"El olvido es un enemigo muy poderoso de la democracia y de los derechos. Nuestra memoria, frente a eso, es nuestra identidad". Son palabras de la ministra de Igualdad, Irene Montero, pronunciadas este viernes ante la mirada atenta de cientos de personas. En el escenario, junto a ella, cinco mujeres que han puesto voz a historias colectivas de memoria y feminismo. Lo han hecho en el acto Feminismo y Memoria Democrática. Sin Memoria no hay futuro, organizado por el Instituto de las Mujeres en el Círculo de Bellas Artes (Madrid).
"Nuestra memoria nos dice, especialmente cuando más se necesita, quiénes somos, de dónde venimos, por qué y para qué estamos aquí", ha abundado la ministra. Montero, visiblemente emocionada, tomó el micrófono para ensalzar la trayectoria de las mujeres que se opusieron al franquismo, las sindicalistas, las militantes feministas, pero también el legado de aquellas que batallaron desde las entrañas de lo privado, donde construían formas de "resistencia" para que aquellos que sí podían participar en "la lucha más militantes" pudieran hacerlo. "Enseñar a leer, a escribir, los cuidados, la organización de las tareas de resistencia" también eran "tareas militantes de primer orden", ha reconocido.
La memoria de las madres argentinas
A sus 92 años, Taty Almeida conserva intacto el vigor de las madres que a finales de los setenta salieron a las plazas a clamar por la vida de los desaparecidos durante la dictadura argentina de Jorge Rafael Videla. Con ella, elevado a la categoría de símbolo, un pañuelo blanco envuelve su cabello y la arropa durante su intervención. También lo hace el recuerdo de su hijo, Alejandro Martín Almeida, desaparecido un año antes del golpe de 1976.
El 24 de marzo –hoy Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia en Argentina; hace más de cuatro décadas, día en que se perpetró el golpe de Estado– marcó un momento "espantoso, tremendo", pero "el pueblo resistió: sobre todo ese grupo de mujeres que fueron a las plazas". Mujeres que "empezaron a ocupar las plazas, las calles y los lugares que eran para los hombres", recordó la activista. "Pusimos el cuerpo y así nadie nos paró".
Almeida recuperó ante una sala colmada de personas la memoria de los 30.000 desaparecidos al otro lado del charco: "Ellos querían vivir. Tenían planes para cambiar aquel mundo que les tocó". Por ellos y por "los desaparecidos españoles", lanzó un ruego generalizado a quien quiera oír. "Sigan luchando, no bajen los brazos y hagan como decimos las madres desde hace ya 46 años: la única lucha que se pierde es la que se abandona". Y aunque hoy quedan "muy pocas madres, muy pocas abuelas", el paso del tiempo no les sume en la desesperanza. Al contrario, les hace mirar con orgullo a su "juventud militante". Ahí está la clave, remató, en la perseverancia y la militancia. "No tenemos que tener miedo a la palabra militancia: militancia es compromiso, compañerismo, ayudar al otro. Como hizo Alejandro. Como hicieron los 30.000".
La masacre de 'la Desbandá'
Cuando Ana Pomares habla, parece estar recreando cada detalle de aquel 8 de febrero de hace más de ochenta años. Era una de las muchas niñas que recorrieron la interminable carretera entre Málaga y Almería para huir del ataque por parte de las tropas franquistas. Lo que años después se daría en llamar la Desbandá. El camino que pretendía ser una vía de escape, quedó bañado por la sangre de miles de civiles.
"Lo que hicieron con nosotros por aquella carretera… tirándonos bombas, los aviones arrasándonos y después los barcos de guerra cañonándonos por todo el camino. No había por donde escaparse", evocó Pomares. "Fue desde luego un crimen de guerra contra personas indefensas", especialmente mujeres, niños y mayores. La malagueña conserva nítido el recuerdo de las "mujeres destrozadas por esos caminos" y de "los cabreros que cuando vieron a tantísimos niños se pusieron a ordeñar cabras para darles leche". Pero fueron las madres, considera, las que "más sufrieron y las que tuvieron más valor". Algunas imágenes todavía se clavan en la retina: "Mujeres muertas con sus niños vivos en brazos, algunas se ahogaban en el río porque no sabía nadar. Aquello no tiene nombre".
