Las ferias del libro en el Madrid republicano (1933-1936)
La iniciativa más brillante y de más largo recorrido de la industria editorial española, la Feria del Libro, fue creada por Rafael Giménez Siles, el director de Cenit, en 1933. Las ferias nacieron al amparo del proyecto cultural de la Segunda República y en relación con la participación ciudadana en la sociedad de masas. De este modo los editores respondieron a la nueva demanda de lectura, impulsada por la política bibliotecaria, y que había repercutido muy favorablemente en el mercado del libro. Y al mismo tiempo decidieron sacar el libro a la calle y facilitar el contacto directo con los ciudadanos para mejorar sus negocios. De hecho, la feria representó la culminación de la política del libro, donde confluyeron profesionales, autoridades y público en favor de la difusión social del libro y de la lectura en ese periodo.
Ana Martínez Rus
“algunas de las charlas de escritores, charlas de feria, pregones de libros, que diariamente de 12 a 2 fueron dichas ante el micrófono por los propios autores y lanzadas por los altavoces colgados en árboles de Recoletos, a la rumorosa multitud de visitantes que las escuchaban paseando, detenidamente ante los stands o sentados en las sillas del Paseo; de vez en cuando se escuchaban también los pregones de los vendedores de helados y de las arropías de miel”.
En Rafael Giménez Siles: Retazos de vida de un obstinado aprendiz de editor, librero e impresor. Feria del Libro de Madrid. Agrupación de Editores Españoles, México, Imprenta Azteca, 1981, pp. 20 y 22.
La Feria del Libro de Madrid representa una de las mayores expresiones
de la política del libro de los años treinta. Las acciones oficiales y
privadas coincidieron en la difusión del libro y de la lectura en la
sociedad de la época. El régimen de libertades y el sistema democrático
de la Segunda República facilitaron la divulgación del libro y la
promoción de la lectura con la publicación de todo tipo de obras y el
establecimiento de bibliotecas públicas abiertas a todos los ciudadanos.
El proyecto educativo y cultural formó parte del programa modernizador
republicano junto con la reforma agraria y la política sociolaboral en
un intento de modificar las estructuras socioeconómicas del país. De
este modo los valores culturales se identificaron con la nueva
democracia, que trató de republicanizar la sociedad y de difundir el
libro y la lectura. La extensión de la educación y la democratización de
la cultura eran a la vez un deber del régimen y un derecho de los
ciudadanos. Además, las decisiones políticas confluyeron con distintas
iniciativas entusiastas de los profesionales como la multiplicación de
colecciones populares, las Ferias del Libro de Madrid, o el
camión-librería de la Agrupación de Editores Españoles. Las estrategias
de editores y libreros, así como la actitud y reacción del público
respondieron a las expectativas creadas por la política oficial y
formaron parte del mismo proyecto[1].
La política bibliotecaria impulsó notablemente la industria editorial y el comercio del libro en el país ya que, aparte del beneficio directo por el incremento de las compras públicas de libros, amplió la base social lectora, creando nuevos lectores y potenciales compradores de publicaciones. En este sentido, el editor y vicepresidente de la Cámara del Libro de Madrid, Manuel Aguilar, reconoció en una entrevista realizada por el periódico El Sol, en enero 1933, que el negocio editorial ofrecía grandes posibilidades de éxito debido a las políticas oficiales de fomento de la lectura:
La labor del Gobierno no puede ser más beneficiosa para la industria del libro. El Gobierno está creando miles de bibliotecas. El resultado va a ser que a la vuelta de algunos años el público que concurre a ellas se habrá habituado a leer y encontrará más cómodo poseer una biblioteca en casa, sin las exigencias y determinaciones de horas, lugares, etc. Ya lo verá usted: dentro de cinco o seis años tenemos en España quinientos libreros más y un aumento de veinte o veinticinco mil lectores que comprarán libros[2].
