Una nueva primavera: soberanía y república
Una nueva primavera: soberanía y república
Ivan Montemayor 

 

Este artículo, aportado por el instituto Soberanías , forma parte del monográfico “La Primera República, la utopía de 1873”, elaborado conjuntamente por las revistas Realidad, Debates para el Mañana, Soberanías, Revista la U, Viento Sur, CTXT, Nortes, El Salto, Memoria del futuro y Universidad Progresista de Verano de Cataluña (UPEC). Puedes descargar el dossier en PDF en este enlace .

Se cumplen 150 años de la declaración de la I República. El 11 de Febrero, en un contexto con una fuerte memoria democrática, sería un festivo. Un día para recordar con orgullo. Una República que tuvo aunque fuera brevemente dos presidentes catalanes: Estanislau Figueres y Francesc Pi i Margall. De hecho, durante este período se dio una situación que tampoco se ha vuelto a repetir, 32 de 49 [1] Gobernadores civiles eran catalanes.

La huida de Isabel II, entre acusaciones de corrupción, fue una oportunidad para que generales liberales-progresistas como Juan Prim trajeran una nueva dinastía. Amadeo de Saboya, perteneciente a la estirpe que había unificado Italia en un solo estado con la ayuda de distintas fuerzas políticas, fue el escogido. Pero la falta de apoyos tras el asesinato de Prim, ocurrido dos años antes el estallido de la tercera guerra carlista y las conspiraciones cortesanas en la capital hacen que un asustado Amadeo I decida renunciar ese día de Febrero a ser monarca de España . Fue, en los irónicos términos de Engels, el primer rey huelguista.

El pensamiento pi-i-margalliano ha sido muchas veces reivindicado por el movimiento libertario catalán, al defender el principio de la soberanía individual como punto de partida de la organización social y el pacto ( foeudus ) como método no autoritario para crear vínculos políticos.

” Entre la monarquía y la república, optaré por la república; entre la república unitaria y la federativa, optaré por la federativa; entre la federativa por provincias o por categorías sociales, optaré por la de categorías. Puesto que no pueda prescindir del sistema de votaciones, universalizaré el sufragio; puesto que no pueda prescindir de magistraturas supremas, las declararé cuando quepa revocables. Dividiré y subdividiré el poder, le movilizaré y le iré seguro destruyendo” [2]

Si esa era la cosmovisión del presidente Pi i Margall, no es de extrañar que fuera referente de una anarquista como Frederica Montseny. Una Federica que a pesar de mantener en el plano teórico un riguroso anarquismo, llegaría a ser Ministra de la II República, en plena guerra civil.

Pero aquella es otra historia, volvemos a 1873. En mitad de una grave crisis, era el momento de intentar establecer un nuevo proyecto, un proyecto que por primera vez tenía la soberanía como clave de vuelta. Este proyecto podríamos desgranarlo en tres aspectos, que fueron elementales en las disputas de ese momento de lucha democrática y que perduran hasta nuestros días: la cuestión de la forma de estado, la cuestión nacional y la cuestión social.

La forma de estado había llegado a ser por primera vez la república democrática. Pese a que la historiografía oficial del nacionalismo español vincule la estabilidad de la monarquía con momentos de prosperidad, el pasado nos muestra cómo los momentos de democratización se ven ligados con la recurrente crisis de esta vetusta institución. Quizás nunca se debe minusvalorar la capacidad de los monarcas, y en especial de la estirpe de los Borbones, para autodestruir su posición y equivocarse con decisiones impopulares y protagonizar escándalos de todo tipo.

Valiéndonos de un paralelismo anacrónico pero que ilustra situaciones similares a las que tuvieron que enfrentarse los republicanos en 1873, si nos fijamos en el actual rey, Felipe VI, parece evidente su falta de virtudes como la imparcialidad y la ejemplaridad. No sólo por el discurso del 3 de Octubre de 2017, con una intervención orientada a la aplicación del artículo 155 y sin referencia alguna a la violencia policial, sino por el subtexto de su último discurso de la Navidad.

Entre palabras vacías y loas a la OTAN ya la Unión Europea, Felipe usó una expresión llamativa: hizo un llamamiento a cuidarse de la “erosión de las Instituciones”. ¿A qué se refería? En plena guerra de posiciones por el control del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, el rey hizo suya la expresión de Carlos Lesmes, expresidente del Poder Judicial. Lesmes dimitió, y en su discurso de despedida disparó a todo ya pie contra el independentismo, contra el ala izquierda del gobierno de coalición y contra el sistema político en general. Felipe VI, por tanto, se alinea con Lesmes, de nuevo. La Corona y las togas, unidas en su lucha por la defensa del Estado, negando cualquier intento de cambio. El rey es el máximo comandante de los generales de la guerra jurídica, pero incluso las montañas más altas pueden acabar deshechas por el efecto de la erosión.

