Las víctimas desconocidas de nuestra inmaculada transición
Las víctimas desconocidas de nuestra inmaculada transición
Las víctimas desconocidas de nuestra inmaculada transición Cándido Marquesán Millán
Las víctimas desconocidas de nuestra inmaculada transición Cándido Marquesán Millán
Todo proyecto político de país necesita de un mito fundacional que lo legitime
En el artículo anterior hice referencia al libroLas otras víctimas. La violencia policial durante la Transición (1975-1982)de David Ballester, el
cual expone una investigación inédita, que echa por tierra todavía más
el carácter pacífico de nuestra Inmaculada Transición, ya que documenta
de una manera fehaciente las 134 víctimas de la violencia policial.
Y las analiza en tres capítulos: gatillo fácil, las víctimas en la
represión de las movilizaciones de todo tipo y las producidas por la
tortura. Por ello, decía, producen sonrojo las palabras que aparecen en
la entradilla del libro de David Ballester. DeManuel Fraga Iribarne en VV.AA. (1996), Memoria de la Transición: “Creo que si se tiene en cuenta lo que se jugaba en aquella transición, pues se puede decir que fue enormemente pacífica”.
E igualmente Carmen Calvo, exvicepresidenta del
Gobierno de España, en El País, 22-9-2019: “Salimos de una manera tan
brillante de la dictadura, sin un solo roce de violencia, salvo ETA”. Y
ya en el cénit del cinismo un Tuit de Pablo Casado de
2-9-2018: “En la Transición ni hubo ocultación, ni sometimiento, ni
miedo. Hubo grandeza moral, sentido de la historia, reconciliación y
concordia”.
Cuando la exhumación de Franco, al oír las palabras tan contundentes y
firmes de muchos españoles sobre el tema daban la impresión de ser
catedráticos de Universidad de Historia de España, eclipsando a los
Viñas, Casanova o Espinosa
La lectura del libro de David Ballester me ha
generado una serie de reflexiones. Una primera, consiste en apercibirme
de cuánto desconocimiento acumulo sobre nuestro pasado histórico,
incluido el pasado reciente. Cuanto más lees, más te das cuenta de tus
carencias. La segunda, es que personalmente y supongo para otros muchos,
la respuesta es contundente a la pregunta que se plantea el autor en el
título del segundo capítulo en relación a la Transición ¿Modélica o inmodélica? ¿Pacífica o violenta? Como no va a ser inmodélica y violenta, si un Anexo documenta 134 víctimas por parte de la policía y guardia civil.
Pero, estas134 víctimas,
no son terroristas, sino ciudadanos normales, que murieron a través del
gatillo fácil, en las manifestaciones o como consecuencia de torturas.
Igualmente, es de valorar el extraordinario trabajo de investigación del
autor Doctor en Historia Contemporánea por la Universitat Autònoma de
Barcelona para conocer nuestro pasado reciente.
Lamentablemente en esta España nuestra proliferan los expertos en
todo, los todólogos. Hablan mucho y de todo, sin conocimiento de causa.
Tampoco es una novedad en nuestra historia. José Cadalso publicó con el título los Eruditos a la violeta
(1772), un “Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete
lecciones, para los siete días de la semana, publicado en obsequio
de los que pretenden saber mucho estudiando poco”, cuyo título hace
alusión al perfume de la violeta, el favorito de los jóvenes que en
el siglo XVIII querían ir a la moda.
El autor de las Cartas marruecas arremete sin piedad –y con razón– contra la legión de ineptos introducidos en todas las épocas en la República de las letras
y que “fundan su pretensión en cierto aparato artificioso de
literatura”. Son todos ellos vocingleros de exterior cuyo afán no
es otro que el de epatar con ese “deseo de ser tenido por sabio
universal”, en palabras de Cadalso. Este libro tiene plena vigencia
en la España, como trataré de mostrar en las líneas que siguen. ¡Qué
gozada vivir en esta España con tanta materia gris desparramada a
raudales por doquier! Cuando el niño Julen, ingenieros a tutiplén. Los
cuñaos desde las barras de los bares o desde las redes sociales, muchos
daban lecciones de ingeniería de montes, de minas, de puentes y caminos.
Cuando la exhumación de Franco, al oír las palabras tan contundentes y
firmes de muchos españoles sobre el tema daban la impresión de ser
catedráticos de Universidad de Historia de España, eclipsando a los
Viñas, Casanova o Espinosa. Cuando la pandemia del Covid, los
epidemiólogos doctorados, unos en Oxford y otros en Harvard, aparecían
hasta debajo de las piedras. Y ahora mismo con toda la polémica sobre la
Ley “sólo sí e sí” todos somos expertos en temas jurídicos. ¡Qué gozada
vivir en esta España con tanta materia gris desparramada a raudales por
doquier!
