Tres comunistas y un sello de correos
Tres comunistas y un sello de correos
Francisco Erice

Pese a la imagen que pretenden transmitirnos, el 99,9% de los comunistas españoles no participaron en los terribles sucesos de Paracuellos ni en nada parecido, sino que lucharon honestamente en defensa de la legalidad republicana
 
No recuerdo mi primera conversación con José María Laso. Seguro que coincidió con alguna de sus charlas o actividades de animador cultural en el Oviedo de los últimos años del franquismo; o tal vez con los fascinantes seminarios de Filosofía que organizaba Gustavo Bueno (su gran amigo y maestro) en la Universidad. Después supe de su origen bilbaíno, su militancia comunista desde los años cuarenta, su resistencia muda -pero no pasiva- a las torturas policiales, sus alegatos ante el juez, o su historial como dinamizador en la “Universidad de Burgos”, penal en el que pasó un lustro de su vida. Luego se trasladaría a Oviedo, ocultando bajo su condición laboral de vendedor de chocolates una intensa actividad organizativa clandestina y una no menos persistente militancia intelectual, a través de Tribuna Ciudadana o el Club Cultural de Oviedo y más tarde, ya en la legalidad, la Asociación Isidoro Acevedo. De Laso me asombró siempre, como a otros, su insaciable sed de saber, manifestada en su biblioteca de decenas de miles de volúmenes, su asombrosa profusión de textos escritos (sobre Gramsci, el uso alternativo del derecho y otros muchos temas), así como su bonhomía y su espíritu dialogante y su carácter encantadoramente ingenuo. Con él recorrí Asturias presentando libros y tuve el triste honor de velar su cadáver cuando, allá por 2009, le llegó, inexorable, el momento final, tras una vida fructífera, honesta y coherente. Por entonces, el Ayuntamiento del PP cedió sus locales para despedir a quien ya había nombrado hijo adoptivo de la ciudad, y cuyo nombre se utilizó para denominar la biblioteca pública del barrio de Ventanielles.  
 
A José Manuel Nebot lo había tratado menos, pero tuve la ocasión y el privilegio de compartir con él largas charlas en los últimos años de su vida, cuando contribuí modestamente a poner orden en los materiales manuscritos, las entrevistas grabadas y lo que quedaba de la memoria de un hombre cabal y afable, y que luego formaron parte de su libro de memorias. Pronto pude comprobar su vitalismo inextinguible, que el paso implacable del tiempo apenas había podido atenuar. Supe de su niñez y adolescencia en Gijón como parte de una familia de los perdedores de la guerra; su aprendizaje como fotógrafo; su militancia comunista, constante y no poco dispersa, en el “frente cultural”; sus inquietudes ecologistas cuando aún no estaban de moda, como fundador (junto con otros) de Amigos de la Naturaleza de Asturias (ANA); o su actividad como representante de los fotógrafos y los pequeños empresarios ovetenses y asturianos. Tuve también la satisfacción de hablar en la presentación de sus memorias y el homenaje que le tributó el Ayuntamiento de Oviedo, nuevamente presidido por un político conservador (Agustín Caunedo), que también participó en el acto, en donde resalté, sin escándalo aparente de los presentes, su conocida condición de comunista. Lo perdimos en 2017, tras 88 años de fructífera vida al servicio de tantas causas nobles y solidarias que sería imposible resumirlas en pocas líneas. 
 
José Manuel Nebot
 

Víctor Manuel Bayón era asturiano, aunque vivía en León cuando disfruté de la oportunidad de comenzar lo que para mí -y creo que para él- fue una corta pero cálida amistad, en los últimos años de su vida. Curiosamente, falleció también en 2017 y casi a la misma edad que Nebot, pero su trayectoria vital fue muy distinta. Minero de profesión, militante comunista desde joven y miembro de una familia de comunistas entrañables (como su primera esposa Tina Pérez, una de las heroínas de las huelgas de Asturias, o su hija Blanca), Víctor encabezó, junto a Julio Gallardo, Faustino Sánchez (Fausto) y otros, la reorganización del PCE en las cuencas mineras asturianas tras la dura caída de la organización que sigue a las huelgas de 1958. Fue detenido en octubre de 1961, duramente torturado en el Cuartel de la Guardia Civil de Pumarín (Oviedo), procesado y encarcelado en el penal de Cáceres. Tras regresar a Langreo en enero de 1964, con su libertad condicional bajo el brazo, hubo de “saltar” a la clandestinidad pocos meses más tarde, entre otras cosas por no soportar las periódicas palizas que recibía en sus obligadas comparecencias en las dependencias de la Guardia Civil. En 1965 asumió la dura tarea de reorganizar el partido en León y provincias limítrofes, en la solitaria condición de “instructor” clandestino, trabajo que desempeñó esforzadamente hasta la legalización. Con el advenimiento de la democracia, sin abandonar nunca su militancia, le llegó la hora de pasar a un segundo plano, pero, cuando yo lo conocí, no había dejado de participar en las actividades del partido en la medida de sus posibilidades, ni de mantener su espíritu atento a lo que pasaba en nuestro país y en el mundo. Nunca podré olvidar la última conversación personal que tuve con él, una semana antes de su muerte, cuando su sonrisa y su calidez humana se sobreponían a duras penas a los fuertes dolores de cadera que sufría y que finalmente, tras una operación absurdamente complicada, acabaron con su vida.

