Luis Puicercús es el autor de la mayor recopilación hasta la fecha de los nombres y orígenes de detenidos en el tardofranquismo, de los cuales la mitad son vascos. Recuerda su amistad con Jon Idigoras, su convivencia con militantes de ETA y hasta su asistencia a clases de euskara en la cárcel de Carabanchel.
Antes de responder, Luis Puicercús tose con vehemencia varias veces. Admite que es una típica «tos de fumador de muchos años». Ha superado un cáncer de garganta y, previo a eso, un ictus. No le faltaron escollos en el camino a este militante del FRAP a finales de la década de los 60. Nacido en Madrid en 1951, desde hace tiempo se dedica solamente a escribir e investigar sobre memoria histórica.
«Soy comunista, desde siempre», así se define y, si bien su apellido proviene de Huesca (por su abuelo), comenta que tiene antepasados vascos. «Mi sexto apellido es Arruabarrena», señala orgulloso. Sin embargo, la huella abertzale en su vida no será tanto genética como emocional: hizo entrañables amistades con presos vascos en las tres cárceles franquistas en las que resistió durante cuatro años los embates del cautiverio a una edad muy joven. Entre las que estuvo está la más emblemática: la de Carabanchel, al suroeste madrileño, el centro de detención que más presos políticos albergó durante la dictadura.
Puicercús ha publicado recientemente el libro ‘Presos del franquismo de la A a la Z. La represión de la dictadura (1963-1977)’ (Fundación Aurora, 2022), un verdadero abecedario de la represión de la etapa tardofranquista, en el que se exponen nombres, apellidos, origen geográfico y pertenencia partidaria de todos los presos (tanto de los que acabaron muertos como los que no), con material fotográfico exclusivo gracias a que logró colar una vez una cámara de fotos en la cárcel.
Siendo el Estado español de los que han sufrido una de las dictaduras más largas del siglo XX, y siendo el que tiene la mayor cantidad de muertos en fosas comunes después de Camboya, además de los delitos de lesa humanidad perpetrados por el franquismo, resulta increíble que un hombre particular, sin apoyos de ninguna administración pública, sea el que haya realizado el único trabajo, inédito hasta ahora, de recopilación de víctimas y publicación de la investigación en ese período de tiempo.
Esta publicación, que es la última de varias que ha realizado el autor, siempre en torno al tema de la memoria histórica y la represión franquista, también incluye los nombres de jueces y policías de aquella etapa, así como abogados defensores de derechos humanos. En entrevista con 7K, Puicercús recalca la relevancia de su último libro y su esperanza de que sea accesible en la mayor cantidad posible de bibliotecas públicas y su difusión en escuelas, para que las nuevas generaciones conozcan lo que la denominada Transición «quiso que se olvidara».
También recuerda sus días rodeado de presos vascos, sus semanas intentando aprender euskara en una celda con clases impartidas por un militante de ETA, su gran vínculo de amistad con Jon Idigoras Gerrikabeitia y los resquemores de algunos presos españoles ante su cercanía con los detenidos abertzales. Puicercús asegura que ser un preso político lo hizo mejor militante y con orgullo afirma que nunca, a pesar de las palizas, lograron doblegarlo.
Su libro es en cierta forma un auténtico diccionario del terror.
Sí, creo que este libro es distinto de todos. Se ha cuidado mucho. Además está encuadernado en cartón, son 650 páginas. No es una novela, es una historia de nuestro país y su gente represaliada. Un libro pensado para que sea de consulta, por eso cuidamos mucho la manera de cómo presentarlo. Yo tengo, con este, nueve libros publicados pero este es especial. Y el libro no es solo sobre nombres de presos, que son 14.000, y las cárceles donde estuvieron. Hay como parte fundamental un tercio que está dedicado a los jueces, militares y policías torturadores, que hicieron tanto daño. Y luego hay listados de heridos, de torturados, no fallecidos. Por eso el libro se puede resumir en ser un abecedario de la represión, tanto de los que murieron como de los que sobrevivieron.
Ha escrito nueve libros. ¿Su oficio de siempre fue ser periodista o escritor o es algo que se dio como catarsis?
