La vida de un niño de la guerra. Las memorias de José Fernández Sánchez, “Pepe el ruso”
La vida de un niño de la guerra. Las memorias de José Fernández Sánchez, “Pepe el ruso” / Ana Martínez Rus

A pesar de la dureza de sus vivencias, no escribió desde el rencor ni el resentimiento, sus memorias son un canto a la vida y a la esperanza

Algunas vidas merecen ser contadas como la del bibliotecario José Fernández Sánchez, más conocido como “Pepe el ruso”. Y más si están maravillosamente escritas como las de nuestro protagonista. Acaban de ser reeditadas sus memorias por la editorial gijonesa Impronta bajo el título Vida y exilio. Memorias de un español en la URSS. El siglo XX con todas sus luces y sus sombras atravesó la trayectoria de José Fernández. Nació en la cuenca minera, en el pueblo de Ablaña (Mieres) en 1925, pero vivió acontecimientos cruciales como la revolución de Asturias, la Guerra Civil, el exilio en la Unión Soviética, la Segunda Guerra Mundial o la crisis de los misiles en 1962. Yo descubrí a este personaje gracias a mi querido Carlos García-Alix y a la lectura de una edición anterior de su autobiografía, Memorias de un niño de Moscú. Cuando salí de Ablaña (Planeta, 1999). Años antes había dado a conocer parte de su vida en Cuando el mundo era Ablaña, Mi infancia en Moscú (El Museo Universal, 1990) y Memoria de la Habana (El Museo Universal, 1991). La Guerra Civil y la muerte de su padre, minero de la UGT, en el frente de batalla luchando por la República condicionaron su vida. Tras pasar por el orfanato miliciano Alfredo Coto de Gijón, fue uno de los niños asturianos evacuados a la Unión Soviética. José Fernández tenía 12 años cuando partió del puerto de El Musel el 23 de septiembre de 1937 junto con su hermano Joaquín, y no regresó a España hasta 1971.

La primera parte de su historia está retratada deliciosamente en su pueblo en el valle del Caudal, que discurría entre el colegio, la escombrera y su casa. Si alguien quiere conocer la vida cotidiana de una familia minera debe acercarse a las memorias de José Sánchez. Destaco la figura del novelero, que repartía semanalmente novelas por entregas. Su madre consiguió un juego de vajilla al acabar la colección y enviar todos los cupones que venían en cada cuadernillo. El sábado por la tarde su padre leía la novela en voz alta y acudían vecinas y algún vecino. Le encantaba leer y como era buen estudiante, su progenitor confiaba en que estudiase el bachillerato.

Su padre estaba suscrito a los periódicos El Socialista y Avance, pero cuando estaban prohibidos compraba El Heraldo de Madrid, que a él le gustaba más, pero nunca se lo confesó. También acudía al cine Imperial y recordaba que la primera retransmisión radiofónica que escuchó fue un partido de fútbol entre las selecciones de España e Italia en 1934, aunque en su casa tuvieron que aplazar indefinidamente la compra de una radio porque su madre se estaba arreglando la dentadura. Yo confieso que en un reciente viaje a Asturias en la primavera pasada visité Ablaña solo por homenaje a Pepe el ruso. Esta etapa tan entrañable fue objeto de un cómic El sol na escombrera, ilustrado por Alberto Vázquez (Impronta, 2022).

 
José Fernández Sánchez, en 1971. 
 

El trauma de la guerra y la pérdida del padre dieron paso a la dura experiencia del exilio en el país de los soviets. Atracó en Leningrado el 4 de octubre de 1937 donde fueron recibidos como héroes. La aventura inicial y el período de acomodo en las Casa de Niños dio paso a otra guerra, tras la invasión alemana en 1941. La paradoja de su vida fue que huyendo de la contienda española se dio de bruces con la Segunda Guerra Mundial, y no pudo salir del país hasta décadas después. Todo aquel interesado en el exilio en la URSS también debe leer su libro de memorias. Además, sus páginas son valiosas tanto por lo que cuenta como por lo que elude, o cuenta con la inocencia de un adolescente como las purgas estalinistas a través de los profesores que desaparecen de un día para otro del colegio.

Cuenta con gran empatía el sufrimiento y la represión que sufrió el pueblo soviético. También destaca la poética manera en que describe el fin a la Guerra Civil cuando desapareció el mapa de España con las banderas. Aunque pasó hambre y frío durante la contienda mundial lo más terrible fue la desaparición de su hermano. Las redes de solidaridad entre los exiliados y los problemas de adaptación aparecen junto a anécdotas como la de los violines en los funerales que son impagables. En contra de lo que le aconsejaban, ni fue ingeniero ni médico porque detestaba las matemáticas, pero se hizo bibliotecario porque amaba la lectura y los libros. Mientras estudiaba Biblioteconomía trabajó de obrero ajustador en una fábrica en Moscú. Llegó a trabajar en la Biblioteca Lenin de la capital soviética en 1957, pero antes pasó siete años de bibliotecario en Izhevsk, en Udmurtia, una remota región de los Urales. También trabajó en Radio Moscú. Harto de la vida en la Unión Soviética se marchó de traductor con los asesores militares que llegaron a la Cuba de Fidel en 1961. Allí vivió en primera persona la mayor crisis de la Guerra Fría.

Tras varios intentos consiguió regresar definitivamente a España en 1971. A pesar de las dificultades primero, consiguió una plaza de profesor de eslavas en la Universidad Autónoma de Madrid y en 1972 comenzó a trabajar en la Biblioteca Nacional hasta su jubilación. Su libro Historia de la bibliografía española es un clásico de biblioteconomía. Como traductor de ruso dio a conocer en lengua castellana libros como Crimen y Castigo de Dostoievski, Ana Karenina de Tolstói, Cuentos del Don de Scholojov, Cuentos de Odesa y otros relatos de Babel, Padres e hijos y otras novelas de Turguenev, Taras Bulbas de Gógol, Poemas, 1913-1916 y 1917-1930 de Maiakovskii, o Diario de la guerra española de Koltsov, entre otros muchos. Por el Cantar de la gesta del príncipe Igor recibió el prestigioso Premio Pushkin de la Unión de Escritores de la URSS.

Aunque aparecen personajes famosos, sus escritos están escritos a ras de suelo, desfila gente común, hombres y mujeres con sus desvelos y sus inquietudes. A pesar de la dureza de sus vivencias, no escribió desde el rencor ni el resentimiento, sus memorias son un canto a la vida y a la esperanza. También destilan sabiduría y un gran sentido del humor. Solo me queda recomendar encarecidamente la lectura de las memorias de José Fernández Sánchez.


Fuente → eldiario.es

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