La forma más adecuada para garantizar la estabilidad
gubernamental ha sido, hasta ahora, la democracia controlada o
democracia de baja intensidad. Un sistema que consigue la estabilidad a
través de la desinformación que promueven los medios de comunicación
monopolizados, que se está revelando como más eficiente que las
dictaduras.
Un estudio realizado por científicos con grupos de peces, cuyos
resultados estiman pueden extrapolarse a las sociedades humanas, fue
publicado en la revista Science en 2011, bajo el título Individuos desinformados promueven el consenso democrático en grupos animales
(https://bit.ly/3SrWoqB).
La investigación concluye que para contrarrestar la influencia de una minoría obstinada, la presencia de individuos desinformados inhibe espontáneamente este proceso, devolviendo el control a la mayoría numérica
.
El trabajo insiste en la importancia de lo que denomina las personas desinformadas
en la toma de decisiones, cuyo resultado sería democrático porque sencillamente son mayoría.
En este punto, los científicos parecen influidos por el concepto de
democracia de las clases dominantes, que la reducen al papel de la
mayoría en la elección de sus representantes. El problema, en nuestras
sociedades, es que esas mayorías son creadas por la manipulación de la
información, tarea que recae en lo grandes medios de comunicación
monopolizados por pequeños grupos de empresarios altamente concentrados.
Aunque el trabajo es bastante más extenso que los párrafos citados,
que lo sintetizan, debe retenerse la importancia de la desinformación o,
si se prefiere, de la confusión que son capaces de crear para
distorsionar las percepciones de la población, empujada a apoyar a
menudo opciones que van en contra de sus intereses. Pero también para
paralizar su capacidad de reacción con un auténtico bombardeo, tarea que
recae particularmente en los medios audiovisuales, sobre todo la
televisión, el segmento de la comunicación más concentrado e impermeable
al disenso.
Ejemplos abundan: desde la desinformación sobre las causas de la
pandemia del covid-19, con sobreinformación sobre el murciélago en un
mercado chino como causa, ocultando el comprobado papel de la
deforestación para cultivos industriales, hasta las causas de la guerra
en Ucrania. Rechazar la invasión de Rusia no debe ir de la mano de la
negación de la existencia de un golpe de Estado en Kiev en 2014, ni el
cierre de 217 medios en Ucrania durante el primer año de la guerra,
mientras se acreditaron 12 mil periodistas locales y extranjeros para
cubrirla, según informa Reporteros Sin Fronteras (https://bit.ly/3lZhhNm).
Tampoco se encuentran en los medios occidentales informes sobre el
nazismo en Ucrania, ni acerca de la guerra de Arabia Saudita contra
Yemen, con su corolario de muertes, hambrunas y desastre humanitario. No
se considera invasión la presencia de las fuerzas armadas de Estados
Unidos en Siria, y así en muchos otros casos.
Ni qué hablar del sabotaje estadunidense al gasoducto Nordstream,
Seymour Hersh, quien elaboró un pormenorizado informe sobre cómo fue
destruido, será silenciado y vilipendiado
, como acaba de asegurar Noam Chomsky (https://bit.ly/3m0xZME).
Lo cierto es que la desinformación juega un papel relevante en el
sostenimiento del orden sistémico occidental, sector del mundo que
controla los principales medios que llegan a la población. Como señala
una reciente cobertura de El Salto: los mejores contenidos periodísticos pueden no tener ninguna consecuencia
, porque el poder y los medios a su servicio los ignoran (https://bit.ly/3IHe0vc).
Es evidente que la democracia no existe en los medios. Ese control
casi absoluto ha conseguido algo que décadas atrás parecía imposible:
erradicar el conflicto de la percepción del público. Los más brutales
crímenes pueden pasar desapercibidos si los medios se empeñan en ello.
Cuando este control mediático se desborda, porque la realidad resulta
demasiado evidente, como en Perú en los últimos 70 días, ahí está la
policía, el golpe de Estado permanente
, para reventar las protestas.
A mi modo de ver, esta realidad tiene dos consecuencias mayores.
La primera es que no tiene mucho sentido luchar por la opinión
pública, ni competir con los medios del sistema, algo que los pueblos
que luchan nunca conseguirán. Se trata de crear medios propios, sin
duda, pero no para competir por la opinión de las mayorías, sino para
consolidar nuestro campo, a los pueblos en movimiento y a todos y todas
aquellas que los acompañan. No es algo menor.
La segunda es la convicción de que no existe algo llamado democracia,
si es que alguna vez existió. Desde el momento en que las opiniones y
las voluntades de las personas son moldeadas y manipuladas por
gigantescas maquinarias que escapan a cualquier control que no sea el de
las clases dominantes, entrar en el juego electoral no tiene futuro.
Construir abajo y a la izquierda, parece el único camino emancipatorio posible.
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