La andaluza censuró el olvido, pero celebró que testimonios como el suyo lo resquebrajen. "Hay que recordarlo. Mucha gente de Málaga no sabe lo que pasó", lamentó. Hoy, la malagueña recorre cada año, en una marcha conmemorativa, la carretera que fue escenario del mayor horror que vivió. "Aquel 8 de febrero era mi cumpleaños, cumplía nueve cuando pasó y ahora he cumplido los 95 en la carretera". Esta vez, desde la alegría de saberse arropada por los suyos. Lejos de las bombas y el terror.
La lucha de los bebés robados
María José Picó todavía busca a su hermana melliza. Una batalla que representa a otras "miles de historias". En marzo de 1962, su madre dio a luz a dos niñas en Alicante. "Fue un parto fácil, mi madre nos vio nacer", ha relatado. Pero las cosas no tardaron en torcerse: "Una de las monjas del hospital dice que la niña está malita. Horas más tarde, le dicen a mi madre que ha fallecido". Sin la posibilidad de ver el cuerpo, los padres entierran a su bebé en un cementerio de la localidad y se resignan a la incertidumbre. "Ellos pensaban que pudo haber alguna negligencia, pero estaban seguros de que en esa cajita de madera estaba su hija".
Hasta 2012. Los medios de comunicación comienzan entonces a hacerse eco de decenas de historias de bebés robados durante el franquismo y es en ese momento cuando la familia se reconoce como víctima. Las pesquisas que inician hace más de una década, apuntalan la sospecha. "No hay constancia de que mi madre hubiera estado nunca en el hospital y en el Registro Civil de Alicante no hay certificado de nacimiento ni de defunción del bebé", narra.
En el mismo año se dicta una orden de exhumación, la primera de la comunidad, "en esa esquinita del cementerio que mi padre siempre recordaba". Los únicos restos hallados determinan que aquel bebé no era su hermana, pero sí encuentran "un huesecito que correspondía a otro individuo". Los restos no se pueden analizar, debido a su estado. Sin respuestas, una vez más. Con el tiempo, se exhuma otra tumba contigua, pero el bebé sigue sin aparecer. "Mi caso, como el de tantas otras, queda archivado. Todos se archivan, aunque esté demostrado que el bebé no está enterrado". María José Picó permanece tenaz en su lucha, a la espera de "justicia y que de una vez por todas se pueda saber la verdad".
Memoria feminista
"Es impresionante pensar cuantísimos fragmentos de memoria están presentes en esta sala", iniciaba su intervención la histórica militante feminista Justa Montero, quien puso voz a las mujeres feministas represaliadas durante el franquismo. De las mismas tripas de la dictadura brotaron "formas de represión contra las mujeres, algunas comunes con los hombres porque compartían ideología", pero otras muchas "específicas y muy concretas". El objetivo no era otro que dinamitar aquello que "representaba una amenaza al nuevo modelo de feminidad". El franquismo, subrayó la activista, "reprimió cualquier transgresión de los mandatos patriarcales, por tímida que fuera".
Ocurrió no solo durante los inicios del régimen, sino que la tortura de extendió mucho más allá. "Pienso en 1977, cuando el movimiento feminista se sumó a la exigencia de amnistía para todos los presos políticos, incluyendo a las mujeres a las que se denominaban presas comunes" que no eran otras que "las prostitutas, las que habían abortado, las bolleras". Montero apuesta por rescatar su memoria: "El feminismo logró impugnar esa consideración reduccionista" de presas comunes y les puso el nombre que merecían, el de "presas políticas".
A través de ese impulso, las mujeres feministas han ido "poniendo el cuerpo para romper el pacto de silencio que instauró la Transición". Y lo hicieron, enfatizó Justa Montero, en estrecha fraternidad con el movimiento memorialista. "Para muchas es tarde, pero siempre cabe la esperanza".
