Franquismo, fascismo y fascistización
Franquismo, fascismo y fascistización
Jon Kortazar

El régimen español ha ocasionado debate entre los historiadores sobre los temas del fascismo, porque se tratara de un fascismo sui generis local

Era un régimen híbrido creado por un camarilla militar, después de un golpe de estado y una guerra civil, al lograr que un partido fascista débil –con elementos afascistas y carlistas– llegara al poder. Fue un régimen que duró hasta bastante después de la Guerra Mundial y que tenía oportunismo político, la capacidad de amoldarse, una represión interna severa y una gran «tolerancia» por parte de la ciudadanía aunque, paradójicamente, poca movilización de masas a favor. Por ese motivo, el modo en el que se entiende la relación entre ese régimen y el fascismo –entendido este como ideología o una cuestión del ámbito de la ontología de las ideas– ha generado gran debate historiográfico. En este breve artículo estudiaremos esa relación, sobre todo cómo se «cohesionaron» los elementos anteriores al franquismo que posteriormente constituyeron aquel régimen y la simbiosis que tuvieron dichos elementos.

No podré desarrollar tema como me gustaría por falta de espacio. Por lo que mencionaré algunas claves sobre el tema y expondré –o al menos lo intentaré– los debates y las posiciones entorno a ellos que existen en cada ámbito para que sea más fácil para quien lo lea. Como se trata de un tema que salpica en debates actuales, quisiera dar algunas indicaciones. Este articulo habría que entenderlo, de alguna manera, como una «introducción», es decir, se le ofrecerán algunas pautas a quien tenga más interés sobre el tema.

INTRODUCCIÓN: CARACTERÍSTICAS DESCRIPTIVAS PRINCIPALES DEL FASCISMO

El debate sobre el carácter y la evolución del fascismo siempre ha sido extenso. Y, de cierto modo, eso crea dificultades a la hora de historizar el fascismo, ya que esta ideología tomó el poder nada más instituirse, sin tener definido el corpus ideológico. Por ejemplo, en Italia llegó al poder en 1922 cuando el partido se creo en 1919. Epistemológicamente, este hecho dificulta distinguir de una manera clara su «propia ideología» y sus «circunstancias».

Lo primero que debemos hacer cuando hablamos del fascismo como fenómeno histórico es dejar de denominarlo como «mera crueldad». El imperialismo del siglo XIX, los versalleses que reprimieron la Comuna de París, el Ejército Blanco de Rusia o el Al Qaeda de hoy en día podían ser o pueden ser muy crueles, pero eso no los convierte en fascistas. Lo mismo pasa con muchas dictaduras autoritarias de entreguerras del siglo XX (justamente vamos a analizar si el franquismo lo era o no). El fascismo es crueldad, pero «algo más» también.

Lo primero que debemos hacer cuando hablamos del fascismo como fenómeno histórico es dejar de denominarlo como «mera crueldad». […] El fascismo es crueldad, pero «algo más» también

Ha habido dos escuelas principales entorno al fascismo. La escuela liberal, por un lado, ha descrito el fascismo de manera superficial como simple «totalitarismo». A la cabeza de esta escuela se encuentra la célebre Hannah Arendt[1]. Su descripción fue sobre todo ad hoc, es decir, comparó los totalitarismos de la Guerra Fría y los antagonizó con la «democracia» (liberal y burguesa). Aunque esta definición del «ser» o de la «naturaleza» del fascismo describa algunas de sus características –el abuso de la autoridad, la transformación, el ultranacionalismo, el ultraestatismo, el populismo y la movilización, entre otras– elude otras explicaciones como las del «quién», «por qué», «para qué» y «cuándo», que además de ser políticamente manipulables, son antihistóricas. Sin embargo, no expone cuál fue el sujeto principal impulsó el fascismo ni en qué contexto llegó al poder, ni qué le allanó el camino. Se trata de un análisis que deja intencionadamente de lado la dialéctica de las clases sociales.

Por otro lado, la segunda escuela es la marxista, que, tal vez partió de las conocidas formulaciones de Clara Zetkin (1923) y Georgi Dimitrov (1935). Zetkin escribió en 1923 su obra El fascismo[2] y algunos de los elementos que ella expuso posteriormente han sido repetidos por otros investigadores: («¿por qué?») el fascismo es una herramienta de la burguesía que se crea («¿cuándo?») en periodo de crisis, y que se trata de algo más que del Terror Blanco, y que, por lo tanto, propuso una nueva manera de distinguir el fascismo y otros autoritarismos. Según Zetkin, aunque el fascismo esté «a manos de reaccionarios», emplea la demagogia y el populismo, «componentes que aparentan ser arriesgados para la burguesía». Por consiguiente, menciona la mezcla entre el «orden» y la «insurrección» de las dos almas. Ella constata que el fascismo es una especie de coalición entre la burguesía (y su orden) y los «afligidos» (por la derrota de la socialdemocracia). Más adelante, coincidirá con la misma línea que seguiría Poulantzas: el fascismo se engendra en periodo de crisis, y no, en cambio, en épocas de «riesgo de repunte de revolución», sino que era algo que llegaba en cuanto ese riesgo pasara, es decir, podría tratarse de un castigo hacia la clase trabajadora. De cualquier manera, lo más sorprendente del artículo de Zetkin tal vez sea el hecho de que no mencionara la relación de entre el fascismo y el nacionalismo. No lo mencionó como características del fascismo.

Zetkin escribió en 1923 su obra El fascismo y algunos de los elementos que ella expuso posteriormente han sido repetidos por otros investigadores: («¿por qué?») el fascismo es una herramienta de la burguesía que se crea («¿cuándo?») en periodo de crisis, y que se trata de algo más que del Terror Blanco

En el quinto Congreso Nacional de la III Internacional en 1935, el búlgaro Georgi Dimitrov también se mencionó el fascismo[3]. En aquella época se sentía el riesgo una nueva guerra, por lo que él agregó como característica del fascismo el nacionalismo ofensivo. Además, hablaba de la capacidad de movilización del fascismo, es decir, para él un régimen fascista no lo era simplemente por el hecho de ser retrógrado. Igualmente, además de mencionar el populismo, examinó las técnicas para llegar al poder del fascismo, como las coaliciones realizadas con distintas agrupaciones de la democracia burguesa (trataremos este punto más a fondo más adelante), y otro tipo de características como la economía corporativista y el deseo de hacer desaparecer la lucha de clases.

Dimitrov […] además de mencionar el populismo, examinó las técnicas para llegar al poder del fascismo, como las coaliciones realizadas con distintas agrupaciones de la democracia burguesa, y otro tipo de características como la economía corporativista y el deseo de hacer desaparecer la lucha de clases

Los marxistas han perfilado a posteriori los trabajos de Zetkin y Dimitrov, entre los que se encuentra Nikos Poulantzas[4]. Él era estructuralista y partía del análisis de los algunos de los aparatos ideológicos del Estado. Por consiguiente, analizó la actuación del fascismo antes de conseguir el Estado y después de «conquistarlo», es decir, al actuar como herramienta del Estado pero al mismo tiempo «queriendo transformar» ese mismo Estado burgués. Dicho de otra manera, para que el fascismo llegue al poder, Poulantzas no descarta en algunas fases la posibilidad de hacer coaliciones con ostros sectores de derechas. Esto es importante, ya que algunos historiadores utilizarán ese «carácter de coalición de derechas» para negar que fuera, en el caso del franquismo, algo fascista. Igualmente, como afirma Poulantzas, el fascismo no alcanzó el poder cuando el peligro de revolución parecía inminente sino que justo después. Justamente la burguesía aprovechó para hacer desaparecer los progresos sociales y económicos del proletariado que habían prevalecido, por ejemplo, en 1922 en Italia (hay que tener en cuenta que el «Bienio Rojo» acabó en 1921), como en 1933 en Alemania (cuando en 1923 finalizó el período de levantamientos).

La escuela marxista responde incluso mejor a alguna de esas preguntas como: «quién» o «quienes» que sería la pequeña burguesía movilizada por la burguesía; «cuándo» en época de crisis política –esto habría que matizarlo más–; «cómo» mediante una gran movilización de masa, y, sobre todo, «por qué» y «para qué». El fascismo emplea el período de crisis política y social como carta para salvar el orden burgués a fin de, según la tesis de Jenö Varga, amedrentar el «peligro revolucionario» y, por otro, para que se diera una rápida modernización, la burguesía de Italia y Alemania «dejó atrás» una modalidad ofensiva de estado capitalista, cuando llegó la crisis causada por la Primera Guerra Mundial. Esta escuela cuenta con algunas virtudes; en este caso, relacionar el fascismo con sujetos históricos (como si hubiera sido fecundado por la burguesía), analizar las fases y la técnicas para llegar al poder y exponer las razones. Sin embargo, tiene igualmente ciertas carencias que ha podido suplir de mejor o peor manera: tiene la tendencia de aminorar la autonomía histórica del fascismo, la tendencia de presentarlo como si fuera una marioneta que está en manos de «el Otro» superior, como si nunca nadie más hubiera pensado en un proyecto ideológico similar, como si un proyecto ideológico así no fuera a tener desarrollo propio. Dicho de otra manera, responde a la pregunta «quién» fijándose en las clases sociales, pero no siempre teniendo el movimiento fascista como sujeto. Si dejáramos el sujeto de lado, caeríamos en el error indicado por Zetkin y confundiríamos el fascismo y el Terror Blanco.

