Guillermina Medrano. Una maestra republicana y los laberintos del exilio
Guillermina Medrano. Una maestra republicana y los laberintos del exilio  Asociación Manuel Azaña

Agradecemos al profesor José Ignacio Cruz (Universidad de Valencia) que nos permita recuperar este artículo, publicado originalmente en la revista Laberintos, nº 4, de 2005. Allí, en la sección Testimonios, se glosaba la figura de una mujer de alma republicana y cuya labor en el mundo de la Educación fue reconocida en todo el mundo: Guillermina Medrano. Fue la primera mujer en ocupar una concejalía en el Ayuntamiento de Valencia y también se vio obligada a exiliarse del país al acabar la guerra civil. Una importante figura del siglo XX que tenemos el honor de recobrar en este magnífico artículo del profesor Cruz, quien mantuvo una relación personal con Guillermina Medrano a lo largo de más de diez años y de la que pudo recibir sabias enseñanzas.

 

En la primavera de 1998 la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia pensó, con muy buen criterio, dedicar un homenaje a doña Guillermina Medrano. Los organizadores barajaron varios títulos para la convocatoria y finalmente se decidieron por el siguiente: Guillermina Medrano. Experiencia de una maestra republicana[1]. Aunque en la trayectoria de la homenajeada abundaban los méritos, ambas facetas resultaban las más destacadas de su trayectoria. Además, sin ningún género de dudas eran de las que se sentían más orgullosa. Porque Guillermina Medrano fue una maestra excepcional que derrochó buen hacer por todas las aulas -muchas y muy variadas- en donde ejerció el magisterio. Y como complemento inexcusable de su faceta docente, siempre tuvo bien presente la ideología republicana, adoptada muy pronto, antes incluso del advenimiento de la segunda República. Guillermina Medrano fue, siguiendo la trayectoria familiar, una convencida republicana prácticamente desde la cuna. Y por ser consecuente con su ideario tuvo que vivir muchos años en el exilio.

Estudios y formación

Guillermina Medrano Aranda nació en Albacete en 1913, aunque a los pocos meses la familia se trasladó a Valencia en donde se instaló definitivamente. Estudió bachillerato en el Instituto Luis Vives y magisterio en la Normal de Valencia, con el plan profesional implantado por el gobierno de la II República. Asistió a la Universidad cursando la licenciatura de Filosofía y Letras, la cual no pudo finalizar a causa de la guerra civil. Ejerció en varias escuelas públicas y fue directora de la escuela graduada de Liria. Además, la profesora Medrano continuó profundizando y ampliando sus estudios con el médico Gómez Ferrer y en 1933 estuvo becada en la Residencia de Señoritas de Madrid, entidad directamente vinculada a la Institución Libre de Enseñanza[2].

Pero Guillermina Medrano no sólo se distinguió en el ámbito profesional. Persona de firmes convicciones ideológicas, no permaneció al margen de los debates sociales que impregnaban a la España de los años 30. Su ideario progresista y la tradición familiar la llevaron al republicanismo. Afiliada a Izquierda Republicana, fue una de las pioneras en la militancia política femenina. También destacó en este campo y en 1936 se convirtió en la primera mujer concejal que hubo en el Ayuntamiento de Valencia. Durante la guerra civil trabajó en la Alianza Juvenil Antifascista, coordinando desde París la ayuda internacional procedente de organizaciones juveniles de otros países que recibía la República. Cuando finalizó la contienda, Guillermina Medrano y su marido, el abogado Rafael Supervía, formaron parte del ingente grupo de españoles que se vieron forzados a emprender el camino del exilio en los primeros meses de 1939.[3]

El exilio

La situación del matrimonio resultó muy dispar en esos primeros momentos. Guillermina pudo continuar a muy duras penas con su trabajo en París, centrado ahora en la ayuda a los exiliados, mientras su marido fue a parar, como tantos miles de republicanos, a un campo de internamiento en Argelia. La profesora Medrano, mujer de grandes recursos y de muy sólido empuje, realizó cuantas gestiones fueron necesarias hasta que consiguió que ambos se volvieran a reunir en París.

