
A la pionera del fotoperiodismo moderno la la llamaban el «pequeño zorro rojo» por su juventud y astucia, que le llevaron a retratar momentos históricos tanto en España como en el resto del mundo. Oculta tras el conocido pseudónimo de Robert Capa, de ella decían que arrastraba la alegría del peligro.
Las imágenes de Gerda Taro no solo documentaban lo que estaba sucediendo, sino que trataban de incidir en la conciencia de quien las mirase
Tenía previsto encontrarse al día siguiente en Francia con su amado, el también fotógrafo Robert Capa, cuyo nombre seguro es más notorio y conocido que el de Taro. Le dio la funesta noticia de su muerte el poeta surrealista Louis Aragon. Se conocieron en la capital gala. Él tenía 22 años; ella, 26. Ambos eran judíos, de familia burguesa. ¿Dónde iban dos judíos en una Europa que respiraba nazismo? Inventaron un pseudónimo tras el que poder trabajar: Robert Capa, un supuesto profesional norteamericano recién llegado a Europa. La idea funcionó. Les pagaban el triple de lo que cobraba cualquiera de sus colegas.
Dos semanas después de estallar la Guerra Civil española, se trasladan a Barcelona, siguiendo los pasos de los republicanos por Aragón, Madrid, Toledo y Córdoba, donde Capa tomó la celebérrima fotografía Muerte de un miliciano. Click. A día de hoy, hay dudas sobre si la hizo él o ella.
Por aquel entonces, la pareja atravesaba turbulencias emocionales. Tras una pedida de matrimonio fracasada, para salvaguardar el vínculo, decidieron continuar sus carreras de manera independiente. Él se quedó con la firma. Ella comercializó su trabajo bajo la etiqueta de Photo Taro. Él, acabaría fundando la agencia Magnum Photo. Y muriendo al pisar una mina, en Indochina, con 40 años.
Taro, la mujer elegante de pelo cobrizo a la que le gustaba pintar de carmín sus labios y bailar, también sonreír. La llamaban el «pequeño zorro rojo» por su juventud y astucia, pues cuando no tenía entre los dedos un cigarrillo sostenía una Rolleiflex o una Leica. Sus imágenes no solo documentaban lo que estaba sucediendo, sino que trataban de incidir en la conciencia de quien las mirase.
Su orientación política, en la órbita del comunismo, su tempranísima muerte (su carrera como fotógrafa duró solo un año), el que nadie reclamase su legado (sus familiares directos fueron exterminados en campos de concentración), que el propio Capa apenas la citara en público y el hecho de que la mayor parte de su trabajo se dispersara por los fondos fotográficos de Robert Capa, a su vez diseminados entre América y Europa, sumió a Taro en un sólido olvido.
El sitio a Madrid, el frente del Jarama, el entierro del general Lúckas o los bombardeos de Madrid y Valencia quedaron retratados por la fotógrafa
Pero, al igual que la muerte no entiende de citas de amantes, la justicia poética brota en el lugar más insospechado. En el caso de Taro, de una maleta: la conocida maleta mexicana. Al morir Gerda, Capa trató de sacar de España los miles de negativos que acumularon en el frente. Fue en vano. Terminaron bajo custodia del embajador de México, el general Francisco Aguilar, quien los arrumbó en su casa.
En la década de los 2000, el cineasta Benjamin Tarver heredó esa maleta y descubrió el hallazgo que había en su interior: más de 4.000 negativos inéditos de la guerra civil, pertenecientes a Capa, Taro y David Seymour (conocido como Chim). El sitio a Madrid, el frente del Jarama, el Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas inaugurado en Valencia, el entierro del general Lúckas o los bombardeos de Madrid y Valencia son algunos de los hechos históricos que contenían esas películas, la mayoría de 35 mm y 6×6 cm.
Analizado el material, hoy podemos disfrutar y apreciar el trabajo de Taro, comprometido con la figura de la mujer, desafiando los roles y el ejercicio del poder. También con el arquetipo del huérfano. Otras fotografías suyas inmortalizan, con lirismo de explosivo, la muerte, los cuerpos mutilados, el hambre… con una crudeza que a día de hoy aún sacude.
En 2007, el Internacional Center of Photography (que custodia los negativos de la maleta mexicana) celebró la primera gran exposición del trabajo de Gerda Taro, en papel baritado. Nueve años después, en la ciudad alemana de Leipzig, una muestra al aire libre, posible gracias a una cuestación popular, exhibe algunas de las imágenes tomadas por ella durante la Guerra Civil. Es tal el éxito, que se convierte en permanente.
Alberti dijo de Taro que «arrastraba la alegría del peligro y la sonrisa de una juventud inmortal». Bergamín, que era «una cazadora de luz». Pero sobre todo, Gerda Taro, nombre cuya pronunciación recuerda tanto al de Greta Garbo, era una mujer que derrochaba coraje, intensidad, instinto y belleza en sus fotografías.
Fuente → ethic.es
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