El aparato del estado usó la violencia para no ceder cuotas de dirección del proceso de Transición a la oposición
D. Ballester: “El aparato del estado usó la violencia para no ceder cuotas de dirección del proceso de Transición a la oposición” / Angelo Nero 

Entrevistamos a David Ballester, Doctor en Historia Contemporánea por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y autor del libro “Las otras víctimas. La violencia policial durante la Transición”


Los medios de comunicación españoles, uno de los pilares del régimen del 78, fueron uno de los principales artífices para instalar el relato de la Transición Pacífica y Modélica, en la que la única violencia que existió fue la de las organizaciones armadas que impugnaban ese régimen, pero en realidad, según nos cuenta el doctor en Historia Contemporánea por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) David Ballester en su libro “Las otras víctimas. La violencia policial durante la Transición (1975-1982)”, es muy diferente.

Lo primero que queremos, desde NR, es felicitarte por el trabajo que has realizado sobre la violencia policial durante nuestra Transición, porque nos parece un libro fundamental para conocer esa etapa de nuestra historia contemporánea más negra de lo que suelen dibujarnos.

Si, pienso que tocaba hacerlo, y me ha tocado a mí, poner nombres y apellidos, y cuantificar esta historia. Alguna vez lo he dicho, es un torpedo en la línea de flotación en la idea de esa Transición modélica, edulcorada, que se quiere vender.

En tu trabajo documentas 134 víctimas mortales de la violencia “institucional”, a los que habría que sumar cientos de heridos, de detenidos y encarcelados. Bajo la alfombra de la Transición hay muchos muertos que han sido escondidos por la democracia, ¿no es así, David?

En principio se ha hablado poco, y se ha utilizado torticeramente y de forma política a las víctimas del terrorismo, las oficiales, pero luego ha habido otras víctimas que se han soslayado y no han estado en el discurso, incluso historiográfico, de la Transición, como son las víctimas de la violencia policial, de aquí el trabajo en “Las otras víctimas”, de cara a ofrecer este lado menos amable de la Transición, pero también necesario.

Para afrontar un trabajo tan exhaustivo como el tuyo, me imagino que te habrás encontrando con muchas dificultades, sobretodo para acceder a documentación en manos de los archivos policiales y militares. La Ley de Secretos Oficiales, hasta la aprobación del nuevo anteproyecto, databa de 1968, y lastraba mucho este tipo de investigaciones. ¿Cuales son las dificultades con las que te has encontrado para elaborar este libro?

En principio muchas, porque, de entrada, he podido consultar muy poca documentación policial directa, ya que los archivos policiales, en particular, y los archivos de este tipo, de temas sensibles, en general, son un verdadero galimatías. Entonces me he tenido que basar en otro tipo de fuentes, orales, hemerográficas, etc., y el acceso a la documentación oficial ha sido, sobretodo, gracias a la gentileza de algunos familiares de las víctimas, que al tener el caso en proceso, algunos en la Querella Argentina, al personarse, tienen acceso a la documentación oficial, judicial, emanada del caso. Y, entonces, en algunas ocasiones, he podido consultar este tipo de documentación. Pero, por lo general, hay que decir que los archivos policiales son inexistentes, o de muy difícil acceso, y los he podido consultar, desgraciadamente, muy poco. También un trabajo de estas características, con 134 muertos, repartidos por toda la geografía española, hubiera exigido una inversión de tiempo y de recursos que no está al alcance de una persona sola.

Aunque otros autores estudiosos de las víctimas de la Transición española sostienen que hubo una estrategia por parte de sus gobiernos, posteriores a la dictadura, para combatir todas las expresiones de disidencia política -no solo las armadas-, y señalan como víctimas del Terrorismo de Estado, a esos muertos a manos de las fuerzas de seguridad del estado o de las bandas parapoliciales de ultraderecha, tu prefieres utilizar el término “Violencia Institucional”. ¿En que te basas para descartar la calificación de Terrorismo de Estado? ¿No existió este en la Transición, ni siquiera para enfrentar el llamado “problema vasco”?

Si, pero en el caso que a mi me ocupa me centro en las víctimas, exclusivamente, de la policía, no entro en el tema parapolicial, donde, evidentemente, si hubo Terrorismo de Estado, amparado bajo diversas siglas, la Triple A, el Batallón Vasco-Español, etc, con unas connivencias claras entre sectores ultras involucionistas del aparato del estado con estas tramas negras, tal como se les denominaba entonces.

