Unión, trabajo y recuerdo: la actitud ante negacionistas y detractores de la memoria democrática

Unión, trabajo y recuerdo: la actitud ante negacionistas y detractores de la memoria democrática / Isabel Ginés y Carlos Gonga

Tras décadas de dictadura y otras tantas de democracia, que no destaca precisamente por su plenitud, convivimos con vestigios humanos de ese odio hostigador hacia quienes luchan por la democracia y la libertad

De la memoria histórica todavía hay mucho por investigar, mucho que no sabemos y que debemos conocer. Hay mucha gente investigando, muchos estudios, libros y publicaciones muy potentes, numerosos documentales y algunas series pero debemos seguir investigando y dando a conocer todo lo que se ha pretendido que pasáramos por alto durante tanto tiempo.

Tiene sentido: para los verdugos y para sus cómplices, que toda esta información sobre sus crímenes ideológicos, asesinatos y tropelías varias circulara por toda España suponía un claro inconveniente, una potencial amenaza para el régimen fascista que el genocida había implantado a la fuerza. Podemos deducir de la represión franquista, de hecho, que el pensamiento crítico es el primer enemigo del fascismo. No obstante, tras décadas de dictadura y otras tantas de democracia, que no destaca precisamente por su plenitud, convivimos con vestigios humanos de ese odio hostigador hacia quienes luchan por la democracia y la libertad, hacia quienes perdieron su vida por defenderlas o hacia quienes tienen el honor de ser familiares de estas personas.

Quienes dicen que “todo esto es pasado” suele ser gente en cuya familia se disfrutó de ventajas durante el franquismo. De igual manera que la inmensa mayoría de las familias represaliadas por el franquismo han ido transmitiendo de generación en generación la defensa de valores democráticos como la justicia social o la igualdad, las beneficiarias del régimen fascista de Franco han transmitido a sus sucesores no solo sus privilegios sino también esos mantras que repiten hasta la saciedad. La peculiaridad es que con estos mantras no invocan estas personas a ninguna divinidad sino únicamente su necedad.

Es duro asumir que en tu propia familia se apoyó, si no se colaboró, con criminales y asesinos que no solo pasaron impunes ante la justicia sino que, además, fueron muchas veces condecorados por el Estado. Es duro si sabes lo que es la ética, claro. Más duro aún es reconocerlo y desprenderse de esa herencia. También hay quienes se conforman con abrazar un discurso de odio que no entienden realmente, por supuesto, quienes prefieren vivir en la inopia repitiendo lo que escuchan decir a su familia o a sus afines ideológicos sin corroborar dicha información, sin plantearse siquiera la posibilidad de que esta no sea cierta. En cualquier caso, quien ha vivido en sus carnes el sufrimiento de perder a un familiar por el odio ideológico no suele negar el derecho de otras personas a divulgar, a conocer la verdad, a reclamar justicia o a ser reparadas.

Es necesario seguir profundizando en los temas que más se conocen tras haberse trabajado mucho, como son los esclavos del franquismo, o los españoles y las españolas que perecieron o sobrevivieron en los campos de la muerte; o los niños robados, muchos y muchas de los cuales continuan buscando a sus padres, a sus madres, a sus hermanos o hermanas. Hay que conocer quiénes eran los colaboracionistas de Franco para identificar las calles que todavía ostentan sus nombres, saber qué delitos cometieron estos criminales y cambiar el nombre a esas vías, que no son dignas de una democracia plena, así como los vestigios franquistas y las cruces de los Caídos, que exaltaban a los sublevados y servían a su vez de represión a familias de demócratas asesinadas o asesinados al negarles su lugar en ellas. En algunas comunidades se están llevando a cabo políticas que buscan un territorio libre de símbolos de opresión y de sepulturas de represión, en otras falta voluntad y sobran las excusas.

Hay que conocer a las y los intelectuales que marcharon al exilio, a la gente que fue torturada o fusilada. Sin ánimo de notoriedad: podemos aprender muchos valores de estas personas, cada vez más necesarios. Hay que excavar todas las fosas comunes y exhumar a las víctimas para que podamos decir un día que España es un país libre de fosas.

