Fútbol y fascismo: una historia de amor y odio

Fútbol y fascismo: una historia de amor y odio

El fascismo, como movimiento político y social, buscó representar desde sus inicios una serie de valores comunes. Uno de los valores fundacionales del fascismo no es otro que el de “la juventud”, entendida desde las virtudes que a esta se le atribuyen, las de la acción, la fuerza y la violencia. Baste recordar que el himno nacional italiano en los tiempos del dictador Benito Mussolini se llamaba Giovinezza (Juventud, en castellano). Falange Española, el partido político de inspiración fascista fundado por José Antonio Primo de Rivera, incluso llegó a usar una traducción al castellano del mismo.

Desde siempre, todos los regímenes fascistas o con tintes totalitarios han deseado potenciar o valorar la práctica deportiva en general, viendo en ella una forma de desarrollar en la población un carácter fuerte y, sobre todo, un sentido de la disciplina a prueba de bombas. De hecho, durante la Alemania Nazi, esto puede comprobarse a través de la propaganda empleada en aquel momento y por cómo aumentaron la cantidad de horas dedicadas a la educación física en el sistema educativo.

En lo que se refiere al fútbol, la primera Copa Mundial organizada por la FIFA se celebró en un pequeño país del cono sur americano, Uruguay, en el año 1930, acordándose allí mismo que el siguiente mundial de fútbol se jugaría cuatro años más tarde en algún país europeo.

Ante esta tesitura, Benito Mussolini, plenipotenciario de la Italia Fascista, columbró la sensacional posibilidad de organizar la siguiente cita mundialista y así poder utilizar el evento como una gran plataforma propagandística para el régimen fascista.

Mussolini también dio importancia a la arquitectura a la hora de construir su imperio, remedo Fascista en el siglo XX del antiguo imperio romano. Entre los proyectos que debían dar gloria al nuevo régimen, sobresalía el de un estadio de fútbol.

El rey Vittorio Emanuele III colocó la primera piedra del estadio Littoriale de Bolonia en 1925. Las obras, supervisadas por Leandro Arpinati, concluyeron oficialmente el 29 de octubre de 1926, exactamente cuatro años después de la Marcha sobre Roma, gracias a la cual el Partido Nacional Fascista tomó el poder en Italia.

Dos días más tarde, Benito Mussolini hizo su entrada triunfal en el estadio montado a caballo.

Fútbol y fascismo. Cristóbal Villalobos Salas

El propio Duce y, antes de conseguir para Italia la concesión del siguiente mundial, emprendió, sin reparar en gastos, el fichaje de los que fueron llamados oriundi”. Se trataba de fabulosos jugadores, sudamericanos de nacimiento, pero de ascendencia italiana, a los que ofrecieron toda clase de privilegios económicos y la doble nacionalidad si estos, a su vez, se mostraban con voluntad a la hora de defender los colores de la selección azzurra.

De esta forma, no de otra, fue como la selección italiana consiguió formar un equipo de gran calidad, contando entre sus filas con jugadores argentinos de la talla de Mongi, Orsi, Guaita, Demaría y el brasileño Guarisi.

El gobierno fascista de Benito Mussolini, para asegurarse la concesión del mundial de fútbol de 1934, no se arredró en absoluto ante las posibles contrariedades y procedió de la forma más directa y contundente posible. Es decir, realizando cuántos sobornos fueran necesarios al comité ejecutivo de la FIFA. El objetivo era que finalmente cediera y descartara a Suecia como posible sede organizadora del mundial, algo que en última instancia consiguieron en 1932, cuando la FIFA designó a la Italia Fascista como sede definitiva de la fase final del mundial de fútbol de 1934.

Una vez que Italia se aseguró la organización, el Duce pensó que el siguiente paso tenía que consistir en ganar a toda costa y por encima de todo como forma de demostrar la superioridad del fascismo por encima del resto de sistemas políticos.

Para cumplir con tal propósito, al comité organizador se le asignó un presupuesto de tres millones y medio de liras, nada menos. De igual manera, se inició para tal fin una impresionante campaña propagandística, sembrando todo el país con carteles al más puro estilo fascista. En ellos aparecía una efigie de Hércules con uno de sus pies sujetando un balón de fútbol y realizando el saludo fascista.

