Los hermanos Galán y Ferrer, de 7 y 5 años, murieron envenenados tras volver del comedor de auxilio social franquista
En 1941, los hermanos Galán y Ferrer, de 7 y 5 años, murieron envenenados tras volver del comedor de auxilio social franquista, en Argamasilla de Calatrava (Ciudad Real) / Tulio Riomesta 


Tercer Año Triunfante, en tú pueblo y el mío, 1941. El año comenzó con un hecho más dramático, si cabe la expresión en estas circunstancias, para la humilde familia Ruiz-Gijón a poco más de un mes del fusilamiento del padre de familia. Según el acta de defunción, su hijo Ferrer Ruiz Gijón de 5 años murió el 2 de enero de 1941 de gastroenieritis aguda y su hermano Galán de 7 años expiró el 3 de enero de 1941 de convulsiones. La coincidencia de fechas en su muerte, las causas, el ser hijos de quien eran, dieron lugar a sospechas.

Según el testimonio de una hermana de los pequeños fallecidos, los niños fueron intoxicados en el comedor del Auxilio Social al que acudían a comer dada su pobreza extrema. Según narró, los niños fueron a cenar al comedor y volvieron a casa «muy contentos porque habían comido mucho y les habían echado «renganche». Los niños eran gordos, guapos y hermosos, no sufrían ninguna enfermedad, estaban completamente sanos. A las pocas horas de haber cenado, Ferrer se puso enfermo, comenzó a sentirse mal en una cama donde dormía «apepinado» con el resto de sus hermanos. Llamaron al médico y no acudió a ver al niño. Le recetó un brebaje amarillo que no hizo efecto alguno y, hasta las sanguijuelas que le pusieron se murieron todas del veneno que el niño llevaba en la sangre. Murió Ferrer a las 10 de la noche. Al poco enfermó Galán y en esta ocasión si que acudió el medico a la casa confirmando a la madre que era por la misma causa que el herrmano sentenciando: el mismo mal que tiene uno lo ha tenido el otro. A las 2 de la madrugada pereció Galán.

Galán y Ferrer eran 2 ángeles a los que rebautizaron el clero y los fascistas una vez acabada la guerra con los nombres más cristianos de Santiago y Ángel. Cuando los llamaban por estos nombres ellos nunca contestaban. Los enterraron el mismo día, mi madre en el medio, con una caja a cada lado y agarrándose un rato a una y otro rato a otra.

Fíjate si lo sabia el médico que una hija suya era una de las que trabajaba en el comedor y conocía perfectamente lo que había pasado, afirma su hermana. Según sus informaciones tuvieron que consultar con el médico la cantidad de gramos del polvo que les echaron en la comida a los niños. Miguela Ruiz piensa que la intoxicación no fue accidental, entre otras cosas, por las reacciones de algunas personas que trabajaban en el comedor, no se por qué no me habla la Paca (madre de los niños) si yo estaba en la cocina y no hice nada, llegaron a escuchar. Cuando los niños acudieron a cenar lo tenían todo «apañado». Concluye lacónicamente: menos mal que no íbamos mas hermanos a comer allí. si hubiéramos ido más, más hubiéramos caído. Hay que tener mala conciencia para hacer lo que hicieron.

La vida continuó y Paca Gijón se quedó sin los hombres de la familia. Cinco mujeres solas a las que nadie apoyaba, además nos perseguían por ser rojas. La madre y las pequeñas acudían a todas las tareas del campo que podían y además la madre «se echó al estraperlo». Iba a diario andando a Puertollano, al mercado de la calle de la Tercia, con un canasto en la cabeza en el que transportaba unas veces harina, otras naranjas, la mercancía dependía de lo que se demandara en cada momento. Los jornales en el campo los pagaban con una sardina de cuba por todo alimento y por seis o siete pesetas trabajando de sol a sol. Las mujeres recibían visitas periódicas de la guardia civil para registrar la casa y requisarles los bienes. Los civiles se lo llevaban todo.

Un año echó mi madre garbanzos en La Laguna con otros tres o cuatro del pueblo y había que declararlos pero la convencieron para que no lo hiciera. La parte que le tocó a mi madre estaba guardada en la casa. A la única que registraron de los que sembraron los garbanzos fue a mi madre. Se los quitaron todos. Nos tenían manía por ser hijas de rojo. Hasta las dotes de mis hermanas, que con tanto esfuerzo iban reuniendo para cuando se casaran se las llevaban. Eso era muy duro. Lo habíamos ganado con el sudor de nuestra frente. Los comentarios en el pueblo nunca ayudaron. Cuando se iban haciendo novias las hermanas, a las familias de los novios siempre les legaban los mismos mensajes: «tener cuidado, son muy buenas personas, muy trabajadoras pero son rojas, hijas de rojo».

Cuando acabó el testimonio Miguela Ruiz nos comentó: Todo esto que yo os he contado es lo que sé, espero que no pase nada. Es que le tengo mucho miedo a los civiles porque hemos pasado mucho, porque cuando se llevaban a mi madre a la cárcel me llevaban a mí también, como yo era la más chica mi madre tiraba de mí para no dejarme en el desamparo. Cuando veo un guardia civil me descompongo, lo siento. Aún ahora les tengo mucho miedo, vaya que les tengo pánico.

Paco Rubio. Relato-textimonio de Miguela Ruiz Gijón (hermana de los niños), extraído del libro: PARA HACERTE SABER MIL COSAS NUEVAS. CIUDAD REAL 1939. ®Tomás Ballesteros Escudero


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