1939 el final de la guerra civil: 29 de marzo en Lorca
1939 el final de la guerra civil: 29 de marzo en Lorca 
Floren Dimas

Hacía veintiún días desde el golpe de Estado liderado por el socialista Julián Besteiro, el coronel Casado, los tenientes coroneles Cipriano Mera (anarquista) y Menéndez, creando el Consejo Nacional de Defensa, destituyendo al gobierno de Negrín y su política de resistencia.

 

El diario anarquista de Murcia «Confederación» (ver foto) celebraba el día 7 con gran alborozo la adhesión de la provincia a este movimiento sedicioso, que con la excusa de un ficticio golpe de Estado comunista para hacerse con el poder, pretendió la capitulación sin tener garantía alguna de que no habría represalias, y cuyo efecto inmediato fue desatar un combate feroz entre «casadistas» y comunistas, produciendo la desmoralización del ejército republicano y de la retaguardia, a lo que siguió el desplome de los frentes y el final catastrófico de la República, con la victoria fulgurante de los fascistas sin pegar un tiro.

A partir del 5 de marzo, el alcalde Fernando Chuecos mantuvo frenéticas reuniones con los restos del Frente Popular y los representantes de los partidos políticos y sindicatos. Previa consulta con sus direcciones respectivas en Murcia, el día 22 el Ayuntamiento envió un telegrama al gobierno militar (no lo hizo al gobernador civil Eustaquio Cañas porque aunque era socialista estaba con el gobierno de Negrín) declarando su adhesión al Consejo Nacional de Defensa, despojando de su representación en el Ayuntamiento y en las instituciones locales a los responsables del Partido Comunista, cerrando sus locales y declarándolo en la ilegalidad, con la consiguiente alarma entre los militantes que se recluyeron en sus casas con la zozobra de ser detenidos, no por «los nacionales», sino por sus antiguos compañeros de lucha.

Entre las múltiples unidades militares destacadas en Lorca, donde convivían fuerzas de Guardia de Asalto, de Seguridad (policía) de Artillería, Carabineros y Aviación, los comunistas fueron separados y en algún caso detenidos. Los militares, a excepción de los de Aviación, se pusieron al lado de la sublevación que se denominó «casadista».

En los últimos días habían aparecido al amanecer en la Corredera y otras calles céntricas, grafitis en las paredes con inscripciones de «¡Viva Franco!, ¡Arriba España» o «Muera la República», que el al reproducirse tras ser borradas, ya nadie se encargaba de eliminar. Acreditados derechistas con el semblante pálido de tanto tiempo sin ver el sol, comenzaban a ser vistos por los bares o paseando, mostrando ostensiblemente un semblante risueño, mientras algunos se atrevían a abrir las ventanas subiendo el volumen de sus aparatos de radio sintonizando radio Burgos. Los republicanos de corazón observaban aquel espectáculo con el corazón compungido ante la incertidumbre de cuál iba a ser su destino. En los últimos días de marzo ya no había colas de razonamiento, sencillamente porque los comercios no tenían nada que repartir. La última semana ni siquiera había pan, el alumbrado público apenas funcionaba, y los bulos comenzaban a divulgar los más extravagantes pronósticos, entre los que destacaba el mensaje de Franco que decía: «Nada tema de la justicia quien no tenga las manos manchadas de sangre», lo que producía una cierta tranquilidad en la inmensa mayor parte de la población de Lorca, ajena o sufridora de las violencias registradas al comienzo de la guerra, cuyos autores verdaderos y otros que sin serlo pero habiendo tenido cargos políticos, pusieron pies en polvorosa a partir del día 26 y 27 de marzo, para intentar llegar al puerto de Alicante en donde se decía podrían embarcar para el exilio, tal fue el caso del alcalde Fernando Chuecos, detenido en Orihuela cuando trataba de llegar a Alicante.