Algunos lo vinculan con la época, es decir, con la pregunta «cuándo», como por ejemplo, Karl Polanyi. Según él, el fascismo sería un programa de aggiornamento posterior a la guerra de la burguesía. Este punto de vista, bastante cercano al del también húngaro Varga, tiene mérito, ya que describe la relación que tuvo el fascismo con una época histórica y con las circunstancias del momento, y eso nos brinda la oportunidad de historizarlo. La debilidad más grande de este último punto de vista era tener que denominar una gama entera de las década 20 y 30 «fascista». No obstante, también tiene un lado bueno, y es que lo relaciona con la época, al igual que el precoz Nolte hizo, antes de caer en el revisionismo. Polanyi admitía de alguna manera las aportaciones de la escuela marxista, así como decir –al igual que Varga– que el fascismo era una reacción al bolchevismo y que respondía a un reto de modernización de la burguesía. Al mismo tiempo, de acuerdo con Poulantzas, expuso que el auge del fascismo no era necesariamente un intento de cortar el apogeo de la revolución, sino que creía que se trataba de una manera para eliminar los avances de los trabajadores una vez hubiera pasado el peligro de revolución. Ahora bien, el error más grade de Polanyi es, como ya hemos mencionado antes, identificar cualquier régimen autoritario como fascista, y, como veremos, se queda corto a la hora de poner en tela de juicio un régimen «preservador» como el franquista[5].

Nolte repite más o menos el mismo error y en su libro fue muestra de ello, y arremete contra el grupo Action Française de Charles Maurras. Además según él «el fascismo fue quien definió la época», por lo que existía un relación entre el fascismo y las fuerzas de alrededor, es decir, el fascismo actuaba como polo de atracción[6]. Aunque más tarde Nolte tendiera hacia la política en pro del fascismo, sus trabajos fueron muy importantes, ya que explicaba cómo bascular hacia el fascismo las derechas de aquella época. De hecho, como veremos más adelante, muchos marxistas hacían referencia a la «época», como por ejemplo el historiador E. J. Hobsbawm. Él coincidía con Poulantzas al decir que no era tan contrario al «peligro soviético», el cual en los años 20 no se enmarcaba dentro de una estrategia de expansión de la revolución, sino que contrario a «el movimiento obrero interno del país». La cantidad de democracias en Europa descendió a 6 entre los años 1918 y 1941[7]. Así que para entender el fascismo además de preguntarnos «qué» y «para qué» si nos centráramos en la pregunta «cuándo», nos encontraremos con un periodo embrollado de entreguerras. Es difícil comprender el fascismo fuera de esa época, y no solo porque aquel contexto facilitaba una respuesta severa de las burguesías, sino que también las tendencias estéticas y culturales de aquel entonces influenciaron en la derecha. Ejemplo de ello son las vanguardias, que además de impulsar el vitalismo y el voluntarismo, elementos importantes para el fascismo, potenciaban «pesimismo» hacia la modernidad. Así, aunque la modernidad liberal hubiera fracasado, la derecha se encontró ante la necesidad de buscar una modernidad alternativa, y esto fue tal que la diferenció de la derecha tradicionalista, ya que esta negaba todas las modernidades, incluso la de la derecha autoritaria, que no quería inventarse una nueva modernidad alternativa[8].

También tenemos otro punto de vista que responde a la pregunta «¿con quién?», la que explica cómo ha sido la relación entre el fascismo y el Estado, como de sus instituciones conservadoras (Ejército, Iglesia, instituciones de previsión, policía y las instituciones de acciones corporativas). Esta relación está modelada por la doble naturaleza del fascismo respecto al estado: por un lado, es el defensor más violento del Estado –recordemos que en 1921 en Italia los fascistas destacaron por su violencia contra los socialistas–, por otro lado, insurreccional; «custodio» y «transformador»; al mismo tiempo contrario a la modernidad (contrario al «decadente» siglo XIX) pero, también, moderno: el movimiento que quería proyectar las glorias del pasado en el futuro. Según Roger Griffin, el fascismo se vertebra «en la palingenesia nacional»: en la regeneración o en el reinicio, no en el restablecimiento puro, esto es, se trataría de un proyecto político que mezclase el ultranacionalismo, la movilización populista y la refundación nacional; que tiene como herramienta el Estado, pero, así mismo, tiene que conquistarlo. Dicho de otra manera, el fascismo lo tenemos al mismo tiempo como defensor del Estado y, de la misma forma, «refundador», haciendo confluir el Estado y la «nación». Y, simultáneamente, lo tenemos como elitista (quiere fundar una nueva élite), y como anti elitista (quiere derribar las viejas élites sociopolíticas, históricamente más subyugar que derribar). Por lo tanto, para el fascismo el Estado es presa conquistable y refugio, que «protege» las instituciones del Estado del proletariado, pero pretende convertirlo en el lugar de una nueva masa, de las masas nacionales. Eso le lleva a ser, al mismo tiempo, insurreccional y conservador. La respuesta a la pregunta «con quién» del fascismo puede ser «con el Estado» –con las élites e instituciones del Estado–, pero no «de acuerdo con él».

Según Roger Griffin, el fascismo se vertebra «en la palingenesia nacional»: en la regeneración o en el reinicio, no en el restablecimiento puro, esto es, se trataría de un proyecto político que mezclase el ultranacionalismo, la movilización populista y la refundación nacional

Como hemos mencionado anteriormente, el fascismo es una ideología llena de ambigüedades. Aún más en algunos casos, si llega al poder mezclada con otras ideologías, como en el caso de España[9]. Las características del régimen franquista, y sobre todo de sus relaciones respecto al fascismo (no solo relaciones «materiales» o «físicas», es decir, no solo las relaciones tenidas con las potencias fascistas; sino que las ideológicas y filosóficas también, tenidas como ideología respecto al fascismo) tiene un largo recorrido entre los historiadores, y no sólo en el Estado Español, sino que internacionalmente también. Se han establecido varias razones para negar o afirmar que el franquismo era fascista y, en algunos casos, se han entremezclado con la discusión política; por ejemplo, por un lado, en las publicaciones divulgativas, sobre todo, se ha solido identificar al franquismo con el fascismo para denunciar su esencia «verdaderamente despiadada», y, por otro lado, algunos han negado el conjunto fascista de sus características para hacerlo más aceptable. El caso más notorio fue el del académico Juan José Linz. Linz fue de los primeros en definir el franquismo «como autoritario, pero no totalitario». Linz fue un investigador que hizo carrera en los Estados Unidos de América y era cercano a Manuel Fraga. En la guerra fría, en EEUU la tendencia geopolítica establecía una diferencia entre las dictaduras militares «autoritarias» que eran aliadas de EEUU y las «dictaduras comunistas totalitarias», él estaba de acuerdo con esto[10]. En el esquema de Linz, para negar la esencia totalitaria del franquismo, es clave que ese régimen no lo hubiera creado una sola fuerza, sino que fuera creada por una coalición de fuerzas de derechas; según él, el franquismo estaba formado por una «diversidad limitada», por lo tanto, no podía ser un régimen totalitario.

Aun así, aparte de Linz, otros cuantos también han matizado la relación entre el franquismo y el fascismo. Uno de esos fue Javier Tusell. Según él, que en el franquismo haya distintas fuerzas que sean complementarias plantea la dificultad de definir al franquismo como fascista[11]. Por otro lado, Glicerio Sánchez Recio también hizo una crítica a Linz; según él, el franquismo lo formó una «coalición reaccionaria», supuestamente por ser un término más correcto. Sánchez Recio hace críticas adecuadas a Linz; por ejemplo, habiendo investigado el poder local del franquismo, examinó la correlación y las luchas de distintos grupos, sin encontrar por otro lado «la diversidad». Por otra parte, Sánchez Recio afirma que la pluralidad del régimen es más «de origen» que por lo que hicieron en tiempos del régimen, es decir, eso no quiere decir que no hubieran varias «facciones organizadas» dentro del régimen, aunque los uniera una diversidad original[12]. Por último, según Roger Griffin, el régimen franquista fue un «parafascismo»; pues, según él, el franquismo «usó» al fascismo, utilizó formas fascistas, pero el núcleo no era fascista, no se quería «refundar» la nación, no era un “nacionalismo palingenésico»[13]. La teoría de Griffin, que trae el matrimonio entre el fascismo y otras formas reaccionarias, es interesante; aun así, como luego veremos, se puede matizar mucho.

Tanto Linz como Tusell negaban que el franquismo fuese fascista por el «qué». De todas formas, según otros, el giro que hubo en el franquismo en sus últimas décadas se debió a factores externos, no por el proyecto del régimen. Por lo tanto, ese «qué» del franquismo lo tenemos que buscar en las décadas iniciales, esto es, cuando podía explicar su propio proyecto de la forma más «pura». La dirección o facción del franquismo que encarnaron el carácter o los elementos fascistas dominó esa primera etapa del franquismo. En ese caso no hay dudas: instauró una dictadura de partido único que hacía suya la ideología fascista, instauró el régimen corporativista disolviendo las organizaciones sindicales obreras, impuso el culto al líder, llevó a cabo la movilización litúrgico-política de las masas, etc. Una concepción que comparten, por ejemplo, Manuel Tuñón de Lara y Josep Fontana[14]. Julián Casanova, por otro lado, hacía referencia a otro factor que hemos mencionado antes: en el franquismo participaron distintas fuerzas, pero eso no niega que no fuese una dictadura fascista, pues los regímenes fascistas «puros» también tuvieron sus fases de coaliciones[15].

