El abrazo interminable
El abrazo interminable

 

Repasando estos días las cartas que miles de militantes del PCE enviaban a la redacción de Radio España Independiente, la misteriosa pero familiar Pirenaica, a través de las redacciones de Unitá y Humanité en Italia y Francia respectivamente, cualquiera se da cuenta de la importancia que tenía el Partido en la vida cotidiana de millones de españoles en años de clandestinidad.

No había sedes ni mucho menos un teléfono al que llamar, pero sí reconocidas personas que resistían y empujaban las luchas en las décadas de los sesenta y setenta.

En esa correspondencia, describían los problemas de su barrio, las detenciones de algún militante, las penosas condiciones de vida de los migrantes españoles en Alemania, el entierro de unos mineros muertos en Mieres, o simplemente la foto del nieto junto a un efusivo ¡Salud! a la Pirenaica o a Dolores Ibárruri.

El Partido se había extendido dentro y fuera de nuestras fronteras, en el silencio del trabajo cotidiano. Me contaba un veterano militante, poco amigo del fútbol, cómo tuvo que aprender todos los detalles de ese deporte para charlar con sus compañeros de trabajo en los descansos de la jornada donde, además de comentar la última goleada, los problemas laborales afloraban en la charla. Nadie se lo había pedido, no tenía más directriz que la de construir un futuro democrático y con justicia social, pero sabía que ahí había una tarea clara.

Nadie dudaba que el Partido era determinante y vertebrador en la lucha, aunque sus principales líderes se encontraban en la cárcel o el exilio, el PCE estaba presente en cada resquicio y nadie podía ya negarlo. Todas las luchas sociales, políticas y democráticas en los territorios de nuestro país estaban estructurados por militantes del PCE. El nacimiento del movimiento sindical de aquellas primeras Comisiones Obreras en las fábricas es un ejemplo claro que perdura hasta nuestros días.

En la convulsa transición, las élites políticas del régimen planificaban un nuevo tiempo sin cabida para el principal partido de la oposición. Una democracia tutelada sin protagonismo de los comunistas.

La estrategia de la dirección del Partido era clara: salir a la luz y dejar de hacer vida clandestina. Visibilizar el protagonismo de la clase trabajadora y la incapacidad del Estado para resolver sus problemas. Una democracia sin el Partido Comunista no era tal.

Cuando la voz entrecortada del periodista malagueño Alejo García anunciaba la legalización del PCE aquel sábado santo de abril de 1977, miles de personas inundaron las principales plazas de las ciudades de España. Las banderas rojas salieron de los cajones y armarios. “Eso fue un triunfo, nene, que yo pudiera decir lo que era sin miedo” defendía determinante Maruja Ruiz Martos en la grabación de la película documental ‘Parias de la Tierra’ recordando aquella histórica jornada.

En la misma película, otras voces protagonistas de esos años intensos reflexionaban de manera crítica sobre las concesiones que la legalización trajo consigo. Los protagonistas de la jornada no solo estaban en el despacho que cada año aparece en las noticias que recuerdan la efeméride. Hubo quien vio ilusiones frustradas, quien sintió en sus carnes las limitaciones del devenir de la llegada de la democracia sumado a un choque con los resultados electorales de las primeras elecciones.

Con el paso del tiempo, repasar los intensos acontecimientos que vinieron tras la muerte del dictador puede llevarnos a denostar el trabajo militante de miles de mujeres y hombres que en el PCE dejaron lo mejor de sí en esos años. No debería haber mirada posible sin reconocer la valentía de la militancia comunista.

Celebrar el aniversario de la legalización del Partido no debe ser la añoranza melancólica de lo que podría ser y no fue. La mirada crítica no puede negar que los avances y conquistas sociales son fruto del esfuerzo colectivo con el PCE a la cabeza.

La legalización supuso un cambio de paradigma cultural y sentimental para quienes habían vivido y sufrido la dictadura. Una necesidad legal que no cambió el compromiso del Partido con los avances democráticos.

“Y corrimos hacia el mar que en La Cibeles
Nos juntó con un abrazo interminable

el Partido ha renacido, ¡libertad!»

Dulces Recuerdos. Pablo Milanés

(*) Secretaría Memoria


Fuente → mundoobrero.es

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