Los ultraderechistas, algunos descendientes directos o indirectos de los partidos fascistas, están llegando al poder en Europa; el caso más reciente ha sido en Italia, donde Giorgia Meloni ha alcanzado la cúspide del gobierno. El hilo negro de su Fratelli d'Italia se remonta a la “posfascista” Alleanza Nationale y el “neofascista” Movimento Sociale Italiano hasta ser lo que es hoy. En Austria, el Freiheitliche Partei Österreichs (FPÖ), cuyo predecesor surgió en la década de 1940 como una especie de punto de confluencia exnazi, ya ha saboreado el poder más de una vez.
Pero incluso los partidos de ultraderecha de nuevo cuño, como los Demócratas de Suecia, de los que depende el nuevo gobierno de la derecha en ese país, no son simplemente “populistas”. Por decirlo de forma esquemática, tienen más en común con Benito Mussolini que con Juan Perón y el epónimo “ismo” que derivó de su gobierno autoritario-populista en Argentina.
Evitar la palabra que empieza con “f”
Abjuramos, no obstante, de la palabra que empieza con “f”. La nueva ultraderecha rechazaría con indignación el calificativo de “fascista”: insistiría, después de todo, en que bajo su gobierno no habría supresión de la disidencia, ni anarquía ni violencia callejera, ni siquiera campos de concentración. La oposición a la extrema derecha también evita el término, ya que intuitivamente saben que sólo se presentaría como una prueba más de que “el establishment” quería socavar su legitimidad y secundar a sus maltratados electores.
Sin embargo, sigue existiendo un problema: incluso los fascistas históricos no fueron tan “fascistas” hasta que se aseguraron el gobierno de un solo partido; tampoco se convirtieron en ello de golpe. Los nazis privaron legalmente a los judíos del derecho al voto y los etiquetaron como Untermenschen –personas de segunda categoría con rasgos de carácter reprobables– antes de que el ambiente estuviera preparado para los pogromos violentos. El pogromo de noviembre tuvo lugar en 1938, casi seis años después del nombramiento de Adolf Hitler como canciller y más de cuatro años después del referéndum que le confirió la condición de führer.
Incluso los fascistas históricos no fueron tan “fascistas” hasta que se aseguraron el gobierno de un solo partido; tampoco se convirtieron en ello de golpe
Los fascistas históricos también fueron camaleones políticos: Mussolini anteriormente fue socialista. En el momento crucial, hubo una toma de conciencia de la ambición de poder: la ira, el odio e incluso el miedo son emociones políticas mucho más fuertes que la esperanza. Los socialistas movilizaron la esperanza, los fascistas el cóctel embriagador del miedo y el odio.
Marcar la agenda
Tanto si se trata de fascistas como de “únicamente” ultraderechistas, cabe suponer que tales fuerzas celebrarán aún más éxitos en el futuro. Es cierto que las sociedades modernas, especialmente las economías avanzadas y las comunidades progresistas del occidente histórico, son diversas en todos los aspectos: condiciones de vida, entornos sociales, mentalidades políticas e ideológicas y criterios étnicos. Esto significa que, incluso allí donde la derecha se ha radicalizado enormemente y es muy popular entre sus bases, suele haber mayorías que la rechazan apasionadamente. Pero esta derecha suele marcar la agenda, mientras que sus oponentes se mantienen a la defensiva.
Se puede culpar de ello a la incapacidad de la izquierda, los liberales y los progresistas en general, pero probablemente haya razones más profundas. Éstas tienen que ver con fenómenos a menudo analizados, como el neoliberalismo o el alejamiento de los partidos obreros clásicos de sus ambientes tradicionales y el sentimiento entre las clases trabajadoras de que ya no están representadas.
Pero ahora se añade algo más: un miedo profundo a la inestabilidad global, al declive, a la pérdida de prosperidad. La depresión es general y hay poco optimismo. Este estado de ánimo fatalista es el combustible de la estrechez de miras agresiva.
Reacciones defensivas
Los que se sienten inseguros quieren defender lo que tienen: prefieren tener muros a su alrededor para mantener a raya las fechorías del mundo. La esperanza lo tiene difícil cuando el cambio solo se imagina a peor. Las crisis económicas y energéticas interconectadas, la guerra y la inflación oscurecen el ánimo. Las reacciones defensivas favorables a la derecha son comprensibles.
“Hoy el fascismo no es expansivo, sino contractivo”, escribe Georg Diez en el Tageszeitung de Berlín. Kia Vahland sugiere en el Süddeutsche Zeitung que el fascismo no es solo una forma de gobierno “sino también una actitud. Y esto, por desgracia, está celebrando su regreso en diversas formaciones y sistemas políticos”.
La extrema derecha de hoy no quiere conquistar imperios, sino decir “paren el mundo: queremos bajarnos”. Entonces, ¿en qué se parece al fascismo histórico y en qué se distingue de él?