Durante el mundial, que transcurrió entre el 27 de mayo y el 10 de junio de 1934, por parte del gobierno italiano se intentó presionar sin tregua y de manera sistemática tanto a los árbitros como a los jugadores de la selección, incluido el entrenador, Vittorio Pozzo. De estas siniestras lides se encargaron los miembros de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional, más conocidos como los camisas negras, la milicia del Partido Nacional Fascista.

Una vez conseguida la celebración del acontecimiento en tierras transalpinas, sólo quedaba asegurar el éxito de la azzurra. Mussolini se dirigió a Giorgio Vaccaro, presidente de la Federación Italiana de Fútbol y miembro del Comité Olímpico Italiano, de la siguiente manera:

-No sé cómo lo hará, pero Italia debe ganar ese campeonato.

-Haremos todo lo posible.

-No me ha entendido bien, general: Italia debe ganar este Mundial. Es una orden.

La victoria italiana de 1934 había empezado a gestarse ya en el Mundial de 1930. Tras la victoria uruguaya, diversos emisarios italianos convencieron al argentino Luis Monti para que fichase por la Juventus de Turín.

Futbol y fascismo. Cristóbal Villalobos Salas

Así, Italia se alzó con la Copa del Mundo tras derrotar a Estados Unidos, España (en un partido especialmente duro e igualado), Austria y Checoslovaquia. Ni que decir tiene que esta victoria fue usada por el régimen fascista de manera política y propagandística, si bien también sirvió para el crecimiento del fútbol como deporte en Italia.

En 1938, el mundial de fútbol se jugó del 4 al 9 de junio en Francia. La Italia de Mussolini deseaba revalidar el título de campeón del mundo porque ello significaría el mayor acto de propaganda posible para el régimen totalitario, que ya contaba con 16 años en el poder. Sin embargo, ante la más que probable conflagración mundial y, además, en terreno galo, se evidenciaba que la victoria italiana en el torneo iba a ser mucho más complicada que cuatro años atrás.

En el transcurso del Mundial de Francia, el ambiente estuvo muy enrarecido. De hecho, prácticamente todos los partidos se vieron afectados por incidentes de cariz político, no en vano, la Guerra Civil se desarrollaba en España y Adolf Hitler había dispuesto ya sus fichas en el tablero para la invasión de Polonia y el estallido de la consecuente Segunda Guerra Mundial. Este fue el caso del partido de octavos de final que enfrentó a las selecciones de Noruega e Italia, en el que los italianos realizaron el saludo romano, lo que provocó que el público presente en el estadio entrara en cólera y les abucheara.

Cabe destacar que entre los espectadores de este partido no sólo había aficionados franceses o de los equipos contendientes, sino que también habían asistido numerosos refugiados de toda Europa, judíos alemanes y austriacos, republicanos españoles en el exilio, italianos que repudiaban al Duce y que aprovechaban todas las ocasiones posibles para mostrar su protesta y rechazo a los incipientes fascismos, que ya por entonces asolaban grandes extensiones del continente europeo.

Otro partido plagado de incidentes tuvo lugar unos días más tarde, el 12 de junio de 1938. En esta ocasión, se enfrentaban la selección anfitriona, Francia, e Italia. Los jugadores de la azzurra comparecieron en el terreno de juego con unas equipaciones negras en lugar del azul habitual, en un claro guiño de complicidad a la fuerza paramilitar fascista, los camisas negras.

El encuentro elegido fue el de cuartos de final, con Noruega, una selección que llegaba a los juegos con la etiqueta de perdedora habitual, frente a una Alemania, tercera en el Mundial de 1934, que venía de meter nueve goles a Luxemburgo y que iba a dar descanso a sus mejores jugadores, como explica el historiador alemán Oliver Hilmes en Berlín 1936.

Hitler renunció a la competición que realmente quería ver, la de remo, y apareció dispuesto a un baño de multitudes en el Poststadion, en el que había dado algún discurso para las juventudes hitlerianas. Cuarenta y cinco mil espectadores esperaban la victoria alemana, que se retransmitió de forma experimental por televisión.

Buena parte del gobierno acompañó a Hitler: el ministro de Propaganda Joseph Goebbels, el jefe del Partido, Rudolf Hess, el comandante en jefe de la Luftwafe, Herman Göring, o los ministros de Educación e Interior. Ninguno esperaba la humillación a la que iban a ser sometidos.

