Si hacemos caso de los debates parlamentarios y de las tertulias que
tanto abundan en España, un elemento central en la diferencia entre
políticos de derechas y políticos de izquierdas es la actitud ante los
impuestos. Mientras que los partidos de derechas aparecen como los
campeones de las rebajas fiscales, los partidos de izquierdas aparecen
como defensores de la presión impositiva, si bien sugieren pequeños
arreglos de la misma. Con este enfoque, los partidos derechistas tienen
las de ganar.
La preocupación por la recaudación fiscal del Estado tiene una
justificación desde la óptica de los intereses de la clase obrera, lo
que aparentemente avalaría la posición de la izquierda mayoritaria: El
Estado ha ejercido en los últimos tiempos su monopolio del poder
legislativo para ofrecer recortes de impuestos al capital que, a menudo,
han venido acompañados de recortes de derechos conquistados por los
trabajadores. Por consiguiente, la rebaja de los impuestos ha tenido una
vertiente social negativa que sería bueno corregir. Sin embargo, esto
no debe llevar a la conclusión de que los trabajadores han de sentirse
orgullosos cuando pagan impuestos. Más bien lo contrario. Deben sentirse
desposeídos de una parte de sus ingresos salariales, que no sólo se
utilizan para pagar servicios sociales que dejan de pagarse con los
impuestos que antes pagaban los ricos, sino que también se destinan al
ejército, la policía, la Casa Real, a enviar armas y dinero a países en
guerra… y a financiar la OTAN. La política fiscal óptima sería aquella
que se limitara a gravar el plusvalor, lo que permitiría que los
trabajadores pudieran disponer íntegramente de sus salarios y que no se
los desposeyera, aún más, al llenar su cesta de la compra. La clave, en
todo caso, no está en una mitificación genérica de los impuestos sino en
saber qué es lo que ha hecho posible la reciente regresión fiscal.
La agenda fiscal regresiva ha consistido en reducir los impuestos
sobre el capital para aumentar la carga fiscal sobre el trabajo.
Mientras que las rentas sobre el capital son una apropiación del Estado
de una parte del plusvalor, los impuestos sobre los salarios son una
apropiación del Estado de una parte de la remuneración que perciben los
explotados. Esta última apropiación no se limita al gravamen del
salario. También se lleva a cabo gravando la compra de las mercancías
con el IVA y otros impuestos, pues mientras los trabajadores destinan
prácticamente todos sus ingresos al consumo (e incluso a veces se
endeudan para consumir), los explotadores sólo le destinan una parte
minúscula de sus ingresos. Por otra parte, un monto considerable de los
beneficios empresariales se destina a la acumulación de capital y la
normativa fiscal permite que el IVA que grava a los medios de producción
que se adquieren con dicha acumulación se pueda recuperar
posteriormente.
Como intentaré explicar a continuación, el giro neoliberal y su
expresión en el campo tributario son resultado de la búsqueda del
capital de mejorar su tasa de ganancia y del relajamiento de la lucha
laboral. Ambos elementos ayudan a explicar la neoliberalización en
curso, y esto es cierto tanto para la política tributaria como para
otras áreas de la política.
Cuando se ralentiza la lucha de la clase obrera, la capacidad de
conquistar cambios progresivos se esfuma y las cosas cambian en sentido
regresivo, como ha sucedido últimamente. Mucha gente dice que las
mejoras se pueden conquistar llevando al gobierno a los partidos
socialdemócratas y de izquierdas. Sin embargo, bajo la presión del
capital, si los obreros no se movilizan, estos partidos acaban
promoviendo políticas fiscales que no se diferencian, salvo en pequeños
detalles, de las políticas que proponen las fuerzas políticas
derechistas. Por el contrario, la acción colectiva puede forzar
políticas anti regresivas incluso cuando gobiernan los partidos
derechistas. Un regreso a la radicalización de la lucha de clases es la
mejor alternativa para obligar a retirar la política fiscal regresiva.
Sí la clase obrera no lucha por sus propios intereses materiales no
se ejerce ninguna presión sobre el partido que ostenta el gobierno y su
liderazgo para que desarrolle o implemente políticas a favor de la gente
trabajadora, incluyendo las políticas en el terreno tributario.
Entonces, la ideología económica de la clase dominante acaba avasallando
el pensamiento y la práctica académica y política e incluso contamina
al movimiento sindical. Tradicionalmente, los partidos políticos que
acceden a la gestión gubernamental, al igual que el mundo académico,
siguen la ortodoxia económica de la época. En los años en los que esta
ortodoxia estaba hegemonizada por el keynesianismo, eran keynesianos y
cuando ha pasado a estar dominada por el neoliberalismo, han sido
neoliberales. De hecho, tanto unos como otros son pilares fundamentales
para la consolidación del pensamiento hegemónico y su propagación. El
Estado, por su parte, también actúa como mecanismo de aplicación y
propagación de estas políticas. A fin de cuentas, es el agente encargado
de su ejecución, a menos que la lucha de clases se lo impida y le
obligue a tomar otro rumbo. Basta con recordar las políticas
privatizadoras que el Estado ha protagonizado en las últimas décadas,
privatizando sus propias empresas o las continuadas reformas laborales
regresivas rebajado su capacidad de intervención en las relaciones
laborales. No se puede entender la hegemonía neoliberal sin entender el
papel del Estado, los principales partidos políticos, los altos
directivos, los académicos convencionales, los periodistas del sistema,
los tertulianos de los medios de comunicación y el resto de la industria
dedicada a la fabricación del consenso burgués en cada época.
