La memoria troceada
La memoria troceada
Pilar Rahola
Todos los regímenes españoles, con los Borbones al frente, se han dedicado persistentemente a destruir cualquier memoria y noción de identidad nacional compartida por parte de valencianos, baleares y catalanes

El otro día Vicent Sanchis nos preguntó en la mesa de debate por qué motivo no había una relación fluida entre Catalunya, el País Valencià y les Illes. Es decir, por qué era tan difícil la complicidad entre tierras que compartían una historia común y una misma identidad. La pregunta llegaba después de una entrevista al infatigable Eliseu Climent que había venido a presentar el número 2.000 de la revista El Temps, un hito conseguido con mucha lucha, muchísima perseverancia, un compromiso indestructible y una gran dosis de voluntad. Han pasado treinta y ocho años desde aquel primer número, que nacía "para hacer todo lo posible para que la lengua y la cultura del país salgan de la situación de anormalidad forzada", y que añadía, "su continuidad será uno de los termómetros que permitirán medir si la recuperación del enfermo es posible o si el país está realmente en aquel proceso de agonía que algunos han augurado". Tres décadas después, El Temps ha conseguido seguir, pero el enfermo se ha mantenido en un coma inducido de difícil resolución. No solo no se ha normalizado el uso del idioma, ni se han acercado las diversas tierras de habla catalana, sino que todos los parámetros lingüísticos, culturales e identitarios han ido a peor. No hay ningún tipo de duda que hoy el País Valencià, y también las Illes están más lejos de Catalunya que hace treinta y ocho años, en paralelo al proceso de españolización que han sufrido.

La pregunta de Vicent era, pues, adecuada: por qué motivo nos habíamos alejado todavía más en democracia, después del agujero negro franquista, cuando la lógica de recuperar instituciones y libertades habría tenido que acercarnos. Rápidamente, los compañeros de mesa, fervientes celadores del orden establecido, acusaron al "pancatalanismo" de la erosión de relaciones con valencianos y baleares, con la letanía de que el concepto "Països Catalans" creaba anticuerpos con Catalunya. Me pareció extraordinario, como si un lema en una manifestación fuera más decisivo que tres siglos de destrucción sistemática de la memoria, y así, a bocajarro, me salió la réplica: "nos están tirando misiles, y Ustedes se preocupan de los que tienen tirachinas". Los misiles no eran otros que la cantidad ingente de leyes, acciones y todo tipo de represiones que el Estado español ha perpetrado contra los Estados de la corona de Aragón desde los inicios borbónicos y su victoria en la guerra de Sucesión. Desde 1707 —año en que Felipe V abolió los fueros y todo el sistema constitucional del Reino de Valencia y del Reino de Aragón apelando al "justo derecho de conquista"—, y más tarde en 1714, con la rendición catalana, y 1715, con la capitulación del Reino de Mallorca, desde entonces la obsesión de la Corona castellana fue implacable: destruir todo vínculo económico, cultural, lingüístico, jurídico y político entre valencianos, catalanes y baleares, hasta el punto de establecer varios Decretos de Nueva Planta que suprimieron el derecho civil de cada territorio, impusieron un régimen absolutista, prohibieron y persiguieron el catalán y extinguieron las fronteras arancelarias entre los reinos de la corona, anexionándolos inmediatamente a la Corona de Castilla. No hay que decir que la represión física fue tan brutal como la política, e igualmente feroz en todos los territorios de la Corona de Aragón.

Todos los regímenes españoles, con los Borbones al frente, se han dedicado persistentemente a destruir cualquier memoria y noción de identidad nacional compartida por parte de valencianos, baleares y catalanes

A partir de aquí, la persecución de cualquier interrelación cultural y política entre los territorios de habla catalana ha sido minuciosa durante los tres siglos, desde la pérdida de los derechos constitucionales, y todo el proyecto de la España actual se ha basado en una concepción radial del centro a la periferia, sin otra nación que la surgida de la corona castellana, con los Borbones de guardianes sacros, y con la imposición del castellano como única lengua. El proceso de castellanización —transformado en proceso de españolización a medida que Castilla mutaba en España—, fue especialmente agresivo durante el siglo XVIII y XIX, pero fue en el siglo XX, con la dictadura de Primo de Rivera y, sobre todo, con la de Franco, cuando resultó más peligroso el proceso de destrucción de la identidad nacional. Pero, bajo la dictadura franquista, la sociedad civil de los tres territorios catalanohablantes mantuvo vínculos muy estrechos, y toda la simbología antifranquista se nutrió de escritores, cantantes y poetas de los tres territorios de los países catalanes. La reconstrucción de la conciencia identitaria catalana se forjaba leyendo a Costa i Llobera, Mercè Rodoreda y Joan Fuster, y escuchando a Raimon y Maria del Mar Bonet, mientras empezaba a cantar Lluís Llach. Un espacio identitario que compartía historia, memoria, lengua y sentido de nación.

Pero todo empeoró con la instauración de la democracia, a pesar del oxímoron que podría significar esta afirmación. Me lo decía una vez el mismo Eliseu Climent, "era más fácil relacionarnos entre valencianos y catalanes bajo la dictadura de Franco, que bajo la democracia,", y la frase es tan aterradora, como inapelable. La transición y el sistema político que se derivó, volvió a ser minucioso en la voluntad de dificultar y erosionar las relaciones entre las tierras de habla catalana, tanto en el diseño de la España de las autonomías —que fue, de facto, una provincialización de las naciones históricas—, como en las leyes culturales, lingüísticas y políticas que cuajaron. De aquí surgen absurdos tan bestias —y antidemocráticos— como la prohibición de poder tener un espacio comunicativo compartido, impidiendo, por ejemplo, la recepción de TV3 en el País Valencià. O el apoyo real a la aberración científica de considerar el valenciano como una lengua diferente del catalán, con el mismo jefe de Estado, el rey Juan Carlos, otorgando el título de Real a la Academia blavera. Un paréntesis para la anécdota. Cuando le afeé la decisión, en un encuentro en la Zarzuela, cuando era diputada, Borbón me dijo textualmente: "a mí me dicen que es otro idioma". Nivel del personaje aparte, el hecho es que el Estado no solo no ha trabajado para preservar la unidad lingüística, ni para garantizar el uso del catalán en todos los territorios del habla, sino que ha legislado permanentemente para garantizar la imposición del castellano. La última barbaridad es bastante conocida: la decisión del Supremo de imponer el castellano como lengua de relación entre la Generalitat valenciana, la Catalana y el Consell insular. Sentencia del Supremo, por si no fuera suficiente con los centenares de leyes que imponen el idioma. Y para redondear la reflexión, basta con ver el mapa de las infraestructuras, con Madrid como centro radial de conexión, y con el corredor mediterráneo abandonado a su desdicha.

La respuesta, pues, a la pregunta de Vicent Sanchis (que, además, él conoce bien) se sustenta en tres siglos de hechos inapelables: España se forjó desde la corona castellana y contra la corona de las tierras de habla catalana, y todos los regímenes españoles, con los Borbones al frente, se han dedicado persistentemente a destruir cualquier memoria y noción de identidad nacional compartida por valencianos, baleares y catalanes. Es una cuestión de Estado porque el único proyecto de Estado español que existe pasa porque no existimos nosotros.


Fuente → elnacional.cat

banner distribuidora