Pero, por otro lado, también hay que tener en cuenta otros factores. El régimen franquista fue en Europa, junto al de Portugal, el que más tiempo duró entre este tipo de regímenes. Eso quiere decir que consiguió durar «fuera de la época de los fascismos». ¿Cómo? Podemos tomarlo como una maniobra oportunista del occidente anticomunista, y es legítimo, porque ese régimen tuvo elementos para hacerse un hueco «en un contexto no fascista», y porque tenía elementos para la adaptación.

El régimen franquista fue en Europa, junto al de Portugal, el que más tiempo duró entre este tipo de regímenes. Eso quiere decir que consiguió durar «fuera de la época de los fascismos». ¿Cómo? Podemos tomarlo como una maniobra oportunista del occidente anticomunista

Si reparamos en ese «para qué», el franquismo, al menos su génesis, entraría sin duda alguna dentro de la categoría del fascismo: pues fue la solución de la burguesía en el poder, y, en gran medida, de carácter masivo, pues hubo ciudadanos que se sumaron al golpe de estado ante «el peligro revolucionario». De acuerdo al esquema de Nikos Poulantzas[16], el franquismo fue el proyecto impuesto por la burguesía en el poder para detener el peligro revolucionario. En la línea de Poulantzas, es decir, si se tiene en cuenta el «para qué», no cabe duda de que el régimen franquista fue muy parecido al fascismo y además, en el momento de tomar el poder es muchísimo más sanguinario que el de Italia o Alemania.

Sin embargo, esto supone un problema; efectivamente, marginar el supuesto «quién» si el fascismo es un simple «para qué», esto es, tomar el propio fascismo como si fuera algo sin autonomía histórica. Siguiendo con esto, con quedarnos con el simple «para qué», es decir, con borrar el sujeto del fascismo, borraríamos la diferencia entre el fascismo y el régimen burgués represivo no fascista[17]. ¿Quién tenía que imponer el fascismo en España? Para algunos investigadores, incluso para algunos publicistas que se dedican a la divulgación, la razón principal para descartar al franquismo como «fascismo» es que el partido fascista oficial que estaba en el régimen, Falange Española, era muy débil. En efecto, este partido en las elecciones de febrero de 1936 no consiguió ni un solo diputado (los dos partidos fascistas más paradigmáticos de Europa, los de Italia y Alemania, fueron partidos de masas antes de volver al poder; y en otros lugares, por ejemplo en Rumanía y Hungría, también hubo partidos de masas fascistas). Si se convirtió en un partido de poder (y partido de masas), fue porque el representante principal de la casta militar (el dictador) lo convirtió en el «partido de sus manos», esto es, le quitó su autonomía, y nunca pudo perder esa posición de dependencia.

Todo esto, aunque sea cierto, solo es una parte de la historia. Efectivamente, no explica por qué esa «casta militar» (al menos en la primera década) creó un régimen tan parecido al fascismo; es decir, por qué eligió el fascismo como objetivo principal. Una razón pudo ser que los regímenes que ayudaron a Franco en la guerra fueran fascistas, y, por eso (no tanto por la presión, sino por «tomarlos como modelos»), que los franquistas o los militares que llevaron a cabo el golpe de estado quisieran imitar a esos regímenes. Pudo ser, en cambio, que, en esa época en Europa, entre la opinión pública de la derecha, el fascismo fuera «la referencia ideológica». De hecho, en la década de 1930, muchos estados burgueses dejaron de ser democráticos o dejaron de llevar el disfraz de la democracia. Pero estos dos factores, por sí solos, no son suficientes para explicar que las fuerzas económicas, sociales y políticas internas de España hubieran elegido como realización de su proyecto el fascismo –como se ha dicho, al menos en las primeras décadas–, o «algo inspirado en el fascismo». Si los fascistas eran tan débiles, ¿por qué los militares no impusieron una dictadura autoritaria convencional? ¿Por qué se convirtió la Falange en «el pequeño niño» de Franco, con autonomía delimitada pero tan poderosa?

Una de las respuestas de esto fue la siguiente: contagió en la década de 1930 a otras fuerzas de derechas que en sí no eran fascistas (CEDA o la derecha católica; Renovación Española o la derecha monárquica; y carlismo o la derecha tradicionalista). Esto es, el fenómeno del fascismo ya no era «un asunto de los fascistas o de los fascistas de entonces». El fascismo era una referencia, pero no sólo una referencia europea o de hacer mirar a Europa, sino que también era una referencia «de casa para dentro». Es decir, la derecha del régimen o que apoyó al régimen se fascistó o fascisistó (impulsados por un proceso de «fascistización» o «fascismo»). Este concepto, además, como dice el profesor Ismael Saz, tiene otra ventaja: los sujetos de fascistización no serían sólo los fascistas históricos «de primera hora», es decir, el resto de la derecha también sería sujeto. O sea, dentro del régimen franquista, en la primera etapa, no es necesario tomar en consideración históricamente a una Falange fuerte y autónoma para entender la hegemonización de los rasgos fascistas; el resto de fuerzas pudieron ser sujeto de ese proceso[18]. Esto es, superó la teoría de Roger Griffin que anteriormente mencionamos (quien creía que la derecha autoritaria no fascista toma «formas fascistas»); pues, en vez de ser la relación entre las dos unilateral –que unas usen a otras–, establece una influencia recíproca. Por otro lado, a través de este concepto, es posible abrir las puertas a la época y a la codeterminación de los factores externos e internos; es decir, unirlo al contexto político de aquella época –como explicaron Nolte y Polanyi–. Según Ismael Saz, tenemos que tener en cuenta que el término «fascistización» lo usaban tanto los propios fascistas como los comunistas; por ejemplo, Dimitrov decía que el fascismo antes de conseguir el poder tenía que pasar un la fase de «la fascistización de la democracia», y que hablaban de «regímenes fascistizados» para denunciar la deriva hacia el autoritarismo de la democracia[19].

Dimitrov decía que el fascismo antes de conseguir el poder tenía que pasar un la fase de «la fascistización de la democracia», y que hablaban de «regímenes fascistizados» para denunciar la deriva hacia el autoritarismo de la democracia

Ese concepto sobre la fasicistización ha tenido bastante éxito en la historiografía. Aun así, eso nos crea otras preguntas: ¿de qué nivel fue la fascistización del franquismo? ¿Fue suficiente para considerar como fascista este régimen? ¿Quién impulsó las fascistización, los militares y los golpes estado que ellos dieron, o la derecha «política» que estaba en ese proceso desde antes?

Según varios investigadores, este concepto de fascistización explica de forma correcta la influencia que ha tenido en la derecha española en la época de los regímenes fascistas –tanto en distintos ideólogos como en el régimen–[20]; precisamente, lleva a entenderlo como un «proceso» de ida y venida, escalonado, que presenta una tensión según la correlación de fuerzas[21]; pues puede llevar a entender la capacidad adaptativa del franquismo en las dos direcciones, tanto a un fascismo sin un partido fascista hegemónico, como empezando desde un mayor grado de fascismo hacia la dirección contraria.

Según algunos investigadores, el fascismo español, aunque no llegara nivel del de Italia o Alemania, entraría dentro del grupo de fascismos[22]. Sin embargo, según otros investigadores, por ejemplo según Barrington Moore, un peligro que implica el concepto de fascistización es el considerar por «fascista» cualquier régimen que tenga rasgo fascista, y esa es la crítica que se le puede hacer a Karl Polanyi[23]. Por otro lado, los investigadores como Joan Maria Thomàs también dicen que el nivel de fascistización interna del régimen está relacionada con el contexto externo; después de que el fascismo perdiera la 2ª Guerra Mundial en España, el lugar donde resistió, veía muy difícil cumplir el proyecto fascista o avanzar en esa dirección[24]. Ismael Saz, además, teniendo en cuenta que los fascistas eran muy débiles en España, niega que esa fascistización acabase en simple fascismo (la evolución después de la 2ª Guerra Mundial, sin grandes traumas internos, es ejemplo). Aunque sea cierto que en los regímenes fascistas «puros» –en Italia y Alemania– también hubo coaliciones, y aunque esto desmienta el argumento que destaca que el franquismo era «una coalición de derechas» para negar que fuera un régimen fascista –la escuela de Linz–, es cierto que la presencia de elementos no fascistas o afascistas ayudaron en la evolución del régimen, pues para estos sectores «fascistas», cuando el fascismo no era útil, fueron capaces de reducir su fuerza, la fuerza «que le venía de fuera»[25].

Habiendo explicado esto, nos encontramos ante la necesidad de explicar el proceso de fascistización que tuvo la derecha en España antes de que dieron el golpe de estado.