Yo creo que es más adecuado hablar de violencia institucional en el sentido de que, según mi criterio, si bien, especialmente en la época de Fraga, y en menor medida, en la de Martín Villa, hubo una apuesta clara, por parte de los gobiernos de la Transición, a la hora de utilizar la violencia, a la hora de reprimir la disidencia, las protestas, etc., era porque ellos tenían una cosa clara, y este es un axioma que a veces nos olvidamos, y es fundamental para entender la Transición, que consiste en la idea de que el proceso iba a ser dirigido por los herederos del régimen, como garantía inequívoca de que no se descarrilara, en función de los límites que, en un momento u otro, ellos estuvieran dispuestos a ceder. En la época de Arias-Fraga unos límites mucho más estrechos, en la época de Suárez, entendieron estos neo demócratas que era necesario ampliar un poco el margen, pactar con los demócratas de verdad, que eran la oposición democrática.

Entonces, yo pienso que si bien, por una parte, desde el aparato del estado se utilizó la violencia para tener las riendas del proceso en sus manos, y no ceder cuotas de dirección del proceso de Transición a la oposición, aunque pactaron con ellos, de aquí a hablar de que hubiera una estrategia planificada, que esto es lo que implicaría el Terrorismo de Estado, donde tiene que haber una estrategia planificada al respecto, yo creo que media un abismo. Y creo que hay que ser riguroso al utilizar las terminologías, ya que si entramos en la calificación de Terrorismo de Estado a cualquier violencia emanada de los aparatos del estado, estamos desdibujando la que es propiamente merecedora de esta calificación.

Hay que nombrar a cada cosa por su nombre, y yo, a partir del trabajo que he realizado, no solo este, ya llevo muchos años en otros libros, analizando este tema, creo que no se ajusta a la realidad, sin menoscabo alguno de las cotas de violencia, que yo pongo sobre la mesa con sus nombres y apellidos, y las cifras. No calificarlo de Terrorismo de Estado no implica estar bajando la gradación de la condena que merece la perdida de una vida humana cada 18 días durante siete años, que es lo que ocurre en la Transición, producto de los excesos policiales.

También sostienes en tu libro que una buena parte de la víctimas, 91, caen bajo el denominado “gatillo fácil” de la policía o de la guardia civil, y que no hubo intencionalidad política. ¿La impunidad de los crímenes, en muchos casos, cometidos por los cuerpos de seguridad del estado, tampoco la podemos calificar como política?

Precisemos una cosa. Cuando yo establezco la categoría de “gatillo fácil”, que es la que utilizamos los especialistas que tratamos este tema, he intentado un poco, en mi trabajo, tal como comentaba antes, cuantificar, analizar y visualizar las víctimas de la violencia policial durante la Transición, pero también he intentado hacer un esfuerzo para establecer una categorización, porque los trabajos que se habían realizado hasta el momento, algunos meritorios, algunos más discutibles, yo los analizo en mi libro, en cierto modo, a veces, hay un totum revolutum, en el sentido de que falta una tipología para clasificar estas víctimas.

Dentro de esta categoría más numerosa de “gatillo fácil”, establezco tres categorías: la social, la civil, y la política, es decir, casos de “gatillo fácil” que responden a un entramado político, que es la más pequeña de las tres categorías. Esto no exime del hecho de que las otras tres casuísticas, pudieran estar contaminadas, especialmente las que se conocen del País Vasco y Navarra, en el contexto del conflicto vasco, aunque yo las etiqueto de “gatillo fácil social”, es decir, los relacionados con la delincuencia común, o el civil, que es el que podría afectar a cualquier ciudadano, en un intento de detención o de identificación, en un control o en una discusión entre un ciudadano y un guardia civil o un policía que estaban francos de servicio, pero que iban armados y utilizaban el arma, sobretodo en los casos del País Vasco y Navarra, es evidente que el clima de tensión política en la que se veían inmersos los agentes, impulsaba actitudes de exceso, pero esto sería, dijéramos, un trasfondo.

A la hora de analizar, insisto en el tema del rigor, para ubicarlas en una de las tres categorías, que es lo que yo he hecho al respecto.

