Andalucía, tierra de 'desbandás'
Andalucía, tierra de 'desbandás'
Guillermo Martínez
No tan reconocidos por la historia como el éxodo de miles de personas desde Málaga hacia Almería en febrero de 1937, muchos otros éxodos de pueblo en pueblo tuvieron lugar en Andalucía con algunos nombres propios como protagonistas.

 

El fracaso del golpe de Estado en julio de 1936 trajo consecuencias inmediatas, si no tanto en capitales de provincia, sí en pequeños pueblos que se vieron obligados a defender la legalidad republicana, pero también la subsistencia alimenticia de la ciudadanía. Con poco éxito en algunas zonas de Andalucía debido a la implacable represión de los sublevados, las miles de personas que no se resignaron a vivir bajo el yugo de la futura dictadura emprendieron largas y costosas migraciones a municipios colindantes. Esta es la historia de las otras carreteras de la muerte, de un exilio provinciano, de la amargura e impotencia de dejar una vida atrás bajo el asedio y los fusilamientos. Cuando la otra opción es la muerte y el sufrimiento, todo por la vida.

Manuel Velasco ha estudiado la represión en la sierra sur de Sevilla y en las comarcas de Antequera y Ronda durante los primeros meses de la Guerra Civil. En este sentido, el también presidente de la Asociación Guerra y Exilio en Andalucía afirma que "en estos lugares es posible ponerles nombre y apellidos a las víctimas, pero también a los asesinos y criminales". "A la mayoría de personas el golpe de Estado les pilló por sorpresa, y en las zonas controladas por los sublevados comenzó una sangrienta represión nunca antes conocida, por lo que muchos huían a los pueblos de alrededor".

Los pueblos jugaron un papel crucial durante los primeros momentos de la contienda

Sin ir más lejos, los miles de personas de la campiña sevillana se dirigieron principalmente hacia zonas más cercana a la provincia de Málaga, donde se mantuvieron hasta principios de septiembre de 1936. Pero antes de todo eso, los ayuntamientos de izquierda andaluces se empezaron a organizar ante una presumible invasión por parte de los exaltados. "Aquellos comités de defensa eran muy rudimentarios, con guardias en las entradas y salidas de los pueblos, con palos y escopetas de cacería y barricadas con sacos de arena", concretiza Velasco.

Pero el ataque por tierra y aire de los sublevados pronto les hizo huir hacia otros pueblos: "En la provincia de Sevilla, la mayoría de los pueblos, a finales de julio estaban controlados por el ejército sublevado y sin medios para ofrecer resistencia, así que comenzaron las detenciones, torturas y los fusilamientos individuales y grupales", añade el historiador. 

Sin víctimas de derechas

De esta forma, a mediados de agosto, los únicos pueblos que permanecían bajo el mando republicano eran Martín de la Jara, Los Corrales, El Saucejo, Villanueva de San Juan y Algámitas. "A 31 de julio, en estos pueblos no se contaba ninguna víctima mortal, lo que da buena cuenta del comportamiento y la conducta de las autoridades entre las zonas ocupadas y estas, aún libres", concretiza el investigador. Tras intensos combates en estas zonas entre fieles a la República y falangistas y militares exaltados, las operaciones viraron hacia otro objetivo: Ronda.

Ronda se convirtió en el objetivo principal de los sublevados

El 3 de septiembre empezó la planificada toma de esta ciudad malagueña por varios frentes, no sin antes conquistar los diferentes pueblos necesarios para ello. "Esto produjo las distintas emigraciones hacia Málaga, aun sin ocupar. En Campillo, por ejemplo, fueron fusilados un gran número de habitantes mientras los que podían corrían aterrorizados por la carretera de Ronda. En Teba también fusilaron a 80 personas la misma noche que tomaron el pueblo. Así hasta llegar a Ronda, el 17 de septiembre", continúa el mismo Velasco.

Una gran parte de los habitantes de los pueblos ocupados de la sierra sur de Sevilla, Antequera y Ronda se replegó hacia la nueva zona republicana, ya muy próxima a Málaga capital. "Muchas de estas personas recuerdan la generosidad que se encontraron, incluso dándoles trabajo en las huertas del valle del Guadalorce, y ahí permanecieron unos cuatro meses", apunta Velasco. 

Falangistas mercenarios

Mientras esto ocurría, muchos ciudadanos que quedaron desperdigados por los cortijos y el campo pensaron en volver a sus hogares. Fue el momento en el que los sublevados empezaron a decir que, si no habías cometido ningún crimen, podrías regresar sin ningún tipo de problema. "Ninguno de ellos imaginó el escarmiento que les tenían preparados -continúa el historiador-, esa operación de limpieza que harían casa por casa y calle por calle".

Ahí es cuando aparecieron las milicias falangistas, el momento en el que la venganza quedó a cargo de bandas armadas a sueldo que comenzaron a actuar inmediatamente. "Hay documentos que certifican los nombres de estos falangistas que cobraban por matar", apuntilla Velasco. De esta forma, los asesinatos se efectuaban tras dar fuertes palizas a los detenidos, a quienes se les ataba las manos con alambre y se les conducía al lugar en el que estaban los verdugos, eso si no les obligaban a cavar sus propias tumbas por la tarde, donde caían por la noche, parafraseando al experto. 