Son muchos los temas populares pero debemos tener también en cuenta que hay muchos casos de los que se tiene un conocimiento menor, por lo que hay que ahondar en ellos. Los 500 niños españoles cuyos padres enviaron al puerto de Veracruz (México) porque la guerra estaba siendo muy cruenta en España, en el 37, son un ejemplo de ello. Sus progenitores sabían que, al congraciarse con la República, no podrían salir de esta y tomaron la determinación de poner a salvo a sus hijos e hijas, de quienes se encargó la beneficencia mexicana. No hay demasiados testimonios de esta gente y deberían ser conocidos, es importante que en la España actual se sepa cómo centenares de padres y madres, con toda su pena y su dolor, embarcaron a sus hijos e hijas rumbo a México para intentar que tuvieran una vida mejor porque sabían que en la España de entonces el fascismo les había arrebatado la libertad y, con ella, su futuro.

No son menos el agricultor, el herrero, el canastero o el fontanero, que, con todo su pesar, dejaron a sus hijas e hijos y a su mujer porque se tuvieron que exiliar y, tras conseguir salir del país, montarse una nueva vida desde cero y pensar cómo podían traerse consigo a su familia. Muchos de ellos supieron que, en el transcurso de tratar de reunirse de nuevo, los sublevados habían violado, torturado a su mujer o que incluso la habían asesinado; que sus hijas o hijos estaban solos o habían acabado en la beneficencia, con la impotencia que ello supone.

Muchas mujeres se marcharon con sus hijos sabiendo que su marido había sido torturado y asesinado, que no podían hacer más por él. Mujeres embarazadas se iban para construir una vida desde cero e ir llevando poco a poco con ellas a hijas o hijos y al marido. No solo se fueron de España intelectuales y profesionales de la política cuya labor fue admirable: mucha gente común huyó a Cuba, a México, a Argentina o a Venezuela para intentar salvar a su familia y para salvarse ella misma; sabía que en la España del genocida no tenía cabida y que probablemente acabaría siendo asesinada.

La memoria histórica y democrática necesita, primordialmente, que se siga luchando por ella. Se necesita seguir abriendo fosas para que la gente recupere a sus seres amados. Hay que seguir retirando vestigios franquistas de la vía pública, incluidas las cruces de los Caídos, por mucho que algunas autoridades se excusen con que ya se les quitaron las inscripciones que hacían referencia a los muertos afines a la ideología fascista y con que ya no tienen su significado original: son monumentos que creó el franquismo e implantó en lugares destacados para exaltar a sus muertos, se han seguido utilizando pese a su supuesta resignificación como punto de reunión de concentraciones de extrema derecha; por tanto, aunque la teoría denote que “ya no son franquistas” la práctica demuestra que lo siguen siendo.

Hay que hablar también de todo lo que robó Franco. Se debería llevar a cabo un listado de todos los hurtos perpetrados en su nombre y se debería dar a conocer este listado. El madrileño Museo del Prado reconoció hace poco que tiene 62 obras que fueron incautadas a sus dueñas y dueños durante la Guerra Civil y el franquismo, es tan solo uno de los miles de casos. La apropiación del pazo señorial de Meirás (en Sada, A Coruña), cuya construcción fue ordenada por Emilia Pardo Bazán, junto con todas las pertenencias de la familia de esta escritora, que se encontraban en el interior y que los Franco les impidieron recuperar, es otro de los casos. Franco se fue enriqueciendo progresiva y rápidamente.

Son muchas las personas que se beneficiaron durante el franquismo, como también lo son las empresas que colaboraron con él y que ahora ostentan riqueza gracias a lo que hicieron durante la dictadura franquista. También deberíamos disponer de un listado de estas y saber quiénes son, qué empresas ya cerradas y qué empresas vigentes a día de hoy colaboraron con el régimen de un genocida para lucrarse, anteponiendo su beneficio económico a los derechos humanos, y cuáles de ellas han mostrado su arrepentimiento públicamente y cuáles hacen caso omiso a su responsabilidad moral con la sociedad.

