El Estado plurinacional y la monarquía
El Estado plurinacional y la monarquía
Manuel Ruiz Robles

La lucha de las naciones sin Estado, en defensa de su soberanía popular, es la lucha general de los pueblos contra los residuos feudales. Frente a las imposiciones feudales del Reino de España, el combate de Catalunya, Euskadi y Galicia, en salvaguardia de su soberanía como pueblos, son ejemplos históricos bien actuales.

Tras la caída de la monárquica -a la que los militares demócratas hemos de contribuir, acompañando al pueblo trabajador y a sus naciones históricas- éstas alcanzarán de este modo el medio efectivo de ejercer su derecho a constituirse libremente como Repúblicas independientes, o como federación o confederación de Republicas, si así lo deciden.

Muchos republicanos bienintencionados, incluso de izquierda, anteponen erróneamente el concepto de unidad de la patria (a fin de cuentas un dudoso sentimiento) al elemental derecho de los pueblos a su autodeterminación, que no es otra cosa que el derecho democrático a decidir libremente su futuro. Quizás sea pertinente recordar que, ya en el siglo XIX, el gran pensador y revolucionario de origen judío Karl Marx (1818-1883), afirmó que un pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre.

El derecho de los pueblos a su independencia, aun siendo más ricos, no vulnera esencialmente su igualdad respecto a los trabajadores de otros pueblos del Estado, pues éstos ya son desiguales frente a sus propias burguesías. La contradicción principal se halla por tanto entre explotadores y explotados, y no entre trabajadores de países ricos y trabajadores de países menos ricos.

Excediéndose en la misma visión nacionalista, la derecha y ultraderecha franquistas exigen ferozmente la sagrada unidad de la patria, es decir la del Reino de España, fantaseando algún general de aviación retirado con el fusilamiento de “veintiséis millones de hijos de puta”.

Enarbolan la figura amenazante de un rey militar, heredero de Franco, como símbolo de su unidad y permanencia. ¿Unidad en torno a un sentimiento? ¿O tal vez en torno a un exorbitante patrimonio escondido en paraísos fiscales?

¿No es acaso prueba suficiente de ello que ambos reyes, padre e hijo, se nieguen a declarar sus patrimonios y a ser despojados de su inviolabilidad absoluta? ¿Es esa la unidad de la patria que nos piden? ¿La unidad en torno a una oligarquía que nos roba al común de la gente, es decir que nos roba al pueblo llano, al pueblo trabajador?

Muchas lecciones teóricas de patriotismo he recibido a lo largo de mi vida. Ninguna, que yo recuerde, supera en claridad de exposición a la que el portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya, Gabriel Rufián, impartió desde la tribuna del Congreso de los Diputados hace algunos días.

La dialéctica contundente e implacable del portavoz de ERC aportó claridad al confuso trasfondo de la moción de censura. Una esperpéntica moción promovida por una ultraderecha franquista, paradójicamente blanqueada por un viejo profesor, exdirigente y exmilitante del PCE, que no estuvo en el mejor de sus momentos.

Es evidente que el concepto de “pueblo español” es una ficción jurídica, pues somos de hecho un Estado plurinacional, producto de una historia atormentada. La lengua castellana, impuesta por los representantes de la oligarquía dominante, tiene su fundamento jurídico en la coerción que el Estado español ejerce sobre otros pueblos. Casi la mitad de la población del Estado español habita en territorios en donde el idioma materno no es el castellano. Tal imposición no podrá jamás constituir un factor de cohesión, sino todo lo contrario, un corrosivo efecto disolvente del viejo estado borbónico.

Aunque madrileño de nacimiento, mis raíces familiares son andaluzas; proceden de la región de la Axarquía, en la provincia de Málaga. Por ello tengo un especial afecto al pueblo andaluz, y también a otros pueblos hermanos que, como los anteriormente citados, poseen lenguas maternas diferentes del castellano.

Guardo a este respecto un recuerdo imborrable de Luis Berenguer (1923-1979), capitán de fragata del cuerpo de ingenieros al que pertenezco, fallecido en Andalucía prematuramente a los 55 años. Aun habiendo nacido en Galicia, o quizá por ello, publicó entre otros libros una excelente obra sobre el campo andaluz: “El mundo de Juan Lobón”. No en vano la mayor parte de su vida transcurrió en Andalucía, por la que profesó una intensa pasión.

Se trata de una novela de hondo contenido social, narrada en primera persona por el protagonista, un cazador furtivo por necesidad, que se expresa en su lengua popular andaluza. Se narra en él la extrema pobreza del medio rural en la Andalucía de la posguerra, en donde los terratenientes imponen brutalmente su voluntad; un mundo tremendamente injusto, en donde las leyes se hacen en beneficio de los ricos, y en contra de los pobres; otra forma muy diferente de entender el concepto de patria. Libro por el que mereció un importante premio y leí apasionadamente en el verano del 68, siendo estudiante becario del gobierno de la República francesa en la Universidad de París.

Unas décadas antes, militares nacionalcatólicos cerraron sanguinariamente el paso a trabajadores y pueblos, tras un golpe militar fallido que derivó en una guerra de exterminio apoyada por los ejércitos de Hitler y Mussolini, a la que siguió una dictadura genocida.

La herida de tanta barbarie llega hasta nuestros días en forma de monarquía militar, heredera de Franco: “…cautivo y desarmado el Ejército Rojo…” Una monarquía que, camuflada tras una fachada parlamentaria, impide manu militari la libre decisión de los pueblos a optar por su independencia, si esa es su voluntad.


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