Simone Weil en la revolución de 1936 
Simone Weil en la revolución de 1936
Xavier Montanyà

Un libro reconstruye la vida de la filósofa anarquista en la columna Durruti, su experiencia de la lucha y las dudas y reflexiones sobre la violencia

Hace unas semanas os hablaba de El corto verano de la anarquía , de Hans Magnus Enzensberger, obra fundamental para aproximarse a la revolución anarcosindicalista de 1936. Un relato coral construido con infinidad de voces de quienes fueron en primera línea aquellos días históricos. Entre la galaxia de personajes del libro, destaca la voz firme, inteligente y comprometida de la filósofa francesa Simone Weil, autora de importantes reflexiones sobre el activismo militante y la violencia.
 
 
Ahora otro libro nos abre sus puertas a conocer de primera mano la experiencia que Weil vivió en verano de 1936 en el frente de Aragón, como voluntaria del Grupo Internacional de la Columna Durruti. Es La columna , del escritor francés Adrien Bosc (Aviñón, 1986) publicado simultáneamente en catalán por Univers y en castellano por Tusquets. 
 
Es una obra precisa, bien documentada y bastante inspirada que se lee intensamente como una novela biográfica basada en hechos reales, con hipótesis de ficción. El autor nos introduce en el pensamiento y las vivencias de la protagonista y de sus camaradas anarquistas en la frente, al tiempo que nos evoca la dureza, la pasión e, incluso, la mística de aquellos militantes anarquistas que se jugaron la vida para cambiar el mundo y superar las injusticias sociales. Con contradicciones, sí, y también grandezas y miserias. 
 
Simone Weil es una de las mentes privilegiadas de su generación. Ingresó en la Escuela Normal de París con la nota más alta. La segunda era Simone de Beauvoir. Con Weil, que tiene veintisiete años, nos dirigimos de París al Frente del Ebro, pasando por la efervescente Barcelona del corto verano de la anarquía. Es como si los movimientos, las peripecias y los pensamientos de la joven activista construyesen un documentario sobre aquellos días que conmovieron al mundo e hicieron tambalear durante un verano muy intenso y demasiado corto, lleno de aciertos y errores, los cimientos de un país y un sistema que acumulaba muchas décadas de explotación, oscurantismo e injusticia social. 
 
Listo para el combate. La joven filósofa miliciana, frente a la sede del POUM. Agosto de 1936 (fotografía: archivos familiares). 
 

El libro nos descubre la esencia de las convicciones de aquellos activistas, algunos de los cuales, como ella, nunca habían disparado un fusil. Weil, además, era una pacifista militante. Pero no podía permanecer en París de brazos cruzados, pontificando en los cafés, sin sumarse a las filas de los obreros en armas que luchaban por un futuro más justo para todos. En su actitud, existe una más que evidente crítica a la intelectualidad burguesa ya los eternos charlatanes pedantes de la cultura, añadida a una necesidad ética profunda de compartir la lucha, el dolor y vivir en propia piel la intensidad y los peligros de la acción. Ya había abandonado el confort del estudio, la escritura y la vida burguesa antes, para trabajar de obrera en varias fábricas, como la Renault. 

"El único gran espíritu de nuestro tiempo"

Su recorrido vital, ético e ideológico es fundamental para entender algo mejor la época y, lógicamente, la revolución, con sus logros y fracasos. Weil se sentía próxima al trotskismo, el anarquismo y el marxismo no estalinista, pero solo ejerció la militancia sindical. Sus reflexiones y preocupaciones están en perfecta sintonía con las ideas clave de su tiempo. Nunca se reprime ni de actuar según sus convicciones, ni de criticar o alertar de los peligros y trampas de cómo se desarrollaba la revolución.

Sus reflexiones son importantes. Por ella, escribir, pensar y actuar eran sola cosa. La guerra de 1936-1939 y la revolución fueron para ella un punto de inflexión vital e ideológico: “Las desgracias de otras personas entraron en mi piel y en mi alma.” Fue un testimonio privilegiado, protagonista en el terreno de la acción y el de las ideas. No en vano Albert Camus la definió como “el único gran espíritu de nuestro tiempo”.

Simone Weil pasó poco tiempo en España, cuarenta y cinco días, de los que se sabía poco hasta la investigación de Adrien Bosc. De su dietario, se conservan treinta y cuatro hojas de cuaderno Moleskine, con reflexiones, descripciones y unas pocas frases básicas en español. Un pasaporte con los sellos de la Generalidad de Cataluña y del Comité Central de las Milicias, cartas y algunas fotografías.

