En verano de 1936, en la Guerra Civil, antes de la caída de
Irun, el Gobierno Vasco había establecido, alrededor de los luego
llamados Servicios Vascos de Información y Propaganda, un sistema de
comunicación y de información a los dos lados de la muga, con sede en la
famosa Villa Mimosas de Baiona, comandado por el irunés Pepe Mitxelena.
Casi un año más tarde, tras la rendición de Santoña, y el apresamiento
de algunos de los dirigentes del PNV y cargos del Gobierno Vasco, desde
la misma cárcel del Dueso, Juan Ajuriaguerra, el presidente del Bizkai
Buru Batzar, organizó un sistema de comunicación con el exterior y de
encuadramiento de los gudaris excarcelados. A tal organización se le
llamó Euzko Naya. Ambas redes confluyeron, mediante la reorganización de
los servicios, que reclutaron a gente nacionalista eximida de la
represión, como, ente otros, Luis Alava, de Gasteiz, y Modesto Urbiola,
de Tierra Estella.
En casi todos los pueblos de Euskal Herria hubo gente que pasó
información a Villa Mimosas, la cual era reproducida en el Boletín
adherido a la revista de la Delegación de París, Euzko Deya, en el
periodo 1937-1940. Para ese cometido, en la frontera de los Estados
francés y español, existían diversas rutas de entrada y de salida de
gente, en las que destacaron los baztaneses nacionalistas Timoteo Plaza y
Agustín Ariztia.
¿Cuál fue la función de estas redes? La principal de ellas fue
la comunicación, en varios planos: comunicación del interior de las
cárceles con el exterior y viceversa; de un lado a otro de la frontera;
el traslado de información sobre la situación del franquismo que actuaba
en las dos direcciones -informando también al interior de lo que estaba
ocurriendo en las cuatro provincias, en el estado y en el ámbito
internacional; e informando al Servicio Secreto francés de las
posiciones y maniobras militares franquista-alemanas.
Por último, informar a la prensa internacional de la represión
franquista y de las paupérrimas condiciones de vida, del hambre
posterior a la guerra civil. La red servía también para que los
perseguidos pudieran acceder al otro lado de la muga. Disponía de
infiltrados en la Iglesia y en las propias comandancias. De esta manera,
se enviaron al exterior cientos de expedientes de gudaris y milicianos
condenados a muerte, en los que constaba que no tenían delitos de
sangre. Así se salvaron muchas vidas. A todo esto se le vino a llamar
“la resistencia vasca”. Que, pese a las caídas, como la de la Red Alava
en 1941 (por la cual fue fusilado Luis Alava y encarcelados decenas de
personas), siguió funcionando, de diferentes formas, hasta el fin del
franquismo. El Boletín de los Servicios se convirtió en referencia de
información fidedigna para la población vasca bajo el régimen, además de
pulsar el ánimo de esta.
Cientos de personas colaboraron en esta labor. De tal manera que
en 1947, la organización de Resistencia del interior, convocó la
primera huelga del Estado español contra Franco, por la cual miles de
personas fueron encarceladas. La huelga convocada en 1951, todavía más
fuerte, y que abarcó las cuatro provincias, dejó solas a las autoridades
civiles y militares franquistas, como notifica el diario de José de
Arteche. Un informe del Gobierno Español en 1946 señalaba que las únicas
provincias desafectas al régimen eran Gipuzkoa y Bizkaia. Entre las
once dudosas, se encontraban Alava y Navarra.
Esto demuestra que la Resistencia vasca, frente a las mentiras
del régimen, consiguió mantener viva la llama de la memoria histórica y
la lucha por la razón moral en el interior del país y de la Iglesia
vasca reprimida y depurada por el franquismo. Y, por la colaboración
entre Franco y Hitler, enlazó la Guerra Civil con la Guerra Mundial,
manteniendo el ánimo de la población y la esperanza en un cambio
democrático. El lehendakari José Antonio Aguirre marcó el rumbo de la
reconstrucción del país en el Congreso de Eusko Ikaskuntza en Biarritz
(1948) -que, entre otros, prepararon el Padre Barandiarán y Manu de la
Sota- y en el Congreso Mundial Vasco de París (1956), que coincidió con
la primera reunión abierta de Euskaltzaindia, en Arantzazu, después de
la guerra y en la que participó activamente el secretario de
Ajuriaguerra, el lingüista y militante Koldo Mitxelena.
De esta manera, cuando el franquismo fue reconocido por las
potencias democráticas en plena Guerra Fría, nuevas formas de acción se
pusieron en marcha. Ahí destacan Elbira Zipitria, miembro de la
organización nacionalista de mujeres, Emakume Abertzale Batza, y maestra
de andereños, que comenzó en 1943, en domicilios particulares, el
proceso de escolarización en euskera que luego derivaría en el
movimiento de las ikastolas. Este, con la ayuda de la Iglesia surgida
tras el Vaticano II, alcanzaría su desarrollo en la década de los 60,
movilizando a miles de niños vascos en las cuatro provincias.
