Violadas, rapadas, asesinadas: la represión a las mujeres durante el franquismo
Violadas, rapadas, asesinadas: la represión a las mujeres durante el franquismo / Natalia Junquera
 
Esposas, hijas y hermanas de republicanos sufrieron castigos específicos en la Guerra Civil y la dictadura, pero la memoria de ese dolor quedó oculta durante décadas
 
La memoria es femenina. Han sido sobre todo ellas las que han custodiado las fotografías y las ultimas cartas de los desahúciados del franquismo, como subrayó en 2019 y el estudio El duelo revelado, de anteproyecto del antropólogo Jorge Moreno para el CSIC. Durante muchos años callaron. Para sobrevivir, para proteger a los suyos de un dolor imposible de decidir. Cuando, en el año 2000, despertó el movimiento de recuperación de la memoria histórica (...) a conocer las vidas truncadas de los miles de fusilados enterrados en fosas y cunetas, muchas mujeres decidieron hablar “de sus maridos, de sus héroes, nunca de su lucha personal”, explica el secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez. “Se conocen las historias de los nombres célebres y no tanto las de las mujeres de a pie que sufrieron todo tipo de agresiones por el hecho de ser mujeres y rojas. Todo ese sufrimiento quedó sin cuantificar, sin registrar”, añade. La nueva ley de memoria, aprobada el pasado octubre, al igual que el decreto de enseñanzas básicas de bachillerato, de abril de 2022, incorpora la perspectiva de género para conocer sus sacrificios y su contribución democrática. En la semana del día internacional de la mujer, EL PAÍS analiza con víctimas y expertas los diferentes métodos de la represión franquista sobre las mujeres.
 

Maravillas Lamberto pidió acompañar a su padre, Vicente, la madrugada de agosto de 1936 en que un grupo de falangistas fue a buscarlo a su casa, en Larraga (Navarra). A la mañana siguiente, su familia fue a llevarles el desayuno al Ayuntamiento, que entonces se usaba como cárcel, pero ya no estaban allí. “A mi padre lo habían bajado al calabozo, pero a mi hermana la subieron a la secretaría y allí la violaron”, relató Josefina Lamberto a EL PAÍS en 2014, cuando viajó a Madrid desde Pamplona para sumarse, en el consulado argentino, a la causa abierta en Buenos Aires contra los crímenes del franquismo. Los vecinos habían escuchado los gritos de Maravillas, de 14 años. Unos campesinos la encontraron luego muerta, desnuda en un descampado. El cuerpo había sido atacado por los perros “y decidieron echar gasolina sobre los restos y quemarlos”. “Se trataba de un fuego purificador”, afirma la antropóloga e historiadora Lourdes Herrasti. Y añade: “Maravillas, la rosa de Larraga, se ha convertido en un símbolo de la represión”.

Antes de matarla, tres de sus verdugos violaron a Cándida Bueno Iso, maestra, de Castiliscar (Zaragoza). Tenía 23 años. También era maestra Camino Oscoz, de 26, violada reiteradamente antes de que hicieran desaparecer su cuerpo tirándolo por un barranco en Urbasa (Navarra). En Fuentes de Andalucía (Sevilla), cinco mujeres de 16 a 22 años fueron detenidas, violadas y asesinadas en la finca de El Aguaucho... Herrasti ha recopilado muchos de estos casos, documentados también por otros historiadores. En Herencia (Ciudad Real), la madrugada del 2 de febrero de 1945, dos primas de 17 y 19 años y su tía, de 38, fueron detenidas por dedicarse al estraperlo. Se abalanzaron sobre ellas. “Uno de los hombres”, relata la antropóloga María Dolores Martín Consuegra, “se quejó a los demás por la chica que le había tocado y acordaron entre risas que en lo sucesivo tendrían en cuenta sus preferencias. Cuando terminaron, descansaron mientras se fumaban un cigarro. Unas horas más tarde volvieron a violarlas y a apalearlas”. Martín Consuegra es autora del estudio Las manadas de Franco, memorias sobre la feminización de la represión franquista.

No existe un registro del número de violaciones cometidas en esos años. No se denunciaban; no se castigaban. “Muchas veces”, explica Herrasti, “conocemos los casos, como el de Maravillas Lamberto, porque ya se sabía que estaban muertas. Las demás ocultaban esa humillación para sobrevivir”. Martín Consuegra recuerda cómo las ancianas a las que entrevistó para su investigación utilizaban un eufemismo compartido para referirse a aquel tipo de crímenes: “Levantarse el mandil”. O decían cosas como esta: “En el casino de mi pueblo se jugaba a ver quién violaba a quién”. “El franquismo”, añade la antropóloga, “dictó las condiciones de su propio recuerdo”. “Y, cuando llegó la democracia, coincidió con una época de bonanza económica y se asumió el discurso establecido: el del olvido. Es decir, estas víctimas fueron silenciadas por el franquismo y por los demócratas. Y eso tiene consecuencias no solo para ellas, sino para toda la sociedad. Mi abuela guardó silencio y mi madre, y yo, con determinadas agresiones, también lo hemos hecho porque eso es lo que hemos heredado. El cuerpo de las mujeres se convirtió en botín de guerra, en un escenario más de la batalla”.