Toda mi vida trabajé en artes gráficas, aprendí mi oficio en Tarragona. Yo pertenecía al FRAP y por tener ese oficio el partido me destinó a la parte de propaganda, me gustaba ese trabajo. La Policía me pilló la imprenta tipográfica que teníamos en un chalet que habíamos alquilado en el norte de la sierra madrileña y que tuvimos dos años funcionando. A mí me condenaron a diez años de prisión por delito de propaganda ilegal y estuve cuatro porque murió Franco y me beneficié por el indulto por la entronización de Juan Carlos de Borbón. Estuve preso desde 1972 hasta finales de 1975. Toda mi vida he trabajado en artes gráficas y luego pasé al arte mayor de los libros que consiste en escribirlos.
Es cierto que en mi militancia me destaqué por escribir y redactar cosas, no consentía que hubiera panfletos mal escritos (sonríe). Y en 2005 empecé a escribir, entre ellos ‘Propaganda ilegal’, un libro sobre mi militancia y mi vida carcelaria. Ahí está el germen del libro que ha salido ahora. La Transición fue un pacto que dejó atrás el pasado y permitió que amplios sectores de la población pasaran página, sometiendo a todos los que pasamos por la cárcel a la más atroz de las condenas, que es el olvido. Entonces, bueno, empecé a recopilar nombres.
¿Por qué el libro comienza la recopilación en 1963?
Porque es la etapa en la que estuve militando, cuando empecé. Fue el tiempo de duración del Tribunal de Orden Público, que dejó de funcionar en 1977. Se dio esa coincidencia, mi militancia y la del momento de empezar a funcionar del TOP y por eso ese es el período de recopilación. Yo me muevo como pez en el agua hablando de esos años porque son los que viví. A veces me preguntan por qué no hablo de los presos de los años 40 y yo respondo que sí, que es necesario, pero que lo hablen otros, yo no lo he vivido.
¿Cómo eran esos tiempos de militancia bajo dictadura?
Bueno, el partido donde yo milité era joven, no era un partido que venía de la guerra. Éramos todos de edad similar, yo era de los mas jovencitos, empecé a los 18, y la mayoría tendría alrededor de 23 años. En el PCE sí había gente de mayor edad. Y en aquellos tiempos, en la clandestinidad, todo era muy cerrado, yo me movía en los ambientes y las limitaciones de mi partido, no me veía con gente del PCE ni de ETA ni con anarquistas. Me encontraba con gente solo del FRAP, pero después sí, cuando me detuvieron y me mandaron a la cárcel, ahí ya fue barra libre al conocer a gente mayor algunos de los cuales habían vivido hasta la guerra. Y fue importante porque aprendí mucho de esa gente.
Ha recopilado 14.000 nombres. La mitad son vascos.
Si, es cierto. Yo en las cárceles que estuve conocí a comunistas, anarquistas y gente de ETA. En aquel momento casi la mitad de los presos en las cárceles donde yo estuve eran vascos de ETA, y cuando salí y empecé a recopilar los nombres de los presos, esa coincidencia carcelaria de que la mitad de los presos eran vascos se reflejó en los nombres que yo recogía. Por eso se dice que la mitad de los presos políticos del tardofranquismo son vascos, puede ser que unos fueran nacionalistas y otros anarquistas, que unos quisieran una república federativa y otros un estado socialista, en fin… Todos luchábamos contra la dictadura, cada uno a su manera, pero fundamentalmente a todos nos unía un enemigo. Una de las características que tuve al entrar en la cárcel fue que me planteé recordar lo que viviera allí dentro. Estando en Carabanchel me dije a mí mismo: ‘No tengo que olvidar lo que aquí adentro pase’. Y sabía que los siguientes años iba a tener que militar dentro de la cárcel, porque para mí fue una continuación de la lucha. Con detenerme y encarcelarme no paré de luchar, metieron preso mi cuerpo, no mi cabeza.