Francia presentaba en esos momentos una situación complicada para muchos exiliados. Y ésta empeoró cuando en septiembre de 1939, seis meses después de finalizada la guerra civil, se inició la segunda guerra mundial. El panorama se ensombreció más aún cuando las tropas alemanas ocuparon victoriosas la mayor parte de Francia, en junio de 1940. Para intentar dar una respuesta a tan peligrosa situación, las autoridades de la República española en el exilio organizaron expediciones para trasladar al mayor número posible de compatriotas a países americanos, alejados todos ellos de los frentes de guerra. La mayoría de los que consiguieron cruzar el Atlántico, algo más de veinte mil, se instaló en México gracias a la acogida generosa del general Lázaro Cárdenas, presidente del país en aquellas fechas. Aunque en mayor o menor número, todas las naciones del nuevo continente acogieron a refugiados españoles.

La República Dominicana

Dentro de las ya de por sí peculiares características del exilio de 1939, el caso de los republicanos que se instalaron en la República Dominicana presentó rasgos especialmente acusados. Esa pequeña república antillana fue, curiosamente, el país americano que después de México acogió en un primer momento a un mayor número de ellos. La primera singularidad del exilio en la República Dominicana provenía del propio modelo de gobierno imperante en ese país. Difícilmente podríamos encontrar en aquellos tiempos en toda América, nación en que imperara un régimen político más opuesto a los ideales de los exiliados. El país estaba gobernado desde 1930 por el general Rafael Leónidas Trujillo Molina, que ejercía un férreo control sobre toda la sociedad dominicana. Pero los republicanos españoles no estaban en situación de elegir. Cualquier puerto del otro lado del Atlántico servía, con tal de dejar atrás la peligrosa Europa. Así, entre noviembre de 1939 y marzo de 1940 llegaron a Santo Domingo sobre cuatro mil exiliados.[4]

La situación general nunca fue buena. La República Dominicana apenas contaba en aquellos años con industria, por lo que la estructura productiva del país resultaba muy limitada, incapaz de absorber la mano de obra que suponían los recién llegados. Por ello, a los pocos años, apenas si quedaba un puñado. Pese a encontrarse en circunstancias tan adversas, los exiliados llevaron a cabo en Santo Domingo, entre otras empresas, una serie de acciones educativas de gran interés, las cuales abarcaron desde la educación infantil hasta la enseñanza universitaria, sin olvidar la alfabetización y la educación de adultos. Así, crearon media docena de centros docentes que, en consonancia con la trayectoria general ya indicada y pese al voluntarioso empeño de los maestros que trabajaban en ellos, tuvieron que ir cerrando las puertas uno tras otro.[5]

Guillermina Medrano llegó a la República Dominicana en octubre de 1939 junto con su marido. El destino final de la travesía era Colombia, pero un cúmulo de circunstancias propició el desembarco en la isla. En los primeros momentos Guillermina Medrano trabajó en el Departamento de Educación y durante un breve periodo de tiempo fue profesora en la Escuela Normal. Pero además de esas tareas, comenzó a dar clases a algunos hijos de los diplomáticos extranjeros residentes en el país, en su propia casa. Con anterioridad, esos niños cursaban sus estudios internos en alguna institución norteamericana. Pero las dificultades y peligros de la guerra impedían en esos momentos su salida de la isla.

De ese modo, casi sin proponérselo, se vio abocada a la creación del Instituto-Escuela en Ciudad Trujillo. La trayectoria de ese centro es caso aparte dentro del capítulo de los colegios fundados por exiliados. Lo que comenzó como unas clases de apoyo fue aumentando de dimensiones, lo cual nos dice mucho de las cualidades pedagógicas, el buen hacer y la capacidad de liderazgo de Guillermina Medrano. Y ante el constante aumento de la matrícula, fue necesario buscar locales más amplios y nuevos profesores.

El Instituto-Escuela de Ciudad Trujillo fue un digno sucesor de los Instituto-Escuela creados por la Institución Libre de Enseñanza en España. Impartió cursos de primaria y de kindergarten, destacándose en todo momento por tener una clara orientación paidocéntrica. Los profesores seguían el método de los centros de interés de Fróebel y contaban con todo el material del sistema Montessori. Asimismo, la acción didáctica se orientaba hacia el desarrollo de la capacidad de análisis y de razonamiento de los alumnos. Otro de sus rasgos de identidad fue su participación activa mediante cuadernos de trabajo y trabajos en grupo. También se otorgó mucha importancia a las actividades plásticas y a los trabajos manuales, con los cuales se organizaban exposiciones escolares. Otro de los aspectos especialmente cuidados en el Instituto-Escuela fueron las actividades colectivas, como el Teatro Guiñol y los festivales de final de curso.[6] Como ya se señaló, la mayoría de los chicos pertenecían a la colonia diplomática o eran hijos de la burguesía dominicana, aunque también cursaron allí sus estudios hijos de exiliados.

