Maitena Monroy
"Salvar al rey" es un documental sobre la corrupción del rey emérito,
pero también es un salvar al rey desde el punto de vista de género. De
antemano, siento el spoiler, pero aun así espero que todo el mundo vea
un documental que da asco por la enorme corruptela que disecciona y por
la misoginia que plasma. Una fratria de hombres, de recursos públicos al
servicio del rey. Un harem, en palabras de Corinna Larsen, para el rey.
No es que Juan Carlos creyese en el poliamor, sino que su modus
operandi era el del clásico macho con poder hasta el infinito y más
allá. Hay un momento en el documental en el que una mujer confiesa que
no se le podía decir que no, a Juan Carlos, porque, claro, ni a un rey
ni a un macho recio se les puede decir que no. Todos los comportamientos
de Juan Carlos son excusados por su infancia, su tradición o
directamente se le victimiza al presentarlo como un adolescente que
responde a sus instintos más primarios o al justificar, ya adulto, su
ansia de amasar dinero por las «penurias» económicas pasadas. Ya sabemos
que la experiencia de pobreza de los ricos es insultante para la
población en general, pero como todo es relativo en esta vida, la
infancia del rey nos tiene que dar pena porque así resulta más fácil
empatizar con una figura bien apegada al viejo régimen. La lectura que
realizan las personas que intervienen en este documental sobre las
«mujeres del rey» las coloca, en general, en el papel de aprovechadas o,
incluso, como las responsables de hundir al rey, alejándole,
nuevamente, de toda responsabilidad. Sofía aparece como la esposa
sufriente, pero, a la par, como una mujer con maléficas intenciones al
quedarse en el puesto para que su hijo llegue a reinar y, así, según
dicen, poder manipularle más fácilmente que al rey. Pero lo que no
sabemos es si manipularle para beneficio propio como ha hecho el rey con
todos sus «amigos», para el mantenimiento de la institución o para qué.
No lo sabemos, pero lo cierto es que cuando dejas caer estereotipos
sexistas, el campo ya está abonado, así que resulta fácil llegar a la
audiencia y que se siembre un imaginario de sospecha sobre la bruja del
castillo. Cuando lo único que hace Sofía es aquello para lo que la
educaron, que no es otra cosa que salvar la institución que representa
incluso por encima de sí misma, de sus deseos personales. La reina
emérita debería ser ella atendiendo a la lógica institucional de
abnegación que ha representado, ya que el emérito es un hombre
arrastrado por sus instintos y Felipe fácilmente manipulable por su
madre. Pobres hombres de bien, ¡si en el fondo son unos chicos grandes!
Siendo así, digo yo que no parecen muy preparados para sus puestos
públicos y, digo yo, qué necesidad tenemos de monarquía. La institución
monárquica, sea quien sea quien lleve la corona es lo más apegado al
viejo régimen, entendiendo este viejo régimen no solo como sinónimo del
franquismo, sino como sinónimo de colonial, esclavista, racista,
clasista, sexista, sea una reina o un rey quien ostente semejante
disparate. Servir al rey sin acritud, sin cuestionamiento, es lo que
plantea un viejo amigo del emérito. Ciega obediencia a quien se le
supone dueño y señor de tierra, recursos y demás bicho viviente.
El
día anterior al estreno del documental, moría Isabel II. Más allá de
sentir la muerte de cualquier ser humano, lo que ha ocurrido a
continuación ha sido un despropósito de juego de despiste y de lavado de
cara para salvar la continuidad de la institución monárquica inglesa.
No sé el dineral, ni la huella de carbono que habrá supuesto este
entierro. Su retransmisión ha sido como si fuera el fin de una era
cuando, como señalaba, en realidad se pretendía lo contrario: apuntalar
una institución que no responde al principio democrático de igualdad por
ninguno de sus poros. A nivel de marketing lo han clavado, han
dulcificado y romantizado la institución, para variar. Porque si bien ha
habido críticas al nuevo rey, estas han sido sobre sus aspavientos y
formas despectivas y, no acerca de la imperiosa necesidad del fin de su
abundancia, del fin de la vida por encima de cualquier bicho viviente.
Hay una reiterada tendencia a salvar a la persona, a que intentemos
empatizar con el sufrimiento de los ricos devolviéndoles al terreno de
lo humano, cosa curiosa porque mientras pudieron, vivieron fuera de toda
humanidad. Igual que cuando Rajoy nos dijo que habíamos vivido por
encima de nuestras posibilidades, ahora, Macron, más listo, nos dice que
es el fin de la abundancia, pero esto no tiene que ver con que se hayan
acercado ambos líderes a la propuesta política para luchar contra el
cambio climático. Asumen el eslogan y luego viven en sus
contradicciones, en sus derroches de jet privados tranquilamente. Entre
tanto, el funeral de Isabel II convocaba a líderes mundiales en un gasto
que no creo que nos lleguen a descifrar nunca. En la gestión pública,
uno de sus principios es el uso adecuado de los recursos, esto es, saber
que cuando un recurso se utiliza para cubrir una necesidad, implica que
se dejan de atender otras necesidades. En una charla reciente, Yayo
Herrero, subrayaba que en la propuesta de decrecimiento hay que combinar
las necesidades humanas y la obligación de atender esas necesidades. En
el siglo XIX, el efímero presidente republicano Salmerón denunciaba que
mantener la monarquía costaba más que mantener los centros educativos
de todo el país. Así que, volviendo al planteamiento del decrecimiento,
el riesgo reside en que la obligación se eche a las espaldas de las de
siempre y las necesidades a atender solo sean las de una parte de la
población. En lo personal, con respecto al decrecimiento, el margen para
actuar es amplio, pero en lo colectivo podríamos continuar exigiendo el
fin de la monarquía y el fin de su abundancia. Digo continuar y no,
como fin del camino, porque la república islámica iraní, la
nicaragüense, entre otras repúblicas, ya han demostrado que la afición
al viejo régimen es algo que va más allá de las monarquías, pero estas
últimas lo clavan.
Fuente → naiz.eus
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