Ángel Esparza, la primera víctima del franquismo sin Franco
Ángel Esparza, la primera víctima del franquismo sin Franco
Angelo Nero

Se abría un escenario incierto para aquellos que habían sostenido su dictadura brutal, empezando por el ejército y la policía, que habían llevado el peso de la represión política y social, a pesar de que el general había prometido que quedaba todo “atado y bien atado”.

Ángel Esparza Basterra era un joven de 28 años, nacido en Dima, en la provincia vasca de Bizkaia, que trabajaba en una naviera que unía la península con las islas Canarias. Acostumbrado a viajar por Europa en autostop, en la mañana del 25 de noviembre de 1975 viajaba de Madrid a Bilbao, utilizando el mismo método, aunque el conductor que lo había recogido no iba hasta su destino final, y lo dejó en el cruce de la carretera de Legutio, su localidad natal, por lo que continuó un trecho a pie, compartiendo parte del camino con Diego Gabarri Moreno, un madrileño de 21 años.

Franco, el dictador que había dejado las cunetas de todo el estado plagadas de fosas comunes, y que había sometido al país bajo un régimen totalitario y cruel, había muerto solo cinco días antes. Se abría un escenario incierto para aquellos que habían sostenido su dictadura brutal, empezando por el ejército y la policía, que habían llevado el peso de la represión política y social, a pesar de que el general había prometido que quedaba todo “atado y bien atado”. Su sucesor, el príncipe Juan Carlos de Borbón, había jurado el 22 de julio de 1969, casi 33 años después del golpe de estado que dio inicio a la guerra civil, los principios del Movimiento Nacional, ante las Cortes franquistas.

El día anterior a aquel 25 de noviembre, mientras Franco era enterrado en en la basílica del Valle de los Caídos, un comando de la organización armada ETA, había atentado contra el alcalde franquista de Oiartzun, Antonio Echeverría, y las fuerzas de orden público estaban en estado de alarma.

Ángel Esparza y Diego Gabarri fueron interceptados por la Guardia Civil, según la versión oficial “cuando intentaban robar un coche”, y al dar la voz de ¡Alto!, echaron a correr, haciendo uso los agentes de sus armas reglamentarias. Se especuló con que pudieron ser confundidos con los miembros del comando que había actuado el día anterior. Sea como fuere, Ángel recibió un tiro por la espalda, y se desplomó sin vida, mientras Diego era detenido.

Los medios de comunicación se hicieron pronto eco de la versión oficial: “Un delincuente muerto a tiros por la Guardia Civil”, tituló La Gaceta del Norte. “Un quinqui muerto por disparos de la Guardia Civil”, dijo el ABC, que señaló que Ángel había cumplido condena por robo, “Muerto por desobedecer la voz de alto”, se podía leer también en el diario madrileño, porque en aquel país en blanco y negro, si te decían alto te tenías que parar, o te paraban a tiros. Con Diego hicieron hincapié en su condición de gitano. No se podía ser más ruin en las redacciones de los periódicos del régimen.

Al día siguiente del asesinato de Ángel, las autoridades le comunicaron a su familia que había tenido un accidente y que se encontraba grave en el Hospital Santiago Apóstol de Vitoria. Su madre, de 47 años “entró en un estado depresivo del que no pudo sobreponerse. Su hermana murió poco después”.

En solo dos semanas, serían asesinadas tres personas más en Euskal Herria por los militares o por la policía: Koldo López de Guereñu, de 18 años, en Beasain, en un control de la Guardia Civil; dos días después en Araka, José Ramón Rekarte, mientras hacía la mili, por disparos de un centinela; y el 9 de diciembre, un Guardia Civil de paisano, mata a Kepa Tolosa, de 25 años, también en Beasain, hiriendo a su novia, Rosa Armendáriz, de 19.

En 2017, la familia de Ángel Esparza solicitó a la administración vasca que “su nombre quede limpio y se reconozca que fue víctima de abusos policiales. Que su imagen no quede ligada a lo que apareció en la prensa de la época, porque no fue un delincuente.”


Fuente → nuevarevolucion.es

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