Casaio, igual que el noroeste peninsular, se caracteriza por
tener una orografía compleja. Es difícil conocer y orientarse por sus
frondosos montes. Además, se encuentra el Teixadal, uno de los montes
más altos de toda Galicia, a 1.350 metros sobre el nivel del mar. Bajo
este entorno natural se empezaron a organizar los ciudadanos. Primero,
escapados de la represión del franquismo y, después, organizados contra
el régimen, comenzaron a planificar su caída a través de la lucha armada
desde las montañas. “Esto lo sabemos por las notas que hemos encontrado
o sus armas, de origen checoslovaca o mexicana”, señala Carlos Tejerizo
a elDiario.es, uno de los arqueólogos del proyecto.
La Ciudad de la Selva era también el nombre que le daban al
asentamiento. Fue una de las primeras resistencias antifascistas en
Europa. “Hay que tener en cuenta que la Guerra Civil española fue un
ensayo para la Segunda Guerra Mundial. Esta resistencia se dio en el
transcurso de la lucha contra el nazismo y los de Casaio querían ser la
punta de lanza que acabase con el franquismo en ese contexto”, explica
Tejerizo.
Estas organizaciones se reprodujeron también en Asturias,
Cantabria o Euskadi, gracias a la geología del Macizo Cantábrico, según
los arqueólogos. Se nutrían de militantes o exmilitantes de
organizaciones obreras y de izquierdas, de huidos y de personas
represaliadas para mantener los campamentos y las luchas. Sin embargo,
Carlos Tejerizo es claro en identificar por qué no se recuerda igual a
la resistencia antifranquista que a los partisanos en Italia o a los
maquis en Francia: “perdieron y en la Transición no se ha reconocido a
quienes lucharon por la democracia”.
Un largo proceso de documentación
Si bien el proyecto de investigación surgió gracias a unas
excavaciones en los montes de Casaio financiadas por el CSIC hace cinco
años, el rodaje del documental duró tres. Miguel Riaño asegura que duró
ese tiempo por dificultades económicas, pero también ha tenido aspectos
positivos: “hemos podido grabar en todas las estaciones y entrevistar
varias veces a las mismas personas. Son historias complejas que la gente
nunca había contado y con un proyecto cortoplacista no hubiese salido
igual”.
En total, en Casaio había entre 50 y 60 personas asentadas bajo
los “chozos” construidos con pizarra, un material muy abundante en la
zona. De hecho, es conocida la mina de wolframio
que el franquismo puso al servicio para el armamento de los nazis.
Según cuentan en el documental, la resistencia antifranquista conseguía
financiación económica de los aliados saboteando estas minas o comprando
ellos el Wolframio.
Gran parte de los habitantes del pueblo apoyaban a los
guerrilleros. Aunque había pocas mujeres milicianas, estas tenían un
papel fundamental haciendo de enlace. “En las excavaciones encontramos
medicinas como penicilina, muy difícil de conseguir incluso en ciudades
en aquel momento, lo que demuestra una gran organización por su parte”,
explica el arqueólogo.
Según los investigadores, antes de todo el trabajo de
investigación, estas historias eran “casi mitológicas”. “Es importante
desmitificar la figura de que eran bandoleros”, señala el director
Riaño. Las investigaciones arqueológicas demuestran que había una
organización política detrás de los asentamientos de Casaio. “La
propaganda franquista quiso tipificarlos como bandoleros espontáneos del
monte para evitar reconocer la oposición al régimen, pero la realidad
es que era gente que luchaba por la democracia. Su fin era acabar con el
franquismo”.
“Es importante desmitificar la idea de que quienes estaban en
los asentamientos antifranquistas de los montes eran simples bandoleros”
También había una Federación de guerrillas estatal. Sin embargo,
un problema dentro de la organización era la división ideológica.
Agrupaban a sectores afines al PSOE hasta la CNT. En una de sus
asambleas para evitar estas divisiones internas, los nacionales los
asaltaron gracias a un chivatazo y fusilaron a la mayor parte de
guerrilleros de Casaio. “Los que sobrevivieron sabemos que emigraron a
Francia o a Latinoamérica”, explica Riaño. Para Tejerizo, un problema
para la victoria de la resistencia fue la falta del apoyo internacional:
“no podemos entenderlo fuera del marco de la Segunda Guerra Mundial.
Estaban prácticamente solos y la ayuda fue mínima. Son héroes que
lucharon por la democracia y deberíamos reconocerlos como tal”.
De este modo, aunque se fecha el fin de los maquis en 1965 con
la muerte del gallego José Castro, la resistencia activa de Casaio se
acabó en 1946.
Un pueblo con voluntad de recordar
El pueblo de Casaio ha ayudado también en estas investigaciones.
El sobrino de Francisco Fernández, con su mismo nombre, ha guiado a
Sputnik Labrego por todos los “chozos” donde hubo asentamientos. “Y
seguro que aún hay más”, opina. “Se tiene que saber todo lo que pasó en
esa época. Fueron años muy duros y no es ninguna tontería vivir cinco
años en el monte”. El bando franquista intentó fusilar a su tío con 14
años por estar relacionado con los ideales de la Segunda República.
Consiguió escapar y se unió a la guerrilla, pero con 18 años lo
atraparon y lo asesinaron.
Por el simple hecho de ser familiares del escapado, a la madre
de Francisco Fernández la condenaron a 13 años de cárcel y a su padre a
seis. “Y los torturaban diariamente para que dijesen dónde estaba”,
señala el sobrino. A día de hoy y a sus 53 años, Francisco Fernández,
igual que muchos otros en Casaio, no sabe dónde está enterrado su tío.
El filme se proyectó por primera vez en Casaio a finales de
septiembre de este año. “En Casaio se ha acogido muy bien el
documental”, asegura Fernández. “Hay que hablar de estas cosas. Es
sanador para nosotros y, si no se hace, parece que nunca han pasado y
que no son importantes”. Por su parte, Miguel Riaño cuenta que durante
el proceso de grabación de ‘La Ciudad de la Selva’, murieron familiares
de los guerrilleros. “Y con ellos se van recuerdos a los que nunca
accederemos”.
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