Castelar vs Pi: cara y cruz del republicanismo español del XIX
Castelar vs Pi: cara y cruz del republicanismo español del XIX / Diego Díaz

Este artículo, aportado por El Salto , forma parte del monográfico “La Primera República, la utopía de 1873”, elaborado conjuntamente por las revistas Realidad, Debates para el Mañana, Soberanías, Revista la U, Viento Sur, CTXT, Nortes, El Salto, Memoria del futuro y Universidad Progresista de Verano de Cataluña (UPEC). Puedes descargar el dossier en PDF en este enlace .

Confluyeron en la lucha contra la Monarquía, pero acabaron enfrentados por el fracaso de una Primera República en la que estallaron sus grandes diferencias políticas y sociales.

Se cumplen 150 años de la proclamación de la olvidada Primera República española. Una experiencia democrática tan breve como intensa, que despertó el interés y la admiración de Walt Whitman, Marx o Engels, y de la que el fracaso sin paliativos arrastraría durante más de medio siglo al republicanismo español en las catacumbas, mientras en dos países vecinos, Francia y Portugal, sus respectivas repúblicas conseguían consolidarse.

Aunque en sus escasos 11 meses de vida la Primera República tuvo cuatro presidentes, dos nombres propios emergen de ella con especial fuerza: Emilio Castelar y Francesc Pi i Margall. Ambos coincidieron en la apuesta por la República como palanca para la democratización de España, contribuyeron a funda la primera república de nuestra historia, pero discreparon sobre tácticas, estrategias, objetivos y alianzas, hasta convertirse en enemigos íntimos e irreconciliables en un movimiento roto y atomizado tras la fallida experiencia de 1873. Sus ideas y trayectorias políticas ejemplifican grosso modo las dos vías del republicanismo en la España del siglo XIX. 

Dos intelectuales revolucionarios

El 29 de abril de 1824, en Barcelona, ​​en las inmediaciones de la basílica de Santa María del Mar y del Fossar de les Moreres, nacía Francesc Pi ii Margall. Hijo de una familia obrera, Francisco llegaba al mundo en una ciudad que empezaba a industrializarse con los primeros compases del siglo XIX. Inquieto y despierto, con una curiosidad intelectual precoz, pero nacido en un ambiente que ofrecía pocas posibilidades para su desarrollo, el seminario sería el único sitio accesible a las ansias de estudio y conocimiento del hijo de Francesc Pi i Veler y de Teresa Margall. Ingresaría con siete años, le abandonaría con 17 para estudiar leyes en la Universidad de Barcelona, ​​convirtiéndose en uno de los primeros hijos de la clase obrera en acceder a los estudios superiores.

Después de trabajar por un tiempo como profesor particular de la burguesía barcelonesa, oficio en el que vive un amor imposible con una joven de buena familia, en 1847 marcha a Madrid, la ciudad en la que vivirá el resto de su vida. En la villa y corte el joven Pi i Margall cambia la abogacía por el periodismo político y cultural. También viaja por todo el país para escribir varios volúmenes de Recuerdos y bellezas de España , obra ilustrada de autoría colectiva, algo así como una guía de viajes de la época destinada a dar a conocer los paisajes y monumentos y tesoros artísticos españoles. En opinión de Gerardo Pisarello, diputado de En Comú Podem y autor del ensayo Dejar de ser súbditos (Akal, 2021), la escritura de varios volúmenes de esta obra sería una experiencia clave en su comprensión de España como en un país marcado por la diversidad económica, social y cultural. Algo a lo que también contribuiría su matrimonio con la vasca Petra Arsuaga, con la que viviría durante algún tiempo en Bergara, descubriendo allí el foralismo vasco que le interesaría como precedente de su idea del pacto federal.

En 1849 el joven periodista ingresa en el Partido Democrático, escisión del Partido Progresista, y algo así como la fuerza política ubicada más a la izquierda durante el reinado de Isabel II. Será en ese partido en el que Pi i Margall coincida algunos años más tarde con quien será primero su compañero y más tarde su enemigo y adversario: Emilio Castelar.