Ahora que mencionabas otros estudios sobre la Transición, ¿que otros trabajos nos podrías recomendar para acercarnos a este fenómeno de la violencia policial en esa época?

Hay una serie de colegas, de historiadores, algún periodista, que han trabajado el tema, el pionero fue Mariano Sánchez Soler, en “La Transición Sangrienta”, un libro que adolece, según mi criterio, de algunos defectos, ahora no voy a incidir en ellos, pero en el libro los desgrano. Está el libro de la doctora francesa Sophie Baby, que hizo su tesis doctoral alrededor del mito de la Transición política pacífica, que fue publicado inicialmente en francés y que ya está traducido al castellano. Gonzalo Wilhelmi en uno de sus trabajos también ha hecho relaciones de víctimas, de la violencia policial durante la Transición.

No ha sido un tema extremadamente tocado y, en todo caso, lo que faltaba a todos estos libros, pienso, tengo mi criterio, de aquí mi trabajo, es hacer un intento de análisis y de categorización, que pueda ser utilizado a partir de ahora por los colegas que traten este tema, y sobretodo poner nombres y apellidos a cada una de las víctimas, de aquí que el libro vaya acompañado de un código QR, mediante el cual los lectores se pueden descargar 800 páginas en PDF, donde hay una ficha para todas y cada una de las víctimas, donde se cuenta con el mayor detalle posible, las circunstancias que provocaron las 134 víctimas, y esto no existía.

Existían relaciones de nombres, a menudo con bastantes errores, tal como en la fecha o como sucedieron, incluso en los nombres de las víctimas, etc, y aquí pienso que es un valor del libro aportar las fichas individualizadas de todos y cada uno de una relación que hay que entender que pienso que es bastante completa. Pero yo no la daría por cerrada, porque si bien es difícil que encontremos más casos en los apartados de tortura o de víctimas de la violencia, de la represión policial, de manifestaciones, huelgas, etc. es posible que aparezcan más casos de “gatillo fácil”, no muchos, pero pueden aparecer, o en el apartado que yo hago de “casos dudosos”, casos en los que la documentación que yo tengo no me permite afirmar, de una forma categórica, que la muerte de un ciudadano se produjo como consecuencia de la violencia policial, pero a partir de nuevos estudios o de nueva documentación que pueda salir, pues estos casos se pueden descartar o se pueden incorporar a la lista. Por eso a mi me gusta hablar de un mínimo de 134 víctimas de los excesos policiales durante la Transición. Un mínimo.

De hecho si ahora tuviera que hacer una segunda edición del libro, que es una posibilidad que existe, pues ya tendría que hacer un cambio, porque he descubierto un nuevo caso de “gatillo fácil”, pero también he descubierto un certificado de defunción, con el cual me permite descartar una víctima de la violencia policial en la represión de una manifestación en Sabadell. Seguiríamos en 134, pero es una muestra de que es una lista, una relación, en este sentido viva, pero que, en todo caso, nunca nos tiene que dejar de impresionar por el hecho que comentaba de las decenas de víctimas que se cobró la policía durante la Transición en buena parte del periodo, cuando España ya era considerado un país formalmente democrático.

Más allá del cambio de uniformes, la continuidad del aparato policial de la dictadura, sin ningún tipo de depuración, fue uno de los factores que pueden explicar el alto número de víctimas de la violencia institucional, pero también la continuidad de políticos franquistas, con mando sobre las fuerzas de seguridad, como los que estuvieron al frente del ministerio del interior que hacían declaraciones como las de Martín Villa: “Lo nuestro pueden ser errores, lo suyo crímenes.” ¿Hasta que punto pueden tener responsabilidades estos políticos en estas muertes, como señalan las denuncias de la Querella Argentina?