Mujeres antifascistas en la guerra de 1936-1939.

Simone Weil se va a la guerra
 
 
Cuando Simone Weil llega a la estación de Francia y sale a la calle, se sumerge en la revolución. Está muy viva la descripción que hace de la ciudad y el estado de ánimo de la gente pocos días después de haber parado, los obreros, con armas en las calles a los militares sollevados el 18 de julio; comparable a los testigos que también nos han dejado George Orwell en Homenaje a Cataluña (1938), HE Kaminski en Els de Barcelona (1937) y Camillo Berneri en el diario Guerra di Classe , también de 1937. 
 
Su agudeza está bien plasmada en las páginas de su cuaderno Moleskine: “Si no fuera porque hay poca policía y muchos jóvenes con fusil, no se notaría nada. Se tarda un tiempo en darse cuenta de que sí, es la revolución, y que aquí se vive uno de esos momentos históricos de los que hablan los libros y nos hacen soñar desde niños, como 1792, 1871, 1917. Esperamos que ésta tenga consecuencias más felices. Nada ha cambiado, en efecto, excepción hecha de un detalle: el poder ha pasado al pueblo. Los hombres de azul mandan. Es uno de esos momentos extraordinarios, que hasta ahora no han durado, en los que quienes siempre han obedecido pasan a asumir responsabilidades. Esto tiene sus inconvenientes, por supuesto. Cuando se da a chicos de diecisiete años un fusil cargado en medio de una población desarmada…”
 
Grupo internacional de la columan Durruti, 1936 (fotografía: servicios de propaganda de la CNT). 
 

Esta impresión inicial apunta ya la reflexión sobre la violencia que será latente en su pensamiento para siempre. La experiencia propia en el frente y los relatos de sus compañeros sobre represalias y ejecuciones le harán reflexionar mucho hasta el punto de coincidir en la distancia con las críticas que hizo el escritor católico Georges Bernanos sobre la violencia ciega que había visto en Mallorca entre los falangistas y los fascistas italianos.

Sin embargo, Simone Weil no da ni un paso atrás hasta conseguir llegar a primera línea, armada con un fusil, como un miembro más de las milicias de la columna Durruti. Y sin saber disparar. Pero, antes, el relato de Adrien Bosc explica que Weil se presentó en la oficina central del POUM para ofrecerse a pasar a la zona nacional para averiguar qué había ocurrido en Joaquín Maurín y, si pudiera, rescatarle. Estaba convencida de ser la persona ideal para esta misión y la defendió con vehemencia. Gorkín rechazó la idea alegando que había un noventa por ciento de posibilidades de que se sacrificase inútilmente.

Barcelona, ​​capital mundial del anarquismo.

Milicianos, proscritos, idealistas…
 
 
La descripción de sus compañeros de la columna es extraordinaria. Hay veteranos de la Primera Guerra Mundial, proscritos e idealistas. Adrien Bosc nos retrata el carácter de aquellos hombres y mujeres, la forma de organizarse, la solidaridad de los jóvenes europeos, la pasión revolucionaria, la inexperiencia y la precariedad. En este sentido, coincide plenamente con los recuerdos del italo-francés Antoine Giménez, también miembro de la columna, en Les Fils de la nuit. Souvenirs de la guerre de Espagne , en la que nos explica el paso de todos juntos y la joven filósofa por el frente del Ebro. 
 
Sin embargo, me ha extrañado que el autor no haga referencia al crítico de arte Carl Einstein, un personaje con muchos puntos de contacto con Simone Weil. Salvo la edad y la experiencia militar. Einstein tenía más de cincuenta años y había luchado en la Primera Guerra Mundial. Ambos eran intelectuales de primera línea, militantes y activistas políticos que decidieron dejar la cómoda vida parisina para venir a Barcelona y alistarse con los milicianos de Buenaventura Durruti.  
 
Los padres Weil, al rescate   
 
En pocos días en el Ebro, Simone aprendió a disparar y demostró su valentía a sus compañeros. Era una más. Un buen día, desgraciadamente, sufrió un desgraciado accidente. Metió el pie en aceite hirviendo, que el cocinero había disimulado en un agujero para que el fuego no se apagara. La quemadura fue considerable. Pese a oponerse, el jefe del grupo decidió enviarla al dispensario más cercano. Weil escapó y emprendió el camino a pie hacia Barcelona. La herida se agravó. 
 