Un hábil camuflaje
El fascismo histórico era reaccionario como forma de gobierno, en sus objetivos declarados y en la realidad. Estaba explícitamente en contra de la democracia y el parlamentarismo, y también a favor de un culto autoritario al führer. Aunque invocaba el “sentido común” y la opinión supuestamente unificada del Volk, rara vez se apropiaba de las preferencias democráticas. Nació de la guerra y fue moldeado por la “disciplina” de los militares.
El fascismo actual invoca valores democráticos y pretende ser la voz de la gran masa oprimida por una poderosa “élite” minoritaria
El fascismo actual, en cambio, invoca valores democráticos y pretende ser la voz de la gran masa oprimida por una poderosa “élite” minoritaria. Sus protagonistas saben utilizar los valores del liberalismo y del consumismo hedonista, lo que significa que incluso se propaga en ambientes antiautoritarios, como han señalado los sociólogos Oliver Nachtwey y Carolin Amlinger: valores como la “autonomía”, la “autodeterminación” y la “autorrealización” pueden integrarse sorprendentemente bien en movimientos autoritarios.
La extrema derecha a menudo se camufla hábilmente como un movimiento de libertad contra los gobiernos invasores que ignoran los deseos de los ciudadanos. Los fascistas han aprendido a “utilizar los principios de la democracia liberal para socavarlos y abolirlos”, como apunta Diez.
Con la desinformación y la provocación, sumadas a la distorsión de la realidad y la simplificación radical de su complejidad, se alimenta una polarización de nosotros contra ellos. A partir de esta guerra sintética dirigida a la opinión pública, solo hace falta que salte una chispa para que surja la violencia real a la que la retórica política apocalíptica ya ha otorgado legitimidad.
Cambiar los cimientos
En la época dorada de la democracia liberal de posguerra, la derecha conservadora, cuando fue elegida, por supuesto trató de imponer su programa. Pero incluso en su forma reaccionaria, a la sombra del Holocausto, no cuestionó los principios y el funcionamiento de la democracia y aceptó las derrotas. Actualmente, el conservadurismo autoritario y la derecha fascista no lo hacen. Intentan cambiar los cimientos de la democracia de tal modo que sea prácticamente imposible expulsarlos a través del voto.
El conservadurismo autoritario y la derecha fascista intentan cambiar los cimientos de la democracia de tal modo que sea prácticamente imposible expulsarlos a través del voto
Están reprimiendo a los medios de comunicación independientes y a la oposición, cambiando las leyes electorales, manipulando las circunscripciones e invocando la falsa democracia de los plebiscitos diarios, desde las encuestas de opinión hasta falsos referendos. Allí donde cuentan con las mayorías necesarias, utilizan estas posibilidades antidemocráticas sin escrúpulos.
Pensemos en la Hungría de Viktor Orbán. Pensemos en los republicanos del “make America great again”. O el ansia de poder del Gobierno de extrema derecha austriaco bajo el teóricamente conservador Sebastian Kurz en alianza con el FPÖ entre 2017 y 2019, que aún podría haber terminado muy mal si el gobierno no se hubiera derrumbado por las revelaciones de corrupción que afectan al líder del FPÖ, Heinz-Christian Strache, y al propio Kurz. En general, la derecha dura únicamente se adhiere a las costumbres de la democracia mientras carece del poder de monopolio para actuar de otra manera –como durante el tiempo que duran los gobiernos de coalición–.
La máquina del odio
Las “imágenes del enemigo” –Feindbilder en el mundo de habla alemana– se construyen sin freno y se provocan emociones . En el ámbito nacional, el objetivo son los supuestos defensores de un “marxismo cultural” que pretende prohibir a la gente “normal” disfrutar de sus estilos de vida. En la línea de fuego externa están los “migrantes”, especialmente los refugiados de países predominantemente musulmanes, con grupos étnicos enteros estereotipados y con chivos expiatorios de la delincuencia, entre estridentes advertencias de un “gran reemplazo” de los cristianos europeos.
Internet se ha convertido en una gigantesca máquina de odio. La lógica de las “redes sociales”, impulsadas por el comercio, amplifica la indignación, exacerbada por la competitividad dentro de sus burbujas, en las que los participantes se radicalizan para impresionar a los suyos.
Se establece un mundo de fantasía en el que la población autóctona –o al menos el electorado de la extrema derecha– puede redefinirse como una “víctima” tan amenazada que cualquier forma de resistencia está justificada. Uno se siente amenazado por las hordas y, como siempre en la historia –incluida la de la primera mitad del siglo pasado–, esta amenaza fantasiosa legitima a los cautivados por ella a actos inhumanos que rechazarían en circunstancias normales.
El embrutecimiento es lento, gradual, una pendiente resbaladiza apenas visible. Sin embargo, independientemente de si fascismo es la palabra correcta para referirnos a la amenaza, restarle importancia sería un error mucho mayor.
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Robert Misik es un escritor y ensayista que reside en Viena. Publica en Medios como Die Zeit y Die Tageszeitung. Ganador del premio de periodismo económico otorgado por la John Maynard Keynes Society.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en Social Europe.
Fuente → ctxt.es
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