Desde una perspectiva diferente, el Instituto-Escuela sirvió para proporcionar algunos puestos de trabajo a los maestros exiliados lo que contribuyó sensiblemente a mejorar su situación. Fueron profesores del centro, entre otros, Emilia Benavent, Fernando Blasco, Vicente Ruiz, María López, Alfredo de la Cuesta y el insigne pintor Vela Zanetti. Varios de ellos eran paisanos de Guillermina Medrano, antiguos compañeros en los trabajos docentes llevados a cabo en Valencia durante la segunda República. Todos trabajaron con ahínco contribuyendo con su esfuerzo cotidiano al éxito del centro.[7]

El Instituto-Escuela de Ciudad Trujillo, a diferencia del resto de los colegios creados por los exiliados en Santo Domingo, consiguió consolidarse gracias al esfuerzo del claustro de profesores, hábilmente dirigidos por Guillermina Medrano, la cual supo aprovechar muy bien las oportunidades que se les fueron presentando. La oferta escolar supo adivinar las necesidades educativas de la sociedad dominicana. Y para poder llevar a cabo la empresa, su directora consiguió ganarse el apoyo de personalidades relevantes, entre los que se encontraban el embajador de los Estados Unidos y el rector de la Universidad. El colegio tuvo en seguida merecida fama por la solidez de la formación que impartía y por la funcionalidad de sus instalaciones. Lo que comenzó como unas clases particulares se convirtió rápidamente en un centro docente relevante, con una matrícula considerable. Los diez alumnos iniciales se convirtieron a los pocos años en más de trescientos. Incluso las nuevas necesidades obligaron a la construcción de un nuevo edificio. El autor del proyecto fue el arquitecto exiliado Tomás Auñón. Este inmueble supuso un claro indicador de la solidez de la iniciativa pedagógica. Posiblemente, fue la iniciativa del exilio republicano español en ese país que tuvo más éxito. Frente a tanta empresa iniciada en los más diversos sectores, abocadas irremediablemente al fracaso, resulta especialmente significativo el éxito de este colegio.[8]

En 1945 el Instituto-Escuela de Ciudad Trujillo estaba completamente consolidado y tenía ante sí un prospero porvenir. Pero una grave dificultad volvió a asomarse en el horizonte. Con el final de la segunda guerra mundial el clima social y político de la isla se enrareció. El nuevo contexto de “guerra fría” proporcionó facilidades al general Trujillo para reprimir cualquier atisbo de oposición, poniendo a los republicanos españoles en el ojo del huracán. Ante lo cual, a la inmensa mayoría de los que habían aguantado hasta ese momento, no le cupo más opción que reemigrar.

Los Estados Unidos

Ante la nueva tesitura, el matrimonio Supervía se vio forzado a buscar un nuevo destino en donde vivir y trabajar. En ese momento su trayectoria también se singularizó, frente a la que siguieron la mayoría de sus compatriotas que acabaron en México, Venezuela o Cuba. Guillermina Medrano había asistido durante 1943 a unos cursos de la Columbia University de Nueva York y a través de los contactos que estableció en aquella ocasión, pudo conseguir un contrato de trabajo. De ese modo, el matrimonio Supervía se instaló a partir de 1945 en los Estados Unidos. Dejaron atrás el Instituto-Escuela, consolidado con tanto esfuerzo. Pero el proyecto estaba tan bien diseñado que el centro ha continuado funcionando hasta la actualidad, completamente en manos de profesores dominicanos desde mediados de la década de 1940.

En los Estados Unidos, Guillermina Medrano comenzó a trabajar como profesora de español en el Sidwell Friends School de Washington. Este importante colegio de enseñanza secundaria era propiedad de una comunidad de cuáqueros y su alumnado pertenecía a los grupos sociales más destacados de la capital norteamericana, con una destacada presencia de hijos de miembros de la administración y la clase política. En ese centro Guillermina Medrano fue jefe del departamento de español y se ocupó de su enseñanza, encargándose de transmitirles a sus alumnos, no sólo la gramática y el vocabulario, sino, lo que fue de mayor trascendencia, el interés por el castellano, su literatura y, por extensión, por todo lo relacionado con España.

