Los lacayos del franquismo y su miedo inherente
Los lacayos del franquismo y su miedo inherente
Isabel Ginés y Carlos Gonga

Fanáticos de asesinos y genocidas tildando de “asesinos” a quienes tuvieron que defender a la población española del golpe de Estado franquista: todo muy coherente.

Basta con compartir un vídeo, un artículo o con publicar en Twitter algún comentario donde hables de, por ejemplo, la Pasionaria para que venga alguien con que “era una sanguinaria, era una asesina”, con que “se acostaba con cualquiera” o con consignas similares que bien podrían ser fruto de un niño de Parvulitos. No hace falta explicar que quienes hacen esto no tienen consideración. Con poco que ojeemos sus perfiles podremos ver que tienen la bandera del pollo en la portada, su yugo y unas flechas, que alaban a Franco, que son falangistas, franquistas o fascistas.

Es un patrón que se suma a su modus operandi de llamar a “asesinos” a líderes sindicales, a líderes anarquistas o a militantes del Partido Comunista. Todo esto, al mismo tiempo que se manifiestan defensores del mayor genocida que ha visto España, ese que tenía por colega —amigos nunca tuvo—, entre otros, a Queipo de Llano, uno de los mayores asesinos del franquismo, que instaba por la radio a violar en grupo a mujeres rojas y quien convirtió la huida de cerca de 160.000 personas a pie de Málaga hacia Almería en un genocidio que conocemos como la Desbandá, donde perdieron la vida más de 12.000 de ellas. Fanáticos de asesinos y genocidas tildando de “asesinos” a quienes tuvieron que defender a la población española del golpe de Estado franquista: todo muy coherente.

Se les hace creer a esta gente sin escrúpulos que puede formar parte de un grupo que insultando se sale con la suya o gana la batalla; se les envía al combate social como fuerza de choque, por lo que se llevan todos los palos. Pero no les importa, son soldados-esclavo entrenados por sus ansias de pertenecer a la manada para servir al fascismo con incuestionable obediencia.

¿Cómo se sirve a alguien sin rechistar, propagando su discurso repleto de bulos y de cuestiones que no llegas a comprender, sin perder la dignidad de cara a tus semejantes y allegados? Fácil: te pones una máscara. Ocultan su identidad, con mucha cobardía porque no dan la cara. Hasta ellos se avergüenzan de ellos mismos. Y se creen, orgullosos, el relevo de sus caídos “por Dios y por la patria”… Si levantaran la cabeza sus ancestros sublevados y vieran cómo se esconden se reirían en su cara.

Llaman “asesina” a gente teniendo al mayor genocida entre sus filas, lo que demuestra el escaso pensamiento crítico con el que conforman su ideología. Es así el franquismo, un obstáculo para el progreso social vitoreado por personas que carecen de argumentos. Twitter es el lugar donde cualquier cosa que no coincida con su relato hará que varios perfiles de fascistas sin foto ni nombre reales hagan con sus mantras acto de presencia, que no de inteligencia. Pretenden defender su ideología sin razonamientos, a base de repetir determinados mensajes, y con un limitado catálogo de recursos y necedades: “los rojos están mejor en las cunetas”, “subcampeones del 39”, “estáis ocultando al otro bando”, “Paracuellos, Paracuellos” y más del tradicional discurso para lelos. La defensa de la libertad atrae a quienes se dicen “campeones del 39”, triunfadores de una batalla que ellos mismos provocaron para implantar una dictadura fascista en un país democrático que tenía un Gobierno legítimo. Eso sí, lo hacen sin salir de su escondrijo, desde el anonimato, no vaya ser que su entorno les reconozca y pasen a ser considerados pura escoria. No se dan cuenta de que son lo contrario a un orgullo para el fascismo: altaneros y arrogantes, sí, pero con su miedo siempre inherente.