Como declaraba el académico Francisco Ayala “el
español acostumbra a creer que lo sabe todo.” Pero lo más sospechoso es
que nadie se sorprende de tal desfachatez. Al ser todos tan sabios,
tenemos solución para todos los problemas, por arduos o complejos que
sean. Nos creemos auténticos Mesías del destino nacional. Nuestro
discurso preferido podría ser así: Si yo fuera Presidente del Gobierno,
lo arreglaba todo en dos días. A algunos, es posible que nos sobraran
aún 24 horas. Además, nuestros argumentos los exponemos gritando, y
hablamos todos a la vez, y encima, lo que parece algo milagroso, nos
entendemos. En una barra de un bar, con una caña y un vino en la mano,
no hay tema que se nos resista. Nos da igual el fútbol, los toros, la
política, la educación, la historia, la literatura, el cine…De todo
manifestamos nuestra opinión, que, por supuesto, es siempre la mejor.
Cuestionamos y damos lecciones a los profesionales de la medicina, de la
enseñanza, del derecho, de la historia… ¡Y ay de aquel que se atreva a
discrepar de nuestras afirmaciones!
Hecho este largo inciso sobre el caletre español, que tampoco viene mal, retorno al tema del libro de David Ballester.
Además de la investigación que hay detrás, es de valorar las ventanas
que te abre para contextualizar la tesis de su libro, que, insisto, es
documentar toda una serie de víctimas, y que en su gran mayoría han sido
prácticamente olvidadas y no han sido reparadas convenientemente por la
sociedad española. Donde más se ha trabajado en su reparación y
recuerdo ha sido en Euskadi, por parte de su gobierno. Han sido las
grandes olvidadas. Y yo lo reconozco las desconocía. Quiero recordar a
una de ellas.
En la página web Con nombre y apellidos. Desaparecidos y represaliados durante la Guerra Civil y la posguerra aparece estos datos. “Miguel Vicente Basanta López,
menor de diez hermanos y albañil en paro, lo mató el 7 de febrero de
1977 un policía armada en Zaragoza, en el paseo del Canal junto a la
antigua Fundición Alumalsa, esquina con la calle Santa Gema. Acababa de
pintar “Trabajo Sí Policía No” junto a una mal trazada hoz y un
martillo, cuando fue sorprendido por el policía que aquella tarde estaba
de permiso paseando con su familia. Encañonado, de cara a la pared,
según testigos presenciales vecinos del policía, intentó correr nervioso
y asustado recibiendo tres disparos por la espalda, dos de ellos en la
cabeza”.
Cuando triunfa el PSOE en las elecciones, es un cambio radical.
Cuando fracasa el 23-F, se convierte en algo más residual, el terrorismo
de extrema derecha desaparece
En cuanto a esas ventanas me han llamado la atención las referencias a
determinados historiadores, para mí hasta hoy desconocidos. Entre
ellos; Mariano Sánchez Soler, autor del libro de 2018 La Transición sangrienta.
El libro no lo he leído todavía, más trataré de hacerlo. No obstante,
para conocer en parte su contenido he buscado alguna entrevista. Merece
la pena la realizada por Ángelo Nero en un periódico alternativo NR de 17 de octubre de 2022.
Pregunta- “El mito de la Transición pacífica y
modélica es contestada en tu libro desde el título: “La Transición
Sangrienta”. En la versión oficial, repetida como un mantra por los
partidos del régimen del 78, la única violencia señalable es la que vino
por parte de las organizaciones armadas que se enfrentaban a un estado
que mantenía los pilares que habían sostenido el franquismo intactos.
Pero, además de esa contestación armada, en la Transición hubo también
una violencia que venía de las fuerzas de seguridad del estado, del
ejército, y también de lo que después se llamarían las cloacas del
estado. ¿Había una estrategia violenta por parte del estado que sucedía
al régimen franquista, o, como señalan algunos autores, las muertes
causadas por la policía, o por los grupos de ultraderecha, no formaban
parte de una táctica definida?”
Respuesta- “Realmente se utilizó la
represión en la calle, por parte de la policía, y la selectiva, por
parte de grupos fascistas, los atentados contra revistas y periódicos
más progresistas, para frenar la movilización por medio del terror, con
distintos personajes. En siete años, mueren por causas políticas, o por
causas vinculadas directamente al proceso de la Transición, donde
incluyo a las víctimas de ETA también, porque los atentados estaban
ajustados a situaciones muy concretas, 593 personas, con nombres y
apellidos, por violencia política.
Cuando hablamos de violencia en las manifestaciones, en los controles
de la Guardia Civil, también es violencia institucional. Cuando
hablamos de violencia organizada por partidos legales, como Fuerza
Nueva, es violencia institucional, porque eran asociaciones amparadas
por el sistema, utilizadas para frenar el avance de la izquierda, y los
derechos del aborto, del divorcio, de las normas que nos equiparaban a
Europa.