Durante los cincuenta surgieron revistas vascas como Egan o
Jakin. Desde Sara, el Padre Barandiaran desarrollaría los Estudios
Vascos a un nivel muy superior al que ocurría bajo la ocupación
franquista. Y desde Arrasate, apelando al espíritu de Euzko Pizkundea de
la preguerra, José María Arizmendiarrieta, crearía y daría impulso al
Movimiento Cooperativo. Todo el conjunto de estos esfuerzos podría ser
calificado como el de un verdadero auzolan comunitario, en el que
participaron nacionalistas, republicanos de diverso tipo y gente del
propio régimen. Fue algo en parte institucional y en parte popular, cuya
combinación promovió el gran renacimiento de lo vasco a fines de los 60
tanto en el ámbito de lo literario como de la canción vasca. Tras la
muerte de Aguirre (1960), el lehendakari Jesús María Leizaola recogería
su antorcha y convocó una serie de Aberri Egunas en Gernika (1964),
Bergara (1965), San Sebastián (1967) y Pamplona (1968), a los que, al
reclamo de la memoria viva, acudieron decenas de miles de vascos.
¿Y ETA? Lo que sabemos es que no creó y luego participó muy
tarde en este movimiento civil. Hasta fines de los 60, la policía
franquista confundía ETA con la dinámica de las juventudes del PNV,
Euzko Gaztedi, que practicaron el activismo desde los años cincuenta,
encuadrando a cientos de jóvenes. José Luis Alvárez Enperantza,
Txillardegi, oyó a Julen Madariaga una frase que decía, “la liberación
de Euskadi pasa por la destrucción del PNV”. ETA tuvo, al principio, una
rivalidad generacional respecto al PNV y el Gobierno Vasco, y tras su
Asamblea de 1967-1968 asumió un marxismo-leninismo que rompía con los
principios democráticos y cristianos del nacionalismo y del conjunto de
la sociedad. En septiembre de 1969, ETA denunció “el carácter apolítico
de las ikastolas”. Al contrario de lo que dice Iñaki Egaña (Gara,
28-1-2023, El Kaiku del Gudari) los simpatizantes de ETA (y no su
“frente cultural”, convertido en partido, HASI) no participaron en el
movimiento de ikastolas hasta bastante tarde, como la propia
organización reconoció en 1974, mencionando, “nuestra total ausencia del
grave conflicto interno de las ikastolas”.
Frente al paradigma del auzolan, que puso su énfasis en
iniciativas que construyeron los instrumentos para la recuperación de la
lengua, la cultura y la economía vasca, ETA se invistió bajo el
paradigma de la Matxinada, o insurrección armada. Egaña mezcla la ETA de
1958 (cuando no mataba y no era marxista) la de 1969 (cuando el
franquismo estaba en plena represión) o la de 1977-1979 (cuando se
estaba construyendo el sistema democrático). ETA llevó esta dinámica de
confrontación no sólo frente al régimen sino a lo largo de los ámbitos
de la sociedad vasca en los que intervino. Desde muy pronto, ETA sometió
a los nacionalistas a la extorsión del impuesto revolucionario (a Ramón
de la Sota y a Jokin Intxausti, que se negaron a pagarlo) e incluso al
secuestro y al asesinato, como en el caso de Ángel Berazadi (1976).
Si bien durante el franquismo, gracias a la aureola del Consejo
de Burgos (1971), los militantes de ETA se consideraron héroes, a partir
de 1977-1979, se convirtieron en villanos. ETA estuvo ausente de la
entrega de poderes del lehendakari Zaharra Leizaola al nuevo lehendakari
electo Carlos Garaikoetxea en 1979. ETA siguió, durante decenas de
años, el camino de la Matxinada destructiva. Continuó asesinando en
nombre de los vascos y en contra de la voluntad de la sociedad vasca, a
gente indefensa como niños, ancianos, mujeres embarazadas o concejales
como Gregorio Ordoñez o Miguel Ángel Blanco, desoyendo, en todos los
casos, el clamor popular de que cesara las armas. Sin logros positivos,
después del asesinato por parte de ETA de 850 personas, con cada vez
menos apoyo de su propia gente, con la hostilidad de la sociedad vasca,
por razones de puro pragmatismo, sus valedores políticos tuvieron que
avenirse al cese y la disolución de ETA. Y jugaron, con Madrid, el mismo
juego democrático que habían combatido a lo largo de su historia.
Mientras la sociedad vasca florecía de las raíces de la reconstrucción
que comenzó en 1936.
Fuente → noticiasdegipuzkoa.eus
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