Castelar había nacido en Cádiz en 1832, nueve años después del catalán, en una familia de clase media, culta, liberal y muy politizada. Sus padres Manuel Castelar y Maria Antonia Ripoll, amigos de Rafael Riego, habían sufrido la represión del último monarca absolutista, Fernando VII. La prematura muerte del progenitor deja a la familia en una situación económica muy precaria. A pesar de ello Emilio cursará estudios superiores, y tras pasar por el instituto en Alicante y la universidad en Madrid, obtiene la plaza de catedrático en ésta con sólo 26 años.

No será una rata de biblioteca ni un sabio alejado del ajetreo. Castelar enseña historia de España, pero además quiere contribuir a cambiarla, y hacer progresar a un país marcado por la corrupción del sistema político isabelino. El joven Castelar combinará desde muy temprano la docencia universitaria con el periodismo político y con una extendida labor como conferenciante. Su capacidad retórica y oratoria le abre las puertas de los auditorios cada vez más amplios hasta consagrarle como uno de los intelectuales más prestigiosos e influyentes del país. A partir de 1854 su entrada en la vida política es total. 

La lucha contra la Monarquía

Los dos futuros presidentes de la I República participan en la revolución de 1854, que termina con el exilio de María de Cristina de Borbón, madre de Isabel II, e injerencia permanente en la vida política española. La revolución, iniciada con un pronunciamiento militar, pero secundada por un levantamiento popular que forma juntas revolucionarias en Barcelona, ​​Madrid, Valencia, Valladolid y otras ciudades, obligando a la reina a entregar el gobierno al general progresista Espartero, así como a convocar unas Cortes Constituyentes que redactan la Constitución de 1856.

Ya durante esta revolución, aún respetuosa con la idea de una Monarquía constitucional, Pi i Margall, que se encuentra en el ala izquierda del Partido Democrático, defiende ir un paso más allá y proclamar la República. Se quedará en franca minoría. Los republicanos son todavía muy pocos en España. En su libro La reacción y la revolución el catalán avisa a la ingenuidad de quien cree que Isabel II se comportará como una monarca constitucional muy diferente de su padre y de su madre. El tiempo no tardará en darle la razón.

Pasado el fugaz bienio progresista la hija de Fernando VII volverá a las viejas costumbres. La oposición política e intelectual a la corrupción y el despotismo de su reinado seguirá creciendo, y la prensa jugará un papel básico en la misma. Tanto Castelar como Pi se incorporarán al diario La Discusión fundado en 1856 en Madrid para servir de portavoz a las ideas democráticas. Aunque ambos son republicanos en un partido que no lo es, no comparten el mismo proyecto de República.

En la prensa madrileña de la década de 1860 Castelar i Pi i Margall protagonizaron una importante polémica sobre el contenido político y social que debía tener el republicanismo. En ese momento son dos de los intelectuales políticos más influyentes del país. Castelar dirige el diario La Democracia y Pi y Margall La Discusión . Mientras el primero pregona una República liberal, respetuosa con la propiedad privada y el orden social capitalista, el segundo considera inseparable el proyecto republicano de la persecución de la igualdad social y el reparto de la riqueza.

A la altura de 1860 Pi es ya un socialista declarado. En España apenas existen. Su obra está sin embargo en contacto y discusión con el socialismo europeo de la época, que tiene en el francés Pierre-Joseph Proudhon su figura más internacional. En uno de sus escritos sobre España Friedrich Engels calificará a Pi i Margall como quien “ de todos los republicanos oficiales, el único socialista, el único que comprendía la necesidad de que la República se apoyara en los obreros ”.

