«Junto con la lucha antifranquista, fue tomando cuerpo en Dulcinea la lucha contra la opresión que las mujeres sufrían por su propia condición»
«Junto con la lucha antifranquista, fue tomando cuerpo en Dulcinea la lucha contra la opresión que las mujeres sufrían por su propia condición» / Rafa González
El Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), realizará los días 11 y 12 de marzo, en Valencia del Ventoso (Badajoz), su localidad natal, unas jornadas de homenaje a Dulcinea Bellido

 

Hablar de Dulcinea Bellido es hablar de lucha de clases, de comunismo y de feminismo como ideologías emancipadoras de la humanidad. Dulcinea nació en Extremadura en 1936 en una familia muy humilde, con un padre zapatero y una madre que estuvo enferma buena parte de su vida. A los once años emigraron a Madrid, donde tuvieron que vivir en una chabola sin agua ni luz, y al año siguiente comenzó a trabajar como aprendiz de modista.

Las condiciones de miseria a la que el régimen franquista condenaba a la clase trabajadora pronto despertaron su conciencia de clase, que canalizó en las filas del Partido Comunista de España. A principios de los cincuenta Bellido era una de las pocas mujeres jóvenes que militaban activamente en el PCE de Madrid, ya que la mayoría eran veteranas militantes de los tiempos de la guerra y mujeres de presos.

A la explotación que sufría como obrera, se sumó la discriminación por ser mujer en una sociedad abiertamente machista, contra la que luchó fundando el Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), organización feminista pionera en nuestro país. Este fin de semana, el MDM, le rendirá un sentido homenaje en la localidad extremeña que la vio nacer, por ello desde Mundo Obrero hemos querido entrevistar a su hijo, Daniel Lobato Bellido.

M.O: ¿Cómo definirías a tu madre? ¿Tienes algún recuerdo que te haya quedado marcado, sobre su forma de ser?
D.L: Mi madre es un producto de distintas opresiones que se entrecruzan y que la marcan desde su nacimiento. Nace en la Extremadura de la guerra, en Valencia del Ventoso, y su primera infancia se desarrolla con la hambruna de la posguerra y con los ecos resonando de las masacres de la columna de la muerte de Yagüe. Los relatos de esas atrocidades se contaban en voz baja de boca a boca en las casas, y alguno me narró mi madre. Creo que le marcó mucho el de una joven republicana que se quedó dormida durante su huída por la carretera y fue atrapada por las fuerzas fascistas. Mi madre conocía las terroríficas torturas que esa joven sufrió antes de ser asesinada. Eso significaba que mi madre las había escuchado siendo una niña pequeña. Podemos imaginar cómo un relato así pudo marcarla.

Dos hermanos de mi madre murieron siendo niños por falta de alimentos y enfermedades curables. Además, con unos nueve años comenzó a trabajar como sirvienta en la casa de unos señoritos del pueblo. El hambre la atenazaba y los señoritos tenían una gran fuente llena de frutas en el salón de la casa. Imagina la tortura psicológica para una niña. Mi madre no aguantó y se comió una uva arrancándola del racimo, por lo que se quedó el rabito de la uva a la vista. Cuando la dueña entró al salón lo vio y la echó de la casa a patadas entre insultos. La humillación que sintió esa niña debió ser indescriptible. Esa fue su forma de estamparse con la realidad de la lucha de clases.

Así que ahí tenemos los ingredientes del magma que construyó a mi madre desde niña. El hambre extrema, la miseria, los terratenientes y la lucha de clases, la represión durante la guerra y años posteriores, y la violencia contra las mujeres con el exponente del salvajismo contra la joven republicana. Sabemos que esa combinación de opresiones produjo a gran parte de la población una sumisión durante los 40 años de dictadura, y que prosigue incluso hoy. Al fin y al cabo, era el objetivo. En muchas otras personas provocó el efecto contrario de sublevación, como a mi madre.

M.O: ¿Qué te contó de cómo tuvo que emigrar de Extremadura?
D.L: Mi abuelo era un antiguo socialista que vivió la derrota de la República, no sólo pagando un precio de cárcel, sino además con gran sufrimiento y tristeza vital, que le marcaría toda la vida. Mi abuela por el contrario tenía un carácter más sumiso, acorde a una tradicional aceptación de las injusticias sociales. Mi abuelo se marchó a Madrid a buscar un medio de subsistencia, y tiempo después también lo hizo mi abuela con mi madre y su hermano. Creo que mi madre no consiguió reconciliarse con el pueblo una vez que lo dejó atrás.

