
La memoria histórica de los saharauis
Ali Salem Iselmu
Llegué en el año 2000 a la ciudad de Madrid acompañando a un grupo de
niños saharauis, fuimos acogidos en Leganés por una asociación de
amigos del pueblo saharaui. Yo hacía de intérprete y de mediador con las
familias de acogida. Yo, al igual que esos niños, fui a Cuba con la
edad de 12 años. Recuerdo la primera vez que me interné en un bosque
tropical, todo era verde y lleno de frutas de diferentes colores que
nunca había visto. Los cubanos siempre nos habían reconocido como
saharauis al igual que otros países. Sabían que el territorio del Sahara
Occidental era una antigua provincia española, un territorio no
autónomo que tenía reconocido el derecho a la autodeterminación. En
Cuba, donde estudiaron muchos niños procedentes de Yemen, Siria, Líbano,
Angola o Sudáfrica, por citar algunos países que tenían convenios de
cooperación en materia educativa. Sin embargo, en el caso de los
saharauis, sabían que hablábamos español al igual que nuestros padres y
abuelos. La educación y la comunicación resultó sencilla. A pesar de la
mediación que hacían los maestros que nos acompañaban en aquellas
escuelas internado.
Cuando llegamos a las universidades cubanas,
nos hacían un examen en lengua y la mayoría de nosotros lo aprobaba. De
esta forma quedábamos exentos de dar clases de castellano. Todo esto me
recuerda mi llegada a Madrid con aquellos niños y niñas que venían de
los campamentos de refugiados saharauis. Llegábamos con un documento de
viaje expedido por las autoridades argelinas y, una vez caducado,
pasábamos a ser apátridas o indocumentados según la Ley de Extranjería.
Mi
caso era muy claro, yo había nacido en el año 1970 en las proximidades
de la ciudad de Dajla en un valle de acacias espinosas llamado Negyir.
Mi padre trabajó en una empresa conocida como Servicio Minero e
Industria, se dedicaba a la búsqueda de agua y minerales en todo el
territorio del Sahara Occidental. En cambio, mi madre aprendía a coser
en la Sección Femenina de la época. El caso de mi abuelo materno era más
llamativo todavía, él era diputado a las Cortes Españolas de la época y
a la vez vicepresidente de la Asamblea del Sahara. Mi abuelo se llama
Baba Uld Hasenna y estuvo en los años sesenta en la sede de la ONU junto
con otros diputados saharauis para demostrar que el Sahara Occidental
tenía un pueblo con una lengua e identidad propia. Cuando decidí
quedarme en Madrid me pidieron el visado de entrada y me dieron una
residencia temporal que no me permitía trabajar. Yo era un argelino para
la administración. En ningún momento se me reconoció mi condición de
saharaui cuyos padres habían trabajado y cotizado a la Seguridad Social.
Después
de un largo trámite y con mi ficha de nacimiento original, me
reconocieron el derecho de recuperar la nacionalidad española que perdí
debido a la ocupación militar de Marruecos al Sahara Occidental. Hoy en
día hay muchos saharauis que se les ha denegado la nacionalidad española
y han pasado a ser apátridas o indocumentados. El caso de mi padre es
sangrante, cotizó varios años y sigue en un limbo jurídico sin
posibilidad de recuperar sus derechos.
La proposición de ley del
grupo Unidas Podemos para la concesión de la nacionalidad española a los
saharauis presentada por el diputado Enrique Santiago es justa y
legitima. Nos recuerda el derecho de un pueblo a vivir libre en su
tierra y disfrutar de su condición de ciudadano en cualquier parte del
mundo.
El Sáhara Occidental debe ser descolonizado según la
legislación de las Naciones Unidas, su pueblo debe ser dueño de su
destino. El reconocimiento de la República Saharaui por muchos países es
una prueba evidente de la lucha por conservar la identidad y
singularidad de un pueblo que han querido eliminar en cada votación.
Los
niños y niñas saharauis que vienen todos los veranos a Europa desde un
campamento de refugiados son la prueba evidente de una ocupación militar
injusta que persiste en el tiempo.
Ningún diputado socialista de
un país democrático podrá justificar su voto en contra de los derechos
humanos de un pueblo. Los saharauis somos humanos y, por ende, merecemos
ser reconocidos al igual que los sefardíes que se les otorgó la
nacionalidad española después de varios siglos. La historia del Sahara
es reciente y la herida demasiado profunda.
Espero que algún día
no muy lejano podamos volver a nuestra tierra, a los lugares de nuestra
infancia sobre la cumbre de estos versos que nacen en la cueva del
diablo, allí en el corazón del Tiris. En busca de la libertad en medio
de la inmensidad, en el Sahara de nuestros abuelos. "Oh, montaña del
diablo".
«Oh, montaña del diablo/ pared oscura/ cubierta de
arena/ entre acacias y dunas,/ te recuerdo hoy y siempre,/ conozco el
viento que te atraviesa/ la huella de aquella gacela/ en el corazón de
un camino».
«El cielo estrellado/ la mirada de la noche/ la luz de una hoguera/ el silencio del alma/ en la montaña del diablo».
«Volveré a ti/ herido de nostalgia/ lleno de lágrimas/ en busca de un instante/ un rayo de luz/ sobre tu cumbre».
«Oh, montaña del diablo/ buscaré tus granos de arena/ en mí interior/ cuando yo te conocí/ absorto en el silencio».
Fuente → naiz.eus
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