Son 593 muertos, pero, en siete años, hay 2.300 heridos, también con
nombres y apellidos, heridos de bala, en manifestaciones y en otras
circunstancias, y eso es mucho. Estamos hablando de siete años en la
historia de un país, con victimas del Terrorismo de Estado, de la
violencia institucional, de grupos vinculados al aparato del estado, que
suman 3.000 víctimas directas. Y cuando acabó la Transición se acabó,
que es lo más alucinante.
Cuando triunfa el PSOE en las elecciones, es un cambio radical.
Cuando fracasa el 23-F, se convierte en algo más residual, el terrorismo
de extrema derecha desaparece, por ejemplo. La represión en la calle no
se cobra cincuenta y tantos muertos, como se cobró en el primer año de
Transición, con policías que disparaban a bulto en las manifestaciones,
con armas de fuego, eso también cambió. Esos siete años son muy
contundentes.
Al mismo tiempo creó la propaganda de que la Transición había sido
ejemplar, pero ¿ejemplar para quién? Porque los muertos los ponían las
organizaciones de izquierda, normalmente gente joven, en un 80%, que se
movilizaba, que estaban en la calle, mientras estaban en los despachos
tratando de llevar esto a un terreno democrático equiparable con el
resto de Europa. Pero se hizo con los franquistas reciclados, mientras
los partidos de izquierda mayoritarios, participaron en ese asunto.
Piensa que, en las primeras elecciones, no todos los partidos de
izquierda estaban legalizados. Era una situación de convulsión muy
grande. Si vas a las cifras que muestro yo en el libro se ve con
claridad”.
Otra de estas ventanas es el libro de 2021 de la francesa Sofhie Baby,El mito de la transición pacífica. Violencia y Política en España (1975-1982) El
título ya es suficientemente clarificador. Habla de 714 muertos y 2927
actos violentos. En un ámbito cronológico casi idéntico al del libro de
David Ballester, de 1 de octubre de 1975 al 31 de diciembre de 1882, la
autora francesa cita que las fuerzas policiales causaron la muerte de
178 personas. Merece también la pena destacar su respuesta a la pregunta de le entrevista que le realiza Pablo Elorduy en el Salto de 24 de octubre de 2018:
Pregunta- “Al final del libro recoges una cita de Nicolás Sartorius
—exdiputado del PCE— en la que reconoce que es un mito que fuera una
época sin violencia, pero también advierte que, para la percepción de la
época, se esperaba mucha más violencia. De alguna manera, ese factor de
pacificación funcionó”.
Respuesta- “Sí, hubo una verdadera voluntad desde
antes de que empezara la Transición de hacer un cambio político muy
pacífico. La voluntad de hacer un tránsito pacífico a la democracia
llegó a ser un marco de interpretación de la Transición y llevó a
fenómenos de no ver o no querer ver la violencia. En los 70 se esperaba
la guerra civil, la percepción era que habría un millón de muertos.
Obviamente, ¿qué eran cien o 200 en todo el territorio nacional en
comparación con lo que se esperaba?
La percepción era de miedo al enfrentamiento en el espacio publico,
al desorden. La imagen eran las alteraciones del orden público que
podían desembocar en un baño de sangre. La revolución significaba
enfrentamiento y sangre en la calle. Entonces, hubo una política
sistemática de control de la violencia. La obsesión del “gobierno” de la
Transición era el orden público, pero también lo fue de los partidos de
izquierda, que intentaron controlar a los sindicatos y a la gente más
extrema de los sindicatos, para evitar esa ocupación del espacio público
que pudiera, en su imaginario, desencadenar el baño de sangre”.
La conclusión de todo lo expuesto es clara y contundente. La Transición, en absoluta fue pacífica. Ya hace años Pere Ysàs, según señala David Ballester,
nos alertaba respecto a la existencia en este tema de un ensayismo
mayoritariamente desinformado y de un debate extraordinariamente
mediatizado por posiciones políticas actuales. Unas circunstancias que
conducían a interpretaciones simplistas, sesgadas y políticamente
interesadas sobre estos años. Los panegiristas del proceso destacan los
logros teniendo en cuenta el punto de partida, usando y abusando de
expresiones mantras como consenso y pacto para analizar y justificar el análisis.
Este relato con pretensión de “oficial” y con el propósito de que se
convierta en hegemónico muestra la Transición como un acontecimiento
histórico del que deberíamos estar orgullosos todos los españoles sin
excepción. Este relato se ha ido imponiendo durante décadas en la
sociedad española, forjado por ciertos intelectuales muy bien situados,
medios de comunicación, políticos, tertulianos y el establishment creado
en torno al sistema bipartidista establecido a partir de 1982. Una
versión cerrada, que deja poco margen para las movilizaciones populares
durante el periodo y la violencia que la sacudió. Y esta visión ha
calado ampliamente en la sociedad española, hasta tal punto que quien
discrepa de ella corre el riesgo de ser acusado de antiespañol.
