
Una de las claves para entender las dificultades con las que tuvo que
enfrentarse el gobierno republicano-socialista del primer Bienio de la
Segunda República en sus intentos de aplicar su ambicioso programa de
reformas en las estructuras políticas, administrativas, educativas,
culturales, sociales y económicas de España fue la resistencia y
oposición de una serie de fuerzas políticas y sociales de distinto
signo, poder e influencia. Aunque es complicado abordar una cuestión de
esta envergadura en el marco de un artículo periodístico, intentamos
aportar algunas claves para entender esta capital cuestión de la
historia contemporánea española.
Por un lado, estarían las fuerzas a la izquierda, principalmente los
anarquistas. Por otro lado, se encontraba una potente oposición
eclesiástica, la de amplios sectores de la oficialidad del Ejército y la
de las distintas derechas.
Los anarquistas terminaron por declarar a la República, como a
cualquier otra forma de Estado, como enemiga de la clase obrera, aunque
no se movilizaron en su contra cuando se proclamó. En plena Dictadura de
Primo de Rivera se había fundado la FAI (1927), como sociedad que
reclutó a sus afiliados entre los cuadros más duros de la CNT. Ante lo
que consideraban excesiva lentitud de las reformas republicanas,
especialmente, la agraria, la FAI y la CNT impulsaron la iniciativa
campesina y obrera al margen del poder. Así se sucedieron diversas
agitaciones anarquistas en el campo y en las fábricas. El gobierno
respondió, en general, con extrema dureza. Uno de los acontecimientos
con más resonancia fue el de Casas Viejas a principios de 1933. Los
campesinos se sublevaron y atacaron a la Guardia Civil. Esto motivó el
envío de la Guardia de Asalto para restablecer el orden. Cuando todo
parecía acabado, un viejo anarquista se atrincheró en su casa con sus
hijos, nietos y algunos vecinos, ante lo cual se desencadenó una brutal y
desproporcionada represión: se incendió la casa y se ordenó ametrallar a
sus ocupantes. Murieron todos menos dos. Después se asesinaron a doce
hombres maniatados. Esta actuación policial desacreditó al gobierno
entre amplios sectores populares y de la izquierda, y contribuyó a su
crisis y caída.
La alta jerarquía eclesiástica estuvo muy vinculada a la Monarquía de
Alfonso XIII y, en general, al sistema de la Restauración que le
permitió recuperar el poder e influencia que había perdido, en cierta
medida, en la época del Sexenio Democrático. En oposición, el
republicanismo español mantenía posiciones anticlericales, aunque
algunos de sus representantes, como Alcalá-Zamora o Miguel Maura, eran
declarados católicos. El primer conflicto surgió con la máxima autoridad
eclesiástica española, el primado cardenal Segura, quien en una
pastoral del 1 de mayo de 1931 atacó a la República y exaltó al monarca.
El gobierno exigió la dimisión del cardenal pero la Iglesia cerró filas
en torno a su principal figura.
También hubo otro conflicto con el obispo de Vitoria. Las relaciones entre el gobierno y la Iglesia habían comenzado mal.
Otro fenómeno que enrareció más las relaciones entre la Iglesia y el
nuevo régimen fue el vandalismo anticlerical. El gobierno no instigó
estos hechos, pero no fue diligente en atajarlos porque no quería
granjearse la enemistad de ciertos sectores populares, cuyo
anticlericalismo violento era una explosión visceral de rabia al
considerar a la Iglesia vinculada con los poderosos y ricos.
En el seno del Ejército existía una gran división entre partidarios y
enemigos de la República. Una de las cuestiones clave era la autonómica
al suponer una reforma de la tradicional organización territorial
centralista de España, principal preocupación para muchos militares
porque consideraban que rompía uno de los dogmas sagrados de la
institución, la unidad de la patria. Ante las conspiraciones militares,
la República optó por una política suave de sanciones ante el temor que
producía el Ejército. La más importante de todas las conspiraciones fue
la protagonizada por el general Sanjurjo, director general de la Guardia
Civil, en Sevilla en el verano de 1932. Pero fue un golpe precipitado y
con escasa coordinación, por lo que pudo ser sofocado con facilidad. La
reacción del gobierno fue la suspensión de algunos periódicos de
derecha, la destitución de algunos cargos, la disolución del Tercio de
la Guardia Civil que se había sublevado, y la expropiación de tierras a
los terratenientes comprometidos en el golpe. Se procesó a Sanjurjo, que
fue condenado a muerte, aunque se le conmutó la pena por cadena
perpetua.
Los partidos de derechas se pueden clasificar en dos grandes grupos,
según su actitud ante la República. En primer lugar, estaría la derecha
accidentalista, es decir, aquella cuya estrategia consistía en
conquistar el poder en las urnas para convertir a la República de
izquierdas en una República conservadora. En segundo lugar, tendríamos
la derecha monárquica y antirrepublicana, que pretendía, en cambio,
acabar con la República mediante la conspiración militar.
De los partidos accidentalistas destacaría, sin lugar a dudas, la
CEDA, o Confederación Española de Derechas Autónomas, de Gil Robles, que
contaba con el apoyo de la Iglesia y agrupaba amplios sectores
católicos de la clase media, la alta burguesía y a los terratenientes,
así como al amplio sector de medianos y pequeños campesinos del centro
peninsular. Su programa se basaba en la defensa del catolicismo y el
orden social. Se trataba de una coalición política creada en octubre de
1933, fruto de la unión de Acción Popular de Gil Robles y de la Derecha
Regional Valenciana, dirigida por Luis Lucía, junto con otras
formaciones más pequeñas.
La derecha monárquica estaba representada por el Partido Carlista o
Tradicionalista de Fal Conde, que mantenía la tradición del carlismo, y
Renovación Española, fundada en 1933 con Calvo Sotelo como máximo
representante, que propugnaba una monarquía autoritaria. Con carácter
más minoritario estaba la extrema derecha. Bajo la inspiración del
fascismo italiano y algo menos del nazismo alemán, surgieron distintos
partidos totalitarios, que terminaron por unirse al último en crearse,
es decir a Falange Española, fundada en 1933 por José Antonio Primo de
Rivera. Fue la organización más activa de la extrema derecha y utilizó
la violencia contra miembros de partidos y sindicatos de izquierda.
Fuente → elobrero.es
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