La Primera República: algunas lecciones de clase
La Primera República: algunas lecciones de clase
Juan Manuel Rodríguez 

 

Este artículo, aportado por la Realidad , forma parte del monográfico “La Primera República, la utopía de 1873”, elaborado conjuntamente por las revistas Realidad, Debates para el Mañana, Soberanías, Revista la U, Viento Sur, CTXT, Nortes, El Salto, Memoria del futuro y Universidad Progresista de Verano de Cataluña (UPEC). Puedes descargar el dossier en PDF en este enlace .

El sábado hará 150 años que España vivió su primera experiencia republicana. Esta efeméride nos debe servir, más que para realizar actos memorialísticos sin ningún impacto sobre el presente, para extraer lecciones que nos sirvan para enriquecer el debate y la reflexión, para alimentar la teoría y la praxis de la lucha del presente, y nos ayude a trazar una estrategia lo suficientemente sólida como para construir un futuro republicano, cuyos fundamentos nos permitan hacer de la próxima experiencia republicana la definitiva. Precisamente, las dos repúblicas que ha vivido la historia de España nos ayudan a extraer conclusiones sobre cuáles fueron las claves que impidieron que aquellos procesos democratizadores no fueran irreversibles y, al menos, que la monarquía como cúspide del poder oligárquico español no continuara dirigiendo el estado nacional español.

Desde hace un tiempo se repite como un mantra que fue una República sin republicanos. Fue la primera República sin republicanos, al igual que el reinado de Juan Carlos I de Borbón fue la primera monarquía sin monárquicos. Ironías aparte, lo cierto es que tanto en la I República había republicanos, como en la Segunda Restauración había monárquicos. Más allá de mantras e ironías, las crisis orgánicas que condujeron a las dos experiencias republicanas, así como sus aciertos y fracasos nos aportan una serie de lecciones muy valiosas.

El estado nacional español, como el de otros países, no ha sido más que el proyecto de una conjura de intereses de las diferentes fracciones de las clases dominantes, tras aplastar revoluciones e intentos de construir otros modelos, y d barrer todos aquellos elementos de la sociedad que escapaban de la extensión del capitalismo en todo el territorio bajo su soberanía. En el caso de España, podemos afirmar que el proyecto del estado-nación se articula gracias a la alianza entre terratenientes aristócratas, burguesía financiera e industrial, Iglesia católica y ejército, con los borbones como anfitriones y máximo estandarte de sus aspiraciones imperiales y espirituales.

Evidentemente, la construcción de este Estado-nación no fue un proceso pacífico y ha contado con varios intentos de aniquilación de las corrientes políticas contrarias. Intentos de aniquilación que podríamos decir que han sido exitosos, y que van desde la brutal represión contra los afrancesados ​​y posteriormente de los contrarios al absolutismo ya los seguidores de Riego, hasta el exterminio de la base social del republicanismo durante el franquismo. Y no sólo se han vivido episodios concretos, sino que ha sido un largo proceso de represión política y disciplina social para alcanzar el éxito en el desarrollo de su proyecto para conservar e incrementar los privilegios de las clases dominantes.

Como no podía ser de otra forma, un artefacto como el Estado liberal-burgués sienta las bases para que reine la ley de la selva, y se establezca la corrupción como forma de funcionar. Estado y negocios no tienen una barrera clara, sistematizando un sistema confiscatorio por el que, de los tributos e impuestos pagados por las clases subalternas, se incrementan hasta el extremo las fortunas y los patrimonios de los miembros más proactivos de las clases dominantes. La corrupción y la especulación, por ejemplo, en la construcción del ferrocarril, no fue más que un episodio de esta forma tan natural de funcionar del Estado-nación. Y es, precisamente, esta forma tan desvergonzada de operar, sumada a las desigualdades y la miseria que produce el liberalismo, lo que produce la ira del pueblo, y se transforma en uno de los eslabones más débiles de este proyecto de dominación elitista .

La I República vendría, por tanto, como resultado del colapso de este régimen y de la inviabilidad de mantener la monarquía sin la familia Borbón. Tras la abdicación de Amadeu Saboia, el resto de actores monárquicos estaban fuera de juego como consecuencia del derrumbe y la falta de legitimidad de los borbones. Engels lo resumía perfectamente en 1874, a Los Bakuninistas en Acción :

La abdicación de Amadeu había desplazado del Poder y de la posibilidad inmediata de recobrarlo a los monárquicos radicales; los alfonsinos estaban, por el momento, más imposibilidades todavía; los carlistas preferían, como casi siempre, la guerra civil a la lucha electoral. Todos estos partidos se abstuvieron al modo español; en las elecciones sólo tomaron parte los republicanos federales, divididos en dos bandos, y la masa obrera.

La única forma de gobierno viable, por tanto, era la República. Una República que, por otra parte, no tenía unos cimientos suficientemente sólidos. En primer lugar, por la disputa entre aquellos que pensaban la República desde la óptica del Estado-nación, esto significa desde los mismos resortes del sistema representativo burgués, y que por tanto no tenían un proyecto que se sustentara sobre el apoyo obrero y popular, y aquellos que consideraban que la República debía articular un proyecto de emancipación para las clases populares. En segundo término, porque esta base obrera y popular no estaba articulada de forma suficientemente madura, o al menos dominaban aquellos sectores que renegaban de la implicación de la clase obrera en la política. Engels lo definió con precisión en el libro citado anteriormente:

Pi era, de todos los republicanos oficiales, el único socialista, el único que entendía la necesidad de que la República se apoyara en los obreros. Así presentó enseguida un programa de medidas sociales de inmediata ejecución, que no sólo eran directamente ventajosas para los obreros sino que, además, por sus efectos, debían necesariamente empujar a mayores avances y, de este modo, como al menos poner en marcha la revolución social.

