Los barcos del exilio republicano español
Los barcos del exilio republicano español
Juan Carlos León Brázquez

México no solo acogió a literatos y artistas, sino a militares, catedráticos, médicos, ingenieros, abogados y hasta jornaleros, albañiles, carpinteros o fotógrafos, gente de toda clase. Todos emprendieron, a partir de 1939, un exilio de dolor y esperanza, que dejó grabada la huella española en los países americanos, especialmente México, que recibieron a aquellos españoles de la diáspora con el tormento del desgarro en el corazón

Tras el “polvo, sol, fatiga y hambre”, de quienes llegaron a Francia en el derrumbe y derrota de la II República Española, surgió un rayo de luz, a las cinco de la tarde del 13 de junio de 1939, cuando el barco Sinaia alcanzó el puerto mexicano de Veracruz con el primer gran contingente de exiliados republicanos, en busca de un refugio más seguro que el que habían encontrado en las inhospitalarias tierras galas, a las puertas de la II Guerra Mundial.

La generosa apuesta del presidente mexicano Lázaro Cárdenas facilitó ese exilio, siendo el diplomático Gilberto Bosques, cónsul mexicano en París, quien en tiempos muy difíciles se implicaría en el reclutamiento de miles de españoles, brigadistas y judíos, a los que pudo salvar de las garras nazis que asolaron Europa.

Muchos jamás regresaron de aquel exilio salvador y fue en México donde quedaron para siempre, entre otros, poetas como Pedro Garfias, León Felipe, Concha Méndez o Luis Cernuda, pero México no solo acogió a literatos y artistas, sino a militares, catedráticos, médicos, ingenieros, abogados y hasta jornaleros, albañiles, carpinteros o fotógrafos, gente de toda clase. Todos emprendieron, a partir de 1939, un exilio de dolor y esperanza, que dejó grabada la huella española en los países americanos, especialmente México, que recibieron a aquellos españoles de la diáspora con el tormento del desgarro en el corazón.

Todo muy diferente a cómo Édouard Daladier, presidente del gobierno francés (1938-1940), recibió a los más de 500.000 republicanos españoles que en la derrota trataron de refugiarse más allá de los Pirineos. En el descalabro ante el fascismo poco le importó al político francés la nobleza de los ideales por los que lucharon aquellos refugiados. Los miles de transterrados, que acogería México y otros países americanos, tuvieron que pasar antes por las penurias, sinsabores y maltrato que les ofreció Francia.

La caída de Barcelona, el 26 de enero de 1939, representó un punto de inflexión en el derrumbe del Estado republicano, originándose la dramática huida hacia la frontera francesa de cientos de miles de personas, combatientes y civiles, sin apenas medios de transportes, sin orden ni organización, acosados por las tropas del general falangista Juan Yagüe, que, en pleno invierno y con una enorme confusión, dificultó la huida y el alcance de los pasos fronterizos por los Pirineos.

Largas filas de hombres y mujeres en el desánimo de la derrota, sin reacción, sin apenas equipaje, con muchos niños de la mano. No solo eran catalanes derrotados, era gente de toda España que se encontraban en Cataluña como primer refugio, o los innumerables heridos que colmaban los hospitales, de los que los menos pudieron huir.

No existían opciones, la resistencia se había derrumbado, con la mayoría de dirigentes huidos y viendo desde Francia el fin de la República. La última reunión de las Cortes se produjo en el castillo de Figueras, el uno de febrero de 1939, un trámite porque los diputados apremiaban por alcanzar la frontera cuanto antes, a pesar de la consigna de Juan Negrín, presidente del gobierno republicano, que insistía en la resistencia a ultranza. Solo acudieron a esa sesión 62 de 475 diputados, lógicamente ninguno de derechas. Martínez Barrio presidió la sesión, señalando que España “…se encuentra actualmente mancillada y hollada por la planta de los invasores extranjeros y de sus auxiliares, y servidores nacionales”. Se acercaba el final y no se escuchó ninguna proposición de paz. De hecho, tras la última reunión de las Cortes en territorio español, los presidentes de la República, de las Cortes, del gobierno, de la Generalitat catalana y el lendakari vasco cruzaron a Francia.