Cuando empecé más en serio en 2008 a hacer este trabajo (de recopilación), coincidí con asociaciones memorialistas y anti-represivas de todo el Estado y casualmente contacté con Euskal Memoria. Iniciamos una colaboración y yo les pasé nombres de presos vascos en Carabanchel y ellos de presos en todo el Estado. No solo supe por el apellido que alguien era vasco, claro, sino por la militancia. Si un tal González era de ETA, pues es vasco. Y para mí vascos son también los de Navarra. En el libro pongo dónde nacieron y el partido en el que militaron. Además de integrantes de ETA, había muchos vascos del PCE, de Comisiones Obreras, de ETA Sexta Asamblea, algunos del PNV y algunos del PSE.
Que alrededor de la mitad sean vascos, ¿le sorprendió?
Sí, me sorprendió bastante. De hecho nada más entrar en Carabanchel en aquel momento también me sorprendió ver que la mitad fueran vascos. La explicación era muy sencilla: había más gente luchando contra el franquismo en el País Vasco que a lo mejor en Cáceres, y los que más luchaban son los que más caían e iban a las cárceles. Compañero mío de prisión fue Jon Idigoras Gerrikabeitia. No solo fue compañero, sino que fuimos amigos después de salir de la cárcel y fui a verlo a Bilbao. También conocí allí a Patxi Bisquert, y otro fue Imanol Urrutia, quien me puso el nombre de ‘Putxi’. Especialmente, por la trascendencia, tengo que recordar a Joseba Elosegi Odriozola, al que llamaban ‘el bonzo’ porque se tiró en llamas en el frontón de Anoeta, se quiso inmolar para hacer sentir a Franco el fuego de Gernika. Hicimos amistad y tuvo la deferencia de hacerme retratos a carboncillo. Solo pintaba a aquellos presos que le hicieran sentir algo, decía. Pero si hubiese que elegir un preso con quien tuve más amistad, ese fue Jon.
¿Tiene algún recuerdo de la convivencia con los presos vascos?
Hay una anécdota curiosa. Yo me acerqué tanto a los presos de ETA que incluso inicié un curso de euskara y empecé a asistir a las clases que ellos mismos daban, porque había gente de Euskadi que no hablaba bien euskara, y yo me apunté. Eso hizo que me tuviesen más cariño y se acercasen más a mí. Fue en la cárcel de Carabanchel y las clases eran dentro de las celdas. En todas las cárceles donde estuve se hacían cursillos para mejorar nuestra cultura. El que daba la clase de euskara era militante de ETA. De la primera planta de la prisión, el 95% era de ETA.
Qué curioso esto de las clases. ¿Y cómo le fue? ¿Aprendió mucho?
Bueno, en mi caso asistí durante dos meses porque me resultaba muy difícil. Mis compañeros del FRAP no veían con buenos ojos que yo me acercase tanto a los presos de ETA, porque ahí todos éramos bastante sectáreos. ¡Éramos todos una panda de sectáreos! Todos pensábamos que nuestra ideología y nuestro partido era el mejor, el más revolucionario y el más consecuente. Y los del FRAP me decían que pasaba mucho tiempo con los vascos, que además también me enseñaron a jugar al frontón.
Y otra curiosidad: por esa relación tan buena con Jon, yo subí varias veces a Bilbao a verlo. Y cuando íbamos por el Casco Viejo nos veíamos con otros compañeros de él y en alguna ocasión le preguntaron a él: ‘¿y este español qué pinta aquí?’. Y Jon les respondió: ‘De español nada, Putxi es mi colega, y es mi colega con mayúsculas’.
Usted ha hecho una recopilación exhaustiva y única, nunca hecha, que tendría que haber realizado el Estado español. ¿Cree que la democracia le debe un homenaje a estas víctimas?
Sí, claro. Indudablemente empecé a recopilar los nombres de los presos que habían luchado contra el franquismo precisamente a raíz de la Transición, la que pensaban que iba a recoger de alguna manera con homenaje o recordatorio a los que lucharon, y resultó que no. Fue finalmente que la Transición era algo para olvidar, convencieron a la gente de que pasara página y la gente olvidó. Lo más grave es que los miles y miles de represaliados se quedaron sufriendo el olvido, que es una tortura. En ese sentido, empecé a trabajar chocando con otro muro, el oficial. Ninguna administración, ni gobierno, desde la muerte de Franco, nadie colaboró conmigo, ni me dio ni un solo nombre. Todos con buenas palabras, pero nadie me ayudó. Me decían que no sabían dónde estaban, que había archivos perdidos, etc. Yo iba a las cárceles e instituciones penitenciarias y nunca me dieron nada. No obstante, (el ministro de la Presidencia) Bolaños dijo que iban a recopilar nombres de presos del franquismo ahora… Yo saqué adelante el trabajo con ayuda de otros presos y de organismos de memoria histórica, como Euskal Memoria, Fundación Aurora, el PCE, Podemos, la Fundación Engels, todos no oficiales. Mi trabajo de quince años fue apoyado por ellos.