La profesora Medrano trabajó durante treinta y tres años en Sidwell Friends School. Su labor en pro del castellano no se limitó a la docencia. Publicó varios libros de texto e impartió cursos de conversación en emisoras de radio. Asimismo, organizó intercambios de alumnos estadounidenses con mexicanos, aunque muchas de las familias mexicanas eran en realidad españolas exiliadas. El programa de intercambio se realizó desde 1957 hasta 1970 y siempre fue escrupulosamente supervisado por la profesora Medrano que seleccionaba con detenimiento el ambiente en que se iban a desenvolver los alumnos con el fin de que la estancia resultara lo más provechosa posible.[9]

Durante su estancia en los Estados Unidos, Guillermina Medrano no dejó de ser una fiel republicana. Junto con su marido Rafael Supervía, participó en la “Americans for Democraty Action”, organización fundada en 1947 que se destacó por sus actividades en contra de la dictadura franquista. En casi ninguna iniciativa republicana española en los Estados Unidos faltaron los esfuerzos del matrimonio Supervía, siempre intentando favorecer la creación de un estado de opinión en la sociedad de aquel país contrario al régimen franquista. Su significación republicana se manifestó también en la permanente relación que mantuvieron con muchos de los componentes de la diáspora republicana. Asimismo, su domicilio fue residencia habitual del dirigente socialista Indalecio Prieto cuando visitaba la capital norteamericana y Guillermina Medrano y su marido ayudaron en repetidas ocasiones y de muy diversas maneras a otros exiliados republicanos.

La eficaz actividad de Guillermina Medrano como profesora de castellano y su indudable capacidad de liderazgo, fue reconocida por sus colegas, lo que le llevó a presidir durante varios años la “American Association of Teachers of Spanish and Portuguese”, organización con implantación en todo el territorio de los Estados Unidos. El interés que ponía en el trabajo y sus dotes pedagógicas multiplicó la eficacia de su tarea. Tan destacada labor profesional tampoco pasó desapercibida entre los sectores educativos americanos. En 1965 recibió el premio Commencement de la Harvard University como maestra distinguida. Dicha distinción está destinada a premiar la trayectoria docente de los profesores de enseñanza secundaria de todos los Estados Unidos y gozaba de gran prestigio en la comunidad educativa norteamericana. El premio fue recibido con enorme satisfacción por los círculos de exiliados. La colectividad asentada en México le tributó un homenaje el 8 de julio de 1965, organizado en los locales del Centro Republicano Español de la capital mexicana.[10] Mientras desarrollaba tan brillante y reconocida carrera profesional en el extranjero, las autoridades franquistas la expedientaron expulsándola del magisterio y, por si se le ocurría volver a su tierra natal, le prohibieron ejercer cualquier tipo de enseñanza.

Guillermina Medrano, tras treinta y tres de docencia en el Sidwell Friends School, se jubiló en junio de 1978. El centro, en agradecimiento a su dedicación le quiso proporcionar un regalo. Ella pidió a los responsables que, antes que cualquier gratificación personal, preferiría una iniciativa que continuara su tarea en favor del castellano. Su opinión fue respetada y dio origen a la The Supervía Fund. Dicha fundación se ha nutrido con aportaciones de sus antiguos alumnos y ha servido para facilitar la estancia de jóvenes maestros hispanos, los cuales finalizaban su formación mientras colaboraban en el departamento de español del Sidwell Friends School.

Tras la muerte de su marido, Guillermina Medrano volvió a las aulas por un tiempo. Desde 1978 hasta 1983 dio clases en la American University de Washintong, siempre difundiendo el idioma español entre los universitarios norteamericanos. Su labor docente en los Estados Unidos, como hemos podido comprobar, fue amplia y fecunda. Esa entrega profesional también fue reconocida por las autoridades de la España democrática, que en marzo de 1986 la distinguieron con el Lazo de Dama de Isabel la Católica, en reconocimiento a su larga experiencia docente difundiendo el español y sobre todo, como ella siempre decía: “propiciando que sus alumnos conocieran la riqueza de la cultura de esa lengua”.