A pesar de sus diferencias doctrinarias, Castelar y Pi i Margall están juntos en la lucha contra Isabel II. Sufren por eso las consecuencias de su compromiso político. En junio de 1866 participan en la insurrección del cuartel de San Gil, un movimiento de civiles y militares demócratas que se conjura en Madrid para derribar a la reina. El movimiento fracasa y ambos se ven obligados a exiliarse huyendo de la represión isabelina. En 1868, con el triunfo de la revolución democrático y la fuga de Isabel II, regresan a España. Prim, el general y arquitecto político de la revolución Gloriosa , les ofrece integrarse en un gobierno de unidad conformado por demócratas, progresistas y liberales: las tres corrientes que se habían conjurado contra la reina. Ambos, sin embargo, rechazan la oferta de participar en un gobierno que sigue sin apostar por la República y prepara, en cambio, la instauración de una monarquía democrática con una nueva dinastía en el trono.

Convencidos de que no es el momento de buscar nuevos reyes, Castelar, Pi y Margall y Estanislau Figueras se escinden del Partido Democrático, partidario de todavía dar una nueva oportunidad a la Monarquía constitucional, y fundan el Partido Republicano Democrático Federal. Desde las filas del nuevo partido se opondrán a la coronación del príncipe italiano Amadeu de Saboya como Rey de España, la opción defendida por el general Prim. Su posición es sin embargo minoritaria dentro de las fuerzas de la revolución democrática española, donde todavía se teme la palabra República, y más si lleva por apellido federal. 

La República que pudo ser

El 16 de noviembre de 1870 Amadeu de Saboya es elegido Rey por 191 votos frente a los 60 favorables a la República federal. Castelar y Pi representan los extremos de un partido muy plural, en el que el rechazo a la Monarquía es el común denominador. Grosso modo, uno es la derecha y el otro la izquierda del republicanismo federal. No sólo les separa la cuestión social, sino también la forma de entender el federalismo. Para Pisarello, mientras Pi entiende el federalismo como la construcción de la nación española “de abajo arriba”, partiendo de la autonomía de los municipios y de los antiguos reinos, que deciden libremente pactar, cediendo al Estado central parte de su soberanía inalienable, "Castelar considera que la nación española ya existe, y que si acaso se trata de descentralizar un poco el Estado".

A pesar de sus diferencias políticas, la convivencia entre ambos durará hasta 1873. Y es que los eventos políticos están a punto de precipitarse. A principios de este año Amadeo I, asqueado de los políticos españoles, carente de base social y superviviente de un atentado que casi acaba con su vida, presenta su renuncia al trono. Tras el fracaso de quien mejor podía encarnar una monarquía democrática, nadie postula volver a buscar a otro rey. El 11 de febrero Les Corts votan otra vez: 258 votos por la República hacia 32 en contra. Nadie lleva la República, la llevan las circunstancias; la lleva una conspiración de la sociedad, de la naturaleza, de la historia” reconocería Emilio Castelar sobre la fragilidad del nuevo régimen.

El republicano federal Estanislau Figueras será el primer presidente del gobierno. Dura 5 meses y deja una frase para la posteridad: "Señores, les sereno franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros".

Los debates sobre la forma unitaria o federal de la República, los conflictos dentro del mismo republicanismo federal, la nueva revuelta carlista, los intentos de golpe de Estado y la guerra colonial en Cuba marcan una tormentosa experiencia que se convierte en una máquina de triturar presidentes de Gobierno.

A Figueras le sucederá Pi i Margall. Durará algo más de un mes en el cargo. El presidente es desbordado por los sectores más intransigentes del republicanismo federal, que sin esperar en la nueva Constitución republicana federal inician la llamada revolución cantonal. Cartagena, Alcoy, Málaga, Cádiz y otras localidades se declaran soberanas para constituir la República federal de abajo a arriba. Una parte del movimiento obrero, de tendencia bakuninista, se une a la revolución, y los intentos de negociación por parte de Pi fracasan. Poco antes, como ministro de Gobernación había contenido la proclamación del Estado catalán de la República federal española, pero el nuevo movimiento es mucho más inflexible y precipita su caída. Engels escribiría que con ello los republicanos federales intransigentes y sus aliados bakuninistas herían de muerte a la República. El 18 de julio de 1873 Pi i Margall dimite. Su sucesor Nicolás Salmerón deberá encargarse de la represión al cantonalismo, pero después de dos meses en el poder dimitirá por su negativa a firmar ejecuciones de rebeldes.