Muchos militares y cargos con altas responsabilidades contemplaban el final de la guerra instalados en países extranjeros, lo que condicionó que los últimos defensores republicanos, desaparecido el ánimo de combatir, decidieran también el camino del exilio. Lo que desconocían es que les esperaban las alambradas de improvisados y acelerados campos de concentración, sin apenas techumbres para guarecerse.

Azaña, desde el exilio, había renunciado a la Presidencia de la República, el 27 de febrero, pero tras el golpe de Segismundo Casado, el 5 de marzo, y la entrega vergonzosa de lo que quedaba de resistencia republicana, Franco anunció su victoria el uno de abril de 1939. Como dijo Mariano Ansó, “solo quedan sobre el suelo de España los vencedores y los cautivos”.

El presidente francés Édouard Daladier, que despreciaba a aquellos derrotados españoles, estaba entonces muy lejos de la reflexión que evocaría años más tarde el presidente mexicano López Portillo, cuando definió al refugiado como “un ser con la raíz cercenada”, justificando el acogimiento generoso de su país, ya que “era deber de hombres bien nacidos, pero también de estadistas responsables, salvar a los republicanos, porque con aquel salvamento se preservaba una de las semillas de la libertad”.

Aquellos hombres, mujeres y niños se encontraron con el maltrato de las autoridades francesas, en los recién creados campos de concentración, donde la gendarmería recluyó a la mayoría de los refugiados (Argelès-sur mer, Saint Cyprien, Le Bacarés, Bram, Gurs, Agde, Sept-Fonds/Sèt-fonts, entre otros), cercados por alambradas y sin barracones, tiendas o cualquier techo para guarecerse, vigilados por guardianes senegaleses y marroquíes, sometidos a condiciones extremas de temperaturas, vientos, hambre y enfermedades. Muchos dejaron en esos campos la vida (en el otoño de 1939 ya se habían contabilizado 14.600 muertos) y otros fueron deportados como mano de obra barata a las colonias francesas de África e Indochina.

Unos 15.000 fueron entregados por el régimen de Petain al nazismo alemán que los trasladó a sus campos de exterminio de Mauthausen (9.000), Dachau, Buchenwald o Auschwitz; otros fueron entregados directamente al régimen de Franco (Lluís Company, Julián Zugazagoitia o Joan Peiró, entre otros, que fueron fusilados).

Hubo españoles, ya iniciada la guerra mundial, que se enrolaron en la resistencia o en el ejército francés de De Gaulle. El propio Manuel Azaña se horrorizó del trato a los españoles en Francia, tal como consta en sus Memorias: “El español fugitivo inició una de esas tragedias que parecen reservadas a la desventura de nuestro pueblo ¡Cómo los han tratado y los tratan! Peor que a las bestias…”.

Aun así, casi la mitad de los que atravesaron los Pirineos, acosados por las autoridades francesas y sin otras opciones, regresaron a España pensando que la guerra civil había terminado y confiando en las promesas franquistas; pero no hubo amnistía, la represión siguió su curso y a muchos de aquellos hombres o se les encarceló o se les fusiló.

No es extraño que los pocos republicanos españoles que conservaban su documentación y tenían posibles para pagarse un billete escapasen a cuentagotas en barcos como el Nyassa, Siboney, Mexique, Isere, Orizaba y Flandre. Cuba, la República Dominicana, Estados Unidos, Argentina (solo vascos), Venezuela (vascos y canarios) e incluso Canadá acogieron a aquellos primeros Transterrados, como los llamó el filósofo José Gaos. pero, tras el golpe de Casado, que decidió el final de la guerra, el gobierno republicano creó en París, en marzo de 1939, el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), cuya filial mexicana fue el Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles, que organizó y financió los primeros viajes a quienes no podían pagarlos.

