Acabar con los privilegios de la Iglesia
Acabar con los privilegios de la Iglesia 
 
Separación efectiva de Iglesia y Estado, devolución de los bienes públicos hurtados 
 
Los privilegios de la Iglesia están unidos a los del régimen del 78, y a los de la misma Casa Real, poderes de hecho heredados de la dictadura. El régimen de Franco estableció un sistema político de confesionalidad católica, que se pactó con el Vaticano a partir de las buenas relaciones establecidas entre los generales fascistas en el poder y la Iglesia, que colaboró de todas las formas posibles con ellos, encargándose de dar a la guerra civil y a la represión de la dictadura un matiz religioso conocido con la expresión de la “Cruzada española”. Cruzada que cristalizó más tarde en diversos acuerdos de la dictadura y el Vaticano desde el mismo año 1941 acerca de la cuestión religiosa. 
 
De forma que desde 1941 se establecieron las bases de la catolicidad franquista, comenzando con el Acuerdo por el que recupera el Art.1 del viejo Concordato de 1851, luego con el art.6 del Fuero de los Españoles de 1945, y que culminó en 1957 con la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado y el previo Concordato de 1953. 
 
Acuerdos entre Estados, considerados como tratados internacionales, que están por encima de la legislación nacional. Años después, en la Ley Fundamental del Reino de 1958, la dictadura de la religión vaticanista procede a invadir todos y cada uno de los segmentos de la legislación española de la época, lo que vino a llamarse “nacionalcatolicismo”, también conocido por la jerarquía eclesiástica como los “sagrados derechos de la Iglesia”. 
 
El régimen monárquico español, impuesto por mor del consenso contra el derecho del pueblo (de los pueblos que componen la nación de naciones) a decidir sobre la forma de Estado y Gobierno, es un sistema político construido de arriba abajo (desde el poder y para el poder), basado parcialmente en la Ley general de la Constitución de 78. Como sucede con otros asuntos de Estado, los Acuerdos del Estado español y el Vaticano (“Santa Sede”) están por encima de todo. 
 
Los Acuerdos conocidos como “Concordatos”, establecidos entre la Iglesia y el Estado español en diferentes momentos históricos, y los establecidos en el periodo de crisis y descomposición de la dictadura (de 1976 y 1979) son la clave; de forma que los Concordatos prevalecen sobre cualquier otra legislación. Todos los privilegios que la Iglesia recibe lo son por la colaboración que mantuvo con la dictadura, se han mantenido en el periodo posterior, e incluso se han ampliado con la monarquía y su Constitución. La Iglesia es dueña de una buena parte de la educación que se financia con recursos públicos que superan los 5.000 millones de euros. La religión vaticana se prolonga como imposición contra el derecho al laicismo en la escuela y en la sociedad. El Estado viene obligado al sostenimiento financiero de la Iglesia, con fondos de los Presupuestos Generales del Estado y exenciones fiscales, que superan los 12.000 millones de euros año. También se financia, en capítulo aparte, el mantenimiento del patrimonio religioso y la llamada “obra social” de la Iglesia, así como los establecimientos sanitarios que regenta. Además de esta inmensa financiación pública a actividades privadas religiosas, que suponen una desviación descarada de bienes públicos, la Iglesia está también exenta de la mayoría de los impuestos, y el que paga (como es el caso del IVA) recordemos que fue porque la Unión Europea estableció la obligatoriedad a la Iglesia de dicho impuesto (y compensado por Zapatero subiéndole la asignación vía IRPF). 
 
Bajo el régimen de la monarquía, la Iglesia mantiene una amplia trama de negocios opacos que suponen en su conjunto la existencia de un verdadero e inmenso paraíso fiscal. Sobre todos estos privilegios, que fomentan la desigualdad, se une el hecho de que la Iglesia ha conseguido registrar a su nombre más de cien mil bienes públicos aprovechando el Art. 206 de la Ley Hipotecaria. Los obispos han podido inmatricular, además de templos de culto, miles de inmuebles, solares y fincas…, con su sola certificación, apropiándose de forma ilegítima de buena parte del legado histórico cultural, y todo ello sin aportar al Registro título alguno de propiedad. No es menos grave el intento del Estado de ocultar la responsabilidad de la Iglesia en la guerra y la dictadura con leyes de Memoria que suponen la más absoluta impunidad. El sistema político impuesto, y las relaciones entre las instituciones públicas y entidades privadas se desarrolla de espaldas a la sociedad; un funcionamiento obscuro que genera privilegios y corrupción con el desvío de buena parte de los presupuestos en detrimento de servicios públicos en crisis como la sanidad, la educación… 
 
El Gobierno de coalición, y la mayoría que lo sustenta, tienen la responsabilidad política de acabar con los privilegios que sigue gozando la Iglesia (y sus más de 13.000 asociaciones religiosas), gracias a la colaboración pública/privada, que permite la más amplia privatización y corrupción. Los privilegios y la corrupción también cruzan los pactos históricos del trono y el altar heredados de la dictadura franquista. La unión de la Iglesia y del Estado de los siglos XIX y XX no acabó con la Constitución del 78, ni con la tímida declaración de ésta proclamando el “Estado no confesional”. Existe un debilitamiento del dictado religioso por cierta apostasía social sobre las muchas exigencias doctrinales de la Iglesia, apostasía social que ahora debe elevarse a apostasía de Estado, emancipando al Estado y a toda la sociedad de toda religión impuesta. 
 
Las leyes de Separación Iglesia-Estado se han generalizado históricamente en toda Europa (en Francia desde 1905), suponiendo la aconfesionalidad del Estado y la libertad de conciencia y cultos, que condujeron a la educación laica, a la disolución de las órdenes monásticas y la expropiación de bienes eclesiásticos. 
 
Acabar con la unidad medieval impuesta de Estado e Iglesia representa una profunda aspiración democrática de la mayoría de nuestra sociedad, que sin duda supondría un cambio político fundamental. La mayoría de representantes en las Cortes Generales se han comprometido reiteradamente, en sus respectivos programas electorales, con acabar con el robo masivo practicado por la Iglesia de bienes públicos, comenzando por dar a conocer de forma oficial la relación completa de dichos bienes. Compromisos políticos que han sido completamente incumplidos, como otros muchos en todos los ámbitos. Pero dicha exigencia sólo se puede inscribir como parte integrante del necesario programa de cambio político y social. Respondiendo positivamente a la exigencia democrática de un referéndum que permita al pueblo decidir sobre los principales asuntos de Estado y gobierno. 
 
La demanda democrática de la efectiva separación de la Iglesia y el Estado, y el respeto a la libertad de conciencia y de cultos solo se puede hacer efectiva con la ruptura de las imposiciones de todo tipo que contienen los Concordatos con el Vaticano, fuente inagotable de privilegios millonarios para la Iglesia. Y también con la derogación de toda la legislación española que fomenta la desigualdad y los privilegios en provecho de grupos de presión y fondos buitre que amenazan con barrer todas las conquistas sociales. La democracia y el mantenimiento de las conquistas sociales, como es el caso en nuestros días de la sanidad pública, exige acabar con todo presupuesto de Estado para el culto y el clero, emancipando a la escuela y a toda la sociedad de las imposiciones religiosas. La soberanía de las Cortes Generales, en representación de la soberanía popular, es decir, la República que nuestra sociedad demanda, exige su independencia de la Iglesia y de toda doctrina religiosa.
 

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