Fútbol y fascismo. Cristóbal Villalobos Salas

Matthias Sindelar, el hombre de papel

En marzo de 1938, Alemania invadió Austria, produciéndose la consecuente anexión de todo su territorio, lo que la historiografía conoce como laAustria fue entonces obligada a renunciar al mundial, a pesar de contar con un equipo de jugadores extraordinarios, el llamado

La fulgurante estrella de este equipo era Matthias Sindelar, apodado “el hombre de papel” por su increíble habilidad para regatear al contrario, aunque también era conocido como “el Mozart del fútbol “, dada su gran elegancia en el juego.

Antes de que el Wunderteam fuera absorbido por la selección teutona, el gobierno hitleriano organizó un partido de despedida el día 3 de abril en el emblemático estadio del Prater de Viena. Adolf Hitler presidía el palco de autoridades y, ante este hecho y teniendo en cuenta las presiones recibidas, se daba por hecho que los seleccionados austriacos permitirían la victoria alemana. Pero, contra todo pronóstico, estos decidieron no perder agarrándose a su dignidad deportiva y a su sentido patriótico. Finalmente, derrotaron a la selección alemana por dos goles a cero, tantos marcados por Karl Sesta y Sindelar.

Un incidente, cuando menos sorprendente, fue el protagonizado por el propio Matthias Sindelar, que celebró su gol realizando una danza burlona ante un palco presidencial poblado de jerarcas nazis. Tras este incidente, Sindelar no apareció en la convocatoria oficial de la selección alemana para jugar el mundial de 1938, según algunos, porque adujo padecer una lesión que nunca se comprobó; según otros, porque la Alemania nazi le incluyó en una de sus numerosas listas negras.

El 23 de enero de 1939, su cuerpo fue hallado en su casa de Viena en extrañas circunstancias. Primero se pensó que su muerte fue provocada por la inhalación accidental de monóxido de carbono emitido por una estufa defectuosa. Posteriormente, se consideró la posibilidad de un suicidio por depresión.

Y así, de esta forma tan inquietante, es como terminó la historia del que probablemente haya sido el mejor jugador austriaco de la historia.

Fútbol y fascismo

Tras este breve relato de los hechos, se puede concluir que, desde su aparición, allá por la década de los años veinte, el fascismo ha estado íntimamente vinculado al fútbol en sus diferentes competiciones, ya fueran domésticas o de carácter internacional. No obstante, esta relación no se ha desarrollado desde los parámetros de la amistad entre deporte y estado, ni mucho menos, sino operando a través de una serie de intereses propagandísticos y de expansión de los ideales totalitarios, dejando las cuestiones meramente deportivas en un segundo plano.

El primero en caer en la cuenta de las grandes posibilidades que el fútbol profesional o semi profesional ofrecía al estado Fascista, fue el pionero del fascismo, Benito Mussolini, que mediante múltiples formas de violencia, redes clientelares y grandes sumas de dinero escamoteadas a la población, se sufragaron fichajes, grandes y ornamentales construcciones, sobornos y un largo etcétera más.

Otro de los actores del circo futbolístico no era otro que Adolf Hitler y su gran aparato de propaganda con Joseph Goebbels al frente, que supieron aprovechar el gran tirón que podría suponer para la Alemania Nazi la organización de un evento como los Juegos Olímpicos, en general y, de la competición futbolística, en particular, llegando incluso a provocar la desaparición de selecciones como la austriaca. Eso sí, con la silenciosa anuencia de una organización como la FIFA, dechado de virtudes, incluso en nuestros días.

Pero del mismo modo, los sangrientos dictadores fascistas peninsulares, Antonio de Oliveira Salazar en Portugal y Francisco Franco en España, se ocuparon de montar toda una estructura futbolística y quinielista para el mejor solaz, entretenimiento y alienación de sus, ya de por sí, castigadas poblaciones, víctimas una terrible represión y beneficiarios de una pobreza generalizada, tanto económica como moral.

Fútbol y fascismo han ido siempre de la mano, amantes por convención e interés mutuo, pero amantes a fin de cuentas. Echando un vistazo al fútbol profesional en la actualidad, tan sólo una ojeada a sus interioridades y a los símbolos que aparecen con cierta frecuencia en muchos de sus estadios, puede verse todavía una tímida herencia de lo que ha sido una apropiación indebida de un noble deporte.


Fuente → aldescubierto.org

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