Sobra el rey
Sobra el rey
Arturo del Villar
 

 

Las esperpénticas honras fúnebres de Isabel II en el Reino Unido, con centenares de lacayos vestidos con uniformes medievales, demuestran que la monarquía es una institución obsoleta sin cabida en nuestro tiempo. Pero que se halla muy protegida por las fuerzas militares y policiacas, siempre dispuestas a impedir contundentemente las manifestaciones populares en contra, y por los medios de comunicación de masas, que las silencian.Aquí en el reino de España se suceden los ditirambos a la difunta. El colmo es que la presidenta de la Comunidad de Madrid decretase tres días de luto oficial, como si viviéramos en una colonia británica.

Los medios aprovechan la coyuntura para resaltar los valores de la monarquía, con objeto de hacer méritos ante el Gobierno dinástico repartidor de prebendas. 

La historia de España demuestra que la monarquía siempre ha resultado perjudicial para el pueblo, al que ha involucrado en sus guerras particulares motivadas por el afán de poder. El pueblo la ha combatido cada vez que tuvo oportunidad de hacerlo, con rebeliones incompletas, porque aquí no se llegó a la ejecución de los reyes, como sí hicieron los ciudadanos de otros países. Repasemos nuestra historia muy sucintamente para comprobarlo.

A partir del siglo V los monarcas visigodos son un ejemplo de lo que no debe ser un rey civilizado. Accedían al trono con frecuencia mediante el asesinato de su predecesor, y organizaron sucesivas guerras de conquista a las que se vio forzado el pueblo, completamente al margen de la política y hundido en la miseria. Uno de los sucesos memorables fue la rebelión del príncipe Hermenegildo contra su padre el rey Leovigildo, derivada en una guerra civil. Después el enfrentamiento entre dos familias facilitó la invasión de guerreros berberiscos desde África y la conquista musulmana de España el año 711.

Moros y cristianos, iguales

Los invasores también se enfrentaron en luchas políticas internas, mientras los vasallos padecían un hambre mortal. El clan de los abbasidas quiso exterminar al de los omeyas, pero Abderramán venció en una batalla y proclamó el emirato de Córdoba. Los califas de Damasco enviaron tropas para conquistarlo, motivo de nuevas guerras, unidas a las emprendidas por los berberiscos opositores y los visigodos cristianos deseosos de reconquistar sus tierras. Fue un período de gran inestabilidad política y social que repercutió sobre el pueblo hambriento, ajeno a las disputas entre los gobernantes. El año 750 tuvo lugar una hambruna que ha pasado a la historia por sus feroces características. La padeció el pueblo, no los gobernantes.

Los restos del ejército visigodo se refugiaron en Asturias, desde donde hostigaba a los invasores en continuas escaramuzas, conocidas como la Reconquista, culminada en 1492: ocho siglos de luchas sostenidas por el pueblo. El territorio no dominado por los invasores se convirtió en un reino, tras la batalla de Covadonga, librada tal vez en el año 718, con intervención directa de la Virgen María, según dicen los asturianos. Es el origen del monarquismo actual, con unos reyes vitalicios y hereditarios ocupados en formar ejércitos con los que librar sus guerras, integrados por sus vasallos, que además tenian la obligación de pagar impuestos para mantenerlos.

La monarquía asturiana resultó indigna. Al rey Fruela I se le apoda El Cruel con motivo. De Mauregato se cuenta que fue un depravado, que arrebató el trono a Alfonso II, apodado El Casto. Durante el reinado de Alfonso III el Magno se sublevaron sus tres hijos y le obligaron a abdicar.

Se instalaron los reinos peninsulares de Galicia, León, Aragón, Navarra y Castilla, y el condado de Barcelona, cada uno con historias reales nada ejemplares. En el siglo XIII el rey Alfonso X apodado El Sabio, tuvo que pelear contra su hijo rebelde Sancho, impaciente por reinar, en una guerra civil sufrida por el pueblo, al que le daba igual quién reinase, porque tenía que pagar impuestos al que fuera. A Sancho, IV de su nombre, se le conoce en la historia con el apodo de El Bravo, por su carácter intolerante.

Contra él se sublevó su sobrino Alfonso de la Cerda, y también los nobles, con las habituales guerras por el poder, en las que se veía involucrado el pueblo ajeno a las disputas de sus monarcas, que era siempre el perdedor.

Otra guerra civil tuvo lugar durante el reinado de Pedro I, apodado El Cruel con motivo. Fue hecho prisionero por los nobles rebeldes, pero logró escapar y se vengó de los enemigos con una fiereza que le valió el sobrenombre que ostenta en la historia. Murió asesinado por su medio hermano el bastardo Enrique de Trastámara, quien se hizo con el trono y dio origen a la casa de ese nombre en el siglo XIV. El campo quedaba abandonado porque los jóvenes eran militarizados al servicio del rey de turno.