Yo creo que la responsabilidad la tienen, porque los policías actuaban bajo su mando, esto es evidente. En todo caso, yo creo que la mayor responsabilidad es por inacción. Me explico: es obvio que no se produjo una depuración de los cuerpos policiales, a pesar que durante las manifestaciones por la libertades, uno de los eslogan más coreados era: “Disolución de los cuerpos represivos”. Pero pronto esta dejó de ser una reivindicación de las fuerzas políticas que consiguieron representación parlamentaria, a partir de las primeras elecciones de junio del 77, quedó como monopolio de una izquierda extraparlamentaria, y, por lo tanto, marginal, y también hay que reconocer que no era una demanda social ampliamente extendida, en aquel contexto de la Transición. Entonces se incorpora a la Transición, y a la naciente democracia una policía, con sus nombres y sus apellidos, es decir, los hombres y también las prácticas heredadas del franquismo, y la responsabilidad de los políticos que tuvieron bajo su mando a agentes de policía, es decir: Fraga, Martín Villa, Ibáñez Freire y Rosón, que son los cuatro ministros de Gobernación, luego se llamó Interior, durante la Transición, la inacción fundamental proviene no solo de perpetuar, y sin ningún ánimo de depurar, Martín Villa lo dijo en sus memorias: “si se hubiera depurado la policía, hubiera sido injusto”, y además, añade que “los mejores hombres que tenía bajo su mando, eran los que procedían de la Brigada Político Social”, es decir, no los únicos, pero si los más contumaces torturadores y violadores de los Derechos Humanos, y lo dice sin ningún tipo de rubor, y las memorias fueron escritas a principios de los ochenta.

Entonces hay un tema fundamental que es, no se depura la policía, pero tampoco se tiene ningún tipo de rubor por ascender, por promocionar, excepto alguna excepción, a los miembros más significados de la represión a los demócratas durante la dictadura, y tampoco hay una preocupación por poner coto a actuaciones excesivas de los agentes de la policía que se cobraban víctimas. Porque, claro, yo en mi libro hablo de los muertos, pero esto es solo la punta del iceberg, detrás vienen los heridos, los contusionados, los torturados, etc. Yo solo hablo de muertos.

Y entonces, para ellos no era una prioridad, de hecho no se pusieron medidas paliativas para acabar con los excesos policiales, o intentar acabar, el exceso es consustancial en una democracia, mucho más en una dictadura, en las fuerzas policiales. Porque los policías se exceden, y cometen errores, en el ejercicio de sus funciones. Lo que se trata es de acotarlos, pero para ellos no era un tema prioritario, a pesar de que algunas de las muertes que relato en mi libro, provocaron auténticos estallidos de ira en la población. El caso de Jose Manuel García Caparrós, en Málaga, o casos de las Islas Canarias que se tuvieron que enviar refuerzos de la policía para hacer frente a estos estallidos de ira.

Y es cierto que el PSOE utilizaba estos muertos en las cortes para atacar y desgastar al gobierno de la UCD, pero cuando ya pasaba la oleada de indignación, unos y otros se olvidaban del tema, hasta que se volvía a producir una nueva víctima. Es decir, para ellos adecuar los cuerpos policiales a la nueva realidad democrática no era una prioridad. Y esto se tradujo en decenas de víctimas que de haber estado en un Estado de Derecho que se hubiera preocupado por adecuar la policía y sus prácticas a un entorno de usos y prácticas democráticas, se hubieran salvado decenas de vidas.

Para ellos no era una prioridad, es así. Y no se ponen manos a la obra hasta que llegan los socialistas al poder, aunque yo soy muy crítico con la gestión que hicieron en el ámbito policial, a partir del 82, pero si que es cierto que no pueden acabar de golpe con el “gatillo fácil”, porque es una práctica muy arraigada entre los policías españoles durante décadas, pero si que adoptan una normativa europea al respecto, y paulatinamente van decreciendo las víctimas a lo largo de los ochenta, en el aspecto del “gatillo fácil”, en el ámbito de la represión de forma paralela a lo que estaba sucediendo en otros países de Europa, y me refiero a la represión de manifestaciones, optan por lo que se denomina una política blanda, de primar el derecho de manifestación a la actuación de fuerzas policiales, y esto se nota también en una bajada importante de las cifras de muertos en la calle.

Y, por lo que respecta a tortura, a esta verdadera lacra, se perpetua con la excusa del terrorismo, especialmente de ETA, pero a pesar de que centenares de ciudadanos eran torturados en la administración de la UCD, y también con los socialistas, pues no se producirán víctimas mortales al respecto.

Pero cuesta mucho hacer cambiar la praxis policial en estos ámbitos, porque son ámbitos muy arraigados, e insisto no es una prioridad para los dirigentes de la Transición, adecuar los cuerpos policiales a la nueva realidad.


Fuente →  nuevarevolucion.es 

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