FASCISTIZACIÓN DE LA DERECHA ENTRE 1934 Y 1936

Si bien es cierto que los grandes sectores sociales de la derecha nunca reconocieron la República como tal, las posiciones contrarias se hicieron aún más fuertes después de 1934. Dicho de otra manera, a partir de entonces, las voces a favor de la continuidad del régimen democrático-burgués dentro de la derecha se hicieron totalmente minoritarias. A partir de ese momento, la derecha española quería avanzar hacia un régimen autoritario. Claro que eso no quiere decir que hubiera unanimidad entre ellos ni que todos entendieran lo mismo con el concepto de «régimen autoritario», por lo que no quiere decir que tuvieran el mismo objetivo, o que necesitasen ese régimen autoritario para lo mismo, es decir, difícilmente se puede decir que en 1936 la dictadura militar de 40 años entre las derechas españolas fuera un programa mayoritario. Pero sí podemos decir que el régimen burgués-democrático y la República que lo representaba ya no tenían amparo alguno entre el sector de la derecha, ni ideológica ni metodológicamente. Digo ideológicamente porque la mayoría de la derecha renunció a la democracia y al liberalismo. Y digo metodológicamente, porque «los partidarios republicanos del orden», «constitucionalistas» y otros como grupos de militares liderados por Mola o simpatizantes de Lerroux, más allá de las elecciones, estaban dispuestos a utilizar la fuerza para derrocar al Frente Popular y «reafirmar el orden constitucional»; en un ambiente de violencia y «falta de orden» entre febrero y julio de 1936 la responsabilidad de la derecha golpista no fue pequeña.

Principalmente, las dos grandes instituciones de la derecha se unieron para legitimar el golpe militar: la Iglesia y el Ejército. Estas dos instituciones fueron las que más representaron a la derecha sociológica, y la derecha las tenía como pilares de España. Aunque la Iglesia apenas intervino en la preparación del golpe, es cierto que desempeñó un papel importante en la legitimación de los golpistas y, más aún, en la deslegitimación del régimen democrático durante la República. Las cabezas eclesiásticas, como el arzobispo de Toledo, Pedro Segura, o su sucesor, Isidro Gomá, legitimaron las soluciones violentas y deslegitimaron a la República, no sólo «de hecho», sino también «de origen». En aquella época, en el seno de la Iglesia, obras como Derecho a la rebeldía de teólogos como Aniceto de Castro Albarrán tuvieron un gran éxito, que tendían claramente al golpe de Estado.

Podríamos entender la cuestión militar desde dos puntos de vista. Hay que tener en cuenta que, por diversas razones, a los altos militares no les gustaba en absoluto el gobierno del Frente Popular. Podemos encontrar dos razones para ello: por un lado, la presencia de los viejos militares monárquicos y, por otro, que los militares siempre creyeron tener derecho a intervenir en la política española. Entre 1808 y 1936 hubo 60-70 golpes o intentos de golpe de Estado en España[26]. Es decir, entre los militares existía una cierta tradición de «participación política» que fue reforzada precisamente en tiempos de Miguel Primo de Rivera. Además, entre 1931 y 1933 las reformas puestas en marcha por el gobierno de Azaña debilitaron algunos círculos políticos militares, por ejemplo, las Juntas de Defensa Militares creadas en 1917. Muchos militares conservadores (incluidos los republicanos) interiorizaron la desconfianza en la izquierda. Hay que tener en cuenta que la coalición de derechas que asumió el poder en 1934, sobre todo la de Gil Robles como Ministro de la Guerra, se dedicó a encumbrar a los militares conservadores en los altos puestos del Ejército, formando una fortaleza de derechas en las redes de influencia entre el Ejército y el gobierno. Y hay que tener en cuenta, por otra parte, que quien aplastó la revolución de 1934 fue, sobre todo, el Ejército. Esto generó una gran armadafilia en la derecha española, y ejemplo de ello son las palabra de Calvo Sotelo: «para mí el Ejército no es en momentos culminantes para la vida de la Patria un mero brazo, es la columna vertebral».

Y hay que tener en cuenta, por otra parte, que quien aplastó la revolución de 1934 fue, sobre todo, el Ejército. Esto generó una gran armadafilia en la derecha española, y ejemplo de ello son las palabra de Calvo Sotelo: «para mí el Ejército no es en momentos culminantes para la vida de la Patria un mero brazo, es la columna vertebral»

Sin embargo, la intervención del Ejército no significa fascismo en sí misma, no es «condición suficiente» para que se imponga el fascismo. ¿Cómo se fascistizaron el resto de fuerzas? Otras fuerzas de derecha vivieron un cierto proceso de fascistización a medida que avanzaba la polarización social. Hay que tener en cuenta que esta polarización tuvo dos consecuencias en los derechistas: por un lado, los radicalizó y, por otro, abrió el camino hacia su unión; de la atomización a la unidad.

El nuevo partido Falange Española, creado en octubre de 1933, tuvo una gran importancia en la evolución del resto de las fuerzas de derechas. Aunque este partido fue el único partido propiamente fascista de España, no fue el único que miró con buenos ojos al fascismo. En el ámbito de la derecha monárquica hubo una división entre 1932 y 1933 –CEDA y Renovación Española– y este último, monárquico, se acercó a las posiciones de Falange. Hay que tener en cuenta que, en este caso, fue bastante habitual la movilidad de un partido a otro, ya que muchos de los miembros de Renovación Española, partido que en realidad giraba en torno a los oligarcas monárquicos, se dedicaron a financiar el nuevo partido.

Este partido, la «derecha monárquica», era en realidad un partido monárquico «alfonsino» proveniente de la tradición del Estado liberal español, del régimen de 1876. Ocupó posiciones muy duras ante la República de 1931. Al ser un partido formado por miembros de la élite socioeconómica, no tenía la capacidad de movilización de Falange o del resto de partidos fascistas europeos. Sin embargo, en otras cuestiones estaba cerca de ellos; sobre todo, en la sacralización de la «patria», con la intención de librar a esa patria de los «enemigos» (socialismo, revolución, separatismo o «democracia»), en defensa de la economía corporativa y en el uso de la violencia. Sin embargo, a diferencia de la Falange, Renovación Española no apostaba por la violencia callejera, sino directamente por la fuerza militar, es decir, por el «golpe de la élite». Hay que tener en cuenta que Renovación Española fue el partido que mantuvo relaciones con Italia en los meses previos al golpe de 1936, y no la Falange. El líder de Renovación Española, José Calvo Sotelo, se declaró «fascista» en 1936, lo que explica el proceso de fascistización de los conservadores españoles. Según algunos autores, Renovación Española es el sector de la derecha prefranquista que mejor resume la duración de cuarenta años del régimen de Franco.

Dos eran las principales diferencias entre este partido y la CEDA, la «derecha católica». El partido CEDA de José María Gil Robles, surgido de grupos afines a la Iglesia Católica, era un partido de masas, a diferencia de Renovación. Por otra parte, al principio, a diferencia de Renovación Española, consideraba también posible que el sistema «católico y corporativo» se llevara a cabo dentro de las formas de la República, aunque según Renovación, el único sistema legítimo era la monarquía. Aunque al principio aceptaban una especie de reticencia democrática, poco a poco fueron marchando por caminos opuestos a la República y a la democracia. CEDA también tuvo su proceso de fascistización, sobre todo desde que entre 1933 y 1934 comenzó a defender lo que sería el «nuevo Estado», católico y corporativo, que se opondría al «igualitarismo» de la democracia. Hay que tener en cuenta que el jefe de las Juventudes de la CEDA, Ramón Serrano Suñer, pasó a Falange en 1936 y posteriormente fue ministro del régimen de Franco. La CEDA, aunque desconfiara del totalitarismo total del fascismo y de la estadolatría, asumió a partir de 1934 el modelo austríaco (donde pasaron de un régimen democrático a un régimen fascista, con el primer ministro Döllfuss), mostrando su «camino hacia el Estado corporativo».

Además, tenemos derechas tradicionalistas o carlistas. Hay que tener en cuenta que este partido, a diferencia de CEDA y Renovación, tenía una tradición en la dinámica de la violencia de masas. A partir de 1931 comenzó a organizar requetés con sus propias milicias, pero se reforzó en 1934; los agentes de Mussolini regresaron entrenados en Italia. Aunque su implantación territorial era limitada, con una milicia ya preparada para intervenir y capaz de combatir el «monopolio de la fuerza» al Estado republicano en algunos lugares, era un grupo muy atractivo para quienes preparaban el golpe de 1936.

Por último, no podemos olvidar un grupo que fue sociológicamente fuerte, el Partido Radical de Alejandro Lerroux. Este partido salió con fuerza de las elecciones de 1931 y 1933, tras las cuales formó gobierno con la CEDA. Su alianza antisocialista con la derecha política, a pesar de la caída del partido en las elecciones de 1936 por la corrupción de su líder, Lerroux, supuso el paso de un gran sector a la derecha sociológica. El sector de los «republicanos ordenados», representado por este grupo, apoyó en general el golpe de Estado.

En 1936, pocos estaban dispuestos a aceptar la democracia en la derecha. Igualmente, hay que tener en cuenta que las nuevas dinámicas movilizadoras aumentaron el prestigio y el atractivo del fascismo.

En 1936, pocos estaban dispuestos a aceptar la democracia en la derecha. Igualmente, hay que tener en cuenta que las nuevas dinámicas movilizadoras aumentaron el prestigio y el atractivo del fascismo

DE GOLPE MILITAR CLÁSICO A UN ÚNICO PARTIDO

El elemento característico del franquismo fue la represión, tanto mediante la guerra como en los años de posguerra. La represión, aparte del «disciplinamiento» el enemigo, también tuvo otra consecuencia: la fidelización, es decir, la consolidación de la «comunidad partidaria», o de simpatizantes, diferenciando quienes estuvieran a favor y los enemigos, e incluso fortaleciendo unos mínimos entre los partidarios (dicho de otra manera, la construcción de la «comunidad», hacer el Estado). Aun así, por cuestiones de espacio, no tenemos la oportunidad de profundizar en la represión fascista (según los historiadores, causó entre 150.000 y 200.000 muertes, entre la Guerra Civil y la posguerra inmediata), ya que es otro el objetivo del presente artículo. No obstante, señalaremos dos puntos: la represión como mecanismo que destruye al enemigo y elimina la República e impulsa la solidaridad entre los de derechas, es decir, como mecanismo que aúna el «grupo partidario».