En la ciudad reencontró a sus padres, que, preocupados por la salud de su hija, y conociéndola, viajaron hasta Barcelona para ayudarla. Fue ingresada en el hospital militar de Sitges por intervención de Jaume Miravitlles. Hasta que, finalmente, sus padres consiguieron llevársela a Francia para que se recuperara bien. Por aquel entonces de reposo, reflexionó mucho sobre el uso de la violencia del que había sido testigo. Los relatos de ejecuciones hechas por sus camaradas la impresionaron. 
 
Especialmente, el caso de un joven campesino de dieciséis años hecho prisionero, al que Durruti en persona arengó públicamente para convencerle de que se cambiara de bando si quería salvar su vida. Le dieron veinticuatro horas para decidirse. Luego, como no cambiaba de opinión, le mataron. Es un caso que este libro recupera y reconstruye, basándose en otros estudios y reportajes. A Weil, conocer este episodio la desquició. De hecho, el fragmento de su diario en el que habla es uno de los sabiamente elegidos por Enzensberger en El corto verano de la anarquía.
 
Milicianos de la columna Durruti, el día de su funeral, en Barcelona. 
 
La carta a Georges Bernanos 
 
Un momento decisivo del libro, y de la vida de Simone Weil, fue cuando leyó Les Grands Cimetières sous la lune (1938), del escritor católico Georges Bernanos. También era monárquico y, en principio, simpatizante de los falangistas. Pese a su ideología, Bernanos presenció la represión asesina de falangistas y fascistas italianos en la isla de Mallorca. Se hizo eco en el libro y criticó aquellas matanzas. Weil lo leyó. Estaba cansada de discusiones inútiles con sus camaradas sobre el uso de la violencia desatada. No la llevaban a ninguna parte. 
 
A pesar de estar en las antípodas ideológicas, Weil encontró consuelo en la novela de Bernanos y se decidió a escribirle una carta larga. El texto, que se reproduce en el libro, es interesantísimo, de una claridad y valentía memorables. Dice que no piensa volver a la guerra de España porque ya no es una guerra de campesinos famélicos contra terratenientes y clérigos, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia. 
 
Weil le relata su experiencia de la violencia y las ejecuciones en las filas anarquistas. Dice haber reconocido en su libro el olor de la guerra, de sangre y de terror que desprende, porque ella le ha respirado. Dice no haber vivido hechos ignominiosos como los que relata, pero sabe bien los que le han contado sus compañeros. Le impresiona negativamente la falta absoluta de ningún tipo de remordimiento o autocrítica. “Esa atmósfera borra enseguida el fin mismo de la lucha. Porque no podemos concebir ese fin –el bien público, el bien de los hombres– cuando no damos ningún valor a los hombres.” 
 
Le recuerda que en Barcelona se mataban de media a unos cincuenta hombres cada noche en expediciones de castigo. "Cuando sabemos que es posible matar sin ser castigados o condenados, matamos", le expresa como terrible conclusión. Y acaba confesándole que ahora se siente más cerca de él que de sus compañeros milicianos en Aragón, a quien, sin embargo, había apreciado. 
 
Las reflexiones de Weil causaron mucha polémica en los medios militantes. Albert Camus, aunque manifestó que tenía algunas objeciones, alabó su valentía y su derecho a expresarse públicamente. 
 
Carné de Simone Weil (1909-1943), cuando trabajaba por la resistencia francesa, datado meses antes de su muerte (fotografía: Universal Images Group / Getty). 
 
El testimonio de futuro eterno de una carta  
 
Cuando hubo la ocupación alemana del estado francés, Weil y su familia, de origen judío, huyeron de la amenaza nazi y se instalaron en Nueva York. La joven Simone Weil, que no podía ser una simple espectadora lejana de la guerra, logró ir a Londres. Quería incorporarse a la resistencia, que la arrojaran en paracaídas en la campaña francesa, pero no la aceptaron. Acabó trabajando de redactora de los servicios de la Francia Libre del general De Gaulle en Londres. Murió de tuberculosis en un sanatorio de Ashford, Inglaterra, el 24 de agosto de 1943. Tenía treinta y cuatro años. 
 
Georges Bernanos murió en Neuilly-sur-Seine, cinco años después, el 5 de julio de 1948. En su cartera de bolsillo, encontraron doblada y envejecida la carta que le había escrito la joven Simone Weil después de su experiencia en la revolución española. El escritor católico y monárquico nunca respondió aquella misiva, pero la llevó muy cerca del corazón para siempre. 
 

Fuente → vilaweb.cat

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