El fascismo sociológico ya está aquí


El fascismo sociológico ya está aquí
Rosa María Artal

No se acerca: el fascismo sociológico ha llegado ya, promocionado sin ninguna sutileza y aceptado por grandes capas de la sociedad tibia y desinformada. El abuso neoliberal desborda todas las alarmas y con la crueldad creciente destapada en la pandemia

Los caminos van confluyendo. El líder del PP europeo, el alemán Manfred Weber, ha dado un paso más en su defensa de firmar acuerdos con la extrema derecha, algo que de hecho está ocurriendo ya en varios países de la UE, abandonando cordones sanitarios anteriores. Weber alaba a la hoy presidenta de Italia, la fascista Giorgia Meloni, y se entiende que de esta forma allana los pactos de Feijóo con Vox. Hace casi un siglo que la derecha también consideró un mal menor para sus intereses optar por Hitler frente a la izquierda. Y Europa y el mundo lo pagaron muy caro.

La tragedia es que el fascismo sociológico no es que se acerque: ha llegado ya, promocionado sin ninguna sutileza y lo que es aterrador: aceptado por grandes capas de la sociedad tibia y desinformada.

Hace unos pocos días saltó una noticia a la que no se dio especial importancia: un proyecto de ley en el Estado norteamericano de Massachusetts propone que los presos puedan reducir sus condenas a cambio de donar órganos o médula ósea: un mínimo de dos meses y un máximo de un año. Esto es ser carne de cañón, carne sin más, porque hasta un preso, por supuesto, es un ser humano y tiene derechos.

Sabemos que se trafica con órganos, que se mata por ellos en algunos países en donde la vida humana vale poco, lo brutal es esta propuesta de Massachusetts a plena luz del día, como lo más normal. Y es dar carta de oficialidad a pagar con el propio cuerpo. No podía llegar a más el neoliberalismo salvaje y ha llegado.

Tampoco se ha rasgado casi nadie las vestiduras al conocer los datos presentados esta semana por Oxfam Intermón a propósito de su apoyo a la campaña norteamericana Tax the Rich: que los ricos paguen impuestos. Porque ni en Estados Unidos, ni en casi ninguna parte, ni por supuesto en España cotizan lo que les correspondería. La ONG ha presentado un informe demoledor de la situación con acciones concretas a realizar porque “es de sentido común” que los ricos paguen más o al menos lo que debieran acorde con sus ingresos.

Oxfam Intermón ha constatado un disparatado volumen de beneficios netos obtenidos por algunas de las mayores empresas de alimentación y energía del mundo en los últimos años: 306.000 millones de dólares. En 2022 han repartido 257.000 millones, el 84% de las ganancias, entre sus accionistas, que se han lucrado de esta extraordinaria manera con empresas dedicadas a productos de primera necesidad: la alimentación o la energía.

El problema es que los más ricos -con expertos asesores y con gran benevolencia de los gobiernos- no pagan impuestos como los demás. Elon Musk tributa a un tipo impositivo del 3,2%, y es el hombre que pasaba por ser el más rico del mundo, ahora en declive tras su traspiés con la compra de Twitter. Jeff Bezos, el dueño de Amazon, también en cierta recesión, paga un 1% de sus multimillonarios beneficios.

En España estaban dando cuenta, simultáneamente, de los resultados empresariales de los grandes bancos: Santander con 9.600 millones, BBVA con 6.20 millones (un 38% más que el año anterior) y CaixaBank, que ha obtenido 3.145 millones en 2022, batían récords obteniendo los mejores resultados de su historia. Los cinco grandes bancos, que en conjunto han ganado 20.800 millones, pagarán algo más de 1.000 millones con el nuevo impuesto.

La presidenta de Madrid Isabel Díaz Ayuso, entretanto, presentaba un recurso al Tribunal Constitucional contra los impuestos a las grandes fortunas, dentro de su alarmante labor dedicada en exclusiva a beneficiar a los más pudientes e insultar desaforadamente a quien pone trabas a su labor de gerencia para ellos con el dinero de todos. De modo destacado, al Gobierno progresista de España, sobre el que ha vertido injurias del más alto nivel.