Dicho esto, en este momento lo que nos interesa es si el único partido y la «unión de la derecha» contribuyó a la fascistización o no. Como hemos dicho, por lo que se refiere a las razones, la mentalidad y los objetivos de las fuerzas que dieron el golpe de estado, estos partían, en parte, de la «diversidad» que fue aunada por la contrariedad hacia el Frente Popular. Dentro de esa «diversidad» los falangistas no eran la primera fuerza: su líder lo tenían preso los republicanos –y lo ejecutaron el 20 de noviembre de 1936– y tenían las fuerzas totalmente dispersas. ¿Cómo llegaron o llegó a convertirse en la columna vertebral del nuevo régimen?

Es indiscutible que el núcleo del nuevo régimen no fue el partido fascista, sino el grupo de los militares conspiradores. Estos, en general, fueron hombres de poca teorización y gran instinto conservador, aferrados en ideas conservadoras típicas como la monarquía, la propiedad privada, la religión y el orden. Al principio, la mayoría no era falangista –a excepción de algún que otro caso como Yagüe– ni carlista –a excepción de Varela y quizás Sanjurgo, que murió a pocos días en un accidente aéreo–; es más, incluso había entre ellos algunos republicanos veteranos como Emilio Mola, Queipo de Llano o Cabanellas, que en algunos casos fueron los más sangrientos entre los golpistas. El mismo Francisco Franco era parte de este núcleo de este régimen más o menos fascista, y no formaba parte del partido fascista. ¿Cómo se combinaron ambos factores?

Es indiscutible que el núcleo del nuevo régimen no fue el partido fascista, sino el grupo de los militares conspiradores. Estos, en general, fueron hombres de poca teorización y gran instinto conservador, aferrados en ideas conservadoras típicas como la monarquía, la propiedad privada, la religión y el orden

Lo primero fue la obtención de un mando unificado. Esto ocurrió unos meses tras el golpe; los militares se juntaron entre el 30 de septiembre y el 1 de octubre. Además, junto con esto, los militares empezaron a construir su «Estado», es decir, lo que en aquel entonces conformaba «un orden provisional» empezó a dar sus primeros pasos para convertirse en «orden permanente». Hasta entonces su labor se había limitado a la represión y las destituciones, es decir, al trabajo destructor, y con este nuevo órgano, aún sin dejar aparte dicha destrucción, empezó su labor constructora –el nuevo Estado totalitario y sus leyes–. Por otra parte, se situaron por encima de los poderes locales de los núcleos de los sublevados, y en esa reunión de poder solo participaron militares, un dato a tener un cuenta. Una de las decisiones más importantes que se tomó en esta reunión fue la elección de Francisco Franco Bahamonde como jefe de los militares, que más tarde se convertiría en dictador. Él tenía a su favor diferentes factores para convertirse en la mayor autoridad de los golpistas: por una parte, no era demasiado mayor, y por otra, representaba «el múltiplo común mínimo» de las ideas del grupo golpista (era conservador, se guiaba por el instinto más que por una ideología elaborada, era monárquico pero tomaba la monarquía tanto «un peaje obligatorio» entre la mayoría de los conservadores; no era falangista ni carlista ni de la «orden republicana», como Mola o Queipo de Llano) y venía de conseguir algunas victorias militares, tras haber llevado a la armada golpista de Andalucía al sur de Madrid. Además, cuando los alemanes que contactaron con él decidieron ofrecer su mano a España (en julio de 1936, y no antes como había hecho Italia) sus armadas se hicieron también con ayuda de los alemanes (entre ellos la legión anfibia Cóndor). Por lo tanto, con este primer paso, los militares consolidaron por una parte su núcleo de poder, establecieron un poder vertical, y por otra parte dieron su primer paso hacia una dictadura personal.

Otro de los inconvenientes fue la neutralización de grupos políticos insurreccionales. Estos grupos, falangistas y carlistas –sobre todo falangistas–, que fueron los más débiles dentro de la derecha de la II República, en una dinámica como de guerra civil, su carácter violento y movilizador los situó en una posición favorecedora frente a las demás fuerzas de derecha, y de alguna manera, podían crear una balanza con los militares. En contra de lo que se suele pensar, este proceso no empezó con la «unión imprescindible» del 1937, sino unos meses antes, a finales de 1936. La «militarización de las milicias», es decir, el proceso de dominar bajo el Ejército y sus manos las milicias de distintos partidos, ocurrió el 25 de diciembre, lo cual implica la pérdida de su autonomía. Esto creo una distorsión respecto al modelo clásico fascista, en el que «el partido había superado al Estado», quedando claro en este caso que ocurría justo al revés. Sin embargo, paradójicamente, en aquel diciembre de 1936, los mayores perjudicados fueron los carlistas. Precisamente, porque los espacios de poder situados sobre todo en las zonas conquistadas de Euskal Herria –el poder paralelo creado mediante las Juntas Carlistas de Guerra– quedaron disueltos y porque su líder Manuel Fal Conde fue expatriado a Portugal. Aun así, la armada dio los primeros pasos para establecer un poder político absoluto (y entre otros fines, para afianzar el poder del jefe de la armada, Franco). Por otra parte, limitó íntegramente la autonomía del partido fascista. Aunque sus milicias no fueron disueltas, quedaron bajo el dominio del Ejército, a saber, ocurrió lo contrario a lo que sucedió en Italia y Alemania (en estos países los que gobernaron sobre la jerarquía del ejército fueron los cuadros derivados del partido o sus milicias). Este fue el primer paso para dejar atrás la Falange, que ocurrió sin que esta rechistara.

El segundo fue la unificación como un único partido. Esta unificación ocurrió en Salamanca, y como resultado, se obtuvo un partido fascista-tradicionalista controlado totalmente por Franco: la Falange Española Tradicionalista. Aun así, aquí, ante el revisionismo practicado por los periodistas actuales tanto de una como de la otra parte, cabe decir que la suma de este partido no fue invención de Franco. En efecto, al llegar a Salamanca, la Falange ya había sido dividida, mas no tanto por el asunto de la “Unión”, sino por cuestiones de jerarquía (tras la muerte de Primo de Rivera, no aceptaban a Manuel Hedilla[27] como nuevo líder). Ambas facciones –también la liderada por Manuel Hedilla, qué más tarde se vería como la «disidente»– veían favorable la unión con los carlistas, es más, ambas quisieron aprovecharse de la intervención de Franco y los militares para apartar a los contrarios. Sobre esto, hay que aclarar dos cosas. La primera, que las intenciones por unir toda las fuerzas de derechas en un solo poder se hallaba dentro de ambos partidos –y también dentro de los demás partidos de derechas–, entre otras porque eran conscientes de su propia debilidad. En febrero y marzo de 1937, aparte de los militares también se reunieron los falangistas con los carlistas, con poco éxito; claro está, ambos querían que esta unión se produjera bajo su liderazgo. La unión de FET-JONS fue un triunfo de Franco, puesto que en cierta medida fue una «imposición» suya, como ocurrió en abril de 1937, pero esta dinámica no fue ni creada ni puesta en marcha por Franco.

Otro de los pilares de esta jugada fueron los italianos. Sus consejeros aconsejaron la creación del partido unificado y fueron los italianos quienes con más ímpetu quisieron convencer a Franco sobre esta «necesidad». Aun así, curiosamente, el modelo de partido únificado propuesto por los italianos era más «autoritario-técnico» que basado totalmente en el adoctrinamiento. Los italianos veían una mayor conveniencia en la geopolítica (el triunfo de la parte que garantizaría sus intereses y los pasos para garantizar ese triunfo) que en la política (la doctrina fascista); les importaba más tener un partido unificado y un mando fuerte que la pureza doctrinal de los falangistas extremos. Dicho de otra manera, los italianos, en la práctica, jugaron en este asunto a favor de Franco y en contra de «fascistas puros». No obstante, su «legitimidad fascista» era suficiente para convencer a muchos españoles fascistas.

Curiosamente, el modelo de partido unificado propuesto por los italianos para era más «autoritario-técnico» que basado totalmente en el adoctrinamiento. Los italianos veían una mayor conveniencia en la geopolítica que en la política (la doctrina fascista)

Sin embargo, hay que reconocer que en ese momento Franco corría mucha prisa por unificar el partido. ¿Por qué? Porque en aquel momento entre los golpistas rondaba la idea de que Madrid iba a ser ocupado rápidamente y el núcleo militar quería tener el tema político zanjado para cuando llegara el momento. Si las distintas facciones guardaban una mínima autonomía cuando los golpistas pasaran al lado de Madrid, seguramente Franco, para configurar el nuevo gobierno, contaría con ellos y tendría que «buscar un consenso»; si zanjaba el tema antes y sin tener gran «consenso», el poder vertical quedaría bajo su dominio. Por otra parte, en febrero-marzo de 1947, debía neutralizar el debate que habían emprendido los falangistas y los carlistas en febrero-marzo de 1937; si se realizaba esta unificación, no sería «autónoma».

