
Un extracto del nuevo libro de Ángel Viñas: 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin'
A partir de este miércoles 25 de enero la obra estará disponible en librerías y en formato en 'ebook'
Los mitos del franquismo han sido retomados en cierta forma por el revisionismo histórico sobre la supuesta sovietización en España. Ángel Viñas, economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo, dispone de una amplia base de datos sobre la financiación de la guerra, así como información sobre la ayuda soviética a la República. Y apoyándose en ese bagaje documental desmonta en Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin muchos de los mitos de ese turbulento período de la historia de España. Editado por Crítica, la obra puede encontrarse en las librerías a partir de este 25 de enero. infoLibre publica un extracto del libro.
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Octubre de 1936
En La soledad de la República argumenté hace tiempo, con la debida documentación soviética y no soviética, la forma y manera en que Stalin se tomó su tiempo antes de enviar material de guerra al Gobierno de Madrid, complementando exposiciones previas de Rybalkin en 2000 y de Kowalsky en 2004. No tengo la impresión de que Haslam la haya mejorado. El líder soviético no respondió como un autómata a las noticias que aparecieron en la prensa internacional sobre la llegada de los primeros aviones italianos a Marruecos. Tampoco sobre lo que poco a poco fue filtrándose acerca de la arribada de buques alemanes con cargas equivalentes. Uno de sus más recientes biógrafos lo ha achacado al desconcierto que le provocó el estallido de una guerra que no esperaba. Es posible, pero en mi modesta opinión tampoco es seguro. Lo que sí cabe reconstruir documentalmente es que el primer contacto hispano-soviético se produjo por parte española, cuando la República empezó a mandar mensajes a varios países sugiriendo el envío, previo pago, de material de guerra para hacer frente a la sublevación. El nuevo Gobierno Giral fue muy expeditivo y poco a poco fue enviando mensajes a Francia, Alemania, Suiza, el Reino Unido (países todos con los que se tenían relaciones bastante estrechas desde 1931) y, el 25 de julio, a la URSS a través de la embajada española en París, siguiendo la costumbre reseñada en el anterior capítulo.
Esta petición no tuvo la significación que el anticomunismo militante de numerosos autores occidentales le han atribuido. Hubo de pasar mes y medio antes de que Stalin reaccionara a lo largo de un deslizamiento cuyos hitos fundamentales ya desgrané. Es de notar que un autor de recia raigambre franquista como el general de división en el Ejército del Aire Jesús Salas Larrazábal, o sus ayudantes, pasaran bajo el Arco de la Victoria madrileño toda la documentación soviética que servidor aportó desde Moscú y que solo citen a Kowalsky en olvido de otros autores.
Antes de enviar material a la República los soviéticos tuvieron
que subsanar un déficit de información mayúsculo. Por eso aparecieron en
España «exploradores» civiles y militares de todo tipo ya en el mes de
agosto y se decidió rápidamente establecer la embajada en Madrid. La
compusieron Rosenberg, Gaikis, dos criptógrafos, un consejero comercial y
otro militar, con sus asesores.
Los lectores interesados podrán consultar algunos de los
informes fundamentales en el plano militar que el GRU (Servicio de
Inteligencia Militar o 4.º Departamento del Estado Mayor del Ejército
Rojo, también conocido por el acrónimo Razvedupr, y dirigido
por el general Semyon P. Uritski y, tras su ejecución en 1937 y los dos
cortos intervalos de Yan K. Berzin yAlexander M. Nikonov, por Semyon
Gendin, también ejecutados) fue poniendo sobre la mesa de Stalin y
Voroshílov. Los analicé en 2006. Haslam continúa ignorándolos. Es lógico
que se diera mayor importancia a estos informes que a los
complementarios de la Comintern, en parte basados en la antena radicada
con el PCE en Madrid. Howson lo explicó con menos pormenores en una obra
que se publicó en inglés en 1998 y que apareció en castellano dos años
más tarde. Ha corrido mucha agua bajo los puentes desde entonces.