El terror del Patronato
Al inicio de su intervención, Consuelo García del Cid lanzó una advertencia: su relato no es ficción. "Puede parecer pura psicodelia, pero no estoy contando un cuento. Yo lo viví". Así introduce la historia del Patronato, una institución presidida por Carmen Polo que desde 1941 y hasta 1985 tenía el propósito de "velar por la mujer caída o en riesgo de caer". Es decir, en palabras de la investigadora y escritora, "ser pobre, huérfana, llevar minifalda, fumar por la calle o darte un morreo en la última fila del cine". O cualquier tipo de "actitud" que se saliera de la norma. Eran las llamadas guardianas de la moral quienes, a través de una oposición que solo requería "ser afines al régimen y tener una moral intachable", se encargaban de determinar quién entraba en los centros.
Las víctimas, menores de edad, eran detenidas y arrastradas a lo que se dio en llamar Centro de Observación y Clasificación (COC). Allí eran sometidas a un examen ginecológico que determinaría su virginidad. Si la niña era virgen, constaba como "completa". De lo contrario, figuraría como "incompleta". A partir de ese momento, eran internadas en "reformatorios auspiciados por el Patronato" y trasladadas a "talleres de trabajo donde se explotaba laboralmente", algo así como una suerte de "sistema penitenciario oculto" que llegó a conformar una red de "casi 900 reformatorios sin que nadie hiciera absolutamente nada hasta 1985". Las chicas homosexuales, señaló la investigadora, eran especialmente castigadas e internadas en un psiquiátrico donde "experimentaban con ellas". También las chicas embarazadas sufrieron con especial crudeza las palizas y torturas. "Nosotras no tenemos muertas en las cunetas, nadie vino a pegarnos un tiro en la nuca. Tenemos suicidas. Suicidas que se tiraron por la ventana, porque no podían soportar el régimen de los reformatorios".
A Consuelo García Del Cid fueron a buscarla muy temprano, en su Barcelona natal y como consecuencia de su carácter subversivo al régimen. Fue gracias a la colaboración de su propia madre y su médico de cabecera del Opus Dei. "No pude reaccionar. Encendieron la luz, me pusieron lo que dijeron que era la vacuna de la gripe y no recuerdo nada más. Desperté en una habitación desconocida, cerrada con llave, con una maleta a los pies y una ventana donde veía pasar coches con la matrícula de Madrid". En 1976 consiguió escapar del infierno e hizo una promesa a sus compañeras: "Seré escritora y aunque pasen cuarenta años, el país entero se va a enterar de lo que nos han hecho". Ha costado, todavía cuesta, pero puede presumir de dar por cumplida su promesa. "Nadie ha hecho nada por nosotras. El Patronato no existió, se ha ocultado: es un agujero negro de la memoria, una Gestapo a la española contra las mujeres".
"Resistimos organizándonos": feminismo y lucha sindical
Nati Camacho reconoce no ser muy amiga de la nostalgia. "Memoria toda, nostalgia solamente la justa". Pero a veces se permite el capricho: "Necesito un poco de nostalgia también para recordar a las feministas y sindicalistas que nos han precedido". Camacho, dirigente histórica de Comisiones Obreras en la clandestinidad, sabe bien que en su historia está la de otras muchas.
En 1973, embarazada de tres meses, fue detenida. "No se me ocurrió comentar mi embarazo: no quería que pensaran que podía ser más vulnerable", ha reconocido. "Salí con una multa que cumplí en el psiquiátrico de Carabanchel", completó. No fue la última vez. En mayo de aquel mismo año, a punto de dar a luz, volvieron a detenerla. Fue entonces cuando llegó a la cárcel de madres, también en la conocida prisión madrileña. "No puedo contar esto muy a menudo porque todavía me emociono. No sé cómo pudimos avanzar 29 mujeres y 15 niños en un interior sin luz natural, saliendo al patio una hora al día". Gracias a los desmanes del calendario biológico, su hijo nació fuera de los muros de la prisión. Se libró solo por diez días.
"Las mujeres resistíamos organizándonos, reivindicando y haciendo huelgas. Pensaban que íbamos a ser mano de obra fácil, pero nunca lo fuimos. Ese fue nuestro éxito". Camacho ha recuperado la genealogía de la lucha sindical protagonizada por mujeres, precisamente cuando más difícil era que se movilizaran por sus derechos. "Ganamos porque el feminismo nos vino a ver", sentenció al término de su intervención, sin soltar la mano de su compañera Justa Montero, "porque fuimos capaces de enlazar la lucha sindical con las reivindicaciones feministas".
Fuente → infolibre.es
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