Lo más parecido que tienen a un argumento es “ok charo”, “rojos de mierda”, “fuisteis los segundones”, “vamos a volver a ganar” y todas esas tonterías. En realidad no son más que frases manidas de gente que quiere pertenecer a una manada a la que por naturaleza no puede pertenecer o que se cree que así, diseminando su odio en cada publicación que se les cruce, molesta a los demás; cuando lo único que consiguen es ser los hazmerreír, nos reímos de ellos muchísimo. Tratan de ocultarse tras perfiles con foto y nombre falsos, tratan de debatir cuando no saben argumentar y, lo mejor de todo, piensan firmemente desde su ignorancia que el anonimato de una red social les protege ante todo lo que puedan decir, que su identidad está a buen recaudo.

Los peones tienen un escaso valor ya de por sí, siempre se les sacrifica cuando dejan de ser de utilidad. Son gente que no tienen vida, su razón de ser es ir de Twitter en Twitter defendiendo una España que ni siquiera conocen, una España que, al ver que no son de utilidad, no les habría protegido cuando hubieran sido inculpados o encarcelados; una España que les habría mandado sin pestañear a los paredones.

Hay fascistas en Twitter con muchos seguidores y que publican mensajes que son retuiteados —compartidos— por miles de bots —perfiles falsos—, hasta que dichos mensajes dejan de ser de utilidad porque se decide promover otra nueva serie de mensajes. Estos fascistas son útiles al servicio del fascismo mientras difundan sus mensajes, mientras sean un altavoz de los mensajes que les hacen llegar. Resultan útiles en un principio pero son reemplazables, cuando ya no cumplen su función son anulados o reemplazados. Por eso nunca hay, en el fondo, alguien que resulte siempre útil: son meros propagadores de mensajes fascistas y cuyo perfil finalmente muere por su amor a sus amos.

A nosotros no nos parece un insulto que se nos llame “rojos”. Es más, ver cómo esta gentucilla con grandes aspiraciones pero con los pies hundidos en el subsuelo nos llama “rojos” despectivamente nos dibuja una sonrisa en la cara porque lo somos y a mucha honra. Da igual la variación: “rojos de mierda”, “panda de rojos”, “rojos miserables”… Podríamos decir que no nos importa, que nos resulta indiferente pero lo cierto es que nos importa, es nuestra identidad: somos rojos y los rojos seguimos aquí, en la lucha por los valores sociales, por la democracia, por dignificar a quienes perdieron su vida a la fuerza al defender esos valores, por la justicia y por la reparación a sus familias que hoy día todavía les niega el fascismo español. Somos antifascistas, somos rojos. Y los rojos que vieron que su vida y sus sueños se desvanecían en cientos de tapias y paredones, en amaneceres fríos o noches frías a la intemperie, con el puño en alto y gritando “viva la República” o “viva la libertad” murieron por defendernos.

Murieron por defendernos porque nos querían sin conocernos, porque no querían que viviéramos del legado del fascismo. Querían que no pasara lo que está pasando actualmente en España, que tiene todavía muchos resquicios. No nos molesta que nos digan “rojos” porque no es un insulto ser rojo ni ser roja. Pueden repetir como loros cuantas veces quieran sus mantras fascistas porque no nos avergonzamos ni bajamos la cabeza. Llevamos el ser rojos o rojas con la cabeza alta y con honor porque aprendimos de nuestros ancestros. La sangre roja que corre por nuestras venas es la de luchadores por la libertad y no por genética: por convicción.

Miles de hombres y de mujeres dieron su vida para que este país fuera más justo, más libre y democrático. Miles se subieron al monte, vivieron en la clandestinidad: fue una vida muy dura. Miles se marcharon al exilio para seguir luchando por una España realmente libre más allá de las fronteras de la “grande y libre” que no lo era. Estamos orgullosas y orgullosos de ellas y ellos porque lo intentaron, porque trabajaron en ello y porque jamás bajaron los brazos.

