia frente a múltiples peticiones para que se eliminase el verde del fondo y se optase por el morado. En cambio, el rojo carmesí es el principal en tres comunidades autónomas: Murcia, Castilla-La Mancha y Madrid.


Fuente → epe.es

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