«A la altura de 1925, Primo de Rivera era más autoritario y represivo que el fascismo italiano»
«A la altura de 1925, Primo de Rivera era más autoritario y represivo que el fascismo italiano» / Pablo Batalla Cueto

Alejandro Quiroga es el autor de 'Miguel Primo de Rivera: dictadura, populismo y nación' (Editorial Crítica, 2022).

Llenar un cierto vacío historiográfico es el objetivo de Miguel Primo de Rivera: dictadura, populismo y nación, una biografía del otro dictador español del siglo XX, cuyo período, desatendido en favor del mucho más trabajado resto de la centuria, apenas ha arrojado monografías sólidas hasta la fecha. Alejandro Quiroga, su autor, se propone desmitificar al jerezano: «Frente a las interpretaciones tradicionales que lo definen como un hombre campechano, sin una ideología clara e impulsor de una dictadura paternalista muy alejada del fascismo italiano, esta obra nos describe a un político astuto, ambicioso y con muy pocos escrúpulos, que impulsó un régimen nacionalista, autoritario y profundamente represivo», reza su sinopsis.

En cierto sentido, la dictadura de Primo de Rivera tiene más que decirle a nuestro tiempo que la de Franco. La suya fue una ultraderecha en la que reconocemos mejor a las actuales, ¿no le parece?

En cierto modo, sí. Hay líneas de continuidad a nivel discursivo: la idea de las élites liberales que no dejan desarrollarse al verdadero pueblo, a la verdadera nación; la de Primo de que él hacía antipolítica… 

La Unión Patriótica, su partido, era descrito como un partido apolítico.

Sí. Otros aspectos de acción política también nos pueden recordar a tiempos no tan pasados. Pienso, por ejemplo, en cómo Primo, cuando va de viaje, habla con la gente, la gente le pide cosas y él dice a sus asesores que se cumpla lo que le han pedido; que, si a alguien se le ha caído la casa por una riada, le hagan una casa nueva, por ejemplo. Me recuerda a cuando José Bono iba por los pueblos de Castilla-La Mancha con una caja de relojes, ofreciéndoselos a los lugareños como si fueran el suyo. De todas maneras, no hay que perder de vista los años veinte del siglo pasado son un mundo muy distinto al actual.

La dictadura de Primo coexiste con el fascismo, que fascina al dictador, aunque su dictadura no llegará a ser fascista.

Hay que tener en cuenta que, cuando Primo llega al poder, todavía no hay una dictadura en Italia. Mussolini está en el poder, pero en un gobierno de coalición. Dictador como tal, no lo será hasta 1925 o 1926. En ese sentido, una cosa que cuenta el libro es que, a la altura del año veinticinco, la dictadura española es mucho más autoritaria, represiva y centralista que la italiana. Primo tenía un poder prácticamente absoluto y acaudillaba una sociedad militarizada, algo de lo que Mussolini todavía estaba lejos.

Dicho esto, es verdad que él admiraba a Mussolini, como lo admiraban casi todos los líderes contrarrevolucionarios europeos, pero también decía que en España había ya ejemplos locales de caudillos como el de Primo o estaba el Somatén catalán, que podía ser inspiración de sus propias milicias sin necesidad de copiar de un modo mimético las fascistas. Mussolini también tenía buena imagen de Primo. Hasta el final, van a estar intercambiando opiniones. Primo le manda la Constitución non nata del veintinueve para ver qué le parecía.

Su libro disiente de la tradición historiográfica y popular que recuerda a Primo como el jefe benigno de una dictablanda sin fusilamientos, que quería ser breve y que contó con el apoyo de todo el mundo. Muestra al Primo represor, profundamente corrupto y que aspiraba a perpetuarse en el poder. 