Reyes católicos y feroces

Las guerras civiles jalonan en el siglo XV durante los reinados de sus sucesores, con especial importancia bajo Enrique IV, apodado El Impotente, a propósito de su presunta hija Juana, apodada La Beltraneja. Aprovechó la situación conflictiva su medio hermana Isabel para ser proclamada reina de Castilla. Casó con Fernando V de Aragón, pareja llamada Reyes Católicos, porque expulsaron a los judíos de sus reinos e implantaron el sanguinario Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición para quemar vivos a los herejes y los contrarios a la monarquía. Aficionados a las guerras, combatieron a los nobles, y a loa musulmanes que reinaban en Granada, poniendo fin a la dominación árabe. Ellos pagaba a los ejércitos, pero lucharon sus vasa-llos.

Durante el reinado de su nieto Carlos I, entronizada ya la Casa de Austria, tuvieron lugar dos rebeliones de los vasallos, ambas vencidas sanguinariamente: la de las comunidades de Castilla y la de las germanías en Valencia y Mallorca. Los rebeldes no pretendían implantar una república, sino simplemente poner fin a la tiranía real. Ellos tenían la razón, pero el rey la fuerza de su ejército. En Villalar se celebra todos los años un homenaje a Padilla, Bravo y Maldonado, dirigentes de la revuelta, ejecutados allí en 1521. El pueblo no quería al rey entonces, y tampoco lo quiere ahora. Son personas diferentes, pero con iguales intenciones.

Reinando Felipe IV de Austria se sublevó Catalunya el día del conocido como “Corpus sangriento” de 1640. La represión que siguió a la victoria real es recordada todavía con espanto por los catalanes. Hubo también movimientos revolucionarios en Aragón y Andalucía, con menor virulencia. El pueblo detestaba a los reyes entonces, sentimiento que ha perdurado.

La muerte sin descendencia del pelele Carlos II de Austria dio lugar a una guerra por la sucesión al trono, que fue civil entre los españoles, pero con la participación de ejércitos extranjeros defensores de los dos aspirantes a ceñir la corona: el archiduque Carlos del Sacro Imperio Romano Germánico, y Felipe de Borbón, duque de Anjou, nieto del autoritario rey Luis XIV de Francia. Durante 12 años España fue un campo de batalla, con la economía asolada y el campo abandonado. Con la paz España perdió el dominio sobre Gibraltar y sus posesiones en los Países Bajos e Italia, además de su categoría como primera potencia mundial: gracias al nuevo rey.

Vencieron las tropas francesas y ocupó el trono Felipe V, iniciador de la Casa de Borbón. Era un hipocondríaco incapaz, que solamente sirvió para procrear once hijos en sus dos esposas. Adoptó el hábito de pasearse por las dependencias de palacio completamente desnudo pegando alaridos, por lo que fue necesario recluirlo en una habitación con guardia, en tanto se ocupaba de la gobernación del reino su esposa Isabel de Farnesio, quien lo dejó en manos de sus privados. Seguro que lo hicieron mejor que el rey.

Tiempo de motines y guerras

Los borbones han sido una maldición para España. Sus vasallos intentaron repetidamente librarse de ellos, alguna vez con éxito. Por ejemplo con el llamado motín de Esquilache, una rebelión popular en 1766 contra Carlos III para protestar contra la subida del precio de los alimentos básicos, disimulada en la persona de su ministro. Los amotinados redactaron una lista de exigencias que presentaron al monarca en Aranjuez, adonde había huido en evitación de males mayores, que fueron aceptadas todas por el medroso monarca. Los borbones han demostrado ser tan ruines como cobardes, tan corruptos como peligrosos.

Hubo otro motín en Aranjuez con mayor repercusión, en 1808. El pueblo asaltó el domicilio de Manuel Godoy, encumbrado al papel protagonista del reino por la pareja de sus enamorados Carlos IV y María Luisa. Asqueados de tanta corrupción, los amotinados exigieron una serie de medidas políticas al rey que las aceptó todas, y abdicó en su hijo Fernando. El pueblo poseía más poder efectivo que el monarca.

Pero Fernando VII, en quien confiaba el pueblo, resultó ser el más criminal de todos los borbones, tan cobarde como traidor, por lo que se le conoce en la historia como El Rey Felón. Ordenó fusilar a sus detractores, pero se amilanó al saber el pronunciamiento del teniente coronel Rafael del Riego al empezar 1820, y el 10 de marzo juró guardar la Constitución de 1812. Una farsa, porque hizo pagar a Riego su valentía en la horca.

A su muerte el reino se dividió entre los partidarios de que heredase el trono su hija Isabel, y los que preferían que reinara su hermano Carlos. Hubo tres guerras civiles en el siglo XIX, que acabaron de hundir la maltrecha economía, y como siempre el pueblo sufrió las consecuencias.

Durante la minoría de edad de Isabel II se encargó de la regencia su madre María Cristina de Borbón, ilegalmente porque se había casado en secreto con un militar, quien resultó tan delincuente como los borbones. Por ello el general Espartero puso a la pareja en la frontera y se erigió en regente.