La unificación política se produjo entre el 18 y el 22 de abril de 1937. Hubo algunos incidentes, entre falangistas –no entre falangistas y carlistas– que Franco utilizó, naturalmente, para arrinconar algunas figuras y reforzar algunas otras. Pero prácticamente todos los falangistas estuvieron de acuerdo en el momento de crear una gran fuerza unitaria bajo el Estado, y también en el momento de buscar ayuda militar, tanto contra los otros partidos como contra los adversarios dentro de la Falange. Este conflicto interno entre fascistas debilitó aún más a estos mismos frente a los militares y redujo la «autonomía» del nuevo partido unificado, pero poco cambió: la unificación se daría, y la urgencia de esta se debió sobre todo a la debilidad que venía de antes.

Entre el 18 y el 19 de abril un congreso falangista renombró a Manuel Hedilla como su dirigente, precisamente para que se diera la unificación con los carlistas. El propio Hedilla apareció con Franco dando el «Discurso de unificación» de FET-JONS. La dimisión del «disidente» Hedilla y su posterior arresto no se produjo en ese momento, sino cuatro días más tarde, el 22 de abril. Y no tenía nada que ver con la unificación con los carlistas –como hemos visto Hedilla fue uno de los principales partidarios de la unificación– sino con el nombramiento unilateral por parte de Franco de la dirección del nuevo partido, lo cual se traducía perder toda la autonomía del partido. El hombre que apareció con Franco hasta ese momento, se ausentó por un asunto de jerarquía. Pero como hemos visto, estaba de acuerdo con los pilares del proyecto, tanto él como la mayoría de los falangistas, que poco después se instalaron muy cómodamente en el aparato del nuevo Estado.

Sin embargo, si bien el único partido FET-JONS se ha interpretado a menudo como un único partido de unión entre «falangistas y carlistas», debemos tener en cuenta que en el régimen existía otro sector más importante que estos dos (tanto dentro como fuera del partido, es decir, en esa gran masa de «partidarios no movilizados», que obtuvo cargos políticos, beneficios personales, seguridad, etc. a cambio de contribuir a la consolidación del régimen). Nos referimos a la masa «no alineada» de la derecha, en otras palabras aquella que, sin identificarse con una facción concreta, se identificaba con el régimen y con el bando golpista de la Guerra Civil, que en la mayoría de los casos se mostraba, más que afín a una razón ideológica concreta o a la doctrina oficial del régimen, como «contrario a los rojos», y por tanto, compartía unos mínimos (propiedad, religión, «orden»). Este conservador «corriente» socializado en y por la Guerra Civil se convirtió en el mayor pilar social del régimen, tanto fuera de FET-JONS, como dentro del partido y, de esta manera, en el principal obstáculo para que se produjera una fascistización completa[28]. En la práctica, este nuevo partido fue el resultado de dos fenómenos paralelos: el fascismo como idea, o sea, la impregnación de la derecha española en cuanto a propaganda y movilización, pero también el de la debilidad política de quienes de por sí eran fascistas [29].

En la práctica, a pesar de las interpretaciones que se han hecho posteriormente, Franco consiguió que la unión entre falangistas y carlistas –que, dicho sea de paso, se encontraba bajo su poder– se hiciera sin demasiado ruido, independientemente de lo que se ha dicho después. Tanto en el bando falangista como carlista, muchos seguidores de estas corrientes –incluso los «históricos de primera hora»– obtuvieron importantes cargos políticos. Aunque intentaron reforzar su proyecto político, su lealtad pertenecía prioritariamente al régimen y a su «caudillo». En general, el régimen de Franco jugó un doble papel con respecto a los fascistas (entiéndase respecto a la gente que buscaba desde el principio una «revolución» fascista): por un lado les permitió gobernar, convirtió a su partido en la columna vertebral de un partido de masas y de un régimen y llevó a los fascistas a los altos puestos, sobre todo en los primeros años, en lo que se refiere al aparato propagandístico, que sería difícil o imposible conseguir de otra manera. Sin embargo, por otra parte deshizo su autonomía política: los límites de la fastiscización serían impuestas por él y sus militares y no por el partido fascista. Los fascistas jugaron un papel subordinado dentro del régimen franquista, un régimen cuyo núcleo, independientemente de su grado de fascistización, no lo formaron los fascistas.

Los límites de la fastiscización serían impuestas por los militares y no por el partido fascista. Los fascistas jugaron un papel subordinado dentro del régimen franquista, un régimen cuyo núcleo, independientemente de su grado de fascistización, no lo formaron los fascistas

LAS BASES SOCIALES DEL RÉGIMEN DE FRANCO Y LA POLÍTICA DE CLASE

Por falta de espacio, nos resulta bastante difícil esbozar en este momento una fotografía completa del régimen de Franco, sobre todo el aspecto más oscuro del régimen, teniendo en cuenta que en cuestión de represión este régimen fue quizá el régimen más violento de Europa en los «tiempos de paz», aparte de la violencia de la II Guerra Mundial. En este artículo, analizando la ideología del régimen, queremos alcanzar las bases ideológicas y cómo fue a grandes rasgos la proyección de las bases sociales que representaban esas bases ideológicas.

A la hora de investigar las políticas posteriores al triunfo del régimen de Franco, la historiografía ha recurrido sobre todo a dos líneas. Primero, qué composición social han adoptado las élites de la época de Franco y según qué lógica han subido al poder. Según los términos que utiliza la historiografía, se dio en ella una dialéctica entre dos «lógicas triunfales», es decir, dos «caminos» diferentes (solapados y superpuestos) para ascender a los puestos de poder. Por un lado, el franquismo como régimen conservador representaba los intereses de las élites puestas en peligro por la República; el franquismo se puede leer como el «retorno» de esas élites. A esto se le llamaba «lógica del triunfo social», la cual consiste en que las élites anteriores «recuperen el lugar que les correspondía a ellos, arrebatado por la República». Pero, por otro lado, el franquismo era también la victoria de los grupos políticos insurreccionales (de derechas, pero insurreccionales) que se habían alzado contra la República, es decir, la hegemonía de estos grupos políticos (y los veteranos de estos grupos), la victoria de los grupos que representaba la liturgia franquista –falangistas y carlistas–. Esto se llama «lógica del triunfo político», es decir, el «ascensor» político de estas élites fue la participaron en la guerra y en las estructuras políticas apropiadas por el régimen. En él se veían las tensiones de un régimen que era simultáneamente «restauracionista» e «innovador». El franquismo tuvo ambos aspectos, tanto ideológicos como según la configuración del poder. Esto ha suscitado un profundo debate entre los historiadores hasta nuestros días, y así encontramos por una parte los partidarios de que en el franquismo prime uno u otro aspecto de la configuración de poder, y por la otra parte los que describen de forma diferente la relación y la alimentación mutua entre dos «dinámicas de ascenso». Sin embargo, la colaboración y la mutua alimentación entre estas dos lógicas (y los grupos sociales que yacían detrás de cada una) nos da una pista en torno a los mínimos del franquismo: el rechazo de la República y de todo lo que esta representaba –democracia, racionalidad política, progreso social y diversidad interna de España en sus diferentes formas y grados– y el carácter de punto de partida del golpe de Estado de julio de 1936.

Sin embargo, la existencia de este tipo de controversias nos señala una cosa: el doble carácter del franquismo, surgido de la coalición entre la «antigua derecha» (las antiguas élites y las soluciones autoritarias propuestas por estas) y la «nueva derecha» (el fascismo), cada cual con su deseo de proyectar su propia agenda en la época posterior a la victoria de la guerra.

Por otra parte, podríamos hablar de las políticas fácticas, de los hechos del régimen franquista, los cuales dejan a la luz el carácter de clase del franquismo. La política franquista estuvo totalmente del lado de los sectores de más alto nivel. En las primeras medidas emplearon la excusa de la «falta de legitimidad del Frente Popular», es decir, se asociaban al abandono de las reformas llevadas a cabo por este gobierno; por ejemplo, el régimen otorgó a los empresarios el derecho a expulsar a los trabajadores que fueron contratados en esa época o a suspender las mejoras logradas por los sindicatos en esos tiempos. Pero aún más duro fue lo ocurrido en la agricultura, en la cual, según el Servicio de Recuperación Agraria creado en 1938, las tierras distribuidas mediante las reformas llevadas a cabo por la República debían ser devueltas a los antiguos propietarios (grandes terratenientes). En la práctica 6,3 millones de hectáreas fueron devueltas por esta «contra-reforma»[30].

Pero no solo el «desmantelamiento de las reformas» del Frente Popular, sino que fue precisamente la política a largo plazo la que impulsó el principio de desequilibrio de clases. Como bien ha descrito el profesor Antonio Cazorla Sánchez, España vivió en los primeros años del franquismo un gran retroceso económico y social, tanto comparado con otros pueblos como por el aumento de la distancia entre clases. En 1945, el poder adquisitivo de los trabajadores del Estado español fue la mitad que en 1935[31]. Hay que tener en cuenta que, según la Ley del Contrato de Trabajo de 1944, el Estado (con el «asesoramiento» de los Sindicatos Verticales de cada rama económica, controlados por empresarios) era el único que podía fijar salarios, y los incrementos salariales siempre eran inferiores a los de los precios. El régimen franquista también adoptó medidas contra los trabajadores respecto a horas de trabajo: en 1939 el gobierno franquista prorrogó oficialmente la jornada laboral, sustituyendo 48 horas por 40 horas. Sin embargo, teniendo en cuenta las horas extras necesarias, los trabajadores podían practicar 10 u 11 horas diarias superando con creces esas 48 horas[32]. Además, todos los trabajadores debían disponer de una «cartilla profesional» en la que figuraban las empresas en las que habían trabajado y las anotaciones de las mismas, lo que facilitaba la proliferación de las listas negras.