Los españoles de hoy, afortunadamente, pueden permitirse cosas que no
nos pudimos permitir los que éramos adultos cuando muere el general
Franco. Incluso algunas más de las que se están permitiendo quienes
dirigen en este momento el país
Como escribe Juan Andrade Blanco, esta visión
benevolente, ejemplar y angelical de nuestra Transición se ha impuesto
por dos razones básicamente. Una es de tipo generacional. La historia de
la Transición se corresponde con la historia vivida por una generación
que ha sido y en parte sigue siendo muy activa en la vida política,
mediática y cultural española. El problema es que algunos de estos
protagonistas han confundido la historia de la Transición con su memoria
personal de los hechos y han atribuido al proceso una bondad
proporcional al ascenso profesional y social que vivieron durante la
Transición y posteriormente. Por eso algunos de estos protagonistas
conviven muy mal con los relatos críticos de la Transición, porque los
ven como una impugnación a su memoria y también como una impugnación a
su papel en el proceso, como un cuestionamiento de sus biografías.
La otra razón es de mayor alcance. Todo proyecto político de país
necesita de un mito fundacional que lo legitime. Antes de la Transición
España no había tenido un acontecimiento identitario que generase un
reconocimiento amplio de la ciudadanía. Constatada esta debilidad, en
los ochenta se trató de levantar una identidad nacional renovada sobre
dos bases: sobre la base material de un proyecto de modernización del
país del que podríamos hablar mucho y sobre la base simbólica de una
identificación colectiva de los ciudadanos con la Transición. Para
lograr esta identificación colectiva hacía falta un relato que
devolviera la autoestima a los españoles al presentarles como un gran
pueblo que, gracias a la reconciliación nacional, al consenso y a la
moderación consiguió recuperar las libertades e incorporarse a Europa.
Así que ese relato se convirtió en memoria oficial y en conmemoración
constante por todos los gobiernos.
Es indiscutible que no pocos historiadores con sus investigaciones, como los casos anteriormente citados de David Ballester, Mariano Sánchez Soler o Sophie Baby,
están corrigiendo esta visión sesgada de la Transición, mas la
historiografía debería implicarse mucho más. Los historiadores deberían
acudir mucho más en los medios de comunicación, para contrarrestar tanta
bazofia de opinión sobre este tema y sobre otros, como la dictadura
franquista.
Por ello, me parecen muy oportunas las palabras de Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia, que
ganó el Premio Nacional de Historia por su ‘Isabel II. Una biografía
(1830-1904)’, el mejor libro de Historia escrito en el 2010: Creo
que la presencia social de los historiadores en España no puede
compararse con la de los franceses o, incluso, los ingleses y los
alemanes. Puede ser culpa nuestra por no entrar, con excepciones, en los
grandes debates, pero también de unos medios que no parecen respetar
demasiado lo académico y optan más bien por afianzar esa figura tan
chocante del «tertuliano» habitual. En lo que a nuestra responsabilidad
se refiere, creo que deberíamos participar más de la conversación social
a partir de lo que puede darnos de «autoridad» nuestra disciplina. A
veces, incluso, entre los académicos se minusvalora esa función y se
dice, con cierta condescendencia malévola, que fulanito o menganita es
«muy mediático». Debemos tomarnos en serio la función social de la
historia y compaginar, en la medida de lo posible, la investigación de
base con la alta divulgación y el debate”.
Como colofón de todo lo escrito, que supongo servirá como motivo de
reflexión para quienes hayan tenido la paciencia de allegar hasta aquí,
me parecen muy oportunas las palabras de Javier Pérez Royo de un artículo de16 de diciembre de 2006 en el País, titulado La Transición no tiene propietarios. Estas palabras si ya eran pertinentes en el 2006 hoy lo son mucho más.
“La Transición nos pertenece a todos y a todos por igual,
independientemente de la edad que tuviéramos en el momento en que se
produjo. Creo que quienes éramos adultos en aquel momento podemos
sentirnos legítimamente satisfechos de lo que hicimos. Pero lo que no
podemos pretender es que las generaciones posteriores tengan que tomar
nuestra conducta y nuestros compromisos de aquel momento como el norte
por el que tienen que dirigirse.
Los españoles de hoy, afortunadamente, pueden permitirse cosas que no
nos pudimos permitir los que éramos adultos cuando muere el general
Franco. Incluso algunas más de las que se están permitiendo quienes
dirigen en este momento el país. Actuar de esa manera supone correr
riesgos, pero no hacerlo también. La Transición se hizo como se pudo. Ha
llegado el momento de hacer algunas cosas de las que entonces no se
pudieron hacer. Cosas que no son contradictorias con lo que la
Transición supuso, sino que, por el contrario, la completan”.