La crisis territorial es una crisis de régimen. El rechazo al centralismo oligárquico dio fuerza al republicanismo federal y también al movimiento radical del cantonalismo, y estamos bastante lejos de haber puesto un punto y final a la disputa contra el centralismo. Si después de una década de proceso catalán, el estado de las autonomías ha quedado cuestionado, el andaluzismo, el galleguismo, el crecimiento de la izquierda abertzale al tiempo que Compromís y Més se consolidan en la Comunidad Valenciana y en Mallorca son la prueba que el modelo centralista sigue cuestionado. Un Madrid ahogado en neoliberalismo salvaje y una españa despejada con graves problemas como la despoblación y la falta de recursos públicos acaban de dibujar un estado que, como hace 150 años, está sentado sobre un polvorín.

Finalmente, nos equivocaríamos de desligar la forma de la república federal de la sustancia que debía llenarla, el socialismo. Como decía Engels, “Pi era, de todos los republicanos oficiales, el único socialista, el único que comprendía la necesidad de que la República se apoyara en los obreros” [3].

Las constantes e inevitables crisis económicas del sistema capitalista y la explotación de la clase trabajadora inseparable de su funcionamiento son la chispa de los cambios políticos. La lucha de clases es el motor de la historia y sobrevive a sus ingenuos enterradores.

El desarrollo del capitalismo industrial y la desolación del mundo agrario ibérico llevaron a insurrecciones, huelgas y revueltas populares para acabar con la desigualdad social y vivir una vida digna. El socialismo de la I República, seguramente insuficiente por las demandas de los trabajadores y de la Internacional, proyectó la necesidad de una reforma agraria para redistribuir la propiedad entre los campesinos, limitar las horas de la jornada laboral, establecer un sistema de enseñanza público y fijar un mínimo en los salarios de los trabajadores de las industrias.

Mientras el fantasma de la inflación y la guerra recorre Europa y muchos países del globo experimentan la carestía de alimentos, la miseria y reciben una violenta represión cuando llegan a las puertas de un mundo occidental convertido en fortaleza, el cambio climático avanza entre la pasividad y la indiferencia de las grandes potencias. Sequía y saqueo.

Podemos aprender de la frustrada república federal la necesidad de aplicar medidas de emergencia en un contexto difícil, como en la actualidad serían la regulación del sector de la vivienda para luchar contra la especulación que empobrece a la clase trabajadora, convirtiendo el derecho a la vivienda en un negocio infame; el establecimiento de una Renta Básica Universal que nos acerque al derecho a la existencia, nacionalización de la energía y del agua o la limitación de la jornada laboral hasta 32 horas.

La I República fue un período que no ha caído en el olvido por casualidad. Sin entender el hilo rojo que va de Pi i Margall hasta Lluis Companys, no podemos ser conscientes de las continuidades de luchas que atraviesan nuestra historia. Fue el primer intento de experimentar una aproximación hacia la soberanía popular, en un momento en el que la Comuna de París acababa de ser reprimida. El catalanismo, como ideología articulada en el libro Lo Catalanismo, del federalista Valentí Almirall nació de una revolución republicana frustrada.

Volver la vista atrás 150 años atrás no es fruto de un deseo de volver a casa, de una pulsión nostálgica. La nostalgia sin duda es reaccionaria. Es querer volver a una Ítaca (o una Icaria, en función de las simpatías de cada uno) fantasmagórica, que cuanto más lejos está más fuerte se añora. Nuestra tradición, el hilo rojo de las luchas por la emancipación, está teñida por el color de una fuerte melancolía, como explica Enzo Traverso [4], ya que hemos sufrido muchas dolorosas pérdidas. Pero podemos rescatar el pasado sin perdernos en sentimientos de tristeza. Podemos ver cómo se han dado los grandes avances sociales en cada lucha, en cada derrota, en cada resurrección del sentimiento revolucionario, en las ganas de volver a intentarlo, de no renunciar nunca a todo el pan ya todas las rosas que nos faltan. Dentro de la memoria habita la promesa de una nueva victoria. 

Notas

[1] Así lo asegura Hennessy citando a Manuel Pugès (Como triunfó el proteccionismo en España, 1931) que a la vez cita el diario El Eco de España. Ver Hennessy, CAM (1967). La república federal en España: Pí y Margall y el movimiento republicano federal 1868-1874 . Aguilar: 206.

[2] Pi i Margall F. (1877). Las nacionalidades.

[3] Engels, F. (1873). Los bakuninistas en acción (Vol. 630). NoBooks Editorial.2011. [4] Traverso, E. (2019) Melancolía de izquierdas. Después de las utopías. Galaxía Gutenberg: Barcelona.


Fuente → realitat.cat

banner distribuidora