Será el cuarto y último presidente republicano, Emilio Castelar, quien, en palabras de Pisarello "entregue la República a sus represores". El político republicano toma poderes excepcionales, suprime libertades, pacta con los sectores conservadores y emplea toda la fuerza del Estado para reprimir el movimiento cantonalista.

Si el modelo era la represión republicana en la Comuna de París, origen de la Tercera República Francesa, en este caso la violencia estatal no servirá para salvar a la República de su autodestrucción. El 3 de enero de 1874 el golpe de Estado del general Pavía pone en la práctica fina a la experiencia republicana. Aunque ésta sobrevive todavía unos meses más de forma nominal, en realidad ha muerto. La dictadura del general Serrano será el preámbulo en la Restauración borbónica encarnada en Alfonso XII, hijo de Isabel II. Ningún político de 1873 viviría lo suficiente como para conseguir ver la Segunda Republicano del 14 de abril de 1931. 

Diferentes tácticas en la larga travesía por el desierto

El fracaso de la Primera República adentrará en el republicanismo español en una profunda división muy difícil de resolver. Durante la Restauración el movimiento seguirá existiendo, pero fracturado en cuatro partidos, uno por cada presidente, algo que según la historiadora Florencia Peyrou "está muy relacionado con el personalismo típico de la política del siglo XIX". Castelar y Pi representan las posiciones más antagónicas. Mientras el primero mira a la burguesía, las clases medias y la Tercera República francesa, que se consolida en estos años como República de orden , centralista e imperialista, el Partido Republicano Federal mira a las clases populares, al movimiento obrero y al federalismo estadounidense y suizo.

Hacia la deriva conservadora y centralista de Castelar, Pi profundizará durante la Restauración en sus ideas federalistas. Pisarello destaca "la modernidad" de los escritos posteriores a la Primera República. En 1877 se publica Las Nacionalidades , su obra más conocida, un alegato a favor de una España federal partiendo de las regiones históricas y los antiguos reinos peninsulares. Para Pi democracia y federalismo son inseparables, y recela de un régimen republicano pero centralista, algo que considera poco más que una Monarquía con una barretina frigia.

Aunque dentro de su proyecto federal se incluían las colonias de españoles de ultramar, para las que defendía una consideración de estados federales, el auge del independentismo en Cuba, Puerto Rico y Filipinas le llevará a ir modificando su posición y dar por imposible su permanencia en España. Durante la Guerra de Cuba Pi será el único líder republicano que no apoye el enfrentamiento bélico, aponiendo en cambio para dar la independencia a la isla para conformar con ella una relación confederal en una especie de comunidad hispánica, algo similar a la futura Commonwealth británica.

Castelar, defensor del imperialismo español, adoptará una progresiva integración en el sistema político de la Restauración. Funda el Partido Demócrata Posibilista que en 1890 se integra en el Partido Liberal de Sagasta después de conseguir su principal reivindicación: el sufragio universal masculino.

Peyrou, autora del libro "La Primera República" (Akal, 2023), señala la "mala relación personal" entre los dos expresidentes. Mientras el líder de los republicanos federales, finado en 1901, será hasta su muerte un outsider , el último presidente republicano, fallecido en 1899, llegará a ser incluso rehabilitado como figura pública. Una división que según Pisarello se ha mantenido también en la posterior memoria pública a ambos, y que para el autor de Dejar de ser súbditos , ha tratado mejor a Castelar dejando a Pi, padre de las múltiples tradiciones de las izquierdas españolas, arrinconado en una esquina de lo que considera necesario sacarlo. Tal vez ese 150 aniversario de la República por la que tanto luchó y que sólo presidió un mes pueda servir a este hito.


Fuente → realitat.cat

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