
Frente a la gigantesca ola reaccionaria, blanqueada por el régimen
del 78 impuesto por la reforma de la dictadura, es urgente que avancemos
en la construcción de la República. La errónea política de
apaciguamiento está facilitando el regreso amenazante de un monstruo que
nunca se extinguió.
El franquismo es culpable del golpe militar contra el gobierno
legítimo de la II República, además de ejecutor de la sanguinaria
represión contra la oposición al golpe una vez acabada la contienda, con
más de 130.000 desapariciones forzadas que no prescriben.
La dictadura terrorista del general Franco se prolongó cuatro
décadas, asesinando opositores incluso hasta los días previos a su
mutación engañosa.
El franquismo sigue hoy muy vivo en las actuales Fuerzas Armadas, de
imposible reforma. Su blanqueamiento sistemático por los sucesivos
ministros de defensa no ha cambiado su esencia, como lo prueban los
continuos sucesos de enaltecimiento del franquismo, pese al tiempo
transcurrido. Esta intolerable situación representa una amenaza muy real
para los intereses de los trabajadores, las trabajadoras y las
libertades populares tan duramente conquistadas.
La República que construyamos ha de ser respetuosa con la soberanía
popular, expresión política de la libertad de los pueblos y base del
poder capaz de disputar de forma efectiva la hegemonía política a la
oligarquía financiera y terrateniente.
Una oligarquía cuyo instrumento de dominio fue la dictadura
franquista y hoy lo es un régimen monárquico escasamente parlamentario,
subordinado a la dictadura impuesta por el tratado de Maastricht,
enemigo de los pueblos.
La amenaza reaccionaria agita por doquier, hoy como ayer, la bandera
rojigualda de la dictadura franquista, que adoptó la bandera de los
Borbones. Una dinastía que jamás trató fraternalmente a los pueblos y
naciones del Estado español.
Lo prueba el inconstitucional y agresivo discurso del rey Felipe VI contra la Generalitat de Catalunya,
representante legítima del pueblo catalán, cuyas más altas autoridades
electas fueron procesadas, condenadas y encarceladas; si bien
parcialmente indultadas, aunque no amnistiadas.
Nuestra querida Catalunya, una nación sin Estado, fue brutalmente
apaleada por las fuerzas del orden borbónico, es decir violentamente
reprimida por querer ejercer pacíficamente su legítimo derecho a decidir
su futuro. Un pueblo humillado por un rey medieval, vergonzosamente
adulado hasta la náusea, que como su patético progenitor es inviolable e
impune aunque delinca.
Y por si fuese poco:
Al Rey, jefe del Estado, le corresponde el Mando Supremo de
las Fuerzas Armadas, así como, previa autorización de las Cortes
Generales, declarar la guerra y hacer la paz. (CE 78)
El escudo de la Segunda República tampoco representa a los pueblos
del Estado, pues éste ignora a muchos pueblos y naciones que constituyen
parte de nuestro ser histórico; una realidad plurinacional que rechazó
suicidamente aquella añorada República, debilitando a las fuerzas
republicanas frente al agresor nazi-fascista. La historia no se repite,
pero a veces regurgita venenosas toxinas.
Un pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre. La unidad no
nacerá jamás de la coerción violenta, sino del libre consentimiento.
Por ello, dadas nuestras circunstancias históricas, algunos militares
pensamos que solo una República confederal en una Europa de los pueblos,
libre a su vez de la dictadura neoliberal impuesta por el tratado de
Maastricht, tendría un largo recorrido en paz y en libertad.
Por ello la bandera roja, amarilla y morada -enseña histórica de
progresistas, demócratas y republicanos desde la década de 1830- limpia
de símbolos equívocos, puede llegar a ser la de una República
confederal, libre y fraterna, que está por construir.
Algunos republicanos de izquierda replican erróneamente que algunas
fuerzas del llamado bloque de investidura no son republicanas. Su
concepto ortodoxo de la República -fundamentalista y jacobina- explica
que alguno de sus lideres históricos se haya manifestado junto a fuerzas
neofascistas en Barcelona, no hace tanto tiempo, exigiendo la “sagrada
unidad” de la patria.
El bloque de investidura es sin duda esperanza de un futuro más
democrático y solidario. Un futuro que deseamos fervientemente, en donde
la libertad y la fraternidad, que brotan de la justicia social, sean
sus líneas de acción prioritarias, pues sin libertad no hay justicia
social ni patria que valga ni paz que resista.
Es de esperar, por tanto, que el bloque que sostiene actualmente al
Gobierno de coalición progresista, sea capaz de construir y ensanchar
“…las grandes alamedas por donde pasen la mujer y el hombre libres para
construir una sociedad mejor”.
Fuente → miliciaydemocracia.org
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