Apóstoles y asesinos
Apóstoles y asesinos 
Concha Catalán

 

Apóstoles y asesinos, por Antonio Soler (Galaxia Gutenberg, 2016) es un libro imprescindible para conocer la relación entre algunos de los personajes destacados en la lucha social en Catalunya desde inicios del siglo XX hasta 1923. Ayuda a entender la gestación de la conciencia de clase y el anarcosindicalismo y, en consecuencia, la reacción de rechazo y resistencia popular al golpe de estado de 1936 que originó la Guerra Civil.

El relato lleva el subtítulo de Vida, fulgor y muerte del Noi del Sucre y se articula entorno a Salvador Seguí, desde cuyo asesinato se han cumplido 100 años este 10 de marzo. Como nota de actualidad, el Ministerio de Defensa ha prohibido a un sindicato homenajearle en La Mola de Menorca. [Lean la noticia aquí]

Cada capítulo de Apóstoles y asesinos versa sobre un personaje, concepto o espacio. La lectura es amena. Tiene la virtud de estar muy bien documentado sin ser denso.

Narra la amistad entre tres hombres muy distintos, unidos por su deseo de mejorar la justicia social y las míseras condiciones de los obreros de la Barcelona de inicios del siglo XX: Salvador Seguí –el Noi del sucre–, Francesc Layret y Lluís Companys.

Salvador Seguí, el protagonista, de profesión pintor, con personalidad arrolladora, carismático, lector de Nietzsche, fue un incansable trabajador, capaz de ejercer su oratoria durante siete horas en la plaza de las Arenas para conseguir el apoyo de la mayoría a la estrategia de actuación que él propone para la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

Francesc Layret fue el primogénito de una familia burguesa, graduado en Filosofía y Derecho, animal político, inspirador, idealista, promotor de ateneos para la educación de los obreros, crecido intelectualmente muy por encima de sus muletas, indispensable en el desarrollo de los acontecimientos históricos.

Lluís Companys fue hijo de campesinos ricos, abogado y acérrimo defensor de los obreros en los tribunales. Se le apodaba en esa época «el pajarito», alegre, mujeriego, romántico. Se lo describe en la época en que definió sus ideas políticas y el catalanismo que marcaron su vida y lo llevaron más tarde a convertirse en Presidente de la Generalitat y a ser fusilado en 1940.

Junto a ellos, descubrimos a otros muchos personajes, como el preclaro Ángel Pestaña: niño vagabundo, más tarde minero y lector. Participa en la Tercera Internacional de Moscú con un discurso de diez minutos en que desautoriza al Partido Comunista ruso y le quita el protagonismo de la revolución [leer más aquí]. A continuación Trotski lo rebate durante 45 minutos y Lenin, a quien evalúa como «autoritario, absorbente», lo convoca a una entrevista privada.

Mientras Seguí, Layret y Companys, a riesgo de su vida, se posicionan en contra de la violencia para defender la lucha social, la violencia y el pistolerismo crecen imparables a su alrededor.

En noviembre de 1920, con Companys arrestado, asesinan a Francesc Layret –que iba a encargarse de su defensa– mientras Companys y Seguí viajan desterrados en barco a La Mola de Menorca junto a 35 presos sindicalistas más (Lean aquí la noticia original). Companys abandona Menorca al ser elegido diputado por Sabadell en diciembre de 1920. Seguí permanece allí un año antes de ser trasladado a la cárcel Modelo. Allí, Seguí madura sus ideas políticas. En sus palabras (citado por Soler):

La política patrocinada por la Lliga ha pretendido, y en parte logrado, dar a entender a toda España que en Cataluña no existe otro problema que el suyo: el regionalista. Esto es una falsedad; en Cataluña, después del problema social, que no es catalán, sino universal, existe el problema que tienen planteado otros pueblos de Europa. El problema de libertad y descentralización administrativa, que todos los hombres liberales del mundo aceptamos.

Que se dé a Cataluña la autonomía, que se dé, si se quiere, la independencia, pero ¿sabéis quiénes serían los primeros en no aceptarla? Nosotros no; de ninguna manera. Procuraríamos entendernos como fuese con la burguesía catalana. Los primeros en no aceptar la independencia de Cataluña serían los mercaderes de la Lliga Regionalista. La misma burguesía catalana que está dentro de la Lliga sería la que no la aceptaría de ninguna manera. 