El gobierno exiliado, ante la actitud francesa, ya había tomado la decisión de trasladarse a México, junto a todos los recursos materiales y económicos resguardados en la embajada de París, amén de recuperar los recursos administrados desde las distintas oficinas de compras repartidas por varios países. Objetivo, ayudar al viaje y a la instalación en los países de acogida a los miles de refugiados que llegarían desde Francia y del norte de África.

Ahí entra en juego el Vita, el buque Giralda de Alfonso XIII, que fue adquirido por el gobierno republicano, para en esos inquietantes primeros días de marzo colocar en 120 maletas y otros bultos, los valiosos tesoros resguardados en la embajada de París. Con gran sigilo y secreto el Vita salió de Francia rumbo a México, en la primera quincena de marzo de 1939 (se desconoce el día exacto, aunque se cree que fue el 10 de marzo), si bien se sabe que llegó al pequeño puerto de Tampico el 30 de marzo, donde descargó todo el contenido que fue trasladado a dos vagones de ferrocarril.

El tesoro español, custodiado inicialmente en México por José María Argüelles, serviría para financiar el exilio español. Quedaba pendiente la lucha entre Negrín e Indalecio Prieto para hacerse con su control y administración. El 1 de abril Franco anunciaba su victoria y el mismo día en París se reunía la Diputación de las Cortes Españolas, acordando dar por terminadas las actividades y constituir la Comisión Fiscalizadora, para asistir a los evacuados españoles y su traslado a América. Negrín fue refrendado en su cargo en lo que fue el último acto oficial de las instituciones republicanas. Sin embargo, Prieto maniobró para conseguir el control del tesoro en detrimento de Negrín. A partir de ahí nulo entendimiento entre ambos por el control de los recursos económicos republicanos.

En julio, la Comisión Permanente de las Cortes, controladas por Prieto, se declaró responsable de todos los bienes de la II República en el extranjero y rechazó, en este sentido, al gobierno de Negrín, creando, el 31 de julio de 1939, la Junta de Ayuda a los Refugiados Españoles (JARE), dividiendo al propio exilio, que se vio envuelto en las luchas entre el SERE y la JARE. Prieto pretendía costear con el tesoro los pagos a diputados, consejeros y otros asuntos, de tal forma que, del primer balance de la JARE, del 30 de septiembre de 1939, a la Diputación Permanente de las Cortes se habían destinado 1.818.000 francos, mientras que solo 300.000 francos fueron para ayudar a los refugiados.

El SERE terminaría por quedarse sin recursos para seguir financiando la salida de nuevos barcos y el JARE se aplicó más en la labor de ayudar a la instalación de los refugiados, de tal forma que el propio Prieto exclamó, dos años después de la llegada de los barcos de la libertad, que “traer refugiados es tirar dinero al mar”. Sin embargo, desde la caída del frente norte, los españoles huidos de las zonas de guerra trataban de refugiarse en otros países. Tal es el caso del buque Manuel Arnús, que zarparía para La Habana desde Barcelona, en septiembre de 1938, pero sus oficiales se pasarían en Cuba al bando nacional. El barco llegaría a México donde quedó bajo custodia de aquel gobierno afín a la República española.

Nada de lo que sucedió en 1939 y 1940 hubiera sido posible sin el decidido apoyo político, diplomático y económico del presidente mexicano, el general Lázaro Cárdenas, a favor de la II República Española y de quienes hubieron de abandonarla tras la derrota. Trataba Cárdenas de aplicar su propia revolución y elevar los niveles del país, por lo que inicialmente pensó en acoger solo a trabajadores cualificados, pero al final tuvo que admitir a todo tipo de españoles, desde catedráticos hasta albañiles o agricultores, y fue así como aquellos primeros “barcos de la libertad”, como se les conoció, el Sinaia, el Mexique y el Ipanema, iniciaron el embarque a América de miles de españoles atrapados en la Francia amenazada por una inminente II Guerra Mundial. Tras una profunda selección ante miles de solicitudes, donde intervino en gran medida el componente político, el Sinaia pudo recoger en Sète, junto a Montpelier, a 1.599 españoles, siendo el único barco que se hizo a la mar desde el Mediterráneo y fue el buque que tras unos quince días de dura travesía fue recibido con gran jubilo por más de 20.000 de personas en los muelles de Veracruz.