En el artículo anterior hice referencia al libroLas otras víctimas. La violencia policial durante la Transición (1975-1982)de David Ballester, el
cual expone una investigación inédita, que echa por tierra todavía más
el carácter pacífico de nuestra Inmaculada Transición, ya que documenta
de una manera fehaciente las 134 víctimas de la violencia policial.
Y las analiza en tres capítulos: gatillo fácil, las víctimas en la
represión de las movilizaciones de todo tipo y las producidas por la
tortura. Por ello, decía, producen sonrojo las palabras que aparecen en
la entradilla del libro de David Ballester. DeManuel Fraga Iribarne en VV.AA. (1996), Memoria de la Transición: “Creo que si se tiene en cuenta lo que se jugaba en aquella transición, pues se puede decir que fue enormemente pacífica”.
E igualmente Carmen Calvo, exvicepresidenta del
Gobierno de España, en El País, 22-9-2019: “Salimos de una manera tan
brillante de la dictadura, sin un solo roce de violencia, salvo ETA”. Y
ya en el cénit del cinismo un Tuit de Pablo Casado de
2-9-2018: “En la Transición ni hubo ocultación, ni sometimiento, ni
miedo. Hubo grandeza moral, sentido de la historia, reconciliación y
concordia”.
Cuando la exhumación de Franco, al oír las palabras tan contundentes y
firmes de muchos españoles sobre el tema daban la impresión de ser
catedráticos de Universidad de Historia de España, eclipsando a los
Viñas, Casanova o Espinosa
La lectura del libro de David Ballester me ha
generado una serie de reflexiones. Una primera, consiste en apercibirme
de cuánto desconocimiento acumulo sobre nuestro pasado histórico,
incluido el pasado reciente. Cuanto más lees, más te das cuenta de tus
carencias. La segunda, es que personalmente y supongo para otros muchos,
la respuesta es contundente a la pregunta que se plantea el autor en el
título del segundo capítulo en relación a la Transición ¿Modélica o inmodélica? ¿Pacífica o violenta? Como no va a ser inmodélica y violenta, si un Anexo documenta 134 víctimas por parte de la policía y guardia civil.
Pero, estas134 víctimas,
no son terroristas, sino ciudadanos normales, que murieron a través del
gatillo fácil, en las manifestaciones o como consecuencia de torturas.
Igualmente, es de valorar el extraordinario trabajo de investigación del
autor Doctor en Historia Contemporánea por la Universitat Autònoma de
Barcelona para conocer nuestro pasado reciente.
Lamentablemente en esta España nuestra proliferan los expertos en
todo, los todólogos. Hablan mucho y de todo, sin conocimiento de causa.
Tampoco es una novedad en nuestra historia. José Cadalso publicó con el título los Eruditos a la violeta
(1772), un “Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete
lecciones, para los siete días de la semana, publicado en obsequio
de los que pretenden saber mucho estudiando poco”, cuyo título hace
alusión al perfume de la violeta, el favorito de los jóvenes que en
el siglo XVIII querían ir a la moda.
El autor de las Cartas marruecas arremete sin piedad –y con razón– contra la legión de ineptos introducidos en todas las épocas en la República de las letras
y que “fundan su pretensión en cierto aparato artificioso de
literatura”. Son todos ellos vocingleros de exterior cuyo afán no
es otro que el de epatar con ese “deseo de ser tenido por sabio
universal”, en palabras de Cadalso. Este libro tiene plena vigencia
en la España, como trataré de mostrar en las líneas que siguen. ¡Qué
gozada vivir en esta España con tanta materia gris desparramada a
raudales por doquier! Cuando el niño Julen, ingenieros a tutiplén. Los
cuñaos desde las barras de los bares o desde las redes sociales, muchos
daban lecciones de ingeniería de montes, de minas, de puentes y caminos.
Cuando la exhumación de Franco, al oír las palabras tan contundentes y
firmes de muchos españoles sobre el tema daban la impresión de ser
catedráticos de Universidad de Historia de España, eclipsando a los
Viñas, Casanova o Espinosa. Cuando la pandemia del Covid, los
epidemiólogos doctorados, unos en Oxford y otros en Harvard, aparecían
hasta debajo de las piedras. Y ahora mismo con toda la polémica sobre la
Ley “sólo sí e sí” todos somos expertos en temas jurídicos. ¡Qué gozada
vivir en esta España con tanta materia gris desparramada a raudales por
doquier!