Cabe resaltar que en el mismo libro, antes de declarar las virtudes de Pi i Margall y la necesidad de que la República se apoyara en los obreros, Engels señalaba las oportunidades que había abierto esta nueva coyuntura para la intervención política y las posibilidades que se habían dado para que se adelantara en la emancipación de la clase obrera. En tres párrafos resume el escenario que se había abierto con la I República:

Al proclamarse la República, en febrero de 1873, los aliancistas españoles se vieron en un trance muy difícil. España es un país muy atrasado industrialmente y, por tanto, no se puede hablar todavía de una emancipación inmediata y completa de la clase obrera. Antes de eso, España debe pasar por varias etapas previas de desarrollo y sacar de por medio toda una serie de obstáculos.

La República brindaba la ocasión para acortar dentro de lo posible estas etapas y para barrer rápidamente estos obstáculos. Pero esta ocasión sólo podía aprovecharse mediante la intervención política activa de la clase obrera Española.

La masa obrera lo sentía así; a todos lados presionaba para que se interviniera en los acontecimientos, para que se aprovechara la ocasión de actuar, en lugar de dejar en las clases poseedoras el campo libre para la acción y las intrigas, como se había hecho hasta entonces.

Como decíamos antes, en la organización de la clase obrera dominaban las opciones que predicaban el abstencionismo y la no implicación de las organizaciones obreras en la política. El resultado fue, en un primer momento, el apoyo hacia la fracción de la pequeña burguesía republicana más radical, y la inexistencia de una representación obrera en un momento en el que sí existía una organización con fuerza, como la sección española de la AIT, para conseguir representantes en los núcleos con mayor desarrollo fabril. Es ésta, precisamente, una de las lecciones históricas, no sólo en cuanto a la incapacidad directa que tuvieron en el proceso constituyente, sino también en lo que pasaría después con los levantamientos cantolistas y, como consecuencia, el derrumbe de ésta experiencia republicana. El apoliticismo, por tanto, limitó la organización popular y la hizo estéril en su autonomía política, dado que el resultado fue la dependencia de los partidos que representaban a otras clases sociales.

Fruto del papel dominante de estas corrientes, y de la existencia de una corriente federalista “intransigente”, surgió el cantonalismo, con episodios de levantamientos populares en diversas ciudades, siendo Cartagena la más conocida por el tiempo que aguantó como esquina independiente. El cantonalismo presentaba elementos interesantes, en tanto que planteaba una alternativa al modelo centralista del Estado-nación burgués, poniendo en el municipio (la común o la esquina) la base de un nuevo modelo de gobierno del pueblo. Sin embargo, acabó siendo más un movimiento en ciudades aisladas, que un movimiento coordinado con un proyecto global. Así lo explicó Engels:

El federalismo de los intransigentes y de su apéndice bakuninista consistía, precisamente, en dejar que cada ciudad actuara por su cuenta y declaraba esencial, no su cooperación con las demás ciudades, sino su separación de ellas, con lo que cerraba el paso a toda posibilidad de una ofensiva general.

Como en otros episodios históricos revolucionarios, el aislamiento en clave territorial y de clase es siempre uno de los elementos clave que explican la derrota. Este aislamiento se da, en muchas ocasiones, fruto del trabajo de las clases dominantes para anular todo movimiento que promulgue un nuevo orden, pero también, se da por la apuesta por estrategias que no tienen presentes los límites de una acción contraria a una dirección centralizada o coordinada. Unas estrategias que perduran, a día de hoy, y que se han demostrado impotentes, en el mejor de los casos, frente a los grandes poderes económicos y mediáticos, que sí operan de forma centralizada, o que directamente han engordado las filas del transformismo.

En cualquier caso, este episodio de la historia republicana expresa un incipiente proyecto de superación del Estado-nación burgués. En primer lugar, porque planteó una alternativa al modelo centralista y uniformizador, el federalismo como pacto entre iguales. El modelo centralista y uniformizador, más allá de las acrobacias teóricas de algunos grupúsculos, sólo ha servido para mantener un proyecto de país oligárquico, y se ha demostrado disfuncional para articular la convivencia entre las distintas naciones. En segundo lugar, porque en el desarrollo de los hechos y propuestas teóricas que marcaron este momento, se planteó también una alternativa al modelo liberal-burgués de articular el poder político, a partir de un régimen de representación, mediatizado por los recursos de los que disponen las clases dominantes para condicionar los poderes del Estado.

Durante la I República se vislumbró la posibilidad de construir una república democrática que avanzara hacia una república comunal. Para profundizar sobre la República Comunal vale la pena leer el artículo de Joan Tafalla, “¿Qué republicanismo para la emancipación? Engels entre la república comunal y la república democrática” . En este sentido, la propuesta federal de Pi i Margall es también una referencia para pensar y definir cualquier proyecto republicano en el presente, y es la base sobre la que pensar un proyecto confederal. Un proyecto que no sólo debe plantear la convivencia de las diferentes naciones en un pacto entre iguales, sino porque también debe plantear una alternativa en la que el municipio es el pilar de carga de un proyecto de emancipación de las clases subalternas.


Fuente → realitat.cat

banner distribuidora