Si cito a Laso, Nebot y Bayón no es por elevarlos a los altares laicos de los luchadores sociales, aunque todos ellos lo merecerían, sino por presentarlos como ejemplos de una larguísima lista de comunistas que nos ofrecieron, a lo largo del pasado siglo, un ejemplo de dignidad moral que -sin menoscabar el valor de luchadores de otras ideologías- me parece difícilmente superable. He escogido tres casos llamativos, tres personas entrañables a las que conocí y que enriquecieron mi vida, pero hay otros muchos miles, decenas e incluso cientos de miles que merecerían figurar en una lista en la que no pueden constar honestamente la gran mayoría de los antecesores ideológicos de quienes ahora escupen en su memoria. También podrían citarse otros sedicentes comunistas menos dignos, como los hubo de otras ideologías, cuyas responsabilidades personales deben dirimirse como tales y nunca empañar la lucha de la mayoría por la libertad y los derechos de los trabajadores. Pese a la imagen que pretenden transmitirnos, el 99,9% de los comunistas y de los republicanos españoles no participaron en los tristes y terribles sucesos de Paracuellos ni en nada parecido, sino que lucharon honesta y valientemente en los frentes de batalla y luego por los montes de España o las tierras de Francia en defensa de la legalidad republicana en nuestro país o contra el fascismo europeo. Luego, cuando se hizo posible y se llegó a la conclusión de que había que ampliar la política de alianzas y humanizar la lucha, abrazaron la bandera de la Reconciliación Nacional, que nunca entendieron como una claudicación o una renuncia.

Ahora, la Dirección Estatal de Correos y Telégrafos, cuando ya casi todos los correos son electrónicos, ha decidido dedicar ese objeto entrañable y casi arqueológico que es un sello postal a gentes como Nebot, Laso y Bayón o, lo que es lo mismo, al centenario del partido al que pertenecieron. En indignada respuesta, un grupo de abogados sedicentemente cristianos y una jueza diligente quieren bloquear tan pobre e insuficiente homenaje, mientras los diversos partidos de derecha y centro derecha, cada vez más acentuadamente clónicos, ponen el grito en el cielo. Hablan de la “ideología criminal” de los homenajeados y hasta citan una resolución del Parlamento Europeo donde un grupo de diputados indocumentados condenaban el comunismo urbi et orbi tras un delirante análisis histórico que atribuye la Segunda Guerra Mundial al pacto germano-soviético, ¡como si no existieran la Conferencia de Munich o la invasión de Checoslovaquia, o como si la guerra hubiera enfrentado a los Aliados occidentales contra la coalición de la URSS y la Alemania nazi!. Y, a la vez, juegan con hiperbólicos recuentos de víctimas del comunismo, basándose en el delirante relato que el denominado Libro negro del comunismo ha venido difundiendo. Fuera de todo recuento quedan, por supuesto, no ya las violencias fascistas, sino las del mundo liberal, desde el tráfico de esclavos o la barbarie del colonialismo, a las matanzas del imperialismo occidental y sus cómplices, en Filipinas, Argelia, Vietnam, Indonesia, Chile, Argentina, Libia o Irak, por citar unos cuantos de las decenas de ejemplos posibles del pasado siglo. O ignorando, por supuesto, los millones de víctimas anuales de la violencia económica del sistema capitalista fallecidos por la miseria o enfermedades curables.

Pero no pueden hacernos olvidar que quienes criminalizan a gentes como Laso, Bayón o Nebot son los mismos que defienden, en el callejero y los monumentos, la presencia en términos de homenaje a Yagüe, el “carnicero de Badajoz”, que reconocía al periodista norteamericano Whitaker el fusilamiento masivo de republicanos inermes porque no podía llevarlos con él ni dejarlos sueltos mientras su columna avanzaba. Que reivindican orgullosos al necrófilo y antisemita Millán Astray del “¡Viva la muerte, muera la inteligencia!”. Que se oponen a trasladar los restos de Queipo de Llano, verdadero virrey de Andalucía mientras se producían miles de asesinatos, y que alentaba a los soldados “nacionales” a violar a las mujeres republicanas mostrándoles lo que era un “verdadero hombre”. O que se resistieron a remover del Valle de los Caídos el cadáver de un caudillo, amigo de Hitler y Mussolini, que, según algunos testimonios, en los primeros años de su dictadura, iba acumulando, impasible y tranquilo, en una esquina de su mesa o en el suelo al lado de la misma, las decenas y decenas de sentencias de muerte que confirmaba cada día.

Voltaire dudaba, en alguna ocasión, si resultaba preferible un ignorante o un malvado. En casos como este, seguramente hubiera considerado que no era necesario elegir.


Fuente → nortes.me

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