Él, al principio, decía aquello de los noventa días; de que el trabajo que se proponía hacer era cuestión de tres meses, que era, además, lo que podía mantenerse cerrado el Parlamento. Pero los cambios que empieza a introducir ya en esos primeros días nos da una sensación de que lo que tenía en la cabeza era otra cosa: crea los delegados gubernativos, cambia a todos los gobernadores civiles por militares, empieza a organizar la Unión Patriótica…

Primo era un político en uniforme que decía unas cosas y hacía otras. Cuestiono también, sí, la imagen del benevolente y esa caricatura que no solo crean los propios primorriveristas o los franquistas, sino también la oposición a la dictadura y los republicanos en el exilio: el Primo juerguista, mujeriego, jugador, borrachín… En muchas ocasiones, no se quería ver más allá. Y lo que hay más allá es efectivamente un régimen muy represivo. No especialmente sanguinario, eso también es cierto; y no en comparación con el franquismo, desde luego. Pero es que la comparación hay que hacerla, no con el franquismo, sino con los regímenes contrarrevolucionarios de los años treinta.

En este marco, hablamos de una dictadura que sí destaca por sus centenares de detenciones de disidentes políticos, a los que en muchos casos se mantenía meses sin juicio en la cárcel; por sus decenas de desterrados, que era una cosa que se hacía mucho en la Italia fascista; por el aumento de las ejecuciones, que pasan de menos de diez en la última Restauración a decenas durante la dictadura… El colectivo que más sufre son los anarquistas, que padecen torturas generalizadas en comisaría. Y al final de la dictadura, con la insurrección de Ciudad Real y la intentona de Sánchez Guerra, se dan actitudes semitotalitarias: el partido permite a la milicia, el Somatén, hacer detenciones, registros de casas privadas, entrar en cualquier tipo de reunión política y disolverla, hacer arrestos, ir armados… A esta dictadura hay que tomársela en serio.

Primo es militar y viene de la aristocracia jerezana, pero también es un hombre interesado en el regeneracionismo y en el periodismo; sabe ver el interés de realzar a la UGT y el PSOE a cambio de reprimir a los anarquistas… La suya es una ultraderecha que no se presenta como la España rancia pura y dura, sino que demuestra tener intuiciones muy modernas.

Primo es profundamente inteligente, de una inteligencia que no pasa por leer muchos libros, sino por tener un olfato tremendo. Es una persona que sabe leer el momento histórico en el que vive, que es esa Europa posterior a la primera guerra mundial, en casi cada ocasión. Mucho antes del golpe tiene ya escritos como uno de 1913 en el que dice que hay que copiar el modelo populista de Alejandro Lerroux haciendo una versión de derechas, u otro de 1916 en el que habla de utilizar el cine en barrios obreros para emitir propaganda de corte nacionalista español y homogeneizar a la población. Entiende la potencia de la propaganda constante como hoy la entienden un Salvini o un Trump. Es profundamente moderno dentro de la modernidad de la contrarrevolución. Y sabe convencer a grupos muy dispares para que le apoyen diciendo a cada cual lo que quiere oír. En el año veintitrés, va a tener el apoyo de prácticamente todo el alto empresariado, pero también de clases medias y de sectores de clases media-baja.

Primo emprende también una ambiciosa construcción nacional, muy clarividente al respecto de lo que mucho tiempo más tarde se denominaría nacionalismo banal, la importancia de lo grande tanto como de lo pequeño. Banderas y desfiles, pero también imprimir pinturas históricas nacionalistas en envoltorios de polvorón. De esta cuestión, usted ya se ocupó en Haciendo españoles: la nacionalización de las masas en la dictadura de Primo de Rivera.

Entiende que hay que utilizar la maquinaria del Estado de un modo muy completo; que se puede llenar el día a día de los españoles de nación, sí. El objetivo último es una operación un poco gatopardiana: cambiar el establishment político para que se mantenga el establishment socioeconómico. Y eso pasa por la integración de las clases populares en ideales de corte católico, monárquico y autoritario. Otra cosa es que le salga justo lo contrario, como pasa muchas veces a las ingenierías sociales: muchos ciudadanos acabarán optando por identidades españolistas, pero de corte republicano, democrático y laico.


Fuente → lamarea.com 

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