Manuel Aguilar consideraba que en cada pueblo de 4.000 ó 5.000 habitantes donde el gobierno instalase una biblioteca surgiría un librero. Así, la industria editorial registraría un auge sorprendente provocando la creación de un gran mercado nacional independientemente del exterior. De hecho, afirmaba que el aumento inequívoco de lectores ya estaba repercutiendo muy positivamente porque muchos títulos ya no necesitaban del comercio con América para liquidarse. Además, destacó la favorable repercusión de la creación de escuelas y de la extensión de la alfabetización en el ritmo y en la diversidad de la producción bibliográfica. Y a la pregunta de qué clases sociales leían más respondió: «El obrero, la zona alta del obrero, y empleados públicos y de oficinas de particulares, que ya en sus presupuestos incluyen una suma para la adquisición de libros a plazos». Esta situación se debía, según su opinión, a la irrupción de estas masas en la vida política y social del país en relación con el nuevo régimen republicano. Por este motivo los lectores buscaban fines utilitarios en los libros, se interesaban por cuestiones sociales, económicas, científicas, de artes y oficios. Ante el esperanzador panorama que describía el editor, el periodista de El Sol se permitió comentar: «Ya era hora de oír dentro de la República frases de optimismo a algún animador de empresas industriales», consciente de la oposición de muchos sectores empresariales al régimen, afectados por la crisis internacional, y contrarios a las medidas sociolaborales y a la política económica. En esta misma línea, el también editor y presidente de la corporación madrileña, José Ruiz-Castillo, declaró al mismo periódico en 1934 que el aumento en la venta de libros en España se debía a la labor de las Misiones Pedagógicas y de la Junta de Intercambio que estaban creando nuevos y numerosos lectores con el reparto de bibliotecas[3].
El objetivo de las ferias era popularizar y divulgar el libro porque las librerías no exhibían suficientemente las publicaciones y la propaganda resultaba escasa. Además, tenían algo de recinto cerrado donde sólo acudían especialistas, intelectuales y profesionales. Asimismo, trataron de responder a los colectivos sociales que frecuentaban los quioscos, los carritos y puestos ambulantes o las librerías de viejo porque eran más accesibles y baratos. La gran innovación e interés de la feria residía en que la mayoría de las obras que presentaban las editoriales eran novedades y libros que permanecían en el comercio diario de librería, y además más baratos, con un descuento del 10%. No había ni un resto de edición, ni un lote ya que la feria no se aprovechó para sacar libros de difícil venta, sino para mostrar la producción bibliográfica más moderna. Esta situación contrastaba con la Fiesta del Libro, donde se vendían con descuento muchos títulos antiguos o de difícil salida.
La Fiesta del Libro se estableció en España por Real Decreto de 6 de
febrero de 1926 el día 7 de octubre, fecha supuesta del nacimiento de
Cervantes, para fomentar la difusión del libro durante la Dictadura de
Primo de Rivera. En 1928 la Fiesta a efectos comerciales se convirtió en
Semana del Libro por acuerdo de las Cámaras del Libro, y aumentaron
considerablemente las ventas. Tres años después, en 1931, se trasladó la
fiesta al 23 de abril, día en que se conmemoraba la muerte del escritor
del Quijote, para alejar la fiesta de las compras de textos escolares
de septiembre y colocarla en primavera con un tiempo más favorable[6].
El éxito y la popularidad de la Fiesta del Libro sirvieron de acicate y
de experiencia previa a los editores para lanzarse a la aventura de las
ferias. De hecho, la I Feria coincidió con el Día del Libro en 1933,
pero el conflicto de intereses que desató esta iniciativa entre el
gremio de editores y de libreros por la venta directa al público con
descuento, provocó la separación temporal de ambas celebraciones en los
años posteriores, capitalizando la fiesta los libreros y las ferias los
editores, aparte del interés comercial por explotar ambas citas,
evitando solapamientos. Además, a partir de la Fiesta del Libro de 1934
se sustituyó el descuento del 10% en las ventas con la entrega de un
ejemplar de regalo.
La Feria del Libro de Madrid, impulsada por Giménez, surgió en la Escuela de Librería, que funcionaba en la Cámara del Libro de Madrid desde 1929. Giménez Siles, profesor de «Técnica comercial del libro», presentó en marzo de 1933 el proyecto a sus compañeros de la Cámara como iniciativa de los alumnos. La feria se desarrollaría durante varios días en la calle para salir al encuentro de los lectores, aprovechando la Fiesta del Libro del 23 de abril. El Ayuntamiento de la capital autorizaba la instalación de la feria en el Paseo de Recoletos, desde Cibeles hasta los puestos de flores. Los libreros de nuevo rechazaron la propuesta y la Sección de editores, aunque respondió favorablemente, no se atrevió a ponerla en marcha por los riesgos económicos que implicaba y la premura de tiempo. Finalmente fueron veinte los editores madrileños que decidieron participar de manera independiente en la primera edición: Editorial Fénix, Espasa-Calpe, Sociedad Bíblica, Editorial Plus Ultra, Sociedad General Española de Librería, Sáenz de Jubera Hermanos, Biblioteca Nueva, Editorial Cenit, Manuel Aguilar, Editorial Atenea, Editorial América, Saturnino Calleja, Editorial Dédalo, Editorial Pueyo, Juan Bergua, Editorial Estudio, José Mª Yagües, Revista de Occidente, Revista de Pedagogía y la Editorial Castro. Para sufragar los gastos de la feria los editores acordaron destinar el 30% de las ventas, aunque la Cámara del Libro adelantó los fondos. Se trataba de exhibir lo mejor de la producción bibliográfica nacional con un descuento del 10% sobre el precio final, sentando así una tradición en el mundo editorial, que espera a lanzar sus nuevas publicaciones en la feria que anualmente se sigue celebrando en el parque del Retiro de Madrid.