Por otro lado, la economía también experimentó un retroceso, ya que en la década de 1940, debido al hambre y la falta de acceso a la alimentación, se produjo un proceso de «desindustrialización», ejemplo de ello es que el porcentaje de población agrícola aumentara del 45 % al 55 %[33]. En cuanto a la producción, las cifras de 1929 no se recuperaron hasta la década de 1950, cuando España fue el país que menos creció en toda Europa[34]. Según los franquistas, esto fue «consecuencia de la destrucción provocada por la guerra», pero eso no se sostiene teniendo en cuenta que la mayoría de los países europeos recibieron una destrucción mayor en la II Guerra Mundial. También el historiador José María Lorenzo Espinosa afirma que las fuentes franquistas de la época no consideraban que la destrucción hubiese sido total[35]. Comparativamente, en el Este de Europa, durante la II Guerra Mundial los países fueron aún más devastados, y sin embargo, el crecimiento fue mayor. Por ejemplo, en las tierras que formarían parte de la República Democrática Alemana a partir de 1949. Allí, en 1946 la producción era de un tercio de la de 1929, y sin embargo, en 1950 ya superaba esta cifra, siendo igualada por España[36].

Igualmente, se han mencionado la «inversión pública» y el «intervencionalismo». No nos extenderemos ahora aquí, pero debemos dejar claro una cosa: el intervencionismo no tiene por qué significar favorecer el bienestar de los trabajadores. En este caso, la intervención tenía por objeto proteger la propiedad privada[37]. En cuanto al intervencionalismo de España, por ejemplo, este presentaba un límite: los bancos privados. Los bancos privados nunca han vivido mejor que con el franquismo. Tenían, entre otros, el derecho para pignorar automáticamente su deuda mediante el Banco de España[38]. Uno de los resultados fue el aumento de las rentas bursátiles. Esto se refleja claramente, por ejemplo, en la contratación de rentas fijas: si establecemos la cifra del 100 % en 1936 –a efectos comparativos–, en 1944 era de un 3.107,8 %[39]. A ello hay que añadir la presión fiscal regresiva; entre los Estados de Europa Occidental después de la guerra, España era el país que tenía la menor parte recaudada por impuestos de su renta, solo el 14 %[40]. Por otro lado, el economista Fuentes Quintana indicó en 1961 que el sistema fiscal franquista estaba «obsoleto», porque no era realmente «un sistema para gravar la renta»[41]. Además, al ser un sistema similar al sistema fiscal «plano» (flat tax), y con él, al haber abundantes moratorias y bonificaciones, este sistema constituía «un sistema favorable a la clase alta»[42]. Según el historiador Borja De Riquer, la España bajo el franquismo era un «paraíso fiscal». Resumiendo, según el historiador Miguel Ángel Aparicio, el franquismo y el fascismo, en España, cumplieron el sueño de los liberales del siglo XIX: liberar el Capital de todo obstáculo interno[44].

Los bancos privados nunca han vivido mejor que con el franquismo. Tenían, entre otros, el derecho para pignorar automáticamente su deuda mediante el Banco de España. Uno de los resultados fue el aumento de las rentas bursátiles. Esto se refleja claramente, por ejemplo, en la contratación de rentas fijas

Según el historiador Miguel Ángel Aparicio, el franquismo y el fascismo, en España, cumplieron el sueño de los liberales del siglo XIX: liberar el Capital de todo obstáculo interno

Evidentemente, una consecuencia de esta política fue el drama social, dado que en los primeros años se tuvo que pasar mucha hambre (teniendo en cuenta que en el aumento de las presiones predominaba otro factor: el mercado negro, donde participaban gran cantidad de altos cargos del régimen). Debido al hambre, algunas enfermedades empeoraron. Por ejemplo, en 1941 hubo una epidemia de tifus, o la tuberculosis: entre 1946 y 1950 el 10 % de los hombres y el 6 % de las mujeres fallecieron de tuberculosis[45]. Según algunas estimaciones, el consumo alimentario de 1945 fue, de media, la mitad que en 1936[46]. Aunque no dispongamos de espacio suficiente para extendernos más en este punto, sí podríamos mencionar, entre otros, que entre 1940 y 1945 la esperanza de vida media de los hombres era de 47 años y de las mujeres de 53 años[47]. Cazorla considera que el hambre y las políticas a favor del capital fueron dos aspectos unidos por el franquismo[48]. Según Michael Richard, el hambre fue un arma que utilizó el régimen para evitar que las clases inferiores mostraran políticamente su malestar[49].

En resumen, la estabilización de la «comunidad de los partidarios» instaurada por la guerra civil por una parte (con la represión posbélica como parte de este proceso), la despolitización provocada por el miedo y el hambre por otra parte, así como el trato a favor hacia ciertas clases sociales dieron forma a las bases sociales del franquismo; aunque estos regímenes sociales adeptos eran en general similares a los regímenes fascistas clásicos, discrepaban en la manera de interactuar con el régimen (tanto a nivel de actividad y movilización, como a nivel ideológico). Este fue uno de los factores, aunque no el único, que de alguna manera ayudó al régimen a aumentar su capacidad de adaptación.

REFERENCIAS Y NOTAS

1 ARENDT, Hannah: Los orígenes del totalitarismo. Entre los marxistas que criticó a Arendt se encuentra el italiano Domenico Losurdo, según el cual, si se define el fascimo simplemente por el «totalitarismo» y si se compara con «otros totalitarismos» (en este caso con la URSS, enemiga en la Guerra Fría liberal), hay que tener en cuenta que a menudo el fascismo tomó técnicas de gobierno de regímenes liberales. LOSURDO, Domenico: Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. El Viejo Topo: Barcelona, 2008.

2 ZETKIN, Klara: «Der Faschismus». 1923.

3. DIMITROV, Georgi: Escritos sobre el fascismo. Akal: Madrid, 1976. Este libro es una recopilación de escritos de Dimitrov.

4. POULANTZAS, Nikos: Fascismo y dictadura. 1976.

5. POLANYI, Karl: La gran transformación. Este trabajo ha conocido más de una edición.

6. NOLTE, Ernst: Fascism in its Epoch. 1963.

7. HOBSBAWM, Eric: Historia del siglo XX. 1994.

8. GRIFFIN, Roger: Fascismo y modernismo. 2007. Según Griffin, el «modernismo alternativo» del fascismo buscaba un nuevo hombre y reinventar la nación, la palingenesis.

9. Sin embargo, no debemos pensar que solo en España llegaron los fascistas al poder sin la colaboración de otras fuerzas. Los primeros gobiernos de Mussolini, al igual que el de Hitler, fueron de coalición, y en algunos casos como en el de Italia absorbieron algunos partidos (la Asociación Nacionalista de Italia, en este caso). Aun y todo, se trataba de un paso hacia estados unilaterales, siendo los fascistas el «partido de peso de las coaliciones». En España, sin embargo, fueron «la parte débil de la coalición».

10. LINZ, J. J.: «Una teoría del régimen autoritario. El caso de España», in PAYNE, Stanley (dir.): Política y sociedad en la España del siglo XX. Editorial Akal. Madrid, 1978, págs. 205-263 orr.

11. Tusell definió el franquismo como una «pluralidad limitada. TUSELL, Javier: La dictadura de Franco. Altaya, Madrid, 1996.

12. SANCHEZ RECIO, Glicerio. Los cuadros intermedios del régimen franquista, 1936-1959. 1996. Instituto Juan Gil Albert. Alicante, 1996.

13. GRIFFIN, Roger. Fascismo y modernismo. 2007. Palingenesia, según Griffin, es una característica básica del fascismo, como ya hemos mencionado antes.

14. TUÑÓN DE LARA, Manuel: «Algunas propuestas para el análisis del franquismo» Ideología y sociedad en la España contemporánea. Por Un análisis del franquismo, Cuadernos para el diálogo, páginas 89-102. Madrid, 1977; y FONTANA, Josep: «Introducción: Reflexiones sobre la naturaleza y las consecuencias del franquismo», in FONTANA, Josep (dir.): España bajo el franquismo (pág. 9-38). Crítica: Barcelona, 1996.

15. CASANOVA, Julian: «La sombra del franquismo: ignorar la historia y huir del pasado» in CASANOVA, Julian. El pasado oculto. Fascismo y violencia en Aragón (1936-1939). Siglo XXI. Madrid, 1992.

16. Ahora bien, debemos destacar una diferencia: según Poulantzas, el auge del fascismo en Italia y en Alemania se produjo cuando el «peligro revolucionario» se encontraba en decadencia, por el contrario, en España ocurrió eso después de que el Frente Popular hubiera ganado las elecciones. Es sabido que el Frente Popular no pondría en marcha la revolución socialista, pero el golpe de estado ocurrió cuando las fuerzas de izquierdas se encontraban en alza.

17. En este sentido, por ejemplo, Antonio Elorza Domínguez y Manuel Pérez Ledesma han criticado que el hecho de tomar como casi único elemento para considerar el franquismo fascista sea la represión brutal. Pero esta crítica parece más moral que histórica, ya que supondría identificar, como ya hemos mencionado, el fascismo con la «mera crueldad». ELORZA, Antonio: «Mitos y simbología de una dictadura» in Bulletin d’Historie Contemporaine de Espagne, núm. 34, págs. 47-68, 1996; y PEREZ LEDESMA, Manuel: «Una dictadura por la gracia de Dios» in Historia Social, núm. 20, págs. 173-193, 1994.