Aquel barco inglés, con base en Marsella, estaba preparado inicialmente para transportar a casi 700 personas, pero sus 112 metros de longitud y sus 12.000 toneladas, acogieron, el 25 de mayo de 1939, en aquel histórico viaje, a unas 300 familias, incluyendo a mujeres (393) y niños (253), deseando perder de vista la Europa prebélica. Ahí iba el poeta andaluz Pedro Garfias, el autor del poema Asturias, que Víctor Manuel versionó musicalmente. Tres años más tarde el barco cayó en manos nazis, quienes terminaron hundiéndolo al final de la guerra para entorpecer las acciones aliadas en Francia.

Los españoles durante la travesía crearon un diario en el Sinaia, que publicaron multicopiado, dando noticias del mundo, de la geografía e historia de México, de la política progresista desarrollada por Lázaro Cárdenas, de las costumbres que se iban a encontrar en el nuevo país y consejos para la nueva vida que iban a emprender.

Organizaron durante la travesía conferencias, conciertos y recitales de poesía. Avelina Calvo, le contaba al periodista José María Morón, cómo su padre compartió el hacinamiento de ese viaje. Se instaló en México donde murió sin volver a España. Estaba condenado a doce años de prisión por masón y por rebeldía. Quien sí volvió fue su compañero de travesía Vicente Alcañiz, quien había sido panadero, militó en el PSOE y a la UGT y durante la guerra civil perteneció al cuerpo de carabineros. Ambos se conocieron en el campo de concentración de Saint Cyprien, donde coincidieron con el creador de las Quinielas, el santanderino Manuel González Lavín, quien moriría en el exilio francés. Durante la travesía murieron varios refugiados en el barco, pero también, el 30 de mayo de 1939, nació la segunda hija del matrimonio Caparrós Cruz (Evaristo y Victoria), a quien pusieron por nombre Susana Sinaia.

La expedición del Sinaia fue fletada por el SERE y el Joint National Committee for Spanisch Relief (NJC), el comité británico de ayuda a la España republicana, que presidía la llamada condesa roja, Katharine Marjory Ramsay, condesa de Atholl, quien fuera diputada y ministra de Educación de un gobierno conservador. Decidió apoyar a la II República tras haber leído Mein Kampf, de Hitler, hasta el punto de que acudió a despedir personalmente al Sinaia y pagó las tres cuartas partes del costo del pasaje con los refugiados españoles. Había estado en España, en 1937, e incluso presenció los combates en la Casa de Campo de Madrid.

Escribió un libro, Searchlight on Spain (1938), donde adelantaba que “si Barcelona, Valencia y Madrid caen en manos de los insurgentes, probablemente serán indescriptibles las barbaridades que se perpetrarán. Si se aplasta a los republicanos españoles, significa el fin de la libertad, la justicia y la cultura, y el exterminio sin piedad de todos quienes les otorgan importancia”. No se equivocó, su compromiso con la República fue tal que también presidió el Basque Children’s Committee, que organizó el acogimiento en el Reino Unido de 4.000 niños vascos. Según el investigador José Luis Morro Casas, estudioso del exilio español, los británicos pagaron el 75% de la expedición, pero el organizador de aquella primera expedición colectiva, el SERE, nunca llegó a pagar su parte del costo del viaje.

A partir del Sinaia se inició un goteo de barcos para salvar a decenas de miles de republicanos. El segundo buque fletado desde el SERE con esta misión fue el Mexique, que ya desde 1937, aun con la guerra civil española en pleno apogeo, había sacado a familias de republicanos. Sin embargo, la misión principal de este buque fue salvar, en medio de la guerra, a un numeroso grupo de niños, que desde Valencia inició un periplo terrestre, a través de Barcelona y Port Bou, para llegar a Burdeos, donde embarcaron, rumbo a Veracruz.