Los organizadores convirtieron las ferias en una fiesta republicana de participación ciudadana y exaltación del libro. Seguramente esta experiencia no hubiera madurado sin la política oficial ni el sistema de libertades y democrático de la República. Los políticos y la sociedad civil coincidieron en la promoción del libro y de la lectura. No olvidemos que las ferias fueron un acto cultural y comercial, donde se unía el negocio de las empresas con el elogio y la difusión de lo impreso. En este sentido en la inauguración de la I Feria a la que asistieron el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Fernando de los Ríos, y el alcalde de Madrid, Pedro Rico, el presidente de la Cámara del Libro de Madrid y editor de Biblioteca Nueva, José Ruiz-Castillo, relacionó la política cultural republicana con la aparición de la feria:
El libro no es ya artículo de selección y para pocos. Felizmente, los tiempos le han democratizado, y hoy se yergue ante las multitudes para recoger sus anhelos y derramar sobre ellas los beneficios de orden espiritual que tiene la lectura. (…) esta pública demostración no habría sido posible sin el ambiente de exaltación de los valores culturales que ha creado la República, en cuyos gobernantes hallan el libro y su difusión el apoyo más decidido«, [la cursiva es mía][8].
Giménez Siles explica al alcalde de la capital y al ministro de Instrucción algunas cuestiones delante del stand de Manuel Aguilar en la inauguración de la I Feria de 1933 (foto: AGA, Sección de Cultura: Prensa Gráfica Nacional, Caja, F. 721, nº 24.411)
Precisamente Fernando de los Ríos en el festival del Teatro Español del 24 de abril de 1933 destacó el aumento del gasto público en la expansión y dotación de bibliotecas públicas. Antes de 1931 el Ministerio de Instrucción destinaba a la adquisición de libros unas 440.000 pesetas, y en 1933 el presupuesto destinado a este fin ascendía a 1.690.000 pesetas. A lo que había que sumar las 225.000 pesetas del Ministerio de la Guerra para la creación de la Biblioteca central del Ejército y de otras diez bibliotecas en las principales cabeceras de la organización militar. También visitaron la feria en 1933 el presidente de la República, Alcalá-Zamora, el presidente del Gobierno, Manuel Azaña, y los ministros de Estado, Agricultura y Justicia[9]. Además, los editores para otorgar mayor entidad a la Feria y conseguir la implicación de los responsables políticos en 1934, y 1935 crearon un Comité de Honor, que incluía a los presidentes de gobiernos, a los ministros de Instrucción Pública, Estado, Industria y Comercio, al alcalde de Madrid, al director de la Academia de la Lengua, y a los representantes del cuerpo diplomático de países hispanoamericanos, entre otros. En ambos formó parte el diputado a cortes y ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, por su amistad con Giménez Siles y su apoyo económico en los primeros años a la editorial Cenit[10]. De esta manera los organizadores consiguieron un mayor respaldo institucional y económico.