La sociedad española actual tiene el derecho a saber qué personas, familias y empresas colaboraron con el fascismo, amasando gracias a esto su fortuna desde entonces y son ricas actualmente. España entera tiene derecho a conocer, en favor de la verdad y de la justicia, qué vecinas y vecinos señalaron a sus paisanas y paisanos ante las autoridades y les acusaron de falsedades porque envidiaban sus tierras, haciéndose así dueñas o dueños de las mismas. Todas y todos debemos saber que falangistas violaron a niñas de 9 a 14 años, como Maravillas Lamberto, asesinada después junto a su padre, porque seguramente hubo muchas Maravillas.

Con tanto que dicen los repitemantras sobre que “los rojos quemaron y saquearon las iglesias”, deberíamos saber, ellas y ellos también, que en bastantes pueblos los moros de Franco, miles de marroquíes reclutados por este para que le ayudaran a vencer la guerra que provocó su golpe de Estado contra un Gobierno legítimo, literalmente se cagaban en las iglesias, en el interior y en las puertas de entrada, las incendiaban y utilizaban toda su infraestructura para lo que les viniera en gana. Franco fue muy permisivo con ellos en este sentido, ya que venían para defender su dictadura. Si tan religiosas y cristianas fueran quienes cargan sistemáticamente contra “los rojos” al grito del expolio del arte eclesiástico y de la quema de iglesias se preocuparían por conocer todo lo que perjudicara a estos templos de culto. Mucho hablar de que “los rojos saqueaban iglesias” pero poco mencionar que los moros las usaban para cagarse a gusto en ellas.

Quien dice que investigar y divulgar sobre la memoria histórica es “anclarse en el pasado” es porque no ha sufrido el franquismo, porque no le han arrebatado a un ser querido o porque no ha visto sufrir a sus mayores. La memoria histórica es un terreno que se tiene que seguir inspeccionando, le pese a quien le pese. Quien defiende la democracia, quien es realmente demócrata, quien quiere un país justo y libre, quien quiere justicia social para todas y todos jamás se refiere a la memoria histórica como “el pasado” o “batallitas del abuelo”. Quienes no lo son se han llenado siempre la boca con lo mismo: Paracuellos; no tienen otra cosa; pero como Paracuellos ya es tan manido y se les han desmontado miles de veces sus bulos al respecto han tenido que pivotar.

Ahora se hacen negacionistas de la matanza de Badajoz, negacionistas de la simbología franquista de las cruces… Lo que pillan, cualquier tema les sirve para tergiversarlo y crear confusión en quienes lo desconocen, para crear discrepancia con quienes no están hablando de él para que acaben haciéndolo. Quienes niegan los crímenes del franquismo son tan indigentes mentales como quienes niegan el holocausto, gente tan mezquina que hasta escribe y publica libros repletos de falsedades. Quien niega el genocidio de la represión franquista, los asesinatos, las torturas o las violaciones es indigente mental, una persona sin ética, sin valores y que demuestra que su única función en la sociedad es estorbar.

La gente fascista puede intentar negar cualquier hecho, tergiversar cualquier crimen cometido por sus afines ideológicos para ganar adeptos al fascismo. Ya lo dijo uno de sus maestros, Goebbels, jefe de campaña de Hitler: “Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Pero no les hagamos tan inteligentes: hay quienes han sido víctimas de los bulos de las primeras y que se han convertido, sin darse cuenta, en meras cotorras que repiten su discurso sin corroborar su veracidad ni recapacitar. En cualquier caso, es gente indigna que hace caso omiso a las pruebas que se les ponen delante. No pueden borrar los testimonios de las víctimas del franquismo ni las fosas comunes que se están desenterrando. No pueden obviar los restos de personas asesinadas por el fascismo que estas contienen porque están siendo exhumadas y algunas de ellas, incluso, identificadas. No pueden borrar los hechos, los crímenes que cometieron fascistas a quienes defienden, por más empeño que le pongan. Van de negacionistas de hechos históricos y de lo único que son realmente negacionistas es de su inteligencia.

En cualquier cabeza mínimamente amueblada cabe la idea de que la historia sirve para aprender, no para ser negada. Llamar indigentes mentales a estos negacionistas no implica faltarles al respeto, es definir su escasa inteligencia y su tóxica actitud con respecto a la sociedad. Faltar al respeto es negar a una mujer que haya sido violada, es negar a un hombre que haya sido torturado o a una persona que fuese arrebatada de su madre y de su padre poco después de nacer y entregada a otra familia como bebé robado.