A la vez que la situación de los gubernamentales empeoraba, Stalin fue sentando los jalones de un deslizamiento
progresivo hacia una decisión, en paralelo a la acumulación de datos
sobre la connivencia nazifascista por un lado y la actitud portuguesa
por otro. Había que lidiar también con los inicios de una política de no
intervención que, como es sabido, fue absolutamente letal para la
República. La primera ayuda material abordó el suministro de combustible
para la desarbolada flota republicana. Rybalkin fue, en la edición en
ruso de su obra en 2000, el primer autor en señalar esta decisión que,
naturalmente, mencioné con la debida atribución. Se produjo el 22 de
julio, cuando el Politburó decidió enviar crudo reanudando la corriente
de suministros de anteguerra que había experimentado retrasos. Cuál no
sería mi sorpresa al comprobar que un conocido historiador británico se
había apropiado de su descubrimiento sin indicar la fuente. Esta línea
de apoyo se fortaleció el 17 de agosto, con la intervención directa del
propio Stalin.
Se trató posiblemente de un primer envío de 4.600 toneladas de fueloil y 1.600 de gasoil que se embarcaron en el Remedios,
en Batumi, el 24 de agosto. Los siguientes suministros se hicieron en
el Zorroza, con 6.300 toneladas de fueloil, y de nuevo el Remedios, con otras tantas 6.241 toneladas los días 2 y 25 de septiembre, respectivamente. Este segundo viaje del Remedios, que debió de llegar a Batumi a mitad de mes, permite aclarar una pequeña incógnita a la que aludí en La soledad de la República.
Entonces señalé (p. 216) que cuando Stalin, en las primeras semanas de
dicho mes, empezó a pensar en temas de aviación, es verosímil que
tuviera en cuenta la llegada del barco, en el que iban el diputado
comunista por Málaga Cayetano Bolívar y otras dos personas. La
tripulación, se dijo, la componían comunistas y anarquistas. Puede que
fuese una explicación, porque lo normal es que se tratase de la que
había ido en el primer viaje, con alguna que otra alteración. No lo
sabemos. Tampoco he visto que ningún autor, ruso o no, lo haya
mencionado.
Aprovecharon la ocasión para solicitar armas. Una delegación, en
la que no podría faltar Bolívar, se desplazó a Moscú. El 12, hablaron
en el secretariado de la Comintern con Palmiro Togliatti («Ercoli») y
plantearon un pedido de varios millares de fusiles, quinientas
ametralladoras y otros pertrechos. Poca cosa, pero sin quererlo
explícitamente debieron de llamar a una puerta semiabierta. En cualquier
caso, a principios de septiembre el Buró Político también autorizó el
envío a España de tetraetilo de plomo (TEL) imprescindible para elevar
el octanaje de la gasolina que utilizaban los aviones más modernos.
Stalin andaba pensando en enviar aviación a España. Se le
ocurrió si no cabría adquirir aviones en México, único país que ya había
empezado a demostrar su voluntad de no dejar sola a la República y de
lo que los soviéticos estaban perfectamente enterados. No pudo ser
demasiado difícil disuadirle de los inconvenientes logísticos y
políticos de la empresa. Pero, independientemente de lo que se decidiera
y cuándo en Moscú, no hay que olvidar que la prensa fascista y la
occidental proclives a los sublevados se deshacían en informaciones
falsas sobre supuestos envíos de armas soviéticas a España. En este
capítulo es obligada la referencia, por lo cómoda, a lo que figura en
los documentos diplomáticos alemanes (conocidos desde 1950 en inglés y
al año siguiente en versión original).
Aunque los diplomáticos y espías nazis y fascistas sobornaron a
las autoridades turcas que vigilaban el paso de convoyes por el Bósforo,
sus informaciones fueron erróneas en las referidas a agosto y la mayor
parte de septiembre. Las publicadas son una pequeña muestra. En Berlín y
en Londres, por citar archivos en los que trabajé hace años, hay
muchísimas más, siempre equivocadas, antes de los primeros envíos que ya
constató Howson, el primer autor occidental en utilizar documentación
de archivo de origen soviético sobre el tema.
