La guerra de las falacias
La guerra de las falacias
Pepe Pettenghi 
 
Somos tan crédulos que seguiríamos ciegamente a quien nos va a despeñar en un abismo. No es una sospecha, está ocurriendo ante nuestros ojos. Ahora mismo, aceptamos sin rechistar un titular de prensa que indica justamente lo contrario de la noticia que encabeza. Estamos aplaudiendo lo que empobrece nuestras vidas, lo que arruina nuestra moral de ciudadanos. 
 
Decía Marx -con perdón- que las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época. Y en esta época toca tragarse el cuento de Caperucita, pero contado por el lobo. Llámese el lobo Bolsonaro, Trump o mismamente Ayuso. 
 
Nos falta sentido crítico para distinguir lo que es verdad de lo que es pura patraña. 
 
Tal vez porque llamar a las cosas por su nombre genera enemigos, quizá porque la verdad está muy devaluada o, en fin, por una mezcla al 50% de vagancia y de burricie. Lo cierto es que el poder, el poder de verdad, te sopla al oido: “No puedo cambiar tu vida, pero sí puedo cambiar tu mente. Y como puedo cambiar tu mente, creerás que has cambiado de vida”. 
 
Entonces, aceptas que si eres un paria es por tu puñetera culpa, por torpe o por vago; que lo público -ya sea sanidad o educación- es de pobres; que lo privado es más eficaz y ¡más barato! Eres capaz de creer que sujetos tóxicos, como Carlos Herrera o Marhuenda, hacen periodismo. Incluso aceptas que es justo que se ayude a la Iglesia católica con subvenciones multimillonarias, mientras que apoyar el cine o la danza es un abuso propio de comunistas. 
 
O dar como cierta una versión interesada y parcialísima de la Guerra Civil, “Todos cometieron atrocidades” o “Ahora quieren ganar la guerra del abuelo”, mientras se ponen de perfil con la exhumación de Queipo y otros golpistas criminales. O admites que la Ley de Memoria habría que negociarla… ¿Desde cuándo se negocia la aplicación de una Ley democrática? 
 
O que oponerse al impuesto a la banca y a las eléctricas es compatible con la protesta ante la subida de la luz. O que, mientras pones el suelo perdido de cáscaras de pipas o tu perro se desahoga en la acera, puedes criticar al servicio municipal de limpieza. 
 
Es una guerra y van ganando las falacias.
 

Fuente → lavozdelsur.es

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