El día 29 de marzo Lorca amaneció silencioso con puertas y ventanas cerradas. Las banderas republicanas habían desaparecido de todos los centros oficiales, y en su lugar comenzaba a aparecer la bandera bicolor franquista. Durante la noche grupos de jóvenes falangistas, algunos de ellos portadores de armas, habían ocupado correos, telégrafos, la fábrica de la luz, los depósitos de Campsa y la comandancia militar ubicada en el Huerto Ruano, deteniendo a los milicianos de retaguardia que todavía custodiaban el edificio. Lo mismo sucedió en la cárcel, donde el jefe de la misma, siguiendo órdenes de Murcia, había dejado en libertad los días anteriores a los últimos derechistas presos. El despacho y almacén de la Intendencia Militar que estaba en la Plaza de España, se resistió al no poder forzar la cerradura. Conforme avanzaba el día las calles se fueron animando con la presencia de una gran cantidad de gente, formando grupos con atuendo endomingado como si de un día festivo se tratara. En los balcones de las calles principales comenzaron a colgarse cobertores y sábanas, así como banderas de Falange, bicolores e incluso de los Requetés, algunos crucifijos y banderas y estandartes de las Cofradías de Semana Santa. Resultaba curioso para muchos comprobar la gran cantidad de hombres (y también algunas mujeres) que lucían lustrosas sus camisas azules, con el yugo y las flechas bordados en el silencio de la clandestinidad. Uno de los grupos de falangistas que iban marcialmente marchando de un lado para otro, lucían a su frente un guion falangista primorosamente bordado por la hermana de uno de los jefes falangistas locales.

En los receptores de radios de los bares de la Corredera, podía escucharse a todo trapo arengas y marchas militares, llenándose las calles de una multitud de gente de variopinto aspecto, en cuyos rostros podía adivinarse su estado de ánimo ante aquel momento que todos presentían histórico. Unos, demacrados por el hambre de muchos meses de escasez, mirando con incredulidad lo que estaba sucediendo; otros, exultantes de júbilo, se agrupaban para cantar el Cara al Sol brazo en alto y dar vivas a la Falange, a Franco, a José Antonio, a España, y demás gritos del ritual que sería obligatorio en adelante.

A media mañana, el hasta entonces comandante militar de Lorca, Cristóbal Carrasco López, salió de su casa en la Alameda de Menchirón, frente a la fábrica de la luz, con una gruesa carpeta bajo el brazo, dispuesto a hacer la entrega formal de esta documentación a las nuevas autoridades. Al aproximarse al Huerto Ruano divisó una enorme multitud de gente, convirtiendo en clamor aquel hervidero de comentarios. Al observarse su presencia fue inmediatamente detenido y conducido al interior, en donde ya estaban reunidos los próceres de la derecha «clásica» de Lorca, algunos emergidos de la Falange Clandestina y muchos falangistas sobrevenidos que trataban de hacer méritos de última hora, además de varios militares y guardias civiles retirados, que habían recuperado sus viejos uniformes de los baúles para tan fausta ocasión. Alguien arrebató a Cristóbal su carpeta y dándole un puntapié lo mandó escaleras abajo, dejándole en no muy buena situación ya que padecía una cojera producida por herida de bala en el frente de Córdoba. Unos falangistas lo llevaron escoltado hacia la cárcel sin más protocolos. Antes de finalizar el día la cárcel de Lorca reunía casi medio centenar de detenidos, mientras varias escuadras de Falange iban repartiéndose por la ciudad lista en mano, procediendo a la detención de republicanos.

La mayor parte de la población lorquina, exhausta tras tres años de guerra, de sufrimiento, de hambre y de angustia por sus hijos perdidos, los desaparecidos, y aquellos de quienes nada sabían desde hacía meses, se alegraban de que la guerra se hubiera acabado, al menos para los lorquinos, mientras que a otros les abatía la preocupación de un futuro incierto para ellos y sus familias, por el hecho de haber expresado de alguna forma su adhesión a la República, o por ser hijo, hermano, sobrino, cuñado o simplemente amigo, de algún líder socialista, anarquista, comunista, o republicano.

Tenían buenas razones para sentirse preocupados.

El alcalde de Lorca fue fusilado y el comandante militar condenado a la pena de muerte, conmutada por la de 30 años.


Fuente → rebelion.org

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