Entre los miles de nombres, ¿hay muchos del PSOE?
Yo solo me encontré con uno en mis tres cárceles. Luego hay otros, claro, pero pocos. Los tres grupos que más abundaban eran los de ETA, FRAP y PCE. Los tres grandes pilares, y también anarquistas y trotskistas.
¿Hubo algún caso de presos que estén vivos que no hayan querido colaborar o aparecer?
Sí, solo un par. Son dos casos anecdóticos, todos colaboraron de forma entusiasta. Pero hubo una chica y un chico que estuvieron presos y fueron torturados en 1973 y no quisieron aparecer. Ella del FRAP y él del PCE. Yo respeto a la gente que se arrepiente o se avergüenza de haber estado en la cárcel. Pero yo por mi parte no lo comparto, estoy muy orgulloso de haber pasado por la cárcel y de haber sido luchador antifranquista. Eso me hizo ser mejor militante y persona.
En alguna entrevista usted ha comentado que hubo muchos presos que acababan en la cárcel por no poder pagar multas. ¿Cómo es eso?
Sí, a finales de los 60 los chavales mas jóvenes se acercaban a la lucha y hacían pequeñas pintadas o pegaban un cartel, esos eran pequeños delitos para la dictadura, que no se podían traducir en años de cárcel, porque todos no cabrían en las cárceles. El por entonces Ministerio de la Gobernación tenía lo que se llamaban multas gubernativas, de 100 mil a 300 mil pesetas. Y, como la mayoría no podía pagarlo, se traducían en períodos de cárcel de unos meses. Se estima que hubo más de 20.000 ‘multeros’, como se les llamaba.
Tras publicar esta larga investigación, ¿cuál es su anhelo con respecto a la memoria?
Bueno, yo pretendo que los que lucharon contra el franquismo sean reconocidos de alguna forma. No digo dándoles honores, sino simplemente que se les reconozca, con un papelito, no sé. Por ejemplo, que se les reconozca que fueron condenados por un tribunal ilegítimo, como fue el Tribunal de Orden Público, y nada más. Ah, y sobre todo, por la gente que fue torturada y asesinada, que se juzgue y castigue a los que infringieron eso. Que no haya impunidad. Sería muy importante que este libro u otros trabajos similares se presentasen en los colegios y en las facultades. De hecho, estoy empezando a intentar aquí en Madrid que se pueda hacer esa presentación, y estoy intentando que ejemplares de este libro estén en las bibliotecas de algunas escuelas. Para que los jóvenes conozcan lo que pasó y luego que opinen lo que quieran. Lo importante es que conozcan qué ocurrió en este país con chavales jóvenes como ellos que se levantaron contra la dictadura.
Tantos años después y en un contexto tan distinto, a esas nuevas generaciones les puede costar imaginar el calvario que se vivió en esas cárceles franquistas. Pensando en ellos, cuente, ¿cómo hizo para resistir ese terror?
La mayoría de los presos de la dictadura sobrevivimos por una herramienta, que es el humor. Aguantamos porque teníamos principios y una moral revolucionaria, ese fue el centro de la resistencia. También el apoyo de la familia y los compañeros, claro. Pero un gran pilar que hizo que aguantáramos fue el humor. Eso suponía no estar todo el día lamentándonos, sino vivir normalmente, afrontar todo con una sonrisa. Yo recuerdo que me dieron una paliza en 1973, y yo desde el suelo les dije con una sonrisa: ‘¡no podréis conmigo!’. Me siguieron pegando pero aguanté. Y no pudieron conmigo.
Fuente → naiz.eus
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