Entre los miles de huesos rescatados en democracia de fosas y cunetas para entregar a sus familiares los restos de los desaparecidos del franquismo, se han hallado también horquillas, pendientes, moños, ballenas de corsé, sonajeros de bebé. Más de 300 de las cerca de 11.000 víctimas recuperadas son mujeres. Algunas, como María Domínguez, socialista, feminista y alcaldesa de Gallur (Zaragoza), o Aurora Picornell, responsable de la organización femenina del Partido Comunista en Baleares, fueron asesinadas por sus ideas. A otras muchas, como a las 17 rosas de Guillena (Sevilla), de entre 20 y 70 años, las mataron por ser esposas, hermanas o madres de rojos. “Esto se conoce como el delito consorte”, explica Herrasti. “Buscan al hombre y, al no encontrarlo, se las llevan a ellas en sustitución. Como no pueden hacerles daño a ellos, se lo hacen a ellas”. Cientos de mujeres fueron también encarceladas y condenadas a muerte. El pasado domingo, durante 15 minutos, colectivos feministas leyeron los nombres de presas de la cárcel de Ventas fusiladas y enterradas en el cementerio del Este (Madrid). La más joven tenía 18 años. La mayor, 60.

“Un día se llevaron a mi madre a la escuela de niñas, que habían convertido en una cárcel para mujeres”, relató María Martín a este diario en 2012, cuando tenía 81 años. “Le raparon la cabeza, todo menos un mechón en la coronilla que ataron con un lazo rojo. A ella y a todas las demás. Y así las hicieron pasear por todo el pueblo”. Poco después la mataron, pero no fue suficiente. “Nos llevaban a mi hermana, de 12 años, y a mí, que tenía 6, atadas como animales al Ayuntamiento [de Pedro Bernardo, Ávila] y al cuartel de la Guardia Civil para obligarnos a beber aceite de ricino con guindillas. Es imposible describir el sabor de aquello. Y eso me lo estuvieron dando hasta que cumplí los 18 años. La primera vez me caí redonda en cuanto salí y le pedí al señor que me recogió que no se lo contara a mi padre”.

La madre de Concepción Fernández estaba dando el pecho al menor de sus hijos cuando los falangistas fueron a buscarla. “Le dijeron: ‘dale el niño a tu hija y vente’. Mi madre se lo dio a mi hermana, que entonces tenía 11 años, y se fue con ellos. Se la llevaron con otras cinco mujeres y las raparon a las seis. En la espalda les colgaron un cartel que decía: ‘Por rojas y por putas’. Y las hicieron pasear así delante de sus vecinos”, cuenta. Basilia Jimeno también vio a su madre un día “atada como un perro, toda pelada salvo por un quiqui con un lacito rojo, llena de sangre y hecha de vientre por el aceite de ricino”. Concepción y Basilia son dos de las protagonistas del documental Sacar a la luz. La memoria de las rapadas, dirigido por Martín Consuegra y las hermanas Mónica y Gema Del Rey Jordà, quienes en un momento de la película se rapan la cabeza ante las cámaras para traer al presente el recuerdo de la barbarie. Familiares de algunas de las mujeres a las que quisieron entrevistar les disuadieron de participar en el documental. Aún pesaba la vergüenza.

Las violaciones habían sido alentadas públicamente por las autoridades, como muestran las conocidas declaraciones del general franquista Queipo de Llano a Radio Sevilla: “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser hombre. De paso, también a las mujeres de los rojos, que ahora, por fin, han conocido hombre de verdad y no castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará”. Pero durante la guerra y en los primeros años de la dictadura se extendió, por imitación y en todo el país, este cruel método de represión específico contra las mujeres. “Se les daba un potentísimo laxante, aceite de ricino, para que no pudieran controlar sus esfínteres”, explica Herrasti; “se les rapaba el pelo, para despojarlas de su feminidad, y se les hacía pasear así por su pueblo, para humillarlas”. La investigadora María Rosón, que acaba de elaborar una guía para estudiantes de bachillerato sobre las rapadas del franquismo, apunta que ese “castigo ejemplarizante, performativo, casi una especie de ritual de purificación que se aplicaba a mujeres que habían militado o estado en contacto con la política, probablemente se importó de la guerra colonial en Marruecos”.

El fraile Gumersindo de Estella, capellán de la prisión de Torrero (Zaragoza), recogió en sus memorias casos de robo de bebés a presas del bando republicano durante la guerra: “Oí gritos desgarradores: ‘¡No me la quiten!’. Se había entablado una lucha feroz: los guardias que intentaban arrancar a viva fuerza las criaturas del pecho y brazos de sus madres y las pobres madres que defendían sus tesoros a brazo partido. Jamás pensé que hubiese tenido que presenciar escena semejante en un país civilizado”, escribió. El régimen robó niños a las madres presas, según han documentado diversos estudios, como Los niños perdidos del franquismo, de Ricard Vinyes, Montse Armengou y Ricard Belis, o La Iglesia de Franco, del catedrático de Historia Julián Casanova. También los repatrió sin permiso de sus padres ni de los países a los que la República los había evacuado durante la guerra y, desde 1941, permitió por ley que les cambiaran los apellidos, impidiendo que su familia los encontrara. El psiquiatra de cabecera del franquismo, Antonio Vallejo Nájera, construyó el amparo científico mediante teorías de eugenesia positiva y regeneración de la raza para impedir que germinara en aquellos niños “el gen marxista” que sus madres les habían transmitido: “La segregación de sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de una plaga tan temible”, dejó escrito.

“No podemos sacralizar la II República”, afirma María Rosón, doctora en Historia del Arte y comisaria de la exposición Mujeres bajo sospecha. Memoria y sexualidad. “Pero es cierto que desde los años veinte estaba ganando fuerza un modelo de mujer moderna, con más libertades y derechos, y con unas expectativas de vida distintas”. “El franquismo trató de romper con todo eso mediante este tipo de castigos, porque la mujer era una pieza esencial en su proyecto. Se trataba de reprimirlas, devolverlas a la domesticidad y convertirlas en una especie de heroínas de los trabajos reproductivos”, sostiene.


Fuente → elpais.com

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