La participación de distintos organismos oficiales demostró el apoyo decidido de la Administración a la iniciativa particular de las ferias porque contribuían a la expansión del libro, y suponían un complemento a la política bibliotecaria para socializar la lectura. Además, la presencia de ministros y demás altos cargos tenían un importante significado simbólico de comunión con el objetivo de las ferias y de reclamo del público. Igualmente, la compra de títulos por parte de empresas privadas representaba un acto de prestigio social por el carácter cultural de las ferias y el amplio respaldo institucional. Por este motivo otras entidades públicas y privadas contribuyeron de distintas maneras a la celebración y difusión de las ferias como la colaboración desinteresada de la emisora radiofónica Unión Radio en todos los certámenes. En la segunda edición de 1934 la Compañía Madrileña de Tranvías colgó de los troles de los tranvías el gallardete distintivo de la feria. La empresa Publicidad de Billetajes imprimió la propaganda de la feria en trescientos mil billetes de los tranvías de las líneas Goya-Arguelles, Arguelles-Sol y Sol-Goya, a cambio de trescientos volúmenes de cinco pesetas, que los cuatro editores que formaban el Comité organizador facilitaron gratuitamente de sus respectivos almacenes[11].
Al mismo tiempo reservaron casetas a instituciones oficiales y entidades privadas para conseguir una mayor imbricación de las ferias en el entramado cultural del país y de la ciudad de Madrid. Así para segunda feria se invitó a todos los países hispanoamericanos a través de los representantes diplomáticos para que expusiesen sus respectivas producciones bibliográficas. Pero, la falta de tiempo y de coordinación impidió la participación de los mismos, salvo la delegación mexicana. Además, contaron con stand la Junta para la Ampliación de Estudios, la Biblioteca Nacional y el Patronato Nacional de Turismo. En 1935 se volvió a invitar a las repúblicas hispanoamericanas, respondiendo nuevamente de manera favorable tan sólo México, aunque esta vez la remesa de libros del puerto de Veracruz no llegó en plazo. Se hizo también un llamamiento a las editoriales oficiales, pero los ministerios declinaron su participación. Repitieron la Biblioteca Nacional y la Junta de Ampliación de Estudios, y se dedicó una caseta a la obra de Lope de Vega, con motivo del tercer centenario de su muerte, y otras se cedieron a la Asociación de Artistas Ibéricos para que mostraran sus pinturas y dibujos. En la cuarta feria tuvieron representación los Ministerios de Agricultura y de Industria y Comercio, la Academia de Lengua, el Banco Central, aparte de la Biblioteca Nacional y la Junta para la Ampliación. Por tanto, la presencia de centros de publicaciones oficiales en las ferias posteriores hasta la actualidad tiene un claro precedente en las ferias republicanas. Igualmente, la presencia de un país invitado en la feria para que muestre lo mejor de su producción bibliográfica, con especial atención a las traducciones, difundiendo su cultura y su idioma, aparte de dar a conocer a sus autores más representativos a lo largo de la historia, está íntimamente vinculado al origen de las primeras ediciones de la feria, donde la vocación era claramente hispanoamericana.
El propósito de los editores se consiguió con una gran asistencia de
público y un alto porcentaje de ventas, según las cifras de las firmas,
los testimonios de los contemporáneos, los artículos de prensa y las
fotos de la época. No en vano el editor Ruiz-Castillo en la clausura de
la exposición de los proyectos arquitectónicos para la segunda edición,
en diciembre de 1933, esperaba que con los años esta feria se
consolidase y fuese para España e Hispanoamérica equiparable a la Feria
de Leipzig. La enorme repercusión de la I Feria y sus resultados
económicos animaron a las editoriales a repetir la experiencia en los
años sucesivos. De este modo los días de duración se fueron ampliando,
así como el número de participantes incluyendo a editoriales catalanas
como Dalmau Carles y Pla, Salvat, Sopena, Juventud, Muntaner y Simón,
Labor o Gustavo Gili, algunas librerías como la Librería San Martín,
Enrique Prieto, El Hogar y la Moda o Librería Nacional y Extranjera
entre otras, aparte de entidades culturales oficiales. La recaudación
total de las cuatro ferias alcanzó las 793.584,05 pesetas.
Acaba la Semana del Libro. Siete días que han llenado nuestro paseo de Recoletos de algarabía, de altavoces y de colorines…
La eficacia de esta primera Feria del Libro ha sido indudable. Más que como negocio, como propaganda, como iniciación de un camino, como siembra. Merced a esta primera Feria, gente que no conocía libros leerá ahora por primera vez.
[…] La venta ha sido crecida, sobre todo en las instalaciones de libros baratos. He aquí uno de los rasgos principales -acaso el principal- de la fiesta: el éxito extraordinario de las publicaciones populares, asequibles por su precio a toda clase de público. Los volúmenes baratos se han vendido por miles.
