La desmemoria LGTBI y la Transición
La desmemoria LGTBI y la Transición
Jordi Petit / Ximo Cádiz

 

La Generalitat Valenciana ha puesto en marcha L’armari de la memòria, un interesante (y necesario) proyecto que se presenta como un archivo para recuperar la memoria e impulsar la difusión de la historia del colectivo que conformamos las personas lebianas, gais, trans, bisexuales e intersexuales. Esta iniciativa tiene origen en la Ley valenciana 23/2018 de igualdad de las personas LGTBI. Una de las primeras grandes actividades de L’armari ha sido la organización, en colaboración con las universidades públicas valencianas, de las jornadas “Memòries invertides” que reunió a especialistas que han investigado y reflexionado sobre la realidad LGTBI desde distintas perspectivas. Se pueden ver los vídeos de las distintas sesiones en su canal de youtube y hay que felicitar a los promotores por el alto nivel de las ponencias y la variedad de enfoques. La primera se dedicó a repasar el apasionante período de la Transición.

La tarea de los frentes de liberación gay, al final de los 70 e inicio de los 80, fue muy útil. Conseguir que en enero de 1979 salieran de las cárceles homosexuales y transexuales (entonces, para la opinión pública y las leyes, todo era lo mismo), fue un gran avance para la comunidad LGTBI de nuestro país. ¿Cuántas personas fueron excarceladas? La agencia EFE dijo 300 y la COFLHEE (Coordinadora de Frentes de Liberación Homosexual del Estado Español), afirmó que eran 700 (una cifra inventada, pues nadie tenía certeza del número). Aquella victoria de las organizaciones (de espíritu revolucionario) también coincidió con el inicio de su declive. En 1980, cuando se consiguió la legalización de las asociaciones homosexuales, se vaciaron esos frentes mientras se llenaban las pistas de baile de las discos y locales de ambiente gay lésbico. Al mismo tiempo, las mujeres transexuales quedaron a merced de la represión policial, a pesar de encabezar las manifestaciones de aquellos años y haber sido la más visible resistencia bajo el franquismo. En aquellos años fueron incomprendidas por gais y feministas y eso no cambió hasta bien avanzados los 80.

En esa primera jornada de “Memòries invertides” también se habló de la relación del activismo LGTBI con los locales de ambiente gay-lésbico, el ejemplo fue El Forat, en Alacant. La revuelta del bar Stonewall, en Nueva York, en 1969, liderada por Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera (dos mujeres trans), defendía el derecho de reunión por afinidad en respuesta al acoso policial. Aquel primer Gay Liberation Front propugnaba no conformarse con el circuito de esos locales, pero tampoco los rechazaba (como aquí se quiso interpretar). Existía una contradicción evidente: se denostaban aquellos locales (era el capitalismo) y a la vez la militancia LGTBI (también la más radical) se encontraba en esos mismos lugares. En 1969 se inició el camino por la visibilidad. Se rechazó aquello de ser personas discretas y ejemplares, sumisas al sexismo, machismo y heterosexismo. Los trabajos del Informe Kinsey (1947) y la investigación de Evelin Hooker (1957) fueron decisivos para que, finalmente, en 1973 la Asociación Estadounidense de Psiquiatría dejase de considerar a la homosexualidad como enfermedad.

Por otro lado, la irrupción del VIH/SIDA supuso una urgente transformación del movimiento de liberación gay que ya estaba debilitado. La militancia, tarde o temprano, devino en voluntariado de emergencia y cuidados y hubo que inventar servicios para atender las nuevas demandas a medida que la pandemia avanzaba. Hubo muchas víctimas, pánico… mientras las fuerzas conservadoras, con Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Juan Pablo II a la cabeza, predicaban el “castigo divino” y reforzaron el estigma que todavía hoy permanece. Se soportó una doble discriminación, por el VIH-SIDA y por nuestra sexualidad, que hubo que combatir insistiendo en la prevención de las prácticas de riesgo y la solidaridad con las personas afectadas. La crisis del SIDA, las muertes, las parejas que no eran nada (desde el punto legal) en los hospitales, los contratos de alquiler, en las herencias… abrió un una nueva necesidad y así empezamos a luchar por las primeras leyes de parejas, aun sabiendo que no sería suficiente. Se aprobó la primera (ya en 1998) en Catalunya y al día siguiente empezamos a reivindicar el matrimonio igualitario. Así fuimos pasando de unos objetivos más modestos a otros más contundentes. Paso a paso, con mucha pedagogía, fuimos avanzando: la salida de las cárceles, la legalización de las asociaciones LGTB, la reivindicación de derechos, luchar contra el SIDA, el matrimonio igualitario, el cambio registral para las personas trans... Haber exigido desde el primer minuto el matrimonio igualitario (y hubo quien lo hizo) hubiera sido un error estratégico.

Sobre el momento histórico de aquellos años, en el acto que abría este ciclo, se hicieron algunas afirmaciones que, sin ser novedosas, sí nos generan cierta preocupación. Para abordar la historia del movimiento LGTBI es necesario hablar del contexto y eso nos remite a la Transición democrática. Así se dijo y es un detalle imprescindible para cualquier análisis histórico mínimamente riguroso. Y hablando de la Transición, se aprovechó para sacar a pasear el discurso que denuesta el denominado “régimen del 78”. Para empezar, se sentenció que en la historia de la España moderna-liberal se podían identificar tres momentos en los que las clases dominantes podrían haber perdido su poder en favor de las clases populares; a saber, el sexenio liberal y su revuelta cantonal; la revolución social que germinó en la zona republicana durante la Guerra Civil y, finalmente, la Transición (sic). A continuación se afirmó que “la Guerra Civil y la Transición las ganaron los mismos” (sic) así como que la española “no es una transición a la democracia” (sic) y que aquello fue, simplemente, una reforma del régimen franquista hacia una forma política homologable con el entorno europeo del final del siglo XX (sic).