Aquella grupal expedición con niños españoles está considerada como el inicio del exilio republicano, a pesar de que la II República aún no había sido derrotada por quienes propiciaron el golpe militar de julio de 1936, pero el desarrollo de la guerra desembocó en una campaña de solidaridad internacional para sacar a los niños de España. En total, en junio de 1937, 456 menores de entre 6 y 16 años, 292 niños y 164 niñas, fueron arrancados de los brazos de sus padres (solo iba un huérfano), buscando refugio en México, los llamados niños de Morelia, como se les conoció por su destino en la capital del Estado de Michoacán (la antigua Valladolid), donde se instalaron en un antiguo convento reconvertido en la Escuela Taller España-México.

Fueron los auténticos precursores de la diáspora republicana. Lo que se suponía un acogimiento temporal para salvarlos de la guerra, pues nadie pensaba aun en la derrota, se convirtió en hogar permanente de aquellos niños y de quienes los acompañaron. La mayoría no se volverían a reencontrar con sus familias españolas y se adaptaron en su nueva vida en México.

El Mexique era un barco de línea, que anteriormente se llamaba La Fayette, cubriendo inicialmente la ruta desde Francia a Cuba y México, haciendo escalas en Santander, Gijón y La Coruña, para después pasar a realizar la travesía entre Burdeos y Casablanca. Mientras, en España, recién iniciado 1939, todo se precipitó con la entrada franquista en Barcelona; el presidente Azaña dimitió en febrero y Negrín, su sucesor, se encontró al poco con un golpe interno del coronel Segismundo Casado, que entregó Madrid a Franco. Negrín y Casado terminarían exilados en Londres. A solo unos días del octavo aniversario del advenimiento de la II República, ésta ya no existía.

Franco anunciaba el fin de la guerra el uno de abril de 1939, proclamado como el Día de la Victoria, desvaneciéndose toda esperanza de volver a España para los republicanos huidos a Francia, que estaba inmersa en el ambiente prebélico de la guerra mundial. El Mexique se convirtió en el segundo barco apoyado financieramente por el SERE para sacar a 2.200 refugiados españoles, partiendo en aquel viaje organizado de Burdeos el 13 de julio de 1939 y tras una travesía de dos semanas arribar también al puerto de Veracruz. La vida del barco, requisado por los aliados, terminaría en junio de 1940, cuando chocó contra una mina magnética, hundiéndolo en el puerto francés de Le Verdon.

La periodista Sofía Blasco Paniagua estuvo muy comprometida con la causa republicana e hizo aquella travesía, cuyo testimonio fue recuperado por Fernando Olmeda, en el libro Mexique. Sofía era conocida como ‘madrecita’ cuando llevaba ropa y comida a quienes combatían en el frente de Somosierra.

Quedó su testimonio: “En el Mexique viajamos unas 500 hembras y más de mil varones. Hay, sobre todo, personas solas, la mayoría hombres y parejas con uno o dos hijos. Las excepciones son una familia de 12 miembros y otra de 10. Los catalanes y madrileños son mayoría, aunque también hay muchos aragoneses y asturianos. Como nota curiosa, hay un puñado de pasajeros cubanos, franceses, mexicanos y de alguna otra nacionalidad”. También hablando con los pasajeros escuchaba historias de los campos de concentración y escribió:

“Es extraño escuchar los nombres de estos infiernos en boca de quienes hace unas semanas corrían peligro de muerte y ahora duermen en lechos limpios y aceptablemente cómodos. Ha sido sobrecogedor para todos escuchar a los refugiados que han visto de cerca el rostro marmóleo de la muerte en Argelès-sur-Mer (…) Y no saber. No saber nada. No tener noticias de nadie. Supone que al otro lado de las alambradas tampoco se tienen noticias del padecimiento de aquella famélica muchedumbre, españoles abandonados en un estercolero repleto de inmundicias”. Moriría en México sin regresar a España.