Apoyaba desde la banda televisiva una mujer que gana 15.000 euros al día, cuatro millones de euros al año. Ana Rosa Quintana afirma que es un “gasto brutal” el aumento de las pensiones decidido por el Gobierno.

Lo que está ocurriendo con el abuso neoliberal desborda todas las alarmas como es constatable. Con la crueldad creciente destapada durante la pandemia, cuando los más inservibles improductivos, los ancianos, también fueron tratados como despojos en algunas comunidades. Lo que se acrecienta es la aceptación de la desigualdad como concepto. El hecho de que unos viven y los otros pueden ser usados para que otros lo hagan mucho mejor sin importar el modo, lo que se les quita a cambio. Y se traga y avala. Lo mismo que el triaje por motivos económicos y de edad durante la pandemia, con unas complicidades francamente vomitivas. Es el abuso de siempre llevado al extremo y aceptado por la sociedad. Se pasa de largo del conservadurismo de derechas; es fascismo puro, versión prácticamente nazi.

Solo esto explica esa actualidad publicada que elude los problemas fundamentales de miles de seres humanos para primar las batallas del odio. Las noticias están repugnantemente contaminadas de esa virulencia que se esparce. Al punto de redoblar la batalla contra la parte más débil del Gobierno (en número, no en tesón) para detener el objetivo de paliar ese terrible e injusto desigual reparto de los bienes. Y lograr contra natura, contra la humanidad, que multitud de seres lo aplaudan, lo apoyen incluso sobre sus propios daños.

Hemos pasado una pandemia, sí, inacabada por cierto. Van saliendo los pufos consecuencia de haber recortado la sanidad al punto de no poder afrontar la avalancha de enfermos. Se ha dejado sin diagnóstico y sin tratamiento enfermedades como el cáncer. Hay un repunte de la enfermedad porque tampoco hubo espacio o dinero para ellos. Es como la consagración de un nazismo social que deja en la cuneta a enfermos, ancianos y desvalidos si no tienen medios para pagarse el cuidado requerido -y a tiempo- de su salud. Mientras escribo esto leo un dato más: es difícil conseguir un crédito de un banco si se padece cáncer precisamente. No existe legislación que evite que bancos y aseguradoras discriminen a pacientes oncológicos. ¿Es el libre mercado o el capitalismo salvaje o va más allá aún?

Quién iba a pensar que esta vez el triunfo les llegaría a los fascismos, a través de los brillos fatuos de la manipulación mediática, de encumbrar políticas nocivas adornadas de incomprensibles ganchos. Y que les apoyarían esas plagas de hienas sin cerebro que solo se alimentan de odio. Ese fascismo social está aquí acompañado de un desprecio flagrante por la vida humana y de una parafernalia de ideas retrógradas a modo de narcótico. Está aquí y se le abre la puerta, pero aún hay tiempo de cerrarla, de reaccionar y cerrarla con la razón, los argumentos la verdadera libertad, la justicia y la decencia

Ellos marcan la agenda. Y la progresión de los agravios. Machistas de cuño sólido descubren un insólito interés por las agresiones sexuales a las mujeres y emprenden una campaña destructora contra la ministra de Igualdad, a la que se le ven todas las costuras. El dinero, como siempre, es sin embargo lo que más escuece. De ahí que los púlpitos mediáticos se lancen sin careta a decir, por ejemplo, que “ningún español quedaría en este país si el banco central estuviera en manos de Podemos”. De los que roban o evaden, debe ser. Ana Rosa Quintana emula así a Carlos Herrera, que iba a irse a vivir a Somalia sí Podemos llegaba al gobierno.

Casualmente, un estudio de las profesiones soñadas por países a través de sus búsquedas en Google ha demostrado que Somalia es el único país en el mundo en donde la mayoría (con acceso a Internet claro) quiere ser científico. En España ambicionan convertirse en influencers. Es un pequeño dato anecdótico aunque revelador. Con eso está dicho casi todo pero hay millones de españoles aún con algo más que serrín y basura en la cabeza que tienen la última palabra.


Fuente → eldiario.es

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