Apóstoles y asesinos, p. 341

Junto a la violencia obrera, leemos respecto a la violencia de cuello blanco, promovida por la siempre ambiciosa patronal y por el propio gobierno que demasiado a menudo ejecuta sus deseos. Hay honrosas excepciones, como el ministro de Gobernación Burgos y Mazo (1919), que (citado por Soler) dejó escrito en sus memorias:

Hay que decirlo con toda claridad, sin temor alguno, como debido tributo a la verdad: la clase patronal y otros elementos directivos de Barcelona son los principales culpables de ese estado social que allí existe hoy, sin que osemos defender tampoco la absoluta inocencia de los Gobiernos.

Apóstoles y asesinos, p. 200

El libro transmite cómo se libraba una guerra a muerte entre la patronal y la CNT, y cómo esta se saldó con centenares de muertes de cenetistas, especialmente tras la huelga de la Canadiense en 1917, gracias a la que se consiguió por primera vez la jornada laboral de ocho horas.

Se explica también la creación del Sindicato Libre en el Ateneo Obrero en 1919, nacido de la oposición al anarcosindicalismo. Algunos de sus miembros se convertirán en pistoleros a sueldo.

El relato de Antonio Soler nos presenta también algunos de esos individuos siniestros empleados por el Gobierno durante las dos primeras décadas convulsas del s.XX. Entre ellos, el ex-policía Bravo Portillo, colocado por Milans del Bosch, inicialmente para procurar «escolta segura a los miembros de la patronal y también localizar y facilitar la detención de militantes de la CNT». En realidad, lideró hasta su muerte en 1919 la temible Banda de los sesenta, exponente del pistolerismo, con el apoyo de los somatenes.

La Federación Patronal sufragaba el mantenimiento de la banda con la fortuna de 30.000 pesetas mensuales. Además puso a disposición de Portillo unas oficinas en el número 71 de la calle Septembrina.

Apóstoles y asesinos, p. 174

Bravo Portillo fue también quien encargó a Lasarte Pessino la elaboración de un tristemente útil fichero nominal para represaliar a miembros de la CNT. Tomó su lugar el carnicero africanista Martínez Anido (más tarde Ministro de Gobernación bajo Franco durante la Guerra Civil) y su secuaz Miguel Arlegui Bayonés. Ambos fueron artífices del asesinato de Seguí.

La Ley de fugas –ejecución extrajudicial o paralegal, que consiste en simular la evasión de un detenido– favoreció el asesinato de más de 500 sindicalistas. Se había utilizado ocasionalmente en el siglo XIX y por primera vez se usó en Barcelona en 1920, según señala Francisco Romero Salvadó. Su aplicación se generalizó a partir de enero de 1921, después de que el jefe de policía Miguel Arlegui promoviera este procedimiento y tras la autorización aprobada por el gobierno de Eduardo Dato en 1921. Dato fue asesinado por anarquistas en Madrid ese mismo año, y la ley continuaría utilizándose durante el franquismo.

No se puede obviar el papel de los industriales catalanes (entre ellos la Patronal y dirigentes de la Lliga como Francesc Cambó) en la situación de Barcelona después de 1919. Junto con la cúpula militar de Barcelona (especialmente Martinez Anido) forzaron la dimisión de dos gobiernos españoles en 1919: el gobierno de Romanones en abril de 1919 y el gobierno de Sanchez de Toca en diciembre de 1919, ambos opuestos al nivel de represión.

Durante gran parte del periodo comprendido entre 1919 y 1923 los gobiernos de Madrid tuvieron poco control sobre la politica de Barcelona: en efecto, Milans del Bosch convirtió a Catalunya en una entidad separada, gobernada por un regimen militar de facto que podría considerarse precusor del que impuso Primo de Rivera. El apoyo de los industriales sería también fundamental para el golpe de Primo en septiembre de 1923, que puso fin al sistema parlamentario de la Restauración.

El relato de Soler, mucho más que una biografía del Noi del sucre, es una lectura altamente recomendable que a veces asusta por sus paralelismos con la realidad española actual y la suciedad de las cloacas del estado, sin llegar a la extrema violencia de entonces.

FOTOS: Salvador Seguí, el Noi del sucre, dominio público (izq); Severiano Martínez Anido, dominio público (dcha).


Fuente → ihr.world 

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