La Huida antes de La Desbandá

Las mujeres en ningún momento estuvieron exentas de represión. Muchas de ellas fueron violadas cuando su único delito fue haber bordado una bandera roja o tener familiares huidos. También les rapaban la cabeza y les obligaban a beber aceite de ricino, una aberración copiada a los fascistas italianos. "En esta zona no se llamó La Desbandá, sino La Huida, y cuando muchos regresaban a sus casas les llamaban los rehuidos", dice Velasco.

Éxodo de familias a los pueblos de alrededor ante los ataques de los sublevados. Cedida por Manuel Velasco
 

Este mismo investigador aporta las cifras a tamaño represión: en Osuna hubo 242 muertos; en El Saucejo, 160; en Algámitas y Villanueva, pueblos que no llegaban a los 2.000 vecinos, mataron a 182 y 162 de ellos, respectivamente; en Los Corrales mataron a 101 personas; y en Martín de la Jara, 28. "En muchos de estos pueblos no hubo una sola víctima de derechas, pese a haber sido encarceladas durante los primeros días tras el golpe de Estado", apunta Velasco. Entre las víctimas de estas localidades (875) y las de otras comarcas, como Antequera con 1.205 asesinatos y los 763 de Ronda, el número total asciende a 2.843. 

Los primeros fusilamientos masivos

Manuel Moral, por su parte, ha estudiado la huida y resistencia en el valle del Guadalquivir al comienzo de la Guerra Civil. Se muestra directo: "En Córdoba capital, el genocidio comenzó el mismo 19 de julio con fusilamientos masivos, así que es esta ciudad la que protagonizó la primera desbandá hacia la sierra debido a los fusilamientos en masa de la capital, principalmente a sindicalistas tras haber secundado la huelga que siguió al golpe de Estado".

Ese mismo día, 48 de los 75 municipios cordobeses ya estaba en manos de los sublevados. Al igual que sucedería en otras zonas, los comités de defensa de la República comenzaron a tomar los bienes y las riquezas de los terratenientes para repartirlos de la forma más eficiente y justa al pueblo, hasta que los sublevados conquistaban la zona. 

El monte como resguardo

"Miles de familias huyeron hacia Sierra Morena, ocultándose en el bosque, durmiendo al raso en cuevas y chozas en el monte, sin saber si aquello sería cuestión de días o semanas", relata Moral. Pero la huida con mayor envergadura comenzó en Palma del Río, donde el 26 de agosto el 10% de su población ya había sido fusilada por los exaltados.

Para dar buena cuenta del ambiente que se vivía en Palma del Río, el experto relata una pequeña historia de lo que sucedió: "Félix Moreno era un terrateniente con 40.000 hectáreas, de esos que se juntaban en el casino y no querían sembrar las tierras para que el pueblo pasara hambre. Los comités de defensa mataron a varios de sus toros, porque también era ganadero, para llevar la carne al economato y repartirla entre la gente. Pueste este hombre dijo que iba a matar a 10 jornaleros por cada toro muerto".

En agosto, la migración de los cientos de personas perseguidas por los exaltados se orienta hacia Las Navas de la Concepción y, cuando ésta cae, se dirigen hacia la cuenca minera de Fuenteovejuna. El 20 de agosto cae Puebla de los Infantes, en Sevilla, y los huidos se dirigen hacia Posada, que se convierte en un fuerte nudo que concentra a personas de distintos lugares. De hecho, cuando el 27 de agosto cae Palma del Río, sus habitantes también se dirigieron hacia Posada. Allí se concentraron unas 15.000 personas.

Mujeres, niños, ancianos y enfermos eran los que más huían de la crueldad

"El 28 de agosto se inició una marcha brutal camino de Villaviciosa y los testimonios relatan que fueron bombardeados por tierra y aire", agrega Moral. Ya el 6 de septiembre tuvo lugar la batalla de Cerro Muriano y, al día siguiente, la de Hornachuelos, el último pueblo de la zona del Guadalquivir en caer. Gracias a que varios milicianos conocían bien las veredas complicadas de la sierra y su orografía abrupta, mucha gente decidió escapar por él.

Tal y como asegura Moral, la mayor parte de las personas que escapaban de la barbarie de los exaltados eran mujeres, niños, ancianos y enfermos. "Muchas familias no quería dejar lo poco que tenían y marchaban con sus burros, incluso sus rebaños de ovejas, pero al final los tuvieron que dejar por el camino", incide el historiador.

El 8 de octubre, ocupada Villaviciosa, estos miles de personas huyeron hacia una estación de ferrocarril de la cuenca minera de Peñarroya, donde se agolpaban para coger un tren borreguero, no destinado al viaje de personas, que les pudiera alejar de la zona. "Gracias a la huida, muchos hombres y mujeres pudieron seguir luchando al lado de la República, defendiendo la democracia en los frentes, por lo que estos desplazamientos forzosos fueron en el fondo actos de resistencia antifascista", concluye el mismo Moral.


Fuente → publico.es 

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