Los padres de Luisa Ruiz Sañudo también salieron en el Mexique. Diario16 ha hablado con ella, quien nació en México, junto a sus dos hermanos, y vivió directamente el drama del exilio, ya que en su casa de Monterrey se juntaban muchos españoles amigos de la familia, entre ellos Pedro Garfias, diputados, militares, médicos “y hasta el primo carnal de Franco, Ramón Pardo”.

Luisa cuenta que su padre, Mariano Loreto Ruíz Saiz inicialmente no quiso irse de España, pero se vio condicionado por sus padres y su hermana, que ya estaban en Valencia. Era capitán fiscal del cuerpo jurídico militar y en Valencia, con 29 años, se casó por lo civil con Carmen Sañudo, siendo que, tras pasar por Barcelona, donde murió su padre Antoliano Ruíz, cruzaron la frontera y el matrimonio fue separado. “Mi madre apiñada en un albergue junto a otras mujeres y él fue ingresado en el campo de Argelès-sur-Mer, donde al ser asmático, con el frío y la humedad, estuvo a punto de morir. De allí lo sacó una hermana, Luisa, abogada que trabajaba en el gabinete de Indalecio Prieto, llevándoselo a París, donde se concentró la familia muy numerosa”. Ésta para poder salir de Francia se dividió tomando diferentes barcos. En el Mexique no solo iba el matrimonio reencontrado Ruiz-Sañudo, sino otros parientes, siendo que una sobrina murió durante la travesía y fue arrojada al mar, “un drama”. El padre de la niña, de origen murciano, era tío-abuelo del actual director general de Aeroméxico, Andrés Conesa Labastida. También cuenta cómo dos chicos que jugaban en cubierta cayeron al mar, pero lograron ser rescatados. El dinero de la República no les valía en México y al llegar fueron ayudados por el SERE para que pudieran instalarse. Terminaron en Monterrey yéndole bien los negocios.

El tercer barco, de este primer periodo del exilio con viajes colectivos financiados por el SERE, se hizo con el vetusto Ipanema, que llevó a México a 994 españoles, no sin antes, como en los casos anteriores, pasar por una rígida selección, en orden alfabético familiar para poder embarcar. Pasaría frente a Finisterre y ahí los gallegos, con su morriña, dedicaron palabras “de los que se marchan al exilio”, entonando el himno gallego y arrojando una botella con mensajes al mar.

Era un barco de carga, con tripulación mayoritaria indochina, por lo que hubo que acomodarse en las bodegas y organizar la vida en el barco para hacer más fácil la convivencia. Comenta una hija de aquellos emigrados, Azucena Rodríguez, que iban “hombres y mujeres de muy diversos oficios y profesiones. Matronas, enfermeras, agricultores, maestros, políticos, costureras, médicos, arquitectos, militares, poetas, músicos, periodistas, farmacéuticos, catedráticos, magistrados, miembros de las industrias de la edificación y textil, había de todo”.

Tras una dificultosa travesía, ya que a los cinco días de partir del puerto Pauillac/Burdeos, el 12 de junio de 1939, la hélice del vapor se estropeó teniendo que cambiar de rumbo y disminuir la velocidad, lo que prolongó el viaje y creó enorme confusión en el pasaje. Llegados a Martinica, donde existía un dique seco para repararlo, tuvieron que esperar 10 días hasta que volvieron a hacerse a la mar, pero no tardaron en encallar en un banco de arena, teniendo que ser auxiliados por otro barco francés, el Mont Everest.

