“Generalísimo”, algo más que una nueva biografía de Franco
“Generalísimo”, algo más que una nueva biografía de Franco 
Pablo-Ignacio de Dalmases

Hace muchos años, cuando era alumno de la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, tuve como profesor de francés a un señor llamado Claude Martín del que se decía que había publicado una biografía de Franco. Creo que la leí en su momento, pero acabé olvidando libro y autor. Hasta que me los ha traído de nuevo a la memoria Javier Rodrigo, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, quien los cita muy reiteradamente en su libro “Generalísimo. Las vidas de Francisco Franco, 1892-2020” (Galaxia Gutenberg).

Parecerá mentira, pero casi medio siglo después de la muerte del dictador -ahora está muy mal visto denominarle de otra manera- parece que se ha despertado un furor historiográfico en torno a su figura. Y el caso es que, a estas alturas y salvo el descubrimiento accidental de algún desconocido documento particularmente valioso, poco o nada nuevo hay que decir sobre quien ocupó la jefatura del Estado durante 39 años y marcó toda una época de la historia contemporánea de nuestro país. Rodrigo es consciente de ello y por tanto ha huido de redactar una biografía más del personaje para “estudiar su vida, pero también y sobre todo los mitos adheridos a ella, que corresponden a sus sucesivas etapas vitales: Paquito (infancia en una familia desestructurada), comandantín (etapa de servicio en campaña en Marruecos), general (actitud durante la República), generalísimo (tras su elevación al mando único en la insurrección militar de 1936), caudillo (durante la segunda guerra mundial), Su Excelencia (superación de la crisis posterior a la contienda y resituación en la esfera internacional), el Jefe del Estado (período final con progresivo desentendimiento de la gestión política directa y creación de su imagen como abuelo) y criminalísimo (cuando, tras su muerte, se le ha convertido en chivo expiatorio de todas las maldades propias y ajenas) En definitiva, “más que la imagen, intelectual o bobo, lector voraz u ocasional, que fuere pudiera tener de sí mismo, me interesa la que tuvieron los españoles de él” por lo que Rodrigo se ha propuesto “reconstruir su biografía a partir de los trazos más destacados por sus propagandistas y hagiógrafos, pero también por sus críticos” y lo ha hecho con una inesperada y loable ponderación puesto que ha utilizado como base documental un amplísimo abanico de autores de la más diversos y contradictorios orígenes ideológicos, así como con materiales sonoros procedentes de Radio Nacional.

“La figura del caudillo -dice- sigue rodeada aún de exageraciones, bulos, mitos y distorsiones propagandísticas”. Y trata, contrastando opiniones y a la chita callando, de desmontar leyendas, bien laudatorias, bien descalificadoras. Así, cuando se refiere a la guerra de Marruecos, opina que “lejos de la imagen de militar aplicado y brillante en su vida de militar, africano con mando de tropa, no era proclive a la teoría”, pero a la vez añade que “hasta sus biógrafos más críticos reconocen su habilidad como general de pequeño frente, ducho en el manejo de medio escasos y valiente frente a fuerzas irregulares”.

Destaca asimismo su invisibilidad durante la república, excepción hecha del mando de las operaciones contra la revolución de Asturias de 1934 y entiende que durante dicha etapa aceptó el régimen de 1931 porque tenía muy claro que su papel estaba al lado de la legalidad y el orden y que sólo se sustrajo de la disciplina cuando creyó que estos valores habían entrado en quiebra.

Discrepa de la tesis de que “alargó la guerra (civil) de forma deliberada e injustificada para hacerla más asesina y tener más tiempo para limpiar la retaguardia” porque “está demostrado documentalmente que en los debates que Franco tuvo con su Estado Mayor y con sus ayudantes alemanes y fascistas que no quería una guerra larga, pero tampoco una derrota”. En cuanto a su responsabilidad en la violencia de la retaguardia, le exime en buena medida de la habida durante el verano y el otoño de 1936 “que es cuando se acumularon los índices de persecución y asesinatos en la mayoría de los territorios donde triunfó el golpe de julio o que se incorporaron en este tiempo al territorio sublevado” por lo que “no cabe hablar de represión franquista”, aunque por el contrario asume que “su responsabilidad en la violencia contra los civiles de la retaguardia y los combatientes en el marco de la guerra de ocupación es difícilmente cuestionable”. Además “es altamente improbable que el líder máximo de la guerra desde octubre de 1936, por mucho que no fuera ni cruel, ni arbitrario de temperamento, no estuviera perfectamente informado de lo que ocurría bajo sus dominios”.

Analiza su equívoca postura durante la segunda guerra mundial y entiende que ”si al final no se ejecutó la beligerancia no fue porque Franco no lo desease, ni se resistiese a la presiones de Hitler, sino porque Alemania veía en España un problema y no una solución”. Califica la política franquista “de riesgo cero”, por lo que cuando acabó la guerra “Franco no estuvo en la mesa de los vencedores, pero tampoco en la de los vencidos”. También pone en tela de juicio su actitud en relación con el holocausto que, si bien no implicó persecución alguna de los judíos dentro del territorio nacional, si fue bastante o muy pasiva en el exterior con respecto a los sefarditas. Llama la atención la referencia que hace el autor sobre este tema a la División Azul y manifiesta que no tuvo complicidad alguna en ello, pero sí en cambio “en el tratamiento de los soldados soviéticos tuvo la unidad española una responsabilidad explícita… menor si se quiere, pero pequeño no quiere decir inexistente”.

Durante su larga etapa de gobierno el franquismo acreditó que “no tenía detrás ni una filosofía sistemática, ni unos principios inamovibles… de ahí que las creaciones políticas de Franco fuesen en sí mismas escasas y poco originales, lo que no quiere decir que no fueran exitosas”. Ciertamente y “como subrayan muchos de sus biógrafos, Franco carecía de la formación necesaria en ciencia política, administración o economía e ignoraba los mecanismos económicos básicos sustituidos por una doctrina social que combinaba un paternalismo social católico con una concepción mayoritaria de la paz social”, aunque siempre se manifestó preocupado por los problemas sociales y la situación de la zonas menos favorecidas de España. Paralelamente, desmiente la obsesión de Franco por agarrarse al poder y cree que en realidad se consideraba imprescindible y obsesionado por el cumplimiento de una misión providencialista. Dicho todo lo cual, dejó hacer y no se escandalizó de la corrupción. ”Frente a la codicia familiar y la venalidad de algunos de sus colaboradores y hasta de familiares estrechos, el generalísimo aparecía como un gobernante honrado e incorruptible”.

Por consiguiente, Franco no fue “ni genio absoluto, ni gusano mediocre, ni su excelencia ni su excrecencia, aunque posiblemente un narcisista convencido «de que era la encarnación de España, de la mejor España»… egocéntrico, limitado y nada empático, movido por la pasión del poder y al mismo tiempo insensible, tenaz, exitoso… he podido comprobar que además del dictador despiadado había también un hombre triste, solo, perdido, pequeño, y a veces, como cuando hubo de sumarse al levantamiento militar de 1936 o a afrontar su propia muerte, asustado frente a su destino”.


Fuente → catalunyapress.es 

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