Como declaraba el académico Francisco Ayala “el
español acostumbra a creer que lo sabe todo.” Pero lo más sospechoso es
que nadie se sorprende de tal desfachatez. Al ser todos tan sabios,
tenemos solución para todos los problemas, por arduos o complejos que
sean. Nos creemos auténticos Mesías del destino nacional. Nuestro
discurso preferido podría ser así: Si yo fuera Presidente del Gobierno,
lo arreglaba todo en dos días. A algunos, es posible que nos sobraran
aún 24 horas. Además, nuestros argumentos los exponemos gritando, y
hablamos todos a la vez, y encima, lo que parece algo milagroso, nos
entendemos. En una barra de un bar, con una caña y un vino en la mano,
no hay tema que se nos resista. Nos da igual el fútbol, los toros, la
política, la educación, la historia, la literatura, el cine…De todo
manifestamos nuestra opinión, que, por supuesto, es siempre la mejor.
Cuestionamos y damos lecciones a los profesionales de la medicina, de la
enseñanza, del derecho, de la historia… ¡Y ay de aquel que se atreva a
discrepar de nuestras afirmaciones!
Hecho este largo inciso sobre el caletre español, que tampoco viene mal, retorno al tema del libro de David Ballester.
Además de la investigación que hay detrás, es de valorar las ventanas
que te abre para contextualizar la tesis de su libro, que, insisto, es
documentar toda una serie de víctimas, y que en su gran mayoría han sido
prácticamente olvidadas y no han sido reparadas convenientemente por la
sociedad española. Donde más se ha trabajado en su reparación y
recuerdo ha sido en Euskadi, por parte de su gobierno. Han sido las
grandes olvidadas. Y yo lo reconozco las desconocía. Quiero recordar a
una de ellas.
En la página web Con nombre y apellidos. Desaparecidos y represaliados durante la Guerra Civil y la posguerra aparece estos datos. “Miguel Vicente Basanta López,
menor de diez hermanos y albañil en paro, lo mató el 7 de febrero de
1977 un policía armada en Zaragoza, en el paseo del Canal junto a la
antigua Fundición Alumalsa, esquina con la calle Santa Gema. Acababa de
pintar “Trabajo Sí Policía No” junto a una mal trazada hoz y un
martillo, cuando fue sorprendido por el policía que aquella tarde estaba
de permiso paseando con su familia. Encañonado, de cara a la pared,
según testigos presenciales vecinos del policía, intentó correr nervioso
y asustado recibiendo tres disparos por la espalda, dos de ellos en la
cabeza”.
Cuando triunfa el PSOE en las elecciones, es un cambio radical.
Cuando fracasa el 23-F, se convierte en algo más residual, el terrorismo
de extrema derecha desaparece
En cuanto a esas ventanas me han llamado la atención las referencias a
determinados historiadores, para mí hasta hoy desconocidos. Entre
ellos; Mariano Sánchez Soler, autor del libro de 2018 La Transición sangrienta.
El libro no lo he leído todavía, más trataré de hacerlo. No obstante,
para conocer en parte su contenido he buscado alguna entrevista. Merece
la pena la realizada por Ángelo Nero en un periódico alternativo NR de 17 de octubre de 2022.
Pregunta- “El mito de la Transición pacífica y
modélica es contestada en tu libro desde el título: “La Transición
Sangrienta”. En la versión oficial, repetida como un mantra por los
partidos del régimen del 78, la única violencia señalable es la que vino
por parte de las organizaciones armadas que se enfrentaban a un estado
que mantenía los pilares que habían sostenido el franquismo intactos.
Pero, además de esa contestación armada, en la Transición hubo también
una violencia que venía de las fuerzas de seguridad del estado, del
ejército, y también de lo que después se llamarían las cloacas del
estado. ¿Había una estrategia violenta por parte del estado que sucedía
al régimen franquista, o, como señalan algunos autores, las muertes
causadas por la policía, o por los grupos de ultraderecha, no formaban
parte de una táctica definida?”
Respuesta- “Realmente se utilizó la
represión en la calle, por parte de la policía, y la selectiva, por
parte de grupos fascistas, los atentados contra revistas y periódicos
más progresistas, para frenar la movilización por medio del terror, con
distintos personajes. En siete años, mueren por causas políticas, o por
causas vinculadas directamente al proceso de la Transición, donde
incluyo a las víctimas de ETA también, porque los atentados estaban
ajustados a situaciones muy concretas, 593 personas, con nombres y
apellidos, por violencia política.
Cuando hablamos de violencia en las manifestaciones, en los controles
de la Guardia Civil, también es violencia institucional. Cuando
hablamos de violencia organizada por partidos legales, como Fuerza
Nueva, es violencia institucional, porque eran asociaciones amparadas
por el sistema, utilizadas para frenar el avance de la izquierda, y los
derechos del aborto, del divorcio, de las normas que nos equiparaban a
Europa.