Aquellos incidentes sirvieron para que el bando rebelde difundiese la noticia de que un barco lleno de rojos había naufragado. Ya casi arribando a México nació en el barco el hijo del periodista Antonio Bravo, quien en homenaje al general Lázaro Cárdenas puso al niño el nombre de Lázaro. El 7 de julio de 1939, el Ipanema alcanzó Veracruz, lo que supuso que en un mes llegaron a México los tres barcos de la libertad. Al igual que en el Sinaia y el Mexique también en el Ipanema se editaron diarios de a bordo, por los que se conoce bien la vida en alta mar de los llamados barcos de la libertad.

Como curiosidad, en los diarios, realizados muy rudimentariamente, se incluyeron pasatiempos y hasta un concurso, siendo que quien acertara con las soluciones se les daba un premio a elegir, entre cajetilla de cigarrillos y media pastilla de jabón, o media docena de pasteles. Al bajar el pasaje, el 8 de julio, para pasar los trámites aduaneros, según las vivencias de algunos familiares de Azucena Fernández, las palabras que algunos recibieron sonaron a esperanza: “México es su casa, aquí tendrán trabajo y libertad”. Sin embargo, a la expedición se les obligó a dispersase y a no quedarse en Veracruz.

José Luis Morro, estudioso del exilio y de los barcos que fueron utilizados, aclara a Diario16 que el Ipanema es un vapor que va a participar en varias operaciones, siendo que “en el año 41 hará un viaje con judíos y españoles desde Marsella. Y también irá a Buenos Aires y a la República Dominicana. Es un barco con muchas travesías, lo que no ocurre con el Sinaia. Hay que tener en cuenta que hubo muchísimos barcos más que estos, que son los más conocidos”. Y él los ha documentado y está próximo a publicar sus estudios. Explica que Lázaro Cárdenas, muy condicionado por la derecha reaccionaria y por la proximidad de las elecciones, siguió comprometido en recibir a los exiliados españoles, aunque rechazó recepcionar viajes colectivos, como los realizados por los barcos de la libertad.

Esto motivó que se aceptaran viajes individuales, que aprovechaban las rutas a Nueva York de barcos ingleses, belgas, portugueses y de otras nacionalidades y desde ahí bajar a México. Pero el SERE llega a un acuerdo con el presidente Trujillo, de la República Dominicana, que también se va a convertir en destino para los republicanos españoles. A la Republica Dominicana, entre octubre de 1939 y junio de 1940, van a llegar en viajes colectivos unos 4.000 refugiados españoles.

De hecho, el 19 de junio de 1940 se registra el último barco que va a salir de Francia con refugiados españoles, el Cuba, antes del acuerdo franco mexicano, que sale de Burdeos hacia la República Dominicana, pero el dictador Trujillo se niega a que desembarquen, por lo que se dirige a Martinica, con el problema de que retornaría todo el pasaje a Francia. Sostiene José Luis Morro, que fue la primera vez que el SERE y la JARE llegaron a un acuerdo para que los pasajeros pudieran alcanzar México. Prieto informa a Cárdenas del problema, quien autoriza que desembarquen en Coatzacoalcos, solo que lo harán en otro barco, el Santo Domingo, pagando 20.000 libras esterlinas por el pasaje y otras 20.000 libras esterlinas adicionales para asegurarse el compromiso de la compañía naviera francesa de que los españoles llegarían a México y no regresarían a Francia.

Sin embargo, se produce un giro con la caída de Francia en manos nazis, mayo-junio de 1940, con la división del país en dos, lo que puso en grave peligro a los republicanos que seguían perseguidos por el régimen franquista que tuvo no solo la cooperación alemana, sino la del régimen colaboracionista de Vichy.

Francia se convirtió así en una ratonera, ya que se cerraron los puertos e impiden salir a los barcos franceses, salvo excepciones muy concretas. No solo para los cerca de 200.000 republicanos españoles exiliados, sino para judíos y los brigadistas que seguían en el país galo. Lázaro Cárdenas reacciona y, según José Luis Morro, pide al embajador mexicano que busque una solución, siendo que México y el régimen de Vichy, a finales de agosto de 1940, alcanzan un acuerdo por el que el gobierno mexicano se compromete a acoger a todos los españoles y brigadistas residentes en Francia, además de aportar el transporte para sacarlos de un país condicionado por la invasión alemana.

