Por una memoria histórica anticolonial y antifranquista
Por una memoria histórica anticolonial y antifranquista
Yeison F. García López 

La réplica de la cabeza de Franco clavada en el monumento al legionario es «un gesto que busca desmantelar la invisibilidad social que tiene el pasado colonial en nuestro imaginario», escribe Yeison F. García López.
 
Hace unos días un grupo de activistas insertaba la cabeza de Franco en el monumento al legionario inaugurado hace unos meses por el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. Este monumento, una loa al pasado franquista y colonialista de España, ha servido como escenario para el hermanamiento de dos memorias, dos conciencias históricas, que deberían ser más cercanas, más dialogantes entre ellas: la memoria anticolonial y la antifranquista.

Esta acción política activó un sentir de liberación en aquellas que luchamos por la justicia, reafirmó nuestro compromiso con la construcción de espacios comunitarios que buscan revertir las desigualdades estructurales heredadas del franquismo y del colonialismo, nos volvió a recordar la importancia de ser/creernos sujetos políticos y la necesidad de las alianzas estratégicas.

En este sentido, reivindicar el día de esta acción como el día de los asesinados por el colonialismo español, tal y como nos señala el grupo de activistas que la realizaron, es un punto de inflexión que refleja un cambio en las relaciones de poder que atraviesa la defensa de las memorias históricas. Es un gesto que busca desmantelar la invisibilidad social que tiene el pasado colonial en nuestro imaginario, y principalmente, un ejercicio de interpretación de la historia desde otro lugar, el del sujeto post-colonial, el del sujeto político que habitamos las comunidades migrantes y racializadas que somos parte de esta sociedad.

Ya en 2019, durante la manifestación antirracista anual impulsada por colectivos migrantes y antirracistas, hubo un reclamo alto y claro de reconfigurar las maneras en la que se piensa la memoria histórica en nuestro país. Este reclamo se sintetizó en un lema: «Memorias antirracistas». Ese lema se pensó como una idea plural y heterogénea que buscaba recuperar y resignificar nuestras memorias, las de las diferentes comunidades y pueblos que históricamente, y en la actualidad, hemos sido excluidas, criminalizadas y perseguidas por el racismo social e institucional.

Al enunciar el concepto de Memorias Históricas Antirracistas se estaba intentando, al igual que lo ha hecho la intervención político-artística al monumento del legionario, interrumpir el relato hegemónico que oculta una parte fundamental de nuestra historia. La ausencia de debate público sobre el pasado colonial de España tiene la intencionalidad política de evitar que comprendamos el carácter estructural y sistémico del racismo. No se puede entender el periodo colonial sin la existencia de una ideología racial que sitúa al otro como inferior, como incivilizado, como bárbaro. Ese fue el objetivo por el cual se publicó en el año 1944, en la serie de Política Sanitaria Colonial, divulgada por la Dirección General de Marruecos y Colonia, la investigación titulada La capacidad mental del negro, obra de Vicente Beato y Ramón Villarino, reeditada en 1953 por el Instituto de Estudios Africanos.

Esta investigación concluyó que había que adaptar el sistema educativo colonial a la inferior capacidad mental del negro. Por tanto, y lo que se buscaba justificar a través de esa investigación, es que España no había establecido un dominio colonial contra los pueblos que componen la actual Guinea Ecuatorial, sino que era una misión humanizadora y civilizadora para promover el desarrollo material y psicológico del colonizado. Esta narrativa colonial está profundamente enraizada en nuestra mirada, en nuestra forma de imaginarnos, en los roles sociales que se dan a las personas migrantes y no blancas. Somos permeables a las narrativas coloniales y racistas porque no hay una reflexión pública sobre el colonialismo y las desigualdades en términos raciales. 

Del desconocimiento a la desconexión

Desconocer nuestro pasado colonial nos lleva a no entender que España ha sido históricamente diversa, a seguir alimentando el falso relato de una España racialmente homogénea, relato del cual son partícipes los medios de comunicación, gran parte de los ámbitos de creación artística y museos, el ámbito de la representación política, entre otros. Este desconocimiento también nos impide conectar nuestro pasado colonial con la masacre de Melilla y Tarajal o la pervivencia del antigitanismo y la islamofobia en nuestra sociedad. Para la mirada ajena al anticolonialismo, todos estos hechos son casos puntuales, sin ningún tipo de conexión.

También podríamos enmarcar la acción político-artística del día de los asesinados por el colonialismo español en el escenario de la batalla cultural que busca definir el relato «nacional». ¿Se puede descolonizar la identidad española? ¿Hay otras formas de sentirnos identificados como sociedad, más allá de la identidad nacional? ¿Qué se propone desde el marco anticolonial? Estas son algunas de las preguntas que tenemos que empezar a descifrar desde una posición que asuma la complejidad y la contradicción.

Lo que diferencia a esta acción de otras es que esta disputa del relato nacional se está dando desde el diálogo entre la memoria histórica antifranquista y la anticolonial. Esta última no es un párrafo al final del texto, no es algo complementario, es incluso la parte fundamental de la intervención artística del monumento.

La réplica de la cabeza de Franco clavada en el monumento al legionario puede entenderse como un acto simbólico de hermanamiento entre la memoria histórica antifranquista y la anticolonial, dos memorias que defienden la obligación democrática de honrar a aquellas que lucharon por algo tan universal como son la libertad y la justicia. Dos memorias históricas que señalan la pervivencia de elementos del pasado, una desde el prisma del «franquismo sociológico», y la otra desde el señalamiento de la jerarquización racial y la supremacía blanca, componentes de algo mayor que podríamos llamar «colonialismo sociológico».

Ojalá que esta acción nos permita pensar en futuras articulaciones políticas que busquen ir más allá del acto simbólico, que nos lleve a transformaciones de mayor calado, en las que se busquen desmantelar las estructuras de poder que sostienen el franquismo y el racismo en nuestra sociedad.


Fuente → lamarea.com

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