Somos sujetos políticos y estamos hartos del dolor. Nos lo debemos como inadaptades, como personas que bien entrada su madurez sufrimos depresión, trastornos de adaptación y bloqueos emocionales
Las palabras de Díaz Ayuso también conforman mi memoria del dolor, junto a las de algún compañero de clase y algún profesor sobre mi pluma, a las de todos aquellos que se rieron, a los prejuicios de algún que otro médico o con el miedo al rechazo en algún puesto de trabajo por ser visible. Todos ellos juegan con el mandato de silencio que envuelve a su violencia contra nosotros. Me han llamado pollo, nena, marica, maricón, bujarra, incluso enfermo y siempre he callado. Lo siento.
Esa violencia política e institucional es solo una de las aristas de este agresivo poliedro que nos revienta pero, la sufrimos en los centros escolares o en nuestras casas y, para cuando conseguimos liberarnos un poco de sus yugos, ya es tarde para tener herramientas correctas para socializar con las familias elegidas y… volvemos a hacer lo que se espera de nosotros y nosotras. Porque a ellos les complace y nosotros necesitamos sobrevivir.
Componiendo el puzzle de mis piedras, pienso que me gustaría que la vulnerabilidad fuese un derecho para todos, especialmente para aquellos que hemos tenido muchas grietas en ese proceso en el que nos construimos: en la infancia y adolescencia. Debería serlo porque es un gran ejercicio de honestidad con uno mismo, pero también con los que nos rodean. Debería ser un derecho y no lo es porque no es productiva para el liberalismo, sino incapacitante.
Queridas lesbianas, transexuales, querides queer, gays, intersexuales y bisexuales, nuestro dolor es una poderosa herramienta de transformación social para que esto no pase. Sigamos conquistando el espacio político porque únicamente eso nos hará más libres. Los derechos son nuestro horizonte. No somos cuerpos sexualizados, ni unidades de consumo, qué más quisiera el patriarcado de nosotros. Somos vidas libres.
Somos sujetos políticos y estamos hartos del dolor. Nos lo debemos como inadaptades, como personas que bien entrada su madurez sufrimos depresión, trastornos de adaptación y bloqueos emocionales. Se lo debemos a lo que no pudieron más, a los que siguen ocultándose, a los que nos sexiliamos y a los que después de una vida de lucha vuelven a sufrir la homofobia en una residencia de la tercera edad.
Nuestro dolor solo se puede metabolizar si nos reconciliamos con la realidad, si lo convertimos en nuevos derechos, en cambios sociales que nos hagan ser ciudadanos libres, iguales y de pleno derecho: lo hicimos con el matrimonio igualitario, con los cambios registrales para las personas trans y lo hemos hecho con la ley trans y LGTBI.
Empezó Gallardón despolitizando el orgullo y convirtiéndolo en un evento de consumo y terminarán por desactivarnos políticamente si no somos conscientes de que juntas y juntos tenemos más fuerza. Necesitamos coexistir con dignidad más allá del centro de las grandes ciudades y de todos aquellos entornos que durante años hemos percibido como seguros. Necesitamos estar en todos los espacios.
Fuente → infolibre.es
No hay comentarios
Publicar un comentario