Somos partidarios convencidos de la libertad de expresión, incluso de aquello que no compartimos o detestamos, pero también esperamos un mínimo de rigor (histórico) en espacios que se financian con recursos públicos y que cuentan con el aval de las universidades públicas valencianas. El revisionismo sobre la Transición desde ciertos sectores de la izquierda tiene evidentes problemas históricos, desde la perspectiva académica, y consecuencias políticas en el debate público. Sobre esto también queremos reflexionar.

La Transición no debería ser santificada ni demonizada. Analizarla desde parámetros políticos actuales solo conduce a la distorsión de su estudio. Tuvo contradicciones, perfectamente identificables y, por ello, pensar que la Transición podría haber sido, potencialmente, un momento de cambio revolucionario resulta una afirmación, como mínimo, osada.

Manuel Vázquez Montalbán escribió aquello de que fue el resultado “más que de una correlación de fuerzas, de una correlación de debilidades”. El dictador murió en la cama, pero el franquismo ya estaba en declive (en lo económico, en lo social, en lo político…) y, por otro lado, después de 40 años de represión atroz, la oposición a la dictadura tampoco tenía fuerza suficiente para iniciar una ruptura. Fruto de esas condiciones fueron las cesiones: unas Cortes franquistas que se inmolaron, la legalización del Partido Comunista, pero también aceptar continuidades en muchos ámbitos claves del país (recordemos la asunción del PCE de la bandera y la corona y la certera expresión de Santiago Carrillo sobre que el dilema real del momento no era monarquía o república, sino dictadura o democracia). Convertir aquellas cesiones de la izquierda en una derrota o claudicación supone ignorar la tensa e incierta coyuntura de entonces: el golpismo militar, el riesgo de evolucionar a una “dictablanda” (o no tan blanda), la represión policial, la persecución contra los sindicatos y los movimientos sociales, el poder opresor de la jerarquía católica, los insaciables poderes económicos, el terrorismo (de todo signo)...

La ahora criticada transición llevó a una democracia que, con todas sus limitaciones, es la misma que ha permitido a España crear un sistema de bienestar aceptable, siempre mejorable y siempre en peligro, pero que garantiza el acceso a la sanidad y la educación, que nos ha permitido conquistar (nada se regala) derechos sociales que van desde el aborto al matrimonio igualitario y, sobre todo, que nos permite elegir quien nos gobierna. Otra cosa es que cuando la ciudadanía vota, no siempre respalda aquellas opciones políticas que nos parecen que son las más adecuadas (pero esa es la esencia de la democracia). Tanto es así que, con esta denostada democracia, el mismo Pablo Iglesias ha sido vicepresidente del gobierno y hoy hay ministerios liderados por personas afiliadas al Partido Comunista.

Una parte de la izquierda ha renunciado a defender la Transición, cuando, con todos sus defectos e insuficiencias, forma parte del patrimonio político e histórico de las gentes progresistas y demócratas de nuestro país. Aún peor, con ese abandono, es la derecha quien saca pecho con la Transición cuando la asumieron a rastras y con muchas reticencias. ¿Acaso alguien puede pensar que el resultado de aquel proceso no hubiera sido peor sin la participación de las izquierdas políticas y sindicales del momento?

Volviendo a la memoria LGTBI, nos surge la duda de quién está escribiendo su historia. En la misma jornada sí hubo ejemplos de investigación y análisis con rigor; pero parece que las interpretaciones que se hacen desde los márgenes, poniendo el foco (y dando relieve) a las expresiones minoritarias del asociacionismo LGTBI son más atractivas. Hablar de la Radikal Gai o el colectivo de lesbianas LSD en Madrid o del CGB (Col·lectiu Gai de Barcelona) y, en el caso valenciano, de Gais Lliures o Granota (pequeños grupos que existieron en los 90, cuya trayectoria es respetable y admirable) es más emocionante que fijarse en aquellas entidades que hicieron un esfuerzo para organizarse, articular estrategias, trazar complicidades con partidos, sindicatos e instituciones para ampliar apoyos, siendo pragmáticas (con las contradicciones correspondientes) y, sobre todo, avanzar en las reivindicaciones consiguiendo, poco a poco, logros. Sería el caso del Col·lectiu Lambda y la Coordinadora Gai-Lesbiana de Catalunya y tantas otras asociaciones en toda España. Esto también lo percibimos en la jornada inaugural de “Memòries invertides”.

No estamos planteando que se invisibilice a esas expresiones del movimiento LGTBI, pero sí nos gustaría que se prestara la debida atención a aquellas organizaciones que, sin ese glamour de la radicalidad, contribuyeron de manera decisiva a transformar la sociedad y la vida de miles de personas LGTBI desde aquellos lejanos años 80 ¿Hay algo más radical y revolucionario que eso?

*Jordi Petit, fue secretario general de ILGA (International Lesbian, Gay, Bisexual, Trans and Intersex Association, coordinador del Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FAGC) i cofundador de la Coordinadora Gai-Lesbiana de Catalunya.

*Ximo Cádiz, fue coordinador del Col·lectiu Lambda y secretario de organización de la FELGTB (Federación estatal de lesbianes, gais, transexuales y bisexuales)


Fuente → eldiario.es

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