Las mujeres y los hombres decentes son antifascistas, solo se avergonzaría de ser rojo o roja alguien que no lo es porque a quienes nos llaman “rojos” sabemos de dónde venimos —quiénes lucharon antes por lo mismo—, por dónde vamos —por qué luchamos— y dónde queremos llegar. Llevamos con mucho orgullo que nuestros ancestros y otras personas de quienes aprendemos no fueran asesinos, genocidas, gente que inculpaba a sus vecinos para quedarse su farmacia o sus tierras, violadores o psicópatas; de que fueran personas que lucharon por una España mejor, por una España libre. Lucharon por una España democrática y nos alegra pensar en ello porque en su España cabíamos todas y todos, había libertad y había modernidad. En cambio, en la de Franco no cabíamos todos y este asesino la convirtió en la tierra de un genocidio.

Entonces, pueden seguir diciéndonos “subcampeones”, que lo seríamos siempre y cuando consideráramos una guerra como una competición, un enfrentamiento entre dos o más partes por conseguir una misma cosa. A decir verdad, la Guerra Civil fue un enfrentamiento armado pero ambas partes no buscaban lo mismo: los sublevados pretendían aniquilar o torturar física o psicológicamente y reprimir a toda persona que no abrazara el fascismo, y derrocar a la fuerza la democracia para implantar una dictadura fascista, mientras que los republicanos trataban de defenderse de estas vilezas y de defender la democracia legítima de España. Entonces no fue una competición la Guerra Civil y, por tanto, no fueron subcampeones los republicanos ni campeones los sublevados: simplemente hubo vencedores y vencidos. La referencia del término “subcampeones” a considerar la Guerra Civil como una competición simplemente persigue la equidistancia entre atacantes y defensores, entre verdugos y víctimas, para evadir responsabilidades quienes defienden a los primeros.

Todas las veces que alguien contesta a una publicación relacionada de alguna manera con la represión franquista o con la memoria histórica aludiendo a “Paracuellos” son intentos de desviar la atención, lo repetirán las veces que consideren para controlar el hilo de cada conversación. Pueden decirnos “rojos de mierda”: cabeza alta porque rojos somos. Somos rojos porque en muchos casos tenemos ancestros que lo fueron, en otros casos nuestros ancestros no lo fueron pero en cualquier caso aprendimos de estas personas y de sus motivaciones. Los franquistas les colgaban del techo por las muñecas mientras les destrozaban a hostias; les rompían los dientes, la nariz, les rompían las costillas; les ponían electricidad en los cojones, en los pezones; las violaban, los violaban; les dejaban a su suerte en las cárceles para que les comiera la sarna, sin apenas darles de comer y sin tener casi espacio en la celda, lejos de su familia. Sufrieron lo indecible pero lucharon por nuestra libertad, por un país más libre y democrático, por que el fascismo no lograra lo que logró, vencer y oprimir al pueblo español.

Toda esa gente detenida por pensar diferente al fascismo, por defender la justicia social, vilmente torturada; toda esa gente que subió a la sierra, arriesgando su vida, a sabiendas de que estaban torturando a sus amigos o a sus familias, para no entregar en bandeja al fascismo la suya; toda esa gente que se tuvo que marchar lejos de su tierra para que no le arrebataran la vida o la libertad merece no solo un reconocimiento social sino que aprendamos de ella, del ímpetu de su defensa de los valores sociales y democráticos, de enfrentar el fascismo de manera decidida; porque en 1975, cuando el genocida murió, plácidamente en su cama y sin ser juzgado por ninguno de sus crímenes, mucha de la gente que se había exiliado de España durante toda la dictadura franquista volvió a su tierra, de donde nunca nadie les debió forzar a huir, con la firme convicción de querer seguir defendiendo los valores democráticos, posiblemente más que nunca antes tras 40 años de dictadura fascista. Fueron muchos años en los que el fascismo caló tanto en la población española que a día de hoy todavía estamos viendo sus consecuencias, y es responsabilidad de todas y todos conocer nuestro pasado más reciente, sentirnos orgullosas y orgullosos cuando nos llaman “rojos” y ser conscientes de los resquicios que hay que enmendar.


Fuente → nuevarevolucion.es 

banner distribuidora