M.O: Los años 50 y 60 fueron muy duros para la militancia comunista en este país. Dulcinea fue muy valiente. ¿Qué sabes de cómo vivió tu madre aquella época?
D.L: En Madrid vivieron en una zona chabolista junto al cementerio del Este. Su vida era de una niña que ya comenzaba a trabajar, a ayudar a su madre enferma con el trabajo doméstico, a aprender costura e intentar estudiar por las noches, al menos aprender a leer, escribir y las matemáticas básicas. En este contexto de injusticia y supervivencia, la rebeldía que ya acumulaba desde Extremadura se fue canalizando de una forma más consciente. En los primeros años 50, Matías, un vecino amigo de la familia y miembro del PCE, la introdujo en el Partido.

En aquellos años mi madre, apenas una adolescente con 16 años, debía de ser de las escasísimas mujeres que estuvieran activas. Casi todas las mujeres del partido provenían del período de la guerra y el régimen las tenía bajo represión y extrema vigilancia. Con esas condiciones de excepcionalidad, comenzó a trabajar con los camaradas en reconstruir el PCE en Madrid. Reuniones o distribución de propaganda con ellos, el propio Matías, con Julián Grimau o con Luis Lucio Lobato, con quien se casó. Igualmente, se encargaba junto con otras mujeres del trabajo de enlace político con los presos del partido, incluido mi padre en los 26 años que estuvo encarcelado.

M.O: Dulcinea fue una pionera en la lucha feminista en nuestro país como precursora del MDM. ¿Crees que está reconocida esa lucha?
D.L: Junto con la lucha antifranquista fue tomando cuerpo en ella la lucha contra la opresión que las mujeres sufrían por su propia condición y que se añadía a la violencia política y social del régimen. No era posible luchar contra la dictadura y por las libertades si no iba acompañada de la lucha por la libertad e igualdad de la mujer. Comenzó a leer a Simone de Beauvoir y cualquier material feminista que llegaba del extranjero, y con otras mujeres que tenían a sus maridos en la cárcel, crean el Movimiento Democrático de Mujeres.

Pero en esos años 60, mi madre y otras mujeres eran “la mujer de”. Su identificación venía dada por ser la pareja de un hombre del partido encarcelado. Es decir, ni siquiera su lucha política contra la dictadura como sujetos activos era reconocida y eran subordinadas a un apéndice del marido preso. Por tanto, menos todavía era reconocida su lucha feminista por la cual eran observadas como extraterrestres, pequeñoburguesas e incluso histéricas por las estructuras patriarcales del PCE.

Hoy esas luchas han comenzado a ser reivindicadas. En el caso de mi madre el reconocimiento ha comenzado con el enorme trabajo de investigación y rescate realizado por muchas personas, en su mayoría mujeres, y será muy injusto nombrar sólo a algunas. Creo que podríamos situar como inicio la publicación del libro de Francisco Arriero sobre el Movimiento Democrático de Mujeres. A partir de ahí, la restauración de antiguo material filmado, los nuevos trabajos cinematográficos de Carmen Barrios y Paloma Polo o el empuje de las mujeres que han reconstruido el MDM, entre ellas Ana Mata. Por supuesto, para iniciar estos trabajos de memoria histórica era imprescindible primero reconocer a las que fueron compañeras de mi madre en aquellos años. Reconocerlas, escucharlas y valorarlas. Su lucha era colectiva y el reconocimiento debe ser a todas ellas.

M.O: Dulcinea fue miembro del Comité Central, responsable de la Comisión del Comité Central del PCE para la Cuestión Femenina y primera mujer en la lista por Madrid que presentó el Partido a las primeras elecciones de 1977. ¿Qué recuerdos tienes de aquellos años?
D.L: Hay una foto que produce escalofríos de un Comité Central de 1977 en las fechas de esas elecciones. La absoluta soledad de mi madre en un océano de hombres. Yo he conocido esa foto hace pocos años, pero representa exactamente por lo que luchaba y contra lo que luchaba mi madre. En su organización política y en su propia casa. Y esto último fue más desgarrador para mi madre.
Mi padre sale en libertad en 1976 y tras la felicidad inicial de la familia reunida, al cabo de un año se acaban separando mis padres. Por supuesto siempre es muy difícil, o casi imposible, reconstruir una vida familiar tras toda una vida en una celda. La familia es un grupo separado por unas rejas durante infinitos fines de semana visitando al que era identificado como un icono del partido, no tanto como un padre. Uno de los ejes de conflicto en esa etapa era la actividad política simultánea y de primera línea de ambos, y había unos hijos y una casa que atender. Mi padre de forma no muy explícita entendía que mi madre debía dar un paso atrás y ella vivió de forma devastadora esa falta de corresponsabilidad en la lucha de ambos como una gran deslealtad. Las discusiones fueron terribles.