Como hemos podido comprobar en este breve recorrido por la trayectoria de la profesora Medrano, fue una persona de profundas convicciones y con una gran capacidad de trabajo. Podríamos afirmar sin temor a la menor equivocación, que fue una auténtica “maestra”, en la más profunda acepción del término. Adelantada a su época, abrió con su quehacer brechas en muros que hasta ese momento no habían podido ser superados. La potencia de su iniciativa personal y la calidad de sus capacidades profesionales no pueden ponerse en duda, ya que sometida a un exilio forzoso supo desenvolverse con éxito en dos medios sociales tan complicados y exigentes como la República Dominicana y los Estados Unidos.

Otro clarísimo indicador de su calidad docente lo encontramos en el buen recuerdo que fue dejando entre sus antiguos alumnos, algunos de los cuales no dudaban en atravesar los Estados Unidos para acudir a los encuentros y actos de homenaje que se celebraron en su honor mientras vivió en Washington. Y aún después, cuando retornó a España, algunos continuaron visitándola e interesándose por su situación hasta semanas antes de su fallecimiento. Una relación tan sentida entre profesor y alumno es muy difícil de conseguir. Resulta sencillamente inalcanzable para la inmensa mayoría de los que nos dedicamos a la enseñanza.

Además, la profesora Guillermina Medrano y su marido Rafael Supervía fueron anfitriones de muchos valencianos de paso por Washington. Su trayectoria vital les hizo aquilatar en su justa medida la importancia que la solidaridad y la acogida tienen para quienes se encuentran en tierras extrañas. A causa de ello, las puertas de los sucesivos domicilios, ya fuera en Ciudad Trujillo, Washintong o Valencia, siempre estuvieron abiertas para amigos, familiares y compatriotas.

El retorno

A finales de la década de 1970, Guillermina Medrano comenzó a pasar temporadas en Valencia. Pero como les ocurrió a tantos exiliados, los años de alejamiento pasaron factura y le costó encontrar su lugar. A partir de entonces, dedicó muchos esfuerzos al mantenimiento de la memoria histórica del exilio. Alentó la redacción y la edición de un libro muy interesante, en el que se recopilaban las vivencias de varias mujeres republicanas. El texto apareció en 1993 en la editorial Joaquín Moritz de México, bajo el título: Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio. Y en una muestra de gran generosidad y de ejemplar compromiso cívico, donó el valioso archivo y la importante biblioteca que había reunido junto con su marido Rafael Supervía, a lo largo de su dilatada trayectoria, a la Biblioteca Valenciana. No contenta con la iniciativa, animó a otros exiliados a que siguieran sus pasos y con su decisión y la de otros exiliados -Vicente Llorens, Juan Bautista Climent, José Rodríguez Olazábal, Francisco Alcalá, Juan Antonio Pérez Alfonso, etc.- que demostraron fehacientemente el amor a su tierra, se constituyó en la citada Biblioteca el Departamento del Exilio Republicano Valenciano, cuyo rico inventario distingue a esa institución.

Durante bastante tiempo colaboramos juntos en ese proyecto. Redactamos cartas, visitamos a diversas autoridades, dimos bastantes vueltas, hasta que la idea que Guillermina Medrano llevaba en mente acabó encajando en la Biblioteca Valenciana, que se aprestaba a trasladarse a su sede definitiva en el antiguo monasterio de San Miguel de los Reyes. Debo confesar que, en aquellos momentos, tuve algunas reservas ante su insistencia en exigir el cumplimiento de determinados requisitos. Luego, con el paso del tiempo, he ido comprendiendo y comprobando que tenía razón en todos y en cada uno de sus planteamientos.

Precisamente en junio de 2001, se celebró en la sede de la Biblioteca Valenciana el curso internacional La Numancia errante. Exilio republicano de 1939 y Patrimonio cultural, el primero que organizaba dicha entidad, el cual tuvo carácter de homenaje a la trayectoria personal y profesional de Guillermina Medrano y a su interés por el mantenimiento de la memoria del exilio republicano de 1939.[11] Otra de las consecuencias de la existencia de ese Departamento fue la aparición en 2002 de Laberintos. Anuario sobre los exilios culturales, publicación periódica de la Biblioteca Valenciana creada con el fin de alentar los estudios sobre el exilio, cuyas páginas acogen a este trabajo.