Son 593 muertos, pero, en siete años, hay 2.300 heridos, también con
nombres y apellidos, heridos de bala, en manifestaciones y en otras
circunstancias, y eso es mucho. Estamos hablando de siete años en la
historia de un país, con victimas del Terrorismo de Estado, de la
violencia institucional, de grupos vinculados al aparato del estado, que
suman 3.000 víctimas directas. Y cuando acabó la Transición se acabó,
que es lo más alucinante.
Cuando triunfa el PSOE en las elecciones, es un cambio radical.
Cuando fracasa el 23-F, se convierte en algo más residual, el terrorismo
de extrema derecha desaparece, por ejemplo. La represión en la calle no
se cobra cincuenta y tantos muertos, como se cobró en el primer año de
Transición, con policías que disparaban a bulto en las manifestaciones,
con armas de fuego, eso también cambió. Esos siete años son muy
contundentes.
Al mismo tiempo creó la propaganda de que la Transición había sido
ejemplar, pero ¿ejemplar para quién? Porque los muertos los ponían las
organizaciones de izquierda, normalmente gente joven, en un 80%, que se
movilizaba, que estaban en la calle, mientras estaban en los despachos
tratando de llevar esto a un terreno democrático equiparable con el
resto de Europa. Pero se hizo con los franquistas reciclados, mientras
los partidos de izquierda mayoritarios, participaron en ese asunto.
Piensa que, en las primeras elecciones, no todos los partidos de
izquierda estaban legalizados. Era una situación de convulsión muy
grande. Si vas a las cifras que muestro yo en el libro se ve con
claridad”.
Otra de estas ventanas es el libro de 2021 de la francesa Sofhie Baby,El mito de la transición pacífica. Violencia y Política en España (1975-1982) El
título ya es suficientemente clarificador. Habla de 714 muertos y 2927
actos violentos. En un ámbito cronológico casi idéntico al del libro de
David Ballester, de 1 de octubre de 1975 al 31 de diciembre de 1882, la
autora francesa cita que las fuerzas policiales causaron la muerte de
178 personas. Merece también la pena destacar su respuesta a la pregunta de le entrevista que le realiza Pablo Elorduy en el Salto de 24 de octubre de 2018:
Pregunta- “Al final del libro recoges una cita de Nicolás Sartorius
—exdiputado del PCE— en la que reconoce que es un mito que fuera una
época sin violencia, pero también advierte que, para la percepción de la
época, se esperaba mucha más violencia. De alguna manera, ese factor de
pacificación funcionó”.
Respuesta- “Sí, hubo una verdadera voluntad desde
antes de que empezara la Transición de hacer un cambio político muy
pacífico. La voluntad de hacer un tránsito pacífico a la democracia
llegó a ser un marco de interpretación de la Transición y llevó a
fenómenos de no ver o no querer ver la violencia. En los 70 se esperaba
la guerra civil, la percepción era que habría un millón de muertos.
Obviamente, ¿qué eran cien o 200 en todo el territorio nacional en
comparación con lo que se esperaba?
La percepción era de miedo al enfrentamiento en el espacio publico,
al desorden. La imagen eran las alteraciones del orden público que
podían desembocar en un baño de sangre. La revolución significaba
enfrentamiento y sangre en la calle. Entonces, hubo una política
sistemática de control de la violencia. La obsesión del “gobierno” de la
Transición era el orden público, pero también lo fue de los partidos de
izquierda, que intentaron controlar a los sindicatos y a la gente más
extrema de los sindicatos, para evitar esa ocupación del espacio público
que pudiera, en su imaginario, desencadenar el baño de sangre”.
La conclusión de todo lo expuesto es clara y contundente. La Transición, en absoluta fue pacífica. Ya hace años Pere Ysàs, según señala David Ballester,
nos alertaba respecto a la existencia en este tema de un ensayismo
mayoritariamente desinformado y de un debate extraordinariamente
mediatizado por posiciones políticas actuales. Unas circunstancias que
conducían a interpretaciones simplistas, sesgadas y políticamente
interesadas sobre estos años. Los panegiristas del proceso destacan los
logros teniendo en cuenta el punto de partida, usando y abusando de
expresiones mantras como consenso y pacto para analizar y justificar el análisis.
Este relato con pretensión de “oficial” y con el propósito de que se
convierta en hegemónico muestra la Transición como un acontecimiento
histórico del que deberíamos estar orgullosos todos los españoles sin
excepción. Este relato se ha ido imponiendo durante décadas en la
sociedad española, forjado por ciertos intelectuales muy bien situados,
medios de comunicación, políticos, tertulianos y el establishment creado
en torno al sistema bipartidista establecido a partir de 1982. Una
versión cerrada, que deja poco margen para las movilizaciones populares
durante el periodo y la violencia que la sacudió. Y esta visión ha
calado ampliamente en la sociedad española, hasta tal punto que quien
discrepa de ella corre el riesgo de ser acusado de antiespañol.