Ahí juega un papel trascendental el diplomático mexicano Gilberto Bosques, quien aprovecha, a partir de octubre de 1940, la salida de barcos franceses desde Port-Vendres y Marsella hacia sus colonias en África y Martinica para sacar a españoles, brigadistas y especialmente judíos, en lo que sería una segunda etapa de este exilio español.

José Luis Morro, especialista de este periodo, aclara que “existía una presión para que los barcos que zarpaban de Marsella se desviasen a Casablanca, lo que da oportunidad para recoger a españoles que se encuentran en el norte de África”. Ahí da un nombre como ejemplo, el vapor francés Alsina, que zarpa de Marsella, con más españoles que judíos, el 15 de enero de 1941, donde pensaba ir el expresidente republicano Niceto Alcalá Zamora. Un año después sería hundido en la Bahía de Algeciras (Gibraltar) cuando realizaba una de sus travesías con refugiados judíos hacia América.

Hay incluso refugiados que se encuentran en Gales, esencialmente marineros, quienes a finales de 1939 y principios de 1940, van a llegar a México a través de Japón. Utilizan la vía rusa usada por los judíos desde los países escandinavos, por San Petersburgo, Moscú y Vladivostok, de allí a Shanghái (China) o a Kobe (Japón), embarcando en Yokohama, en barcos japoneses o norteamericanos con destino a Vancouver y de allí a San Francisco, Los Ángeles, Manzanillo y, destino final, Chile. “Todas estas rutas -apostilla Morro- son las que van a utilizar los judíos para huir de la Europa en guerra y que también van a utilizar los marineros españoles”.

Pendiente del profundo estudio de José Luis Morro, quien termina recordando que Alcalá Zamora necesitó tomar hasta cinco barcos, que hubo barcos devueltos y otros retenidos en Senegal, y que españoles que estuvieron viviendo en precarias condiciones hasta medio año dentro del barco y algunos llegarían a tardar hasta año y medio para poder llegar a su destino. También a Chile, en agosto de 1939, va a llegar el Winnipeg, con 2.500 españoles, gracias a las gestiones de Pablo Neruda, que había sido cónsul de su país en Barcelona y Madrid, quien consiguió financiación en Chile, Argentina y Uruguay, tras remodelar el SERE el buque para albergar a tantos pasajeros. En palabras del Premio Nobel fue “su más bello poema”. Fue el barco que transportó al mayor número de refugiados españoles.

Por el contrario, a Barranquilla, Colombia, arribaría una pequeña y vieja goleta de dos palos y cuatro velas, de solo veinte toneladas, la Alexandrine Eudoxie, con solo once españoles, entre ellos Angelines, la mujer del capitán Miranda, todos excombatientes en la guerra civil, que desde La Rochelle, el 30 de julio de 1939, se aventuraron para llegar a América. Todos se quedaron a vivir en Colombia y ninguno regresó a España.

Sin embargo, el último barco de ese dramático e intenso exilio, fue el vapor portugués Nyassa, que salió de Casablanca el 22 de septiembre de 1942, con los últimos 750 españoles, con solo pasaje de ida a México y atraque final en Nueva York, un mes de navegación. Y apunta a muchas historias que dejaron estos barcos, donde hubo fallecimientos, nacimientos, casamientos, divorcios, “de todo, cada uno con su historia, cada uno con una vida que aún está por escribir”. Lo dice José Luis Morro, no sin antes desvelarnos que en el viejo Nyassa iba todo un dandy, Porfirio Rubirosa, yerno del dictador Trujillo. Morro insiste en la importancia de Casablanca como punto de salida a judíos y republicanos españoles, especialmente en plena II Guerra Mundial. El desembarco aliado en el norte de África sería determinante para que la historia cambiase, también las rutas del exilio republicano español.

Poema escrito por Pedro Garfias en el Sinaia


Fuente → diario16.com

banner distribuidora