Ya completamente establecida en Valencia, recibió otros reconocimientos. La Generalitat Valenciana la distinguió con el premio Isabel Ferrer y la Federación de Mujeres Progresistas también la homenajeó. Incluso dos calles, una en Albacete y otra en la pedanía valenciana de Borbotó, llevan su nombres. Desde su regreso, su domicilio estuvo abierto a familiares y amigos. Buena conversadora, con mil y una anécdotas recogidas a lo largo de tan amplia trayectoria -que abarcaba estancias en media docena de países y dos guerras- le gustaba ser anfitriona, aunque convenía tener siempre bien presente sus normas. De fuerte carácter, pese a la edad, la charla siempre tenía interés y resultaba muy complicado que se saliera del cauce que ella marcaba.

Poco a poco, el tiempo fue pasando y la vida de esta maestra republicana se fue apagando lentamente. El desenlace fatal aconteció a primeras horas de la mañana del miércoles 28 de septiembre de 2005, cuando contaba noventa y tres años.

Cuando conocí a Guillermina Medrano, hace ya bastante tiempo, comprendí a carta cabal cuan hondas han resultado las negativas secuelas de la guerra civil. Ni los homenajes, ni las condecoraciones, ni cualquier reconocimiento podían ocultar el hecho crucial. Su lugar, al igual que el de tantos excelentes maestros y maestras exiliados, tenía que haber estado aquí, en su tierra natal, para provecho de los jóvenes valencianos. Y como los resultados académicos son de muy largo efecto, creo firmemente que la sociedad española y la valenciana todavía acusan las consecuencias de tan destacada ausencia.

José Ignacio Cruz (Universidad de Valencia)

[1] Los textos que se leyeron en el acto fueron posteriormente publicados en: Experiencia de una maestra republicana, Valencia, Real Sociedad Económica de Amigos del País, 1998. Ya en 1976 otro exiliado, el profesor Vicente Llorens, se había hecho eco de sus méritos en ese mismo foro, incluyendo a la maestra Medrano entre las personalidades más destacadas del exilio pedagógico de 1939 en Llorens, V.: Mujeres de una emigración, Valencia, Real Sociedad Económica de Amigos del País, 1981.

[2] Cruz, J.I.: “El Instituto-Escuela de Ciudad Trujillo” en Los valencianos en América. Jornadas sobre la emigración, Valencia, Generalitat Valenciana, 1993, pp. 147-154.

[3] Ídem, y “La señorita Medrano, Concejal del Ayuntamiento de Valencia, habla para Todo en Todo, nº 4 (11-VII-1936).

[4] Acerca de las razones por las cuales los exiliados republicanos se instalaron en la República Dominicana pueden consultarse en: Llorens, V: La emigración republicana, Madrid, Taurus, 1976, p. 152 y en Tabanera, N.: “Actitudes ante la Guerra Civil española en las sociedades receptoras. La acogida del exilio en las repúblicas iberoamericanas” en Historia general de la emigración española a Iberoamérica. Vol. 1, Madrid, Fundación Cedeal, 1992, pp. 530-532.

[5] Cruz, J. I., “Los profesores españoles exiliados en Santo Domingo” en Cuadernos Republicanos, nº 14 (abril, 1993), pp. 107-117.

[6] Cruz, J.I.: “El Instituto-Escuela de Ciudad Trujillo” en op. cit., pp. 151-154.

[7] Ídem.

[8] Ídem.

[9] Cruz, J.I.: La educación republicana en América, op. cit., pp. 136-137. una curiosa nota sobre la experiencia del intercambio desde el punto de vista de la familia de acogida “mexicana” puede consultarse en García Igual, A., Entre aquella España nuestra… y la peregrina. Guerra, exilio y desexilio, Valencia, Universitat de Valencia, 2005, pp. 251-252.

[10] Climent, J. A.: Crónica de Valencia. Escritos desde el exilio, Valencia, Generalitat Valenciana, 1992, pp. 38-39.

[11] La Numancia errante, exilio republicano de 1939 y patrimonio cultural, Valencia, Biblioteca Valenciana, 2002. (Edición a cargo de José Ignacio Cruz y José Millán).


Fuente → manuelazana.org

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