[…] Ha habido un gran número de mujeres compradoras. Y no de libros frívolos, de novelas banales de esas que hasta hace poco eran la lectura única de las mujeres. Libros de alta literatura, obras de preocupación y de estudio se han visto frecuentemente en manos de lectoras …
Ha habido también un gran contingente de obreros, de trabajadores de
todas clases. Mediada la tarde, a la hora de la salida de los talleres y
las oficinas, el paseo se llena. Centenares de personas se arraciman ante los libros expuestos, [la cursiva es mía] [12].
El Paseo de Recoletos se transformó en un espacio de sociabilidad, donde convivían distintos colectivos de la ciudad compartiendo su interés por el libro. El paisaje urbano se reconocía por las casetas, los carteles colgados entre los árboles con aforismos de escritores famosos que incitaban a la lectura, y el bullicio del público paseante y comprador. Se distinguían gorras, sombreros, sotanas, uniformes y vestidos ya que acudían gentes de toda condición social y profesional. Los niños y las mujeres se confundían con los profesionales de traje, los obreros de blusón, los militares y los religiosos. La feria puso en contacto a toda la sociedad con el libro ya que las librerías tenían un carácter más restrictivo, reservado a los profesionales, universitarios, intelectuales y a las clases ilustradas. Además, su ubicación en el centro de las ciudades y su carácter más elitista alejaban de su interior a las clases más populares intimidadas por el perfil de su público.
[…] el pueblo no entra a las librerías. Por su aspecto y por su tradición, las librerías tienen algo de recinto sacro, para iniciados solamente. Por eso la República debería invitar al libro a salir a la calle con frecuencia. Debería fomentar en el libro el espíritu golfo. Es una de las pocas cosas que puede hacer la República sin que se enfaden mucho sus enemigos. Ayer, por ejemplo, al inaugurarse la feria del libro, no cerraron sus balcones los palacios de Recoletos y la Castellana. Y bien sabe Dios que ésta era una fiesta bastante más republicana que la parada militar de hace unos días[13].
Asimismo, se realizaron distintos actos culturales como óperas, representaciones teatrales, conciertos y lecturas públicas. De este modo en la III Feria la visita a las casetas y la compra de libros finalizaba con actuaciones de teatro, guiñol y conciertos de la Banda Municipal, de la Banda Republicana y de la Mesa Coral de Madrid. El grupo La Tarumba del pintor y diseñador Miguel Prieto representó con marionetas el Retablillo de Don Cristóbal de Federico García Lorca, Los habladores, entremés de Cervantes, El dragoncillo, entremés de Calderón de la Barca y el Entremés de mancebo que casó con mujer brava de Alejandro Casona, basado en El Conde Lucanor de Don Juan Manuel. El Teatro Escuela de Madrid también interpretó escenas de obras de Lope de Vega como Fuenteovejuna y La corona merecida. Por otro lado, escritores como Ramón J. Sender, Eduardo Zamacois, Magda Donato, María Lejárraga, o Rivas Cherif pronunciaron charlas en los micrófonos de Unión Radio que animaban a la compra y lectura de libros, aludían al panorama literario del momento en relación con la situación política, y elogiaban esta iniciativa de llevar los libros a los ciudadanos a pie de calle. Asimismo, firmaron ejemplares de sus obras a los compradores, ritual que se sigue realizando en las ferias actuales. Se dedicaron días especiales a los niños, a las mujeres y a los obreros para fomentar la compra entre estos colectivos. En 1934 por iniciativa del concejal socialista, Manuel Muiño, se hacía otro descuento extra del 10% a todo comprador que presentase un carnet de sociedad obrera durante la tarde del sábado. En 1935 el domingo 19 de mayo estuvo dedicado al público infantil. El famoso autor Antoniorrobles contó un cuento y dedicó numerosos ejemplares a sus seguidores. La Sociedad General Española de Librería contribuyó a animar el día con la aparición de dos muñecos de pingüinos.. Cabe destacar que en todas las ediciones durante las tardes acudían niños acompañados de sus maestros, que miraban los cuentos y los libros de estampas con gran curiosidad e interés.
El objetivo de Giménez Siles se cumplió ampliamente con una gran asistencia de público y un alto porcentaje de ventas, según las cifras de las firmas, los testimonios de los contemporáneos, los artículos de periódicos y las fotos de la época. La enorme repercusión de la I Feria y sus resultados económicos animaron a las editoriales a repetir la experiencia en los sucesivos años. De hecho, los días de duración se fueron ampliando, así como el número de participantes incluyendo a editoriales catalanas como Dalmau Carles y Pla, Salvat, Sopena, Juventud, Muntaner y Simón, Labor o Gustavo Gili, algunas librerías como la Librería San Martín, Enrique Prieto, El Hogar y la Moda o Librería Nacional y Extranjera entre otras, aparte de entidades culturales oficiales.