No fue mejor que los borbones. Su política comercial motivó una insurrección en Barcelona en 1842. El pueblo levantó barricadas en las calles y lanzó piedras y otros objetos contra los militares. El comportamiento de Espartero fue borbónico, puesto que ordenó a las tropas bombardear la ciudad desde Montjuic hasta arrasarla. Como suelen hacer los vencedores, organizó una represión tremenda, impuso una contribución especial de doce millones de reales a la población, y estranguló con las libertades la economía de la ciudad. El amotinamiento no se hizo contra un rey, sino contra un regente, pero actuaba en nombre de la reina.

Como buena borbona Isabel II fue una mala reina, en la que predominaba la lujuria sobre el afán por enriquecerse. Sus escándalos llegaron a tal extremo que el 18 de setiembre de 1868 el Ejército y la Marina, con el apoyo general de la oblación, proclamaron la Gloriosa Revolución que envió a la soberana liviana en costumbres y gruesa en carnes al exilio. El pueblo tomaba el poder por encima de la dinastía, y se proclamaba único soberano de su destino.

Las repúblicas traicionadas

Los revolucionarios eran monárquicos, por lo que se trajeron a un rey de Italia, que no logró aclimatarse y abdicó. Para llenar el vació de poder se proclamó la República el 11 de febrero de 1873, pero un general traidor la aniquiló con su rebelión al año siguiente, y puso en el trono a Alfonso XII de Borbón, un rey breve debido a la tuberculosis que padecía.

Durante la minoría de edad de su hijo y sucesor Alfonso XIII desempeñó la regencia se madre María Cristina de Habsburgo, período en el que España perdió los residuos del imperio colonial, por la fanfarronería de los políticos, que enviaron la flota española a enfrentarse con la mucho más poderosa y moderna de los Estados Unidos de América. Pagaron la insensatez los jóvenes españoles, muchos murieron y otros regresaron mutilados. En consecuencia, la economía nacional quedó como tan arruinada como los buques, y la dinastía desprestigiada internacionalmente.

Bajo el nefasto reinado de Alfonso XIII fue de nuevo Barcelona protagonista de una rebelión, entre los días 26 de julio y 2 de agosto de 1909, la conocida como Semana Trágica o Sangrienta o Roja. El pueblo se opuso al embarque de reservistas para luchar, más bien morir en la guerra inútil de Marruecos. Decretada la huelga general, se envió al Ejército para reventarla, lo que ocasionó disturbios con muertos y heridos entre los civiles, además de la destrucción de numerosos edificios. Como siempre, siguió a la pacificación la condena a muerte de numerosos patriotas. Tuvo gran resonancia internacional el fusilamiento del pedagogo Francisco Ferrer Guardia, acusado de promover la rebelión ciudadana: en todo el mundo civilizado se organizaron manifestaciones contra el rey de España y su ministro Maura, al que se vio obligado a cesar.

En 1917 se originó otro movimiento revolucionario contra la monarquía. A lo largo del primer semestre se sucedieron huelgas sindicales culminadas el 13 de agosto con una general. Duró siete días, se proclamó la ley marcial, el Ejército disparó contra los manifestantes, se ordenó el cierre de los diarios izquierdistas, y se detuvo a centenares de personas consideradas republicanas. Un motín en la Cárcel Modelo de Madrid fue sofocado por el Ejército a tiros. La monarquía demostró ser verdugo del pueblo, aunque al utilizar al Ejército para reprimirlo delató su calaña.

Continuaron las protestas contra Alfonso XIII culminadas en las votaciones municipales del 12 de abril de 1931, ampliamente ganadas por los partidos republicanos. El rey huyó de Madrid a toda la velocidad de su automóvil, abandonando a su familia a la protección del Gobierno provisional republicano. Y volvió a proclamarse la República Española el día 14, y otra vez la rebelión de un grupo de militares ultraderechistas se pronunció contra ella, dando lugar a una cruenta guerra civil y a una posguerra sometida a una dictadura fascista criminal.

El dictadorísimo genocida designó sucesor a título de rey a Juan Carlos de Borbón y Borbón, ejemplo de la endogamia habitual en esta familia, causante de su degeneración. El designado le juró lealtad a su persona y fidelidad a sus leyes ilegales, por lo que a su muerte volvió el borbonismo a reinar en España, sin que se haya permitido al pueblo manifestar su opinión sobre el tema, pese a ser de la mayor importan-cia.

No se permite un referéndum porque se conoce el resultado contrario a la monarquía. Como hemos visto en este repaso muy abreviado a la historia de España, el pueblo es contrario a la monarquía, porque todos los males políticos, sociales y económicos que ha padecido fueron debidos a los reyes tan ineptos como criminales y corruptos. Se ha alzado contra ellos y los ha remitido al exilio cuando ha tenido oportunidad de hacerlo. El pueblo español es valeroso y sufrido, y siempre ha tenido la confirmación de que le sobra el rey, su mayor enemigo.