18. SAZ CAMPOS, Ismael: Fascismo y franquismo. Universidad de Valencia. Valencia, 2004, págs. 155-160.

19. Ibidem, 83 eta 152 or.

20. Ibidem, 152 or.

21. Según el profesor Ismael Saz una de las ventajas de concebir la fascistación justamente como el resultado de un proceso y de la correlación de fuerzas entre los fascistas y los que en sí no eran fascistas, residía en la capacidad de tomar en cuenta los factores internos de la evolución del régimen franquista, así evitando que dicha evolución se entendiera como «dictada desde fuera» (al estilo de Fontana o Tuñón de Lara). SAZ CAMPOS, Ismael: Fascismo y franquismo. Universidad de Valencia. Valencia, 2004, págs. 83, 89-90 y 163-164.

22. Por ejemplo, uno es estos es Luciano Casali. CASALI, Luciano: Franchismo. Sui caracteri del fascismo spagnolo. Clueb. Bolonia, 1990.

23. MOORE, Barrington: Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia. Crítica. Barcelona, 1973.

24. THOMÀS, Joan Maria: La Falange de Franco. Fascismo y fascistización en el régimen franquista (1937-1945). Plaza&Janés. Barcelona, 2001.

25. SAZ CAMPOS, Ismael: Fascismo y franquismo. Universidad de Valencia. Valencia, 2004, págs. 88 y 253.

26. ITURRALDE, Juan: La guerra de Franco, los vascos y la Iglesia (Tomo I: Quiénes y por qué prepararon la guerra y cómo comenzó). Clero Vasco. Donostia, 1978.

27. Esta es la opinión del autor que mejor ha analizado este hecho, el profesor Ismael Saz. En este capítulo, me he basado sobre todo en su interpretación. SAZ CAMPOS, Ismael: Fascismo y franquismo. Universidad de Valencia. Valencia, 2004, capítulo 5, págs. 125-150.

28. El círculo político cercano de Franco era muy consciente de esto, como se indica escrito en un documento enviado a los italianos en marzo de 1937. Este documento se conserva en el Archivo de Asuntos Exteriores de Italia. Es un documento no firmado, según Saz era un documento escrito por Franco o por algún cercano. Este documento recomendaba «la creación de un partido que tuviera como base las características de la Falange» que aglutinara a «todos los españoles partidarios de ideales nacionales», es decir, a todos los franquistas a favor del golpe de Estado, el que después sería el Partido Único. SAZ CAMPOS, Ismael: Fascismo y franquismo. Universidad de Valencia. Valencia, 2004, págs. 137-140.

29. Según Ismael Saz, la dictadura impuesta por Franco –y el papel que jugó en ella el nuevo partido no fue banal– fue «muy parecida a la dictadura soñada por los derechistas que vivieron el proceso de fascistización en la época de la II República». SAZ CAMPOS, Ismael: Fascismo y franquismo. Universidad de Valencia. Valencia, 2004, pág. 139.

30. BARCIELA, Carlos; LOPEZ, María Inmaculada; MELGAREJO, Joaquín y MIRANDA, José Antonio: La España de Franco (1939-1975). Economía. Síntesis. Madrid, 2001, pág. 98. Sin embargo, muchas «devoluciones» ocurrieron «por la fuerza» que por medio de este servicio, es decir, a medida que el ejército golpista iba conquistando los distintos pueblos, hacía que su distribución de la tierra volviera al estado anterior, circunstancia que este servicio confirmó. El jefe de este servicio, Ángel Zorrilla Dorronsoro, también tuvo que admitir que «la mayoría de las devoluciones se realizaron de forma ilegal». Según el equipo de Barciela, «de las 6,3 millones de hectáreas reembolsadas solo medio millón fueron devueltos en formas legales».

31. Según el economista franquista Higinio París Eguílaz, la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores entre 1936 y 1948 osciló entre el 20 % y 35 %, teniendo en cuenta, eso sí, París Eguilaz tiene en cuenta los pluses que se establecieron en algunas empresas (legalizadas solo en 1948, pero en algunos casos «indirectamente concedidas»). París Eguílaz reconoce que de no haber este plus, que el poder adquisitivo de los obreros podía reducirse a la mitad. FONTANA, Josep: «Introducción: Reflexiones sobre la naturaleza del franquismo» in FONTANA, Josep (ed.): España bajo el franquismo (págs. 9-38). Crítica. Barcelona, 1986, pág.

34.; y PARIS EGUILAZ, Higinio: Diez años de política económica en España, 1939-1949. Sin edición, Madrid, 1949, págs. 175-191.

32. DE RIQUER I PERMANYER, Borja: La dictadura de Franco. Editoriales Crítica y Marcial Pons. Sabadell (Barcelona), 2010, págs. 278-279.

33. CAZORLA SÁNCHEZ, Antonio: Miedo y progreso. Los españoles de a pie bajo el franquismo 1939-1975. Editorial Alianza. Madrid, 2016, págs. 30-31.

34. LORENZO ESPINOSA, José María: Dictadura y dividendo. El discreto negocio de la burguesía vasca. (1937-1950). Universidad de Deusto. Bilbao, 1989, págs. 27-29.

35. Ibidem, págs. 64-65.

36. GARCÍA DELGADO, José Luis: «Estancamiento industrial e intervencionismo económico en el primer franquismo» in FONTANA, Josep (ed.): España bajo el franquismo (págs. 170-191). Editorial Crítica. Barcelona, 1986, págs. 174-175. Hay que tener en cuenta dos cosas: en 1929, el desarrollo de la Alemania Oriental era mayor al de España, y por lo tanto, a la RDA le era más difícil que a España superar la barrera de 1950. Por otra parte, el descenso en la producción a causa de la guerra fue mucho menor en España: Albert Carreras calcula un descenso en la producción del 14 % y Leandro Prados de la Escosura un descenso del 20 %.

37. LORENZO ESPINOSA, José María: Dictadura y dividendo. El discreto negocio de la burguesía vasca. (1937-1950). Universidad de Deusto. Bilbao, 1989, págs. 59. y 71-72.

38. BARCIELA, Carlos; LOPEZ, María Inmaculada; MELGAREJO, Joaquín y MIRANDA, José Antonio.: La España de Franco (1939-1975). Economía. Síntesis. Madrid, 2001; y LORENZO ESPINOSA, José María: Dictadura y dividendo. El discreto negocio de la burguesía vasca. (1937-1950). Universidad de Deusto. Bilbao, pág. 41, 1989.

39. GONZÁLEZ PORTILLA, Manuel y GARMENDIA, José María: La posguerra en el País Vasco: Política, acumulación, miseria. Kriselu. Donostia, 1988, págs. 16-27 y 106-117.; y CAZORLA SÁNCHEZ, Antonio: Las políticas de la victoria. Marcial Pons. Madrid, 2000, pág. 73.

40. En comparación, Italia fue el 21 % y Reino Unido 33 %. BARCIELA, Carlos; LOPEZ, María Inmaculada; MELGAREJO, Joaquín eta MIRANDA, José Antonio: La España de Franco (1939-1975). Economía. Síntesis. Madrid, 2001, pág. 59.

41. FUENTES QUINTANA, E.: «Los principios de reparto de la carga tributaria en España» in Revista de Derecho Financiero y de Hacienda Pública, nº41. (Pág. 161-298.), 1961; in BARCIELA, Carlos; LOPEZ, Maria Inmaculada; MELGAREJO, Joaquin eta MIRANDA, Jose Antonio: La España de Franco (1939-1975). Economía. Sintesis. Madrid, 2001, págs. 60-61.

42. BARCIELA, Carlos; LOPEZ, Maria Inmaculada; MELGAREJO, Joaquin y MIRANDA, Jose Antonio: La España de Franco (1939-1975). Economía. Sintesis. Madrid, 2001, pág. 62-63.

43. DE RIQUER I PERMANYER, Borja: La dictadura de Franco. Editoriales Crítica y Marcial Pons. Sabadell (Bartzelona), 2010, pág. 259.

44. APARICIO, Miguel Angel: “Sobre los comienzos del sindicalismo franquista, 1939-1945” in FONTANA, Josep (ed.): España bajo el franquismo. (Págs. 78-99.). Editorial Crítica. Barcelona, 1986, pág. 83.

45. DE RIQUER I PERMANYER, Borja: La dictadura de Franco. Editoriales Crítica eta Marcial Pons. Sabadell (Barcelona), 2010, pág. 282.

46. VARIOS AUTORES: “Evolución económica i condicions de vida i treball” in VARIOS AUTORES: Franquisme. Sobre resistència i consens a Catalunya (1938-1959) (págs. 53-121). Editorial Crítica. Barcelona, 1990, págs. 110-111.

47. DE RIQUER I PERMANYER, Borja: La dictadura de Franco. Editoriales Crítica eta Marcial Pons. Sabadell (Barcelona), 2010, pág. 284.

48. CAZORLA SANCHEZ, Antonio: Miedo y progreso. Los españoles de a pie bajo el franquismo 1939-1975. Editorial Alianza. Madrid, 2016, pág. 114.

49. RICHARDS, Michael: Un tiempo de silencio. Critica. Barcelona, 1999.



Fuente → insurgente.org

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