Con respecto a la acción política del partido, con el tiempo ha sido más fácil analizar los errores que se cometieron en esos años. Pero, ya entonces, un adolescente como yo intuía que algo no marchaba bien. Creo que fue Vázquez Montalbán quien dijo que el PCE tenía toda la legitimidad internacional pero también gran debilidad, mientras que el franquismo estaba deslegitimado, pero tenía toda la fortaleza. Puede ser cierto, pero también es algo contradictorio. La legitimidad debe hacerse valer como una gran fortaleza en una transacción y eso no se hizo. Pensando que de inmediato nos íbamos a convertir en el PC italiano con un 30% de votos, se hicieron renuncias horrendas. Por ejemplo, la imagen del PCE reconociendo la bandera, sin el águila, del golpe franquista de 1936, sus masacres y la violencia de la dictadura.

Las palabras “concordia” o “reconciliación” que incluso yo escuchaba a mi padre, equiparaban a opresores y oprimidos, inducían a pasar página y a olvido. Tuvimos más miedo durante la transición que durante el franquismo, y eso yo lo percibía en casa y en el conjunto del PCE. Esas decisiones, otros errores y factores externos, con el tiempo bien diagnosticados, llevaron a los resultados electorales de 1977 y posteriormente al momento que yo viví con mayor tristeza aquellos años junto con la separación de mis padres: el 28 de octubre de 1982 con la mayoría absoluta del PSOE y la casi desaparición del PCE. Ese período coincidió con otras dos decisiones de la dirección del partido: la voladura de una organización de masas como el MDM y el ostracismo intencionado al que fue condenada mi madre. Fue un ciclo durísimo para ella y para mí.

M.O: El PCE hoy tiene asumida la ideología feminista, siguiendo por el camino que inició tu madre. ¿Qué te parece?
D.L: Hace 45 años mi madre era la mujer con más responsabilidad política en el PCE y, sin embargo, iba la número seis en las listas electorales de 1977 por Madrid, detrás de cinco hombres. Dos de esos hombres incluso maniobraron fraudulentamente porque el acuerdo en el partido era que mi madre fuese la cuarta, pero, por arte de magia, apareció la sexta en la candidatura. ¿Cómo podías reclamar un derecho legítimo a tu organización en aquel momento desenfrenado, sin que fueses acusada de abrir una guerra interna y querer dañar al partido?

Salieron elegidos cuatro diputados por Madrid y mi madre debió haber sido una entre ellos. Imagina la bilis que tuvo que tragar. Lamentablemente, ese era el PCE entonces. Hoy es obvio que cualquier lista y órgano del partido debe ser, como mínimo, paritario. Hoy es obvio que hay que poner todos los medios para impulsar y potenciar la participación de la mujer en la lucha política. Pero no es suficiente.

Hay movimientos y organizaciones en otros lugares del planeta que tienen estructurados órganos no mixtos, sólo de mujeres, que fiscalizan con capacidad de veto el funcionamiento, debate interno y documentos del resto de la organización, con el fin de erradicar componentes patriarcales. Incluso los cargos de dirección y cargos públicos electos son duales con un hombre y una mujer, aunque no estén previstos en la legislación del país. Forzando esa dualidad de facto.

Si tenemos claro que existe una opresión estructural de las mujeres y que el PCE debe estar en la vanguardia de las luchas por la justicia social y la emancipación, entonces el partido debe ir todavía mucho más allá, comenzando a construir lo que todavía no existe. Y esto, sin desmerecer el gigantesco camino recorrido y el infinito agradecimiento a las mujeres de hoy y a las mujeres de entonces, tanto del PCE como de otros colectivos y organizaciones.

M.O: Desde Mundo Obrero queremos agradecerte la entrevista y darte la enhorabuena por el reconocimiento que se va a realizar a Dulcinea.
D.L: Muchas gracias a quienes lo estáis haciendo posible, por supuesto también a nuestro Mundo Obrero.


Fuente → mundoobrero.es

banner distribuidora