Lo que sí se sabe desde hace tiempo es que en las primeras
semanas de septiembre la plana mayor del Ejército Rojo se apresuró en
hacer los correspondientes war games, por si Stalin se decidía a
intervenir. Tras las primeras reuniones del inefable Comité de No
Intervención en el Foreign Office, la farsa que entonces se iniciaba
apareció en toda su crudeza, siempre orquestada, dirigida y estimulada
por los británicos. Por una serie de razones de realpolitik,
ideología, política interna (sobre todo en el vector antitrotskista) y
cálculo estratégico, Stalin empezó a animarse a dar un paso al frente.
El 14 de septiembre se aprobó la formación de las Brigadas
Internacionales (BBII). En ello se aceptaron por fin los argumentos que
había venido esgrimiendo el PCF desde hacía semanas. También se aproba
ron los planes operativos ya preparados. La luz verde la dio, por fin, Stalin el 26 de septiembre, concluyendo el proceso de deslizamiento.
Habían transcurrido casi tres meses desde la firma de los contratos con
los italianos por los monárquicos y dos meses desde la decisión de
Hitler. Una resolución previa del Politburó del 20 de septiembre recayó
en el suministro durante el cuarto trimestre del año de productos
petrolíferos por un total de quince mil toneladas. La ha identificado
Karimov. Todos estos envíos no habían sido programados en el plan
quinquenal.
Pocos serán hoy los autores que discrepen de que los dos
primeros envíos documentados de material bélico a la República los
llevaron un buque tanque español, el Campeche, que zarpó de
Batumi, tras una desviación a Tuapsé, el 28 de septiembre con también
7.700 toneladas de fueloil, y una semana después el Komsomol. Fueron, sin embargo, muy diferentes desde el punto de vista cuantitativo, cualitativo y político. El Campeche,
ya lo explicó Howson, transportó material de fortuna, recogido
rápidamente en un vaciado de arsenales. En el segundo, lo que partió fue
material moderno. En este sentido, creo que fue en el Komsomol
y en las circunstancias de su salida y llegada donde debe verse
realmente el comienzo del apoyo directo a la República con material
bélico. Naturalmente, no hago de ello una cuestión de gabinete.
Hoy es notorio que toda la operación estuvo rodeada de una
cortina de seguridad difícil de penetrar. Dejando de lado las noticias
de prensa, los diplomáticos occidentales solo se hicieron eco de
rumores. Son los más interesantes para nosotros, simplemente porque se
leían prioritariamente en los Ministerios de Asuntos Exteriores de los
países interesados. Es verosímil que no se atribuyera el mismo grado de
atención a lo que publicaba la prensa. También se la leía, pero para
algo se pagaba a los diplomáticos y sus contactos. Se debe al
historiador polaco Dariusz Jeziorny el haber trabajado intensamente en
los archivos nacionales británicos para recopilar toda la información
que en Londres se recibía procedente de cuatro fuentes: a) diplomáticas y
consulares en España y de fuera de España; b) del Almirantazgo,
recopilando los informes emanados de los buques que navegaban por el
Mediterráneo; c) las suministradas por el Ministerio de Asuntos
Exteriores yugoslavo (muchas de las cuales fueron exageradas), y d) las
obtenidas por el Ministerio de la Guerra (War Office). A ellas habría
que añadir las recibidas de los servicios de inteligencia ligados al
Foreign Office (MI6) y, naturalmente, la habitual desencriptación de
comunicaciones telegráficas.
Proliferaban todo tipo de «informaciones», incluso las más
disparatadas. Así, por ejemplo, el cónsul general nazi en Barcelona,
Otto Köcher, informó el 16 de septiembre a la Wilhelmstrasse que hacía
más o menos una semana que, según una fuente que caracterizó de fiable,
habían desembarcado en un pequeño puerto español 37 aviones soviéticos,
de los cuales siete ya estaban ensamblados. ¿Qué pensarían de esta
«noticia» los genios logísticos del Ministerio de Aviación de Göring?
Con los mismos habrían llegado, además, treinta pilotos disfrazados de
funcionarios de la Cruz Roja Internacional. No cabe criticar al
diplomático alemán que, en una situación confusa y difícil, se hiciera
eco de las noticias más o menos fiables que llegaban a sus manos, pero
es deber del historiador cribarlas. Sin embargo, lo que Köcher
transmitió era completamente absurdo.
Fuente → infolibre.es
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