Los españoles de hoy, afortunadamente, pueden permitirse cosas que no
nos pudimos permitir los que éramos adultos cuando muere el general
Franco. Incluso algunas más de las que se están permitiendo quienes
dirigen en este momento el país
Como escribe Juan Andrade Blanco, esta visión
benevolente, ejemplar y angelical de nuestra Transición se ha impuesto
por dos razones básicamente. Una es de tipo generacional. La historia de
la Transición se corresponde con la historia vivida por una generación
que ha sido y en parte sigue siendo muy activa en la vida política,
mediática y cultural española. El problema es que algunos de estos
protagonistas han confundido la historia de la Transición con su memoria
personal de los hechos y han atribuido al proceso una bondad
proporcional al ascenso profesional y social que vivieron durante la
Transición y posteriormente. Por eso algunos de estos protagonistas
conviven muy mal con los relatos críticos de la Transición, porque los
ven como una impugnación a su memoria y también como una impugnación a
su papel en el proceso, como un cuestionamiento de sus biografías.
La otra razón es de mayor alcance. Todo proyecto político de país
necesita de un mito fundacional que lo legitime. Antes de la Transición
España no había tenido un acontecimiento identitario que generase un
reconocimiento amplio de la ciudadanía. Constatada esta debilidad, en
los ochenta se trató de levantar una identidad nacional renovada sobre
dos bases: sobre la base material de un proyecto de modernización del
país del que podríamos hablar mucho y sobre la base simbólica de una
identificación colectiva de los ciudadanos con la Transición. Para
lograr esta identificación colectiva hacía falta un relato que
devolviera la autoestima a los españoles al presentarles como un gran
pueblo que, gracias a la reconciliación nacional, al consenso y a la
moderación consiguió recuperar las libertades e incorporarse a Europa.
Así que ese relato se convirtió en memoria oficial y en conmemoración
constante por todos los gobiernos.
Es indiscutible que no pocos historiadores con sus investigaciones, como los casos anteriormente citados de David Ballester, Mariano Sánchez Soler o Sophie Baby,
están corrigiendo esta visión sesgada de la Transición, mas la
historiografía debería implicarse mucho más. Los historiadores deberían
acudir mucho más en los medios de comunicación, para contrarrestar tanta
bazofia de opinión sobre este tema y sobre otros, como la dictadura
franquista.
Por ello, me parecen muy oportunas las palabras de Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia, que
ganó el Premio Nacional de Historia por su ‘Isabel II. Una biografía
(1830-1904)’, el mejor libro de Historia escrito en el 2010: Creo
que la presencia social de los historiadores en España no puede
compararse con la de los franceses o, incluso, los ingleses y los
alemanes. Puede ser culpa nuestra por no entrar, con excepciones, en los
grandes debates, pero también de unos medios que no parecen respetar
demasiado lo académico y optan más bien por afianzar esa figura tan
chocante del «tertuliano» habitual. En lo que a nuestra responsabilidad
se refiere, creo que deberíamos participar más de la conversación social
a partir de lo que puede darnos de «autoridad» nuestra disciplina. A
veces, incluso, entre los académicos se minusvalora esa función y se
dice, con cierta condescendencia malévola, que fulanito o menganita es
«muy mediático». Debemos tomarnos en serio la función social de la
historia y compaginar, en la medida de lo posible, la investigación de
base con la alta divulgación y el debate”.
Como colofón de todo lo escrito, que supongo servirá como motivo de
reflexión para quienes hayan tenido la paciencia de allegar hasta aquí,
me parecen muy oportunas las palabras de Javier Pérez Royo de un artículo de16 de diciembre de 2006 en el País, titulado La Transición no tiene propietarios. Estas palabras si ya eran pertinentes en el 2006 hoy lo son mucho más.
“La Transición nos pertenece a todos y a todos por igual,
independientemente de la edad que tuviéramos en el momento en que se
produjo. Creo que quienes éramos adultos en aquel momento podemos
sentirnos legítimamente satisfechos de lo que hicimos. Pero lo que no
podemos pretender es que las generaciones posteriores tengan que tomar
nuestra conducta y nuestros compromisos de aquel momento como el norte
por el que tienen que dirigirse.
Los españoles de hoy, afortunadamente, pueden permitirse cosas que no
nos pudimos permitir los que éramos adultos cuando muere el general
Franco. Incluso algunas más de las que se están permitiendo quienes
dirigen en este momento el país. Actuar de esa manera supone correr
riesgos, pero no hacerlo también. La Transición se hizo como se pudo. Ha
llegado el momento de hacer algunas cosas de las que entonces no se
pudieron hacer. Cosas que no son contradictorias con lo que la
Transición supuso, sino que, por el contrario, la completan”.
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