Este país tiene una deuda con todas las personas fusiladas por el franquismo, con todas aquellas que fueron apresadas, torturadas; con todas las exiliadas, con los bebés robados, con las violadas, con las robadas, con las masacradas, con aquellas cuyos bienes les fueron expropiados y con las riquezas ilícitas de cómplices de todos estos crímenes. Este país tiene y mantiene una deuda con todas las personas que fueron juzgadas por el franquismo en tribunales militares siendo civiles y acusadas de participar en crímenes que no cometieron. Este país tiene una deuda con toda esa gente que no tenía cabida en la España del dictador. Quienes defienden ese régimen dictatorial, como los parataxis de calles peatonales, no tienen valores, no son demócratas y únicamente pretenden someter a la población. En España cabemos todas y todos los demócratas pero no las personas inhumanas que solo defienden la intolerancia, esa gente sobra en esta España.

España tiene una herida que no se cierra porque la Transición fue sangrientamente, porque aquí se torturó y se asesinó durante la Transición y porque en la España actual todavía se interponen trabas cuando una hija o un sobrino ejercen su derecho de recuperar a su madre o a su tío. Aquí hay indigentes mentales que luchan para que no retiren una cruz, una cruz que exalta el franquismo y que se creó para crear división entre la población, para glorificar religiosa y únicamente a una parte de ella y negarle ese mismo reconocimiento a muchas otras familias, siendo algunas de ellas también religiosas, entonces y ahora. El negacionismo y el revisionismo solo buscan crear división.

Es eso por lo que en la memoria histórica debemos permanecer unidas y unidos: hacer marchas a pie en calidad de homenaje a gente represaliada, jornadas memorialistas o actos varios siempre mano a mano. La derecha española no va a sumar fuerzas para condenar los crímenes de lesa humanidad que afectan a cientos de miles de familias españolas, lo tenemos claro; hemos visto ya en demasiadas ocasiones no solo cómo no respeta a las familias que fueron víctimas del fascismo franquista sino también cómo les fustiga; pero la izquierda debe asumir la responsabilidad de permanecer unida: asociaciones, sindicatos y partidos políticos.

España tiene una deuda con todas esas luchadoras y todos esos luchadores por la libertad. Muchas personas murieron lejos de su patria, de su gente; muchas fueron violadas o torturadas, muchas fueron asesinadas. Tenemos con todas ellas una deuda de consideración y de reconocimiento, tenemos con sus familias una deuda de reparación y toda aquella persona que niegue nuestro pasado no merece miramiento alguno al ser confrontada. La izquierda debe estar unida en todas las acciones por la memoria —una marcha, un coloquio, cualquier evento sólidamente organizado— para que la sociedad sepa que la izquierda española, a diferencia de su oposición, sí dignifica a esta gente, a quienes ya no están porque se les mató en cárceles y en paredones por defender un país libre y a quienes mantienen firmes su recuerdo y sus valores. Pueden llamarnos “rojos”, “republicanos”, “charos”, pueden seguir diciéndonos que nos van a meter en fosas o cualquier otro vano arrebato de creatividad pero seguiremos con el puño en alto defendiendo a nuestros muertos, defendiendo el legado de nuestra gente represaliada y diciendo con determinación que un genocida exterminó y atemorizó a la población española en un genocidio fascista que se cobró la vida de cientos de miles de personas que buscaban la libertad.

Es hora de que España asuma que no se pueden negar hechos históricos, como lo hacen sus vecinos cercanos Francia, Alemania, Suiza o Bélgica con el holocausto, considerando su negación un delito punible. Mucha gente seguiremos aquí luchando por y para la memoria histórica y democrática, porque todas esas personas que sufrieron o fueron asesinadas por defender la libertad merecen que sus descendientes y el resto del país viva en un país democrático. Nosotros hemos tomado su legado, lucharemos por un país democrático. Tengamos siempre presente que no habrá una democracia plena sin recuerdo, sin trabajo y sin unión. Busquemos entonces, unidas y unidos, defender la memoria, la justicia y la reparación.


Fuente → nuevarevolucion.es

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