Muerte en la mina en el infierno del fascismo

Muerte en la mina en el infierno del fascismo

 

Este año hace setenta y nueve años, que el 10 de abril de 1944, lunes de Pascua de Resurrección, en la vertiente meridional del macizo del Pedraforca, en la parroquia del Espà, en el municipio de Saldes, en el Berguedà, estalló la mina Clara. Murieron treinta y cuatro mineros y otros seis resultaron gravemente heridos. La periodista Maria Favà Cuenta ha investigado los hechos y su contexto y ha escrito un libro reportaje - La mina de la muerte - para la editorial Gavarres. Con este libro, la editorial abre una nueva colección: "Periodismos".

Maria Favà Compta se adentra en los trágicos acontecimientos cuando quedan muy pocos testigos, la mayoría de los cuales parientes más o menos directos de las víctimas. Testimonios que resultan clave para entender muchas cosas más allá de ese tipo de neblina que, con el tiempo, las ha ido borrando. Por eso resulta tan esclarecedora la primera parte del libro, dedicada al contexto del mundo de la minería del carbón en el Berguedà. Testimonios, muchos de los cuales ahora están lejos del tiempo y de los lugares donde se produjeron los hechos. No en vano la gran mayoría de las víctimas venían de fuera de Catalunya –sólo una era catalana de origen–, gran parte de ellas de la provincia española de Almería, donde la minería y los movimientos sociales asociados a ella tuvieron una presencia capital. Muchos eran del pueblo minero de Serón.

La autora destaca un fenómeno característico de los lugares y la época que explicaría que, en estos momentos, todavía no se haya podido identificar la personalidad de algunos de los fallecidos. Una parte importante de los mineros encontraban en las minas del Berguedà una forma de ocultar su personalidad real –nadie se la exigía–, habiendo huido de la represión a sus lugares de origen. Para unos pocos, las minas catalanas eran una etapa en el camino de fuga hacia Francia. En otros casos, los mineros eran luchadores de los maquis –de larga presencia tanto en Cataluña como en Almería– que preservaban su clandestinidad. Incluso –verdad o mito– algunos de los testigos recogidos afirman que uno de esos mineros fue durante un tiempo el guerrillero Marcelino Massana, al que Maria Favà dedica un apartado de su relato.

Otros nombres de la plantilla de la mina Clara –propiedad, semillas de Carbones del Cadí– podrían corresponder a supuestos mineros que compraban –y pagaban– el puesto de trabajo sin ir a trabajar. Una pieza del rompecabezas –es ella quien llama así su objetivo–, que hizo rodar la cabeza a la periodista hasta que le explicaron que se trataba de falsos mineros que pagaban por ser incluidos en la plantilla sin tener que ir a trabajar . Una forma de evitar el entonces obligatorio servicio militar, del que se liberaban los menores.

Dos piezas fundamentales del libro son el sumario del proceso judicial, que tras significativas dificultades para acceder (¡en enero del 2018!) la periodista pudo consultar en el archivo de la sección tercera de la Audiencia de Barcelona, ​​y el libro de los óbitos. Donde se deja constancia de los fallecidos, sea o no con el nombre real. Todo ello, en un entramado de intereses tejidos en torno a los cabecillas fascistas de la época, y del entonces todopoderoso gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Antonio de Correa Veglison . Todopoderoso, hasta cierto punto, porque el más todopoderoso de todos, el general "Caudillo de España por la gracia de Dios", lo destituyó pocos meses después.

Maria Favà ha hecho una cuidadosa elección de los datos que da el libro de los óbitos, sin conseguir, sin embargo, responder a todas las dudas. En lo que se refiere al sumario del proceso –y otros documentos conseguidos durante la investigación– es muy significativa la contradicción entre la suave condena impuesta a los dos principales acusados y la gravedad de los hechos. Descrita con detalle, en base a informes técnicos de los propios servicios de inspección oficiales –entre otros y sobre todo a los dependientes del sindicato único fascista– que advertían –y ordenaban medidas siempre incumplidas–, sobre la inseguridad del trabajo en la mina Clara. Los condenados, en sentencia del 4 de octubre en 1948, eran el propietario de la mina, Domingo Martí, y el ingeniero Daniel Esteller.

Ambos fueron detenidos justo después del accidente y cumplieron sólo dos meses de prisión preventiva, gracias a la influencia del alcalde de Sabadell, Josep Maria Marcet, amigo personal de Martí, quien pagó la fianza. Cuatro años después, la sentencia les condenaba, por imprudencia temeraria, a un año de prisión menor, que no cumplieron. Y a una indemnización de 6.000 pesetas a los herederos de las víctimas. Indemnizaciones que, pese a sus investigaciones, la periodista no ha podido determinar si fueron pagadas en todos los casos. Una de las incógnitas no resueltas que hacen que Favà se pregunte dónde va a ir aparar ese dinero.

Otra pieza clave de la investigación de Maria Favà es cómo cubrió la prensa de la época, con férrea censura y fuente de información única: la agencia del régimen para noticias “nacionales” Cifra–. Destacada sobre todo el día después del entierro de las víctimas, con la consiguiente referencia al gobernador civil –apretado con la imprescindible boina roja del uniforme fascista– en un reportaje fotográfico de Carlos Pérez de Rozas en la portada de La Vanguardia Española . Luego, silencio total.

Cabe destacar el apartado fotográfico del libro, con testimonios abundantes por la época, recogidos gracias a la tenacidad, entre otros, de mosén Gaietà Pedrals, y del minero Lluís Monell.


Fuente → media.cat

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