Esta afirmación no es compartida por la opinión dominante que, en el
mejor de los casos, se limita a asociar la regresión fiscal con las
políticas neoliberales, presentándolas como una manía doctrinaria,
opinión que también se encuentra en muchos de los documentos sindicales.
Pero se trata de una asociación que no aclara nada, pues regresión
fiscal y política fiscal neoliberal son la misma cosa.
He dicho más arriba que, junto al enfriamiento de la lucha obrera, el
otro elemento que permite explicar la regresión fiscal es la voluntad
del capital de mejorar su tasa de ganancia. Sabemos que la tasa de
ganancia va asociada al plusvalor. El plusvalor estaba presente cuando
se aplicaban políticas keynesianas y, obviamente, sigue estándolo ahora,
por lo que limitar la lucha contra el modo de producción capitalista a
una crítica del neoliberalismo, es un absurdo. El capital dispone de
muchos mecanismos para incrementar el plusvalor, entre los que juega un
papel de primer orden el cambio tecnológico, como ya he explicado en
otras ocasiones. Por lo tanto, la regresión fiscal, en un primer momento
tiene que ver con la redistribución del plusvalor, no con su creación.
Por supuesto, si el Estado reduce su presión impositiva sobre los
beneficios, permite que fluya más plusvalor al capital y esto tendrá
consecuencias a corto y largo plazo para la acumulación y la creación de
nuevo plusvalor en el futuro. Lo que persigue la regresión fiscal,
pues, es disminuir la participación del Estado en la apropiación del
plusvalor para que una mayor parte del mismo vaya al capital y a los
capitalistas, por lo tanto, para que la acumulación de capital sea mayor
y para que el consumo de mercancías de lujo también lo sea.
Entonces, ¿cómo es posible que ahora, los mismos organismos
internacionales que han promocionado las políticas tributarias
regresivas, de golpe se muestren partidarios de algún tipo de impuesto
sobre las “grandes fortunas”? ¿Cómo es posible que algunos de estos
impuestos se legislen incluso allí donde gobiernan partidos derechistas?
¿Significa esto que las políticas tributarias regresivas van a ser
abandonadas? ¿Se trata de una decisión que los partidos realmente de
izquierdas y las clases trabajadores debemos celebrar y apoyar?
La política tributaria es parte de un proceso político, económico y
militar que también persigue asegurar y aumentar el poder y la hegemonía
de la clase capitalista dominante a nivel mundial.
El impuesto a la renta con tramos que se incrementan a medida que lo
hace el ingreso y los impuestos sobre los beneficios, el patrimonio y
las herencias, fueron, en el pasado, intentos de gravar a los ricos más
que a los trabajadores, al menos a título individual. La máxima
aspiración de los partidos de la izquierda mayoritaria se limita a
recuperar, en el mejor de los casos, estos criterios impositivos. Esto
los lleva a celebrar las decisiones de los grandes poderes económicos
occidentales cuando sugieren un impuesto a las grandes fortunas, lo que
ven como un reconocimiento de sus propuestas o incluso como un cambio de
tendencia.
Sin embargo, lo que ahora se sugiere no es ninguna novedad. No deja
de ser un tímido intento de imitar lo que hicieron los EEUU y el Reino
Unido para financiar su participación en la Segundo Guerra Mundial. Aun
así, todo indica que lo que se avecina se parecerá más a las políticas
fiscales aplicadas durante y tras las espantosas guerras generales
desencadenadas después de la revolución francesa y que a lo largo de más
de dos décadas devastaron a toda Europa e impusieron a los pueblos
terribles tributos en restricciones y en dinero y generaron una enorme
deuda pública.
Por consiguiente, las políticas fiscales que ahora se apuntan en el
Occidente capitalista y que, de una u otra manera piensa aplicar el
gobierno actual, de conformidad con la Unión Europea, y que, sin ninguna
duda, también aplicaría un gobierno derechista, se limitan a sentar las
bases para un nuevo giro hacia una política fiscal, acorde con los
intereses de los grandes capitalistas occidentales que sugieren aumentar
los presupuestos de guerra. Estás políticas fiscales prosperarán a
menos que la lucha de clases estalle poniendo sobre la mesa la necesidad
de mejorar los salarios y de liquidar todas las formas de desposesión
que acompañan a la explotación que los asalariados sufren en el proceso
de producción, incluyendo la desposesión fiscal.
Fuente → elcomun.es
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