Rafael Giménez Siles muestra a una señora las novedades de la caseta de Cenit en la III Feria. AGA, Sección Cultura. Prensa Gráfica Nacional, Caja 124, n. 37654
Respecto a la diversidad de clientes y a la amplia oferta editorial impulsada por la libertad de prensa se vendieron títulos dispares y heterogéneos como obras políticas, cuentos infantiles, libros religiosos, literarios, o de economía. En la I Feria los títulos más vendidos fueron Sonata de estío de Valle-Inclán, Sin novedad en el frente de Remarque, La ilustre fregona de Cervantes, Los que no fuimos a la guerra de Fernández Flórez, La «tournée» de Dios de Jardiel Poncela, El bolchevismo y su obra de Kerenski, y obras de clásicos como Homero, Platón, Shakespeare, Quevedo, o Rousseau, y de autores más modernos como Dostoievski, Oscar Wilde, o H. G. Wells. En la feria de 1934 los libros que tuvieron más éxito fueron las obras de Freud editadas por Biblioteca Nueva, el libro de Pío Baroja, Las noches del Buen Retiro, publicado por Espasa-Calpe, la biografía de Ramón y Cajal, El mundo visto a los ochenta años, y Cuando las Cortes de Cádiz de Pemán. Igualmente tuvieron mucha aceptación los libros de sociología, los textos de economía y los políticos, destacando las colecciones baratas de las editoriales Dédalo y Bergua, especializadas en títulos de teoría socialista. También se vendieron bien los libros religiosos de la Sociedad Bíblica, aunque el libro que batió todos los récords fue el cuento de Elena Fortún, Celia, editado por Aguilar. Existía demanda para todo tipo de obras en relación con las diversas inquietudes del público y con las distintas concepciones sociales que existían del libro. En este sentido unos consideraban el libro como agente de instrucción y aprendizaje, otros como vehículo de progreso, o bien como mero entretenimiento, pero para muchos también era un símbolo de emancipación social. El libro formaba parte del conjunto de la sociedad y había dejado de ser un privilegio o un signo de estatus exclusivo. De hecho, una de las características más destacadas del régimen republicano fue la ruptura de los circuitos de venta y de lectura socialmente restringidos debido a la extensión de las bibliotecas públicas, a las ferias que salieron al encuentro del público lector. La presencia de las masas en la vida política y social despertó en los ciudadanos una inusitada inquietud por los libros y las cuestiones culturales para conocer y ejercer mejor sus nuevos derechos. Esta iniciativa editorial contribuyó a la difusión y expansión del libro entre la sociedad madrileña, facilitando la compra de libros a los lectores. Además, la respuesta del público demostró que existía un ambiente cultural propicio y una demanda social de lectura importante:
La verdad es que nunca en España se vio el libro tan mimado, tan exaltado. En todos los ojos y edades; el viejo, la muchacha y el niño recorrieron despacio las instalaciones, leyeron ávidamente los catálogos, folletos; adquirieron no pocos volúmenes; escucharon atentamente las charlas del libro, esparcidas por los altavoces; leyeron las respetables sentencias colgadas de los árboles, como frutos de aquel otro famoso árbol de la ciencia[15].
Debido a los resultados positivos de las ferias madrileñas y a la precaria situación del comercio del libro en provincias, los editores decidieron extender la feria a toda España mediante dos camiones librería para acercar los libros a todos los públicos, independientemente de sus lugares de residencia, y así ampliar el número de clientes.
Referencias bibliográficas
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SANTONJA, Gonzalo: La República de los libros. El nuevo libro popular de la Segunda República, Barcelona, Anthropos, 1989.
Fuente: Ana Martínez Rus, Edición y compromiso. Rafael Giménez Siles, un agitador cultural, Sevilla, Renacimiento, 2022. Resumen del capítulo: «Arropías de miel en las Ferias del Libro»
Portada: Vista general del público asistente a la I Feria del Libro de 1933 (foto: AGA, Sección de Cultura: Prensa Gráfica Nacional, Caja, F